Dos textos breves de Lilian Elphick

Venus de los tajos

Delicia de perderse en la imagen presentida.

Alejandra Pizarnik

El espejo no me salvó, lector variable, de estas palabras. Ya quisiera haberte cantado un mugido alegre, enfundada en el lamé de Marilyn, pero (siempre hay peros en las tragicomedias) preferí el más obsceno de los silencios, ése que se abre de piernas para mostrar comunicaciones e imprecisiones. Opté por el cuchillo hundido en mi piel y que antes saboreó Slasher Mary en su acto de rabia.

Cada tajo es una escritura y una contemplación.

Cada escritura es un modo de decir que no.

Cada contemplación es la arruga de una historia venida a menos. Porque los grandes momentos épicos del espejo han sido barridos por la escoba de una desconocida.

Aquí está el amor de la neoplasia, la dentellada caliente que vive sola y que muere sola.

Aquí está mi ofrenda: Tómala, hunde tus dedos en ella; escarba en cada una de las heridas, agrandando así el espacio entre deseo y poder.

 

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Foto: Venus del espejo, de Velázquez, tajeada por Mary Richardson, Slasher Mary, en 1914.

 

Ojepse

Con el verano regresa a mí tu espejito de mano. En él me miro y repito: misterio de azogue, dime dónde está ella. Y el reflejo muestra a una mujer desnuda corriendo por praderas amarillas, perfecta en su soledad de trigo.

Ella va trenzada, toda su piel es una trenza y yo la veo desde mi lugar prefabricado. Amarla me hace distinguir unas arrugas que la risa ha dejado botadas, unas muecas dentadas y lenguaraces, dos o tres pecas, una nariz que huele el amarillo de su cuerpo. El espejo rueda por mi cama de mentirosa. Preguntarás quién de las dos es más Blanca Nieves, quién dormirá para ser despertada por el beso de un sapo viscoso. O recordarás que alguna vez fuimos Cenicientas y que fui la que primero trapeó con labios amables tus lindas sandalias rojas. Pero con ellas no podías dejar de bailar e hice de leñadora sólo para cortar de un hachazo esos pies danzarines. Alguien tenía que hacerlo. Sabrás que no hubo ningún lobo merodeando por tus retazos de ficción; sus colmillos los llevo yo, a modo de collar hechicero. Sólo recreo por un espejo a la bestia de corazón nostálgico que corre por esas praderas singulares. No quisiera decírtelo, pero lo digo: abro la boca enorme y produzco unos sonidos palatales y fricativos. Le hablo a un espejo y permito que la saliva se descuelgue por mi cuello. La saliva sabe su camino, conoce el recoveco de los ojos que no son ojos, pero que igualmente miran en silencio. No reconozco la voz que otros me han dado, como un regalo para una muda. Ojepse, ojepse…, serás amado por la que arranca por la barranca y destroza su propia imagen. ¿A quién le hablo, a quién le escribo, a quién le inserto un haz de luz molestosa por el juego especular?

En fin, sólo quiero saber si lloras asiéndote de tu pequeño mundo; querría dedicarte mis mejores poemas, pero ya ves, nada se completa con un simple endecasílabo. Por mientras puedes correr por las praderas amarillas, así tendré la certeza de que la imaginación produce un dolor aquí, en el centro de mi mujer espejeada. Para el susto somos dos; para el amor no hay nadie. La palabra se queda en casa y aprende a ser dicha sin interrupciones; la palabra ama más que el mismo amor, y esto es una diversión y un final dichoso, con perdices y fueron muy, sin pesares ni embargos. Los aunque fueron soplados por el viento, y basta una historia para sanarme de esta compulsión tan abnegada que es escribirle a un personaje que yo misma he inventado, desprendiéndome así de las retinas amarillentas que desenfocan a aquella piel sin punto aparte y reflejada, como el ojepse y yo.

 

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Lilian Elphick