Por Jorge Carrasco
La poética de Gastón Bachelard nos remite a su teoría de la imaginación. El poeta, al ingresar al trance de la imaginación, está inserto en un estado intermedio entre la vigilia (racionalidad cartesiana) y el sueño (inconsciente de Freud): el ensueño. El ensueño es un estado de abandono del mundo real, una apacible grieta en reposo, despojada de la reflexión. Está poblado de imágenes. Desgajarse del tiempo y del espacio reales – reino del espíritu – para entrar en una zona de relatividad temporal donde el estatismo significante de las palabras se vuelve transitorio, volátil, cambiante – reino del alma. Las imágenes nos sitúan en un mundo y no en una sociedad. El filósofo francés quiere probar que en el mundo descubierto el alma quiere vivir, merece vivir.
El ensueño es el origen de todo acto creador. Un estado autónomo de contemplación y asombro delante de una totalidad, libre del pensamiento claro y del sueño nocturno. La belleza antecede a la verdad. La cronología temporal se detiene y aparece una nueva fluidez unívoca con todo su contenido simbólico y valórico. Las palabras cobran vida, se renuevan, construyen realidades. El lenguaje crea lenguaje; el lenguaje crea un mundo. El poeta crea un mundo para vivirlo.
Cuando el lenguaje materializa una imagen poética – ingenua, efímera – la expresión sobrepasa al pensamiento. En la creación poética, las palabras adquieren nuevos significados, se distorsiona la relación estable de significante y significado. El lenguaje ya no es un instrumento del ser de la realidad; no existe para nombrar la realidad de los objetos y la realidad psicológica de lo vivido. No solamente expresa un ser de existencia anterior. El lenguaje – caótico, indisciplinado, alocado -adquiere una existencia presente para nombrar un ser nuevo, para nombrar lo vivido imaginativamente.
No hay un paso transitorio entre la experiencia racional y el ensueño en el hombre que medita, sino una irrupción súbita que – con palabras de Bachelard – borra los detalles, decolora lo pintoresco, silencia las horas y el espacio se abre infinito. La imaginación manifiesta su actividad desde la primera contemplación. Se aleja del objeto inmediato, próximo y ya está en otra parte, liberada de los acontecimientos. Al ser contemplación primera, “es un estado enteramente constituido desde el instante inicial”.
Plantea que la creación poética está, de alguna manera, liberada del pasado, es autónoma, sucede en un estado de armoniosa, feliz soledad. Para él “la imagen poética es un resaltar súbito del psiquismo”. Agrega: “La imagen poética no está sometida a un impulso. No es el eco de un pasado”. Al no estar sometida a una causalidad, se hace preciso que veamos su verdadera dimensión en la repercusión, en la resonancia. “En la resonancia oímos el poema, en la repercusión lo hablamos, es nuestro. La repercusión opera un cambio del ser. Parece que el ser del poeta sea nuestro ser. La multiplicidad de las resonancias sale entonces de la unidad de ser de la repercusión”.
Al ser propiedad de una conciencia ingenua, al instalar la imagen antes que el pensamiento, afirma que la imagen poética no se asienta en un saber. Dice: “La imagen poética es una emergencia del lenguaje, está siempre un poco por encima del lenguaje significante”. Agrega: “Un gran verso puede tener una gran influencia sobre el alma de una lengua. Despierta imágenes borradas”. Concluye: “La poesía aparece entonces como un fenómeno de la libertad”. De la creación absoluta.
Y en ese fenómeno de libertad, “el sujeto que habla es todo el sujeto”. Debe entregarse entero, sin reservas, para apoderarse del reducto poético de la imagen. A este respecto afirma que las imágenes pertenecen “a una esfera de sublimación pura, de una sublimación que no sublima nada, que está libre del lastre de las pasiones, del impulso de los deseos”. Y nos advierte que, impropiamente, “el psicoanalista solo se preocupa de la negatividad de la sublimación”.
Una imagen nueva no puede ser medida por causas de un psicólogo o de un psicoanalista; esas causas tampoco pueden explicar la adhesión de las almas extrañas al proceso de su creación. “Ya no la tomamos como un `objeto’. Sentimos que la actitud `objetiva’ del crítico ahoga la `repercusión’, rechaza, por principio, esta profundidad de donde debe partir el fenómeno poético primitivo”. Añade: “Las doctrinas tímidamente causales como la psicología, o fuertemente causales como el psicoanálisis, no pueden determinar la ontología de lo poético: nada prepara una imagen poética, sobre todo no la cultura en el modo literario, ni la percepción en el modo psicológico”.
Continúa contra el psicologismo interpretativo: “el psicoanalista abandona el estudio ontológico de la imagen; excava la historia de un hombre; ve, revela los padecimientos ocultos del poeta. Explica la flor por el fertilizante”. Concluye que: “La sublimación, en poesía, supera la psicología del alma terrestremente desgraciada, es un eje: la poesía tiene una felicidad que le es propia, sea cual fuere el drama que descubre”. Bachelard cita a Jean Lescure cuando afirma que el saber va acompañado del olvido en el proceso de creación: “El no-saber no es una ignorancia sino un difícil acto de superación del conocimiento”. Remata así: “En poesía, el no-saber es una condición primera; si hay oficio en el poeta es en la tarea subalterna de asociar imágenes. Pero la vida de la imagen está toda en su fulguración, en el hecho de que la imagen sea una superación de todos los datos de la sensibilidad”.
Para Bachelard las imágenes son constituyentes de la imaginación productora; en su elaboración comprometen al ser de su creador, desbordan el lenguaje utilitario, superan los límites significativos del lenguaje. La imagen se evade del pasado y de la realidad; se abre en el porvenir, con toda su carga complementaria de irrealidad. Menciona lo que escribió en su Poética Jean-Paul Richter: “La imaginación reproductora es la prosa de la imaginación productora”. Bachelard afirma que “nos sorprendemos pensando que la imaginación es anterior a la memoria”.
Bergson afirma que el lector participa de este júbilo de creación. Bachelard afirma que la aceptación en la lectura de la imagen poética es un paso para la comprensión completa de las imágenes. La aceptación da cuenta de que los versos le conciernen al lector y de esa manera lo hacen parte interesada en la expresión.
El proceso de creación se repite en el proceso de recepción, instancia en la que el lector da “acogida onírica de los valores oníricos” y recibe “drogas virtuales que nos procuran gérmenes de ensueño”. Las imágenes no nacieron para ser contadas, como los sueños, sino para ser escritas, y a través de la escritura los poetas despiertan imágenes que estuvieron siempre en el alma del lector. Reclama una lectura no lineal, necesitada de fondo, despojada de conocimientos, para recibir la gracia fenomenológica del poeta soñador; de esta manera desgaja al lector de su vida y lo hace un ser imaginante. El poeta y el lector, dotado de una conciencia poética, son de alguna manera creación de las palabras del ensueño.
BIBLIOGRAFÍA
Bachelard, Gastón. La poética del espacio. Fondo de Cultura Económica de Argentina, Buenos Aires, 2000.
Bachelard, Gastón. La poética de la ensoñación. Fondo de Cultura Económica de Argentina, Buenos Aires, 1982.
Bachelard, Gastón. La intuición del instante. Fondo de cultura Económica, México, 1999.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…