Por Felipe Eugenio Poblete Rivera

 

El jueves 21 de junio, 2018 Editorial La Trastienda presentó dos nuevos libros de su colección de autores. Esta vez, de María Eugenia Brito, con un libro de cuentos titulado “Para que sepas” y el volumen de poemas, bajo el título “Que no se diga”.
El libro fue presentado por el poeta y gestor cultural Felipe Poblete.
Esta presentación se llevó a cabo en el Centro Cultural Las Condes, de Santa Rosa de Apoquindo.

I

En el libro «Que no se diga» (2017), está reunido, orgánicamente, el primer conjunto de poemas que la autora publica en forma independiente. Antes, lo sabemos, sus publicaciones se ocuparon de la prosa en narrativa, mediante dos publicaciones, también por la editorial que dirige Alejandra Basualto (1942), los volúmenes «Con todo respeto» (2004) y «Para que sepas» (2012, cuyo lanzamiento también celebramos hoy), junto con la participación en proyectos colectivos que solemos denominar antologías.

Felipe PobleteNo es una autora primeriza, sin embargo, hay en su escritura una raíz original, que corresponde –según pesquiso– en la incorporación del silencio que caracteriza a las contemplaciones más intensas. Ello es rasgo perceptible también en el conjunto de cuentos, en los cuales la narración describe íntimamente atmósferas mentales que se acomodan a los escenarios tangibles, coloquiales y reconocibles, configurando sucesos de muy singular fuerza, pero sin aspavientos ni exageraciones. Ahora bien, no se crea que los textos sean secos o faltos de vivacidad, no, en el flujo verbal las imágenes se abrazan las unas a las otras, adquiriendo pigmento y aroma, movimiento y sonido: la autora sabe hacer bailar las imágenes que detalla palabra por palabra. Y muchas veces son fugaces parpadeos, o son noches completas y hasta años, siempre al servicio de la comunicación de un sentir genuino. A partir de ahí, también, que levanta la vocación comunicativa ya desde el título, que apela a un otro, que apela a un tú.

En la escritura hay siempre una vida que excede a la autoría, en este caso la de María Eugenia. Incluso cuando leemos la palabra ‘yo’, el texto es incapaz de serlo y se convierte en otro. Por eso un autor o autora forja su estilo, como un arma, pudiendo llegar a ser reconocido a través de las palabras… Un poco como en la fotografía, que, a pesar de retratar, ya sea a desconocidos o a quienes queremos, nunca reemplaza a la persona retratada: ¿dónde están? La escritura pudiera operar como una tentativa de repuesta, a través de la construcción de nuevas imágenes. En estos dos libros, en verso y en prosa, encontramos una galería de imágenes que se encadenan y convierten a fin de producir una realidad nueva: la textual. (A partir de ello es que yo recomiendo que la lectura sea no solamente muy lento, sino ojalá con los párpados cerrados: para concentrarnos, o sea colectiva, en una intensa producción sensorial).

Bueno, y así con los estilos; y aunque a veces podamos reírnos de los aires de grandeza o de ingenuidad que hallamos en la escritura, cualquiera sea en realidad y no exclusivamente la de estos libros, nunca tenemos que perder de vista que no son los sentimientos, ni son los sentires ni aun las pasiones o los recuerdos con los cuales se escribe, ya sea la prosa o el verso: sino que el único material admisible es la palabra: ella convoca al ritmo y llena de sonidos e imágenes el viaje que propone una lectura, cualquier lectura, toda lectura.

La pareja de libros que hoy presentamos está íntimamente ligada, a pesar de sus diferencias sustanciales en varios aspectos. No quiero dejar de resaltar la unidad que les propicia, además, el estar al amparo del mismo ámbito editorial: La Trastienda, que más que un sello editorial, incluso más que un taller literario, es una aguda vida de amistad, camaradería, respeto y cariño. Así es, y en esa mesa de taller somos compañeros iguales de la palabra quienes participamos. Allí vi por vez primera los textos de María Eugenia Brito, y allí también, a muchas manos, contribuimos a elaborar uno que otro verso de la versión que ahora leemos de su primer poemario: «Que no se diga», contribuyendo secretamente en su escritura. Claro, la escritura de un libro nunca es una labor completamente personal e individual: hasta el concepto de autor está lleno de goteras en que se filtran y filtran las famosas referencias, las invisibles manos de otras autorías.

II

eugenia birto 2Pero bien: pasando ahora a un ámbito de menor generalidad, y por estar más próximo al verso que a la narrativa, atenderé más de cerca el poemario: a las 57 composiciones que alberga: ofreciendo una multiplicidad de direcciones y de contextos; todo ello delicadamente representado en la fotografía de portada, que encima propone una certera traslación al ámbito visual: un escenario, en cuyo aire vibra la electricidad que adentro percibimos, descifrándola.

Ya el título anuncia la poética que palpita en el libro, agazapada y vivaz: ese silencio contemplativo en que las ideas se elaboran y florecen. Acaso sea la herencia que le dejó el pulso de escribir historias, de situarlas en el escenario indicado, y así también sus poemas: cuyos paisajes son los dormitorios en que el día reposa las horas nocturnas para luego continuar. Digo dormitorio en vez de pieza, por la relevancia del sueño y de los sueños en esta escritura lúcida y medida, templada en los fuegos que comparten la sutileza y la seducción, sin olvidar el humor ni la artesanía verbal puesta al servicio del juego con el lenguaje: y no hablo simplemente de los detectables juegos en algunos títulos, sino de la pericia técnica también demostrada entre los versos mismos. Son direcciones verificables que hallamos a través de las lecturas atentas de estos poemas que hacen de banda sonora a la elasticidad del presente cuando es de espera, como en el poema que inaugura el libro:

Hay una copa de vino blanco
quieta
al borde de la mesa
esperando mis labios
inquietos

eugenia brito 3Así arranca el libro, con la expectación próxima a despegar a una suma de experiencias verbales, los poemas: en donde están los paseos por la memoria de la infancia; las contemplativas observaciones a la ensoñación que guía el deseo; los deslizamientos de una coqueta distribución de objetos que en vez de alargar sombras arrojan símbolos. Claro, objeto y símbolo se zurcen en el arte del montaje, que María Eugenia acá demuestra manejar: el mecanismo con el cual dos objetos coinciden en un lugar inédito, casi un acto de amor: “Fruta escogida piel de damasco / de durazno mis pechos abiertos / al terciopelo de su boca” (p. 62).

Un poema es a veces así: combinación, montaje de palabras y es la fluidez una ilusión que la lectura permite. Acaso sea eso que en la narrativa llaman ‘el pacto de ficción’, y que la autora sabe conducir admirablemente.

Para el caso de los poemas, la vara es más alta todavía. Y encima aquí encontramos la ausencia de los signos de puntuación; característica que avisa de un territorio diferente, que demanda a su vez una lectura de mayor compromiso y atención. Hablo de cierta disposición del cuerpo y no sólo del espíritu: porque así como es distinto leer un viejo periódico o un pasajero anuncio publicitario, tampoco es igual leer una carta de puño y letra o un conjunto de poemas en donde la vida palpita extendida, “para cubrir el frío furioso” (p. 21) regando al espacio del día con posibilidades: “todo lo que digo se hace metáfora” (p. 12), nos dice la autora.

Percibimos la sintonía de la antigua escritura oriental de los haikús, esa brevedad que a veces puede ser un destello o un rumor: “Amo el espejo / empañado del baño / que me refleja” (p. 66), leemos en el poema “Realmente”. U otro: que celebra el cambio de las estaciones: “Como plumas de un nido / caen en lluvia / hojas secas de otoño” (p. 28), estrechando en un mínimo puño de sílabas el plazo temporal de las estaciones, esas que precisamente hoy mudan el nombre: el solsticio de invierno.

A través de los poemas podemos percibir cómo es realizada la construcción fragmentaria del cuerpo femenino: y vemos hombros, espalda, puños, la boca que se cierra; la desnudez de piernas, pero también orejas, finos brazos, el cuello y el pelo. Ese cuerpo múltiple en los distintos tiempos que el poemario despliega, esa multiplicidad ahora temporal: nos enseñan una y otra vez que la historia no es cuestión lineal, sino un paseo plagado de pliegues y despliegues, de borraduras y hallazgos: “A la orden del viento se ha borrado el camino” (p. 25 dice en “Te duermo”); “noche de día la oscuridad” (p. 58), “las palabras se desordenan en mi cabeza” (p. 22).

eugenia brito 4Claro, una de las claves –o llaves– predilectas en el libro está en la corporalidad, la palabra cuerpo: esa embarcación en que viaja eso que llaman el alma, una hoja marcada por signos de vida, a la manera de las palabras en el poema, intangibles, aunque nos toquen: “dejas caer las palabras / rompecabezas al suelo / donde escojo lo que me conviene” (p. 34), nos confiesa la autora en su poema “Manuscrita”, que nos da entrada a la propia trastienda del trabajo poético, donde nos habla de su oficio con las palabras.

En fin, y ya voy concluyendo mis felicitaciones a la autora, la galería de temas y tópicos que recorre «Que no se diga» comprende, finalmente, un ramo de flores atractivas cuyos nombres desconocemos o que bien, de conocerlos, preferimos callarlos, para que no exista interrupción, para que quedemos a la espera de un llamado a la puerta, expectantes, nuevamente, ante la cotidianidad que siempre tuvimos frente a nuestros ojos, ahora más abiertos que antes, ante la extraña novedad de lo conocido: donde “el tiempo se detiene a mirarme” (p. 59), donde “el silencio se hace sábanas” (p. 29).

Otoño y 2018 en Viña del Cerro