Nadie puede entrar. Nadie puede salir

Por Hugo Vera Miranda

Nadie puede entrar. Nadie puede salir. El ángel exterminador. Eso pasa. Eso ocurre. Sucede que vivo en Puerto Natales. En Magallanes. Patagonia. Siempre para nosotros fue distinto. Distinto a Chile.

Es que también somos chilenos. Pero somos distintos. Hablamos distinto. Pensamos distinto. Caminamos distinto. También tenemos nuestra propia bandera. Muchas veces para nosotros, Chile es un país lejano y extraño. Exótico la mayoría de las veces. En donde pasan cosas. Nos enteramos por la tele. Nos enteramos por otros medios. Un terremoto, por ejemplo, y ayudamos. Ayudamos a Chile. Pero Chile casi no se entera de lo que nos pasa. Vivimos en Patagonia. Lejos. A veces pasa un guanaco, un zorro, un puma. A veces pasa un presidente, un ministro, un subsecretario. Tenemos una sola estación. La estación del frío. El resto del mundo tiene cuatro. En Santiago, que es la capital de ese lejano y extraño país llamado Chile, bajo un sol abrasador, se reunieron tres personas. El tipo que hace de presidente y dos ministros. Resolvieron aumentar el costo del gas. Aumentar el costo del gas, para aquel lejano lugar que tiene una sola estación. La estación del frío. Y no un aumento menor, sino que uno mayor, un 17%. Estamos sentados sobre el gas. Se produce aquí. Es nuestro. Aumentan lo que producimos, lo que tenemos. Primero fue la perplejidad, luego la gente se reunió, más tarde protestó, y al final decidió. Decidió que ya era hora. Decidió hacerles saber a ese lejano país llamado Santiago, que tal abuso no se lo consentiría. Que iríamos a paro. Un paro general. Se formaron comités. Se cortaron las rutas. Se estableció que ese extraño país llamado Santiago, tendría que escucharnos. Se establecieron barricadas. Por eso nadie puede entrar. Nadie puede salir. El ángel exterminador. Los supermercados no abren. Los taxis no funcionan. Camiones atravesados en la carretera. Turistas atrapados. Atrapados en Torres del Paine, coloso turístico de la región, sólo quedan guanacos, zorros, pumas. Turistas sonámbulos, vagan por el pueblo pidiendo clemencia. Caridad. Pero la determinación es firme. Nadie entra. Nadie sale. El gobierno de Santiago manda fuerzas de elite. Bravos comandos que tiemblan de frío en parajes desconocidos. Prontos a entrar en acción. El pueblo no les teme. Siempre es preferible luchar contra ellos, que contra el frío. El frío es nuestro enemigo. También lo es un gobierno insensible. Lejano. Führerliano. Y así están las cosas. Seguro que tomarán medidas. Nos aplicarán correctivos. Hablarán del orden y de la ley. Que la ley es igual para todos los chilenos, que la harán cumplir. Pero perderán. Lo sabemos. Perderán. Ya perdieron. No se juega con la gente del Sur. Somos distintos. Hablamos distinto. Pensamos distinto. Caminamos distinto. También tenemos nuestra propia bandera. Y el orgullo intacto. De sabernos hijos de una estrella. De una larga data de luchas y verdades. Es el espíritu de tanta gente que nos moldearon. Pertenece a nuestro ADN. De viejas luchas sindicales. De Antonio Soto Canalejo y de tantos otros líderes, que marcaron el camino. Y así estamos. En la tensa espera. Diciendo basta a la impunidad de los señores de Santiago. De ese extraño y lejano país, que fagocita y maltrata, a sus mejores hijos del Sur. Que Dios se apiade del alma de los sin alma. De la nuestra nos encargaremos nosotros. ¡Bienvenidos a la Patagonia!