Editorial Micrópolis, Perú, 2016, 122 pp.

Por Diego Muñoz Valenzuela

Martín Gardella como creador es un microficcionista químicamente puro, virtud a la cual ha agregado -para fortuna de los lectores- la de difusor inclaudicable del género narrativo brevísimo, primero en la Internacional Microcuentista y después en el programa radial El living sin tiempo, que ha sobrepasado los dos centenares de capítulos, muestra de perseverancia, pasión y capacidad de reinvención.

Martín Gardella ha publicado en el género brevísimo una serie de volúmenes que comienza con Instantáneas (Andrómeda, 2010), Los chicos crecen (Macedonia, 2015), Caramelos masticables: microficciones para leer en un recreo (Hola Chicos, 2016), a la que se agrega esta antología personal publicada en Perú gracias a los afanes de Micrópolis.

Las microficciones de Gardella muestran -dentro de su amplia variedad- ciertas características temáticas y estructurales que configuran el eje de la producción que conocemos: un perturbador humor negro que se alterna con la sátira social, el juego intertextual, la vuelta de tuerca para el final inesperado, la hiperbrevedad.

En El pasatiempo, primer texto del volumen y de esta reseña, nos encontramos con una narración metafórica del ciclo de vida y muerte, presentada en la forma de una historia fantástica y poética. La perturbación de la imagen bien conocida del carrusel, la convierte en una máquina del tiempo cuyos efectos pueden acumular todas las emociones de la existencia humana.

El pasatiempo

En la plaza de un pueblo desértico hay un extraño carrusel en el que el tiempo avanza misteriosamente a medida que el círculo se mueve en el sentido de las agujas del reloj, Cada vuelta sobre su eje equivale a un año calendario.

Al principio es divertido ver cómo los niños se transforman en adolescentes, Es incluso emocionante para algunas madres poder ver que sus hijos conservan esas alegres sonrisas juveniles a pesar de las canas. Es aterrador, en cambio, cada vez que aparece algún caballo de madera dando la vuelta, ya sin su jinete.

Una narración de tipo hiperbreve, celebrada en el prólogo de Raúl Brasca, la reproducimos a continuación:

El lavado

Cada vez que lavo mi automóvil, imagino que se borran, mágicamente, cada uno de los pecados mortales que cometí en él.

La hiperbrevedad -aun cuando hablemos desde el territorio de la microficción- no es algo simple de lograr, si medimos su éxito en términos de impacto en el lector (una suerte de efecto retardado, una cavilación posterior inducida por la rápida lectura), pues se corre el riesgo de que pase de largo sin tomar mayor atención. El disparo del creador debe certero, eficaz, demoledor, que es lo que se consigue en este caso, y el de otras hiperbreves incluidas en el volumen. Otro buen ejemplo de esta clase es el que sigue:

Un sueño pesado

Una noche soñó que sus amigos lloraban alrededor de su cama. Desde entonces no la logrado despertarse.

En este texto, la hiperbrevedad favorece el desenlace sorpresivo. Una mayor digresión podría haber disminuido o anulado en efecto.

El terreno fantástico es un ámbito propicio para nuestro autor: se maneja en él a sus anchas, aprovecha la libertad que permite, sin abusar de ella (que es una clave para lograr verosimilitud), para abordar otros asuntos: ocupaciones más profundas, como la trascendencia de la literatura.

El cuento del otro mundo

Algunos dicen que es imposible que los muertos puedan escribir un cuento. Yo no creo que sea así. He leído cosas extraordinarias que, estoy seguro, han sido escritas post mortem. Se los digo yo, que soy un hábil y reconocido escritor (al menos eso dice mi epitafio).

Martín Gardella aquí, con un humor de tinte bastante oscuro, juega con la posibilidad de que un difunto pueda crear obras literarias. La muerte es un tema que cruza muchos textos de nuestro autor, muestra de su preocupación por los temas existenciales. Eso encontraremos en múltiples textos de su autoría.

El boomerang

Lo lanzaba al aire libre, y él volvía, siempre volvía. Pero como ella era incapaz de aferrarlo antes de que cayera, terminaba estrellado contra el suelo, lleno de dolor y resignación. Por eso un día se cansó y no pegó la vuelta. Y se fue lejos, tan lejos que ella pasó tres años buscándolo, sin ninguna señal positiva.

Lo encontró de casualidad en una plaza del pueblo. Otra niña lo tenía entre sus manos tiernas, se lo veía espléndido. Descubrió así que su juguete predilecto ya no le pertenecía (y quizás eso iba a ser lo mejor para ambos).

Decidió entonces alejarse definitivamente, llevando consigo una congoja insoportable; no iba a ser fácil conseguir otro igual.

Una década más tarde, se sorprendió al revivir esta historia de manera casi idéntica. Esta vez con el hombre de su vida.

El texto anterior es una buena imagen capaz de concentrar el ciclo del amor que suele terminar con la pérdida. Hay una analogía a establecer entre la historia del juguete preferido y la improbable posesión del objeto del amor. Aguda ironía -tal vez sarcasmo- en esta historia que más allá del guiño humorístico, sintetiza un episodio frecuente de la vida humana, con su carga inevitable de dolor.

Cerrando el círculo de lo fantástico, aquí incluimos la última narración brevísima de esta reseña. Aquí las muñecas de la hermana son las protagonistas, que cobran vida durante la noche. No obstante, no las animan emociones malignas, sino otras mucho más humanas.

Las visitadoras

Descubrí que las muñecas de mi hermana cobran vida en la madrugada. Abandonan con delicadeza la casita en miniatura de la habitación contigua y entran en la mía, semidesnudas, para colarse en el cajón de mis muñecos articulados. Hago silencio para no molestarlos y, con los ojos cerrados, escucho el sonido del plástico retorciéndose galopante contra la caja de madera. Media hora más tarde, se retiran sonrientes y despeinadas, con su flexible cuerpo agotado y la misión cumplida.

El episodio de repite indefectiblemente noche tras noche, aunque hoy promete ser diferente. Asomado a la puerta de mi cuarto, el alegre rostro de la muñeca gigante que le regalé a mi hermana por su cumpleaños, observa el grueso candado que coloqué en el cajón de los juguetes y me guiña un ojo. Todos duermen, excepto nosotros.

Preocupaciones esenciales de Martín Gardella -y de nuestro género humano: el sentido del ciclo vida-muerte, la esclavización por parte del tiempo irreversible, la fantasía que nos regala humor, trascendencia y reflexión. Un autor que en su creación minificcional indaga, divierte e induce recias reflexiones.