Presentaciones de Cristián Montes C. y Grínor Rojo
Por Cristián Montes Capo
En Santos mi devoción están presentes dos amplios registros narrativos. El primero de ellos remite a la complicada inserción del sujeto en los laberintos del poder y el mundo neoliberal. Un segundo registro permite visualizar las diversas modalidades en que se escenifica el deseo y la sexualidad.
Respecto al primer registro señalado, es paradigmático el cuento Giro doloso. La situación narrativa se sostiene básicamente en la estructura del diálogo telefónico. Se acentúa así la atmósfera kafkiana en la que se desenmascara la manipulación engañosa con que las lógicas del mercado envuelven al personaje. Lo relevante aquí no es la verdad o falsedad de los hechos contados, sino la estrategia de seducción y manipulación utilizada por la maquinaria del consumo. El criterio de la eficacia, entendido este como la piedra angular de la mentalidad capitalista, escenifica en este cuento su capacidad de generar necesidades y el imperativo de consumarlos. En Giro doloso vendedor y cliente o, en otras palabras, víctima y victimario, construyen una figura que permite ver cómo opera una nueva modalidad de panóptico: no se trata ahora de la vigilancia directa, sino de complejos mecanismos de procesamiento de la información y control de las motivaciones. Para ello solo importan las huellas de conducta observables en los modernos archivos del bienestar social: tarjeta de crédito; boletos de viaje, cuentas de teléfono, pedido de préstamo, etc. Resuenan en torno a este cuento los postulados de Félix Guattari, quien señalaba, que el capitalismo fue en ciertos sentidos más inteligente que el socialismo, puesto que logró capitalizar de manera radical las potencias del deseo.
Dentro de este primer registro narrativo, el discurso de las ideas desplegado en el cuento Santos de mi devoción, localiza en Chile la denuncia implícita de una sintomatología en concordancia con el proyecto neoliberal imperante. La figura retórica privilegiada es la ironía, la que apunta principalmente al arribismo de quienes desean a toda costa ascender en el orden social. Para alcanzar la cima se deberá pasar por encima de todo: familia, amistades, adhesiones, aunque para ello deba cambiar de apellido (de Rebolledo a Echenique), cambiar de vida, en definitiva tratar de ser otro, un otro acorde al deseado proceso de desrealización. El hedonismo narcisista e individualista que, según Lipovetszky, define al nuevo capitalismo, encarna en plenitud en las aspiraciones del patético personaje central del cuento. A nivel del autor implícito del texto, la estrategia narrativa de Santos de mi devoción realiza en sordina una denuncia a un tipo de sociedad que ha convertido al sujeto en mercancía desechable. El mundo representado deviene así como un “juego de metrópoli” donde el ejercicio de la compra y venta es la dinámica que regula la vida y la identidad del sujeto. Se puede observar así que la ley estructural del cuento se sostiene en dos planos contradictorios: apariencia y realidad. Aparentar, en este caso, deviene en imperativo para aparecer de determinada manera ante el otro: “El dinero comprendía era consubstancial a su apellido, una niebla espesa capaz de ocultar al bandolero y su trayecto para mostrar solo un presente honorable y natural”.
En esta misma línea el cuento Ligero material focaliza la denuncia en tiempos de la dictadura militar. El arribismo, como una tara social, se expresa ahora en una “descomunal vanalización”, pero se agrega otro aspecto significante en cuanto al tema valórico. La dualidad verdad/falsedad se articula aquí a la sospecha fundada sobre el carácter anómalo de las grandes fortunas del país. Decir la verdad en este orden de cosas implica una sanción social, ya que en la lógica empresarial de los grandes conglomerados económicos, toda verdad deviene abstracción manipulable. La corrupción se erige como posibilidad cierta, encarnada, en este caso, en un grupo económico llamado Médicis, nominación irónica que remite aquí a las prácticas realizadas por quienes se han apoderado finalmente de la economía del país. En esta composición de mundo tanto los personajes como el contexto de la dictadura militar inscrito en la ficción narrativa flotan en medio del ligero material donde todo se diluye: la verdad, las certezas, en definitiva lo real. Lo único que queda es una pulsión competitiva desenfrenada que remite a un tipo de mundo que, en términos de Michel Houllebec, se expresa en el imperativo que señala: “Tienes que desear. Tienes que ser deseable. Tienes que participar en la competición, en la lucha, en la vida del mundo. Si te detienes, dejas de existir. Si te quedas atrás, estás muerto”.
Ahora en cuanto al segundo registro narrativo de Santos de mi devoción, el cuento Viejos perros puede interpretarse como una reflexión sobre la degradación física e intelectual que trae consigo la vejez. Pero es también un ejercicio imaginativo liberador de las restricciones que pesan sobre el sujeto y una hipótesis sobre el desmoronamiento del orden civilizador. El control, las buenas costumbres y el protocolo van derivando a un caos que el narrador percibe como un desajuste peligroso. En consecuencia, el nivel de superrealidad privilegiado se define únicamente por necesidades básicas, tales como el acoplamiento, el comer, el defecar, el orinar, el morir o el matar. En términos lingüísticos, el código de la animalidad se estructura en una cadena de significante tales como “perros”, “yegua”, “moscardones”, “león enjaulado”, etc. Lo animalesco se traduce en la unívoca oposición entre “erección” y “no erección” y en una energía vital dependiente de la operatividad de la “herramienta”, palabra con la que el narrador denomina el pene humano-perruno. Lo que cuenta en este acontecer de la superrealidad son los olores, los deseos, las imágenes sexuales y las descripciones que perfilan una imagen de ser humano como un “inconexo animal de cuatro patas”. La focalización del relato privilegia por lo mismo una escenografía donde todo se vuelve sexo y en la cual los personajes solo logran ver la proyección de sus deseos esparcidos entre “mordiscos y patadas”. En definitiva, en Viejos perros el estatuto de lo humano se vuelca en una representación de mundo donde todo tiende a lo que Marcuse define como el eventual grado cero de la vida, producto de la liberación absoluta –y suicida, naturalmente- de los imperativos de la represión civilizadora.
En este mismo registro, el cuento Conejita del jardín incorpora también el código de la animalidad, pero desde un particular buceo en las zonas de lo inconsciente. El acto de nominar se pone al servicio de deletrear dicho código y para recurre a un léxico que intenta la liberación de todo tabú de la escritura. La erótica del verbo movilizada se expresa así en la descripción precisa del acto sexual, de la genitalidad, de los impulsos, etc. Esta elección se potencia a su vez con la incidencia de lapsus que remiten al contenido latente del cuento y a las diversas huellas que lo inconsciente ha esparcido en su superficie textual. En el plano manifiesto, en cambio, el deseo y sus convulsiones parecen requerir del disfraz para que los personajes logren saciar el placer que los demanda. Al disfrazarse como conejos podrán hacer lo que desean, esto es, comportarse como animales orientados únicamente por la pulsión del deseo.
En el cuento Fotografía por encargo el tópico narrativo del deseo enfatiza su carácter problemático. La imposibilidad de la gratificación se expresa en que los personajes se relacionan con unos, pero, a nivel del deseo, se estén relacionando con otros. Se produce así un quiasma de energías donde el objeto del deseo está siempre en otra parte. Esta condición errática se exacerba con las reflexiones metapoéticas y discursivas con las que el narrador reflexiona sobre los cruces entre la realidad y la ficción. El tránsito incontrolable por estos ámbitos y el borroneo de sus límites inciden en el carácter inasible e inenarrable del deseo. Los erráticos destinos de toda esta maquinaria reafirman, a nivel de de las ideas promovidas por el texto, el aspecto impredecible e incontrolable de la vida.
Finalmente, en el cuento Mortajas de rayón este segundo registro de significación incorpora el tema de la marginalidad social y sus dramáticas consecuencias. El otro aparece signado aquí como un depedrador que obliga a los personajes a mantenerse en los límites de su precaria constitución. El miedo, como sentimiento imperante, se traduce en el temor a dejar de ser, lo que refuerza una identidad en permanente disolución. En este contexto los personajes oscilan entre la cordura y el delirio y convierten al travestismo en modalidad de existencia. Dejar de ser para convertirse en otro parece ser la única forma de sobrevivir en un mundo-infierno donde la única manera de vivir es habitándolo esquizofrénicamente.
La estrategia enunciativa, en consecuencia con el tipo de experiencia descrita, deviene dispositivo de ambiguedad e indeterminación narrativa. Se dificulta así el reconocimiento del punto de hablada y de la identidad de una voz que va mutando al compás de las transformaciones sufridas por los personajes.
En términos generales, los registros narrativos desplegados en Santos de mi devoción configuran una visión de mundo en la que se problematiza y cuestiona el difuso sujeto de la contemporaneidad. Los diversos núcleos de significación temática devienen así interrogaciones existenciales acerca de una especie de error instalado en el devenir del sujeto contemporáneo. La mercantilización de la experiencia, la falta de proyectos colectivos, la injusticia, la carencia de algún tipo de heroicidad son factores que permiten entender la desorientación generalizada inscrita en el verosímil textual. Como contrapartida la opción liberadora parece ser la experimentación con formas libidinales que se resisten la institucionalización, aunque la frustación sea lo que predomine finalmente. En Santos de mi devoción la desestabilización de cualquier marco de estabilidad o certeza permiten interpretar el texto como la expresión de una particular sintomatología, es decir –y en términos de Freud- una “formación de sustitutos para eludir (los diferentes tipos de) angustia”.
Finalmente, cabe señalar que los siete cuentos que componen Santos de mi devoción poseen una característica común, esto es: la riqueza formal y la variedad de mecanismos y recursos narrativos. Sorprende por lo mismo que se logre siempre una adecuación perfecta entre lo narrado y el cómo se narra, entre el qué y la estrategia narrativa utilizada. La conciencia estructurante de aparece así como la responsable del contundente espesor narrativo desplegado en Santos de mi devoción.
Sobre Santos de mi devoción de Roberto Rivera
Por Grínor Rojo
Tres núcleos de significación principales tienen los cuentos que integran este libro, los tres son interesantes y mi opinión es que Roberto Rivera ha sabido sacarles partido de diferentes maneras.
El primero tiene que ver con el mundo chileno del dinero o, mejor dicho, tiene que ver más que con el de mundo del empresariado con el de las especulaciones financieras, con sus personajes característicos y con las trapacerías de todo orden en que ellos suelen incurrir. Está en “El castigo contable del señor Müller”, en “Santos de mi devoción” (que además es el cuento que da título al libro) y en “Un ligero material”, de una manera que a mí me parece verosímil, y tanto que a ratos tengo la sensación de que el asunto hubiese dado para más, como ocurre en “Santos de mi devoción”, que en realidad no es un cuento sino una novela comprimida (o bosquejada) con un “proyecto”, una “presentación” y una “ejecución” en cinco “etapas”. El hecho es que Rivera trabaja este mundo chileno del dinero percibiéndolo en contextos históricos distintos, algunas veces durante los años de la dictadura y en otras en los de la postdictadura. El corolario de sus exploraciones es, por supuesto, que no ha habido en este sector de la vida nacional mayores cambios con el paso del tiempo. En la primera década del 2000 las cosas no son muy diferentes en esta materia de lo que fueron en los setenta u ochenta del siglo anterior. Se mantienen en su sitio los mismos agiotistas, con la misma falta de escrúpulos, en competencia y, aún más a menudo, en connivencia. Una figura que por razones obvias es protagónica en este género de relatos es la del magnate, que en el libro de Rivera puede ser un self-made man más o menos reciclado, como ocurre con el Eleodoro Rebolledo de “Santos de mi devoción”, quien para comenzar su carrera se transforma en Eleodoro Echenique y sube luego velozmente en el magnatómetro donde se miden esta especie de virtudes, o un patricio auténtico, como en “Un ligero material”. Todo ello con el escritor haciéndose cargo así de un tipo literario que apareció en Estados Unidos en los ochenta y se ha transformado desde entonces en una permanencia de la ficción contemporánea y no sólo de la chilena, ya que, además de podérselo relacionar con ciertos personajes de Arturo Fontaine (con el Aliro Toro de Oír su voz, por ejemplo) y, de una manera aún más alarmante, con el actual presidente de la República, también se lo puede asociar con el personaje del que se ocupan un par de películas de Oliver Stone, la segunda de las cuales está exhibiéndose en los cines de Santiago en estos mismos momentos.
El segundo núcleo de significación con que Rivera construye sus cuentos es el de la sexualidad, empujada en Santos de mi devoción hasta el máximo de sus posibilidades transgresoras o, en otras palabras, hasta el punto de la obscenidad e inclusive, si ustedes me apuran un poco, hasta el punto de la pornografía (aunque también hay que reconocer que la aspereza de Rivera a este respecto ha pasado por alto las seducciones titilantes que a mi juicio constituyen un aliño esencial de esa norma genérica). Quiero decir con ello que el sexo de estos cuentos es sexo duro, sin adornos ni sentimentalismos de ninguna especie, y que por lo tanto (paradojalmente, si se quiere) escapa a la pobreza del relato porno y nada más. El narrador nombra lo que se propone nombrar sin reticencias, no pocas veces procazmente, como pudiera haberlo nombrado un colegial en su pandilla o un barriobajero en el salón de pool. No se crea que hay en esto reproche alguno de mi parte, sin embargo. Por el contrario, en un país en el que el eufemismo constituye la regla de oro de la conducta social y literaria, el que uno de nuestros escritores se atreva a nombrar al pan, pan y al vino, vino, a mí no deja de causarme admiración. Más aún cuando la dureza sexual de Rivera no trepida en desbarrancarse hacia el grotesco energuménico, como en “Viejos perros”, un cuento que para los que estamos llegando a esa etapa de la vida deviene escalofriante. Con todo, yo pienso que el relato más logrado dentro de este grupo es “Mortajas de rayón”. Puede que sea el cuento más sórdido de todo el volumen, pero también es el mejor. La historia de esa niña “abandonada”, que sobrevive en la calle mendigando y prostituyéndose, nos llega en este cuento con nitidez, con fuerza y (por supuesto) sin moralinas. Rivera va al grano, evitándose los lloriqueos romanticoides y las morigeraciones inútiles. Pienso que los grandes narradores chilenos del marginalismo, como Juan Godoy o Alfredo Gómez Morel, no lo hubiesen hecho mejor.
El tercero y último núcleo de significación que me interesa destacar en Santos de mi devoción es el metapoético. La narrativa de Roberto Rivera es una narrativa que vuelve una vez y otra, obsesivamente, sobre sí misma. Esto es detectable directa o soslayadamente en la mayoría de sus relatos, pero sobre todo en uno de ellos que a mi juicio pudo ser una obra maestra. Me refiero a “Fotografía por encargo”, donde un escritor que se halla “enfrascado en una novela” y sin poder resolver uno de sus episodios, se constituye en el centro de circunstancias diversas, heterogéneas aparentemente pero que en efecto se hallan unidas por un hilo conductor. Son esas circunstancias una foto pornográfica que el escritor descubre en un cajón de su escritorio, que muestra a una mujer “un poco gorda para el gusto actual, pero tremendamente sugerente” (con todos los visos de provenir de una reminiscencia infantil, diría yo), una segunda mujer en extremo deseable y que se encuentra de visita en la casa del escritor de marras, Rita, y su propia mujer, Leonor, que “me está llevando a la cama, me está diciendo con la mirada que me espera”. El hilo que une a las tres mujeres que le roban la atención a este fulano es, como vemos, el poder aurático del sexo, y es a partir de él que ellas se trenzan como en un solo revoltijo en su imaginario, contribuyendo de este modo con la trastienda de su ficción y finalmente con una salida (falsa, dicho sea de paso) para el episodio literario que no se le da, el que lo tiene empantanado. Como quiera que sea, lo que a mí me interesa destacar sobre todo en este relato de Rivera es su puesta en contacto del mundo de la realidad de verdad con el mundo posible de la creación, la indagación en las peculiaridades de ese contacto, el buceo por lo mismo en los mecanismos conscientes e inconscientes de la producción literaria. Rivera quiere ser no sólo el creador de sus ficciones, sino saber inteligentemente cómo, desde dónde y de qué manera ellas aparecen en él. Literatura esta suya que por eso, y junto con serlo con plenos derechos, es también metaliteratura, es decir que es un tipo de narración que, por cualesquiera sean las razones, se curva sobre sus códigos tratando que ellos le den explicaciones sobre el cómo y por qué son lo que son.
Una palabra más en esta brevísima nota. Advierto diferencias de estilo sustanciales entre los cuentos de Santos de mi devoción. Esas diferencias se manifiestan en el manejo inconstante del lenguaje narrativo y dan testimonio de una suerte de continuidad dentro de la diversidad, pero esta vez en el plano de la forma. Estoy pensando en la problemática metaliteraria a la que me aludí arriba, pero que ahora se traslada hasta el nivel de la expresión. Me explico: si desde el punto de vista de los contenidos, los cuentos de Rivera seleccionan como uno de sus lugares de privilegio la exploración del cómo y por qué ellos llegaron o están llegando a ser, en el nivel de la forma esa misma búsqueda se reproduce como un ensayo de estilos distintos, que tanto pueden ser directos y claros, en la línea del realismo decimonónico, como aglutinantes y enrevesados, en la línea del postrealismo que introdujeron las vanguardias (aunque algo de eso haya desde antes, por ejemplo en las novelas de Conrad). Todo ello como si Roberto Rivera estuviese intentando que en sus cuentos el proceso de la producción lingüística sea demostrativo, él también, de una de las problemáticas que lo inquietan. De nuevo, no hay reproche de mi parte en esto que anoto. Más bien, creo que puede leérselo como una voluntad de congruencia, de compatibilidad ciertamente valorable entre el fondo y la forma.
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Roberto Rivera Vicencio (Santiago – Chile – 1950 ) Licenciado en Literatura, residió varios años en Buenos Aires donde participó en la redacción de la revistas “Suburbio” y “Pájaro de Fuego” A su regreso a Chile, fue miembro del primer Taller de Narradores de José Donoso, e importante motor de iniciativas literarias en los 80` como el “Encuento”, el “Todavía Escribimos” y director de la revista “Miradas”. Fue también periodista tiempo completo en el diario “Las Ultimas Noticias” y columnista de “La Tercera” colaborando en diversos medios hasta hoy.
Sus cuentos han sido publicados en diversas revistas de México, Suecia, España, USA, Escocia, Argentina, e incluidos en antologías como «Narradores Chilenos de Hoy» de Editorial Bruguera; «Contando El Cuento» de Sin Fronteras; «Los Mejores Cuentos de mi País» de Editorial Nascimento; «Andar con Cuentos» deMosquitos Editores;Antología “Cuentos Chilenos Contemporáneos 2000” deLOM Editores; “Narrativa Chilena Contemporánea” deEditorial Ficticia de México entre otras.
En 1986 publica “La Pradera Ortopédica” un volumen de cuentos correspondiente a un proyecto que culmina en 1994 con la novela“A Fuego Eterno Condenados” Premiado en diversos concursos como el Bata, Vicente Huidobro de la U. de Chile, Revista “Amancay”, Chile-Francia, Joaquín Edwards Bello de la Universidad de Valparaíso, etc. Obtuvo la Beca del Consejo Nacional del Libro año 1998 con la novela “Piedra Azul” publicada posteriormente por Bravo y Allende Editores el año 2001. El año 2010 publica el libro de cuentos “Santos de mi devoción” con Simplemente Editores.
Dirigió el Taller de Escritores de la Corporación Cultural de la Estación Mapocho, el del Instituto Cultural del Banco Estado, del Banco Santander y de la Universidad Tecnológica Metropolitana.
Durante el verano 2004 fue invitado por San Diego State University (USA) en sus programas de escritores latinoamericanos.
Es asombroso descubrir cómo se articulan las ideas y pasiones en torno a la poesía habiendo tanta distancia geográfica -nunca…