Por Ramón Díaz Eterovic

La narrativa criminal o policial como se le conoce preferentemente vive un buen momento en nuestras letras. De ser un género frecuentado esporádicamente por los autores chilenos, ha pasado a ser una perspectiva recurrente para observar el devenir de nuestra sociedad neoliberal plagada de crímenes y delitos que dan cuenta de las raíces más oscuras del poder que gobierna desde la política y la economía. Ejemplo de los dicho son tres novelas de reciente publicación: “Juegos de villanos” de Julia Guzmán Watine, “Desierto” de Daniel Plaza, y “Fragmentos de un crimen” de Max Valdés Avilés.

Juegos de villanos, crímenes en la apacible provincia.

“Juegos de villanos” de Julia Guzmán nos presenta a Miguel Cancino, un detective aficionado que a falta de una buena cartera de clientes logra sobrevivir con las utilidades que le deja una librería de textos usados. Es en muchos sentidos un sujeto marginal que sobrevive al rigor capitalino y que arrastra una suerte de fracaso existencial desde su natal Talca. La monotonía de sus días se quiebra cuando tiene noticia de Magda, una antigua compañera de estudios que le pide ayuda para encontrar a su esposo, desaparecido el mismo día de la reciente boda de ambos. Magda ha sido encontrada sedada al interior del auto en que viajaban los novios, y de José Ignacio Latorre, el esposo, se desconoce su paradero. Cancino accede a viajar a Talca a investigar el destino de Latorre, y en el desarrollo de ese viaje, el detective deberá a enfrentarse a varios compañeros de su infancia y juventud, todos tipos que han logrado amasar sus fortunas al amparo de las riquezas y las influencias familiares. A poco andar, el cadáver del desaparecido Latorre aparece abandonado junto a un río, y Magda le pide a Cancino que abandone la investigación. Sin embargo, Miguel Cancino es un sabueso porfiado y aunque sabe que recorre terrenos pantanosos en los que puede terminar atrapado, persiste en su trabajo y comienza a sospechar en el padre de su amiga, don Feña, millonario terrateniente que vive como un señor feudal gracias al dinero conseguido en la época de la dictadura pinochetista, de la que fue un activo y entusiasta colaborador. La pesquisa no es fácil, pero finalmente el detective descubre que la muerte de Latorre trató de ocultar un oscuro y suculento negociado relacionado con la compra de terrenos de escaso valor y la solicitud de un multimillonario préstamo. El crimen, como reflexiona Cancino en algún instante de la novela: “se camuflaba en la pertenencia a una clase privilegiada y podrida durante centenares de años, con voz de mando y dinero sucio”.

Julia Guzmán (1975), una de las pocas escritoras chilenas que a la fecha se ha atrevido a incursionar en el género criminal, construye un relato atractivo y bien urdido que atrapa el interés del lector. Con trazos breves y seguros consigue dibujar la personalidad de su protagonista, el detective Cancino, y la de los demás actores de la novela. Junto a lo anterior, destaca el modo en que describe algunos aspectos de la vida en una ciudad provinciana como Talca y la forma como el poder económico construye sus redes con la complicidad de gerentes bancarios, fiscales corruptos y otros representantes de la “alta sociedad” talquina. “Juegos de villanos” es una novela que interesará a los aficionados a la narrativa policial y una muestra más de cómo esta narrativa, como decía Raymond Chandler, es eficaz a la hora de sacar a la luz “la mugre que se oculta bajo las alfombras”. Una primera novela bien lograda de Julia Guzmán que invita a esperar nuevas historias del detective librero.

Desierto: las cuatro caras de un crimen

Daniel Plaza (1968) es autor de una obra tan breve como interesante. Años atrás publicó su novela “El corredor” y ahora vuelve a las pistas con la novela el “Desierto”, un texto en clave de novela negra que sin duda constituye un buen aporte al desarrollo cada vez más amplio de la narrativa criminal chilena. Entre los antecedentes de Plaza se encuentran los premios obtenidos en los Juegos Literarios Gabriel Mistral de la Municipalidad de Santiago y el Premio Mejores Obras Literarias del Consejo Nacional del Libro y la Lectura 2001.

“Desierto” está compuesta por cuatro relatos que nos hablan de una ciudad hostil en la que sus habitantes –o al menos los protagonistas de la novela- viven a tropezones con la soledad que los rodea mientras buscan un espacio donde materializar sus frágiles sueños. Un policía, el empleado de un puesto de internet, una mujer que busca trabajo y un narcotraficante son los personajes que ven unidas sus vidas por causa del cadáver de una mujer encontrado en un apestoso hotel de paso.

Todos los personajes de esta novela son parte de una ciudad ampliamente poblada, pero que al mismo tiempo es un espacio desierto, seco, desde el punto de vista de los sentimientos y la solidaridad. Todos son unos solitarios que buscan una gota de afecto. Dos de sus capítulos/relatos retratan la vida de los emigrantes que llegan a Chile; otro, muestra el camino sin salida de un narcotraficante; y el último, la existencia de un policía que a simple vista preferiría tener otro trabajo, lejos de las pestilencias que le toca conocer y padecer a diario.

Las páginas del capítulo “El hombre del locutorio” debe estar entre las más agudas que se hayan escrito para retratar la vida de los emigrantes que han llegado a Chile. El desprecio en la recepción aduanera, los trabajos miserables a los que acceden, las viviendas en mal estado que les arriendan viejos usureros son algunos elementos de un cotidiano descenso al infierno. “Aquí -dice el personaje que da a conocer su vida-, sólo preocupa la supervivencia, tener para pagar las cuentas, comer, ahorrar unos billetes mugrosos y enviarlos a nuestra gente de allá lejos, que también sobrevive. Éste se ha convertido en el objetivo. La supervivencia es la razón de nuestra existencia”.

“Desierto” es una novela breve, intensa, contada con economía de recursos y bien armada en torno a cuatro historias que se complementan perfectamente. Su eje es un crimen, su tema de fondo: la soledad. Plaza publicó su primera novela el año 2001. Diecisiete años después publica “Desierto”; y esperamos que no transcurran otros diecisiete años para conocer su tercera novela.

Fragmento de un crimen o el asesinato como parte de la historia

Max Valdés Avilés es un autor que tiene una sostenida obra narrativa, compuesta por algunos volúmenes de cuentos y cuatro novelas, entre las que podemos mencionar: “Manuscrito sobre la oscuridad” y “El ladrón de cerezas”. Acaba de publicar “Fragmentos de un crimen”, novela en la que aborda un doble asesinato ocurrido a inicios del año 1973, y que ha pasado a los anales de la criminalidad chilena con el nombre del “descuartizado de Quilicura”. El hecho llenó los titulares de los diarios de la época y la prensa siguió la pesquisa policial que se inició con la aparición de los restos descuartizados de una de las víctimas. Primero el torso, luego la cabeza y sus extremidades, a excepción de las manos que nunca aparecieron, con lo que durante un buen tiempo dio margen a todo tipo de especulaciones acerca de la identidad del asesinado. Más tarde aparecería el cadáver de su esposa, asesinada en el departamento de la calle Matucana donde vivía la pareja.

Valdés combina con acierto la ficción con la investigación periodística, y uno de los méritos de su novela es el seguimiento detallado de la pesquisa, a cargo del policía Benavides. También es destacable la reconstitución de la época en que sucedió el crimen, en pleno gobierno de la Unidad Popular, y en una ciudad como Santiago que es retratada con su marginalidad a flor de piel. Los hechos políticos conforman un telón de fondo que permite apreciar la agitación de la época; los enfrentamientos diarios entre partidarios y opositores del presidente Salvador Allende, el desabastecimiento impulsado por el empresariado de derecha, y cierta sensación en el aire que generaba inquietud en las personas que anticipaban el quiebre radical y violento de la sociedad chilena.

Cuarenta años después de los hechos, la historia del crimen es rescatada por una pareja de improvisados investigadores: Clara y Román. Ella estudia derecho, y él es profesor. Y ambos, al igual que el autor, estudian la prensa de la época y documentos judiciales, entrevistan al policía que estuvo a cargo de la investigación, y paulatinamente van develando las características de un crimen y la violencia que lo motivó. Valdés consigue captar la atención desde las primeras páginas de su atractiva y bien lograda novela. Ayuda a eso la variedad de voces que asumen la narración y desde luego el dosificado suspenso con la que ella está estructurada. Como hiciera en su momento Truman Capote en su afamada novela “A sangre fría”, Valdés consigue meterse en la piel de los distintos protagonistas de su historia, y gracias a los elementos de ficción consigue cerrar un caso que, en la realidad, sigue abierto hasta nuestros días. Primeros por los errores policíacos del momento, y luego porque el crimen del descuartizado pasó a segundo plano una vez que se produce el golpe militar de septiembre de 1973 y la sociedad chilena comienza a vivir otros crímenes aún más horribles, sistemáticos y crueles. Max Valdés entrega una novela de gran factura que se instala entre los buenos textos que han dado vida a la narrativa criminal chilena de los últimos años. Una novela que nos habla de la historia mínima de los chilenos y de la violencia que siempre ha estado presente en ella.

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