Por Antonio Rojas Gómez

Con absoluta libertad escribo sobre el Premio Nacional de Literatura porque no soy candidato y nunca lo seré. Mis limitaciones escriturales me mantienen a distancia considerable de ese y otros galardones. La inminencia del otorgamiento del premio, sin embargo, no deja de interesar a ningún escritor chileno, al margen de sus merecimientos. Y todos, cual más, cual menos, tienen sus preferencias, que suelen transformarse en pasiones. Y a medida que se acerca el momento de conocer el nombre del galardonado, la batahola crece a niveles de postular el resultado de un partido de fútbol que decidirá quién es el campeón de este año, o de este bienio, para ajustarnos a la realidad.

El ego del escritor suele ser descomunal. La capacidad de autocrítica, en cambio, resulta inversamente proporcional. De modo que no estaríamos muy descaminados si pensamos que hay tantos aspirante al Premio Nacional de Literatura como sujetos que hayan publicado un libro alguna vez. Pero la vergüenza no es del todo ajena a los autores, y por eso muchos levantan, en lugar del propio, el nombre de alguien del que se sientan vecinos por razones que pueden ir más allá de los límites de la literatura.

Recordemos, por ejemplo, que en 1986 el galardón le fue concedido a Enrique Campos Menéndez, a la sazón embajador en España, postergando a José Donoso, por largo tiempo residente en aquel país. El hecho provocó comentarios en la intelectualidad y la prensa españolas. La prensa chilena no estaba en situación de comentar otras noticias que no fueran los partidos de fútbol o el festival de la canción.

Hoy es distinto. Y vemos saltar nombres a la palestra, defendidos con pasión creciente, como hemos dicho. Lo pernicioso de tal práctica es que en ocasiones se recurre a denigrar a los oponentes, con el propósito erróneo de resaltar virtudes del candidato de nuestras preferencias. Se cae en la falacia de sostener que como los demás son malos, yo soy mejor. En la tierra de los ciegos, el tuerto es rey.

Yo, como soy humano, también tengo mis preferencias, nacidas del conocimiento que de la literatura nacional me brindan más de cinco décadas de comentar libros en la prensa escrita. Parto del respeto que me merecen el arte y sus cultores. Todo aquel capaz de realizar una obra creativa merece ser premiado. Y el premio mejor es que la obra de nuestros creadores sea divulgada para que la conozca el mayor número de sus compatriotas, debidamente educados e informados sobre el aporte que las artes -entre ellas la literatura- realizan al crecimiento del individuo y de la sociedad. Pero sé que no resulta posible otorgar a todos los escritores, cada día más numerosos, el Premio Nacional. Entonces, considerando que esta vez corresponde distinguir a un narrador, voy a mencionar a dos que cuentan con una obra sostenida, sólida, que los sitúa en la primera línea de la creación, junto a muchos otros, cuyas virtudes reconozco. Esos dos escritores son Fernando Jerez y Jorge Guzmán.

Sé que surgirá el inmediato reproche: “¡Claro, Jerez es amigo tuyo!” Cierto, Jerez es amigo mío, como lo son casi todos los escritores mayores de 60 años. La amistad no tiene nada que ver en el juicio que emito; prueba está que no soy amigo de Guzmán, nunca lo he visto, no hemos intercambiado ni tan siquiera un saludo, pero conozco su obra desde “El capanga” en adelante.

Ahora, yo creo que ninguno de mis candidatos será premiado. Ignoro, tan siquiera, si han sido postulados y se encuentran en carrera.

Creo que la ganadora esta vez será Diamela Eltit, una artista seria que ha incursionado en lo que llaman la narrativa experimental, que no me conmueve especialmente. Pero debemos considerar que los libros no pertenecen a un mundo aparte, sino que están inmersos en la vida diaria del país. Y en nuestro aquí y ahora las mujeres tienen mucho que decir, y tienen ideales por los cuales luchar, como las alumnas que se tomaron universidades. Van a tener su reconocimiento y su galardón.

Pero el premio, el gran premio que todos los escritores merecen, es ser leídos, reconocidos y respetados. Y por ese debemos continuar bregando todos.