Por José O. Paredes

No todo es espejismo en la vida

Mire hacia el jardín. Recolecte lo que su vista avizore. Sea como el capitán de un barco que observa por su binocular. Como las olas vaya a la lejanía, vuelva a la cercanía; guíese por ese vaivén.

Esté así hasta que entren en el ojo de su mira las velas de un barco enemigo. Imagíneselo así. Y verá al gato que se pasea silencioso  por el pasto del jardín en búsqueda de una presa posible. Los gatos no buscan el imposible, me entiende; solo el hombre cae en esa utopía. Lo verá extender su cuerpo ya cerca de su presa; cuerda en tensión como las del universo (piense en la teoría de las cuerdas). El gato se verá como una bella extensión – tensión – de las cuerdas de un violín, su propia piel. (No olvide que la canción de los violines viene hecha de la piel de estos felinos). Escuchará silencio de muerte sobre el césped y lo verá con paciencia de chino esperar no el descuido de su presa sino el momento justo de dar el salto. El tiempo, su tiempo, es eterno. No tiene prisa; usted, tampoco se apure. No corra  para llegar al final. Siempre lo sabemos. Si no lo sabe, mire para otro lado. Y verá el barco y su velamen espléndido dentro de las pupilas del felino enfocadas al enemigo. Y verá de nuevo al gato negro a punto de dar el salto – o abordaje – mortal. La mariposa revolotea alrededor de la flor sin saber su fin que se le aproximará en segundos, y más rápido que la velocidad de la luz; al igual que la nave ya salida del cuadrante, del horizonte, surcando el espacio infinito. Nosotros tampoco sabemos cuán veloz dará el salto mortal ese antepasado – o antecedente – de los tigres. Lo que sí tendremos claro es que él usa a la perfección las tres reglas de un cazador: tiempo, espacio, disparo de la lente. Es lo que debe hacer usted cuando se siente a escribir, a meditar, a acariciar al objeto, o sujeto, de su ensueño: ¿Vio el salto? No. ¿Ve a la mariposa? No. ¿Qué hace el gato? Saborea con su lengua fina su acto perfecto. ¿Y después? Camina – con ese orgullo y belleza que solo un gato tiene después de una victoria –  hacia el otro lado del jardín donde otra víctima lo espera. Bien puede ser usted, o el ‘desocupado lector’ que lee estas líneas.

Coda final: No todo es espejismo en la vida; menos cuando se trata de gatos en el jardín. Tampoco se olvide de la sorpresa cuando trabaje de cazador en las interlíneas de sus páginas.

 

Un filón sinfín

Mi padre, dice usted. Es un tal Juan Sin tierra. Explíquese bien para continuar su relato. De dónde sacó la idea. De la vida, dice usted. El padre puede que sea del otro lado. Muchos estamos en ese otro lado de la cerca. Por qué huyó, entonces. Por las vacas. El padre quedó solo junto a las vacas muertas. Pero si todo era un páramo. Antes existió el pueblo, el pastizal. Y quién habla ahora. La voz del padre por medio del hijo. También muerto. Sí señor. Todo ha sido paso a paso. Si no, no se entiende. Primero lo primero. El asunto; después el cuento. Sin asunto no hay historia. Sin medio tampoco. Y fin. Pero no todo es un círculo. Esa noción de que la vida es circular ya no funciona. Depende de cómo se organice la historia. Eso es otra cosa. Es un arte. Un relato es el arte de engañar sin que nadie se dé cuenta. De mentiras verdades. El mundo está hecho así. No tiene importancia. Lo que vale es el recuerdo, no como fueron las cosas. Es un engaño. Sin farsa no hay circo. Y. Pues nos quedamos sin vacas. Un cuento de nunca acabar. Es un lugar común. Fue por el agua, el asesinato. Hay que saberlos usar. Qué. Los elementos. Son cinco. En la historia son más; por los enigmas envueltos. Son como mirarse en los espejos. He ahí el infinito. Si se los usa bien… será tarea bien hecha. Me refiero a los componentes. Pero hacia dónde va la línea. Usted es el tejedor, el que siembra, el que cosecha. No se puede ser todo al mismo tiempo. Es una verdad del porte de un meñique. ¿Y por qué le cambió el sentido a ese aserto? ‘Solo el misterio nos hace morir, solo el misterio’. Vivir, dijo el profeta. Vaya pues. Entonces… Ayude al prójimo. Regálele agua para sus vacas. Y no habrá lucha; por lo tanto… no habrá crimen. Así el hijo – primero huérfano, después coronel –  no tendrá que convertirse en criminal al amparo de la ley. Larga vida al de Jalisco; conoce mejor el alma humana – y sus tribulaciones – que el Ciego atrapado en la obscuridad y laberintos del intelecto.

Coda final: La intertextualidad es un filón sin fin – a veces oropel; hay que cuidarse de su uso.

 

Cosmos primitivo

Si tiene una buena idea, presérvela. Puede que le sirva cuando quiera enfrentarse con el árbol del jardín. ¿Lo recuerda, no? A lo mejor le sirve. Ya debe saber que no significa mucho; a veces, nada. Me refiero a la ‘idea’, no al árbol. Tiene que dar sombra, como también frutos si fuera posible. Haga florecer su idea como en el principio. Se recordará cómo fue esa aventura. Paso a paso; adentro de un tiempo que no sucedía. ¿O sí? O como el del ser en el polvo de la luna; ¿fue testigo de ese hecho, no? Viajábamos de otra manera, en ese entonces. Sí. Usted y ese quehacer remoto. Entonces, volvamos al árbol. ¿Lo plantó usted? No lo sabe. A veces no hay que saberlo todo. Sí; una buena idea no es más que eso. Ni mejor ni peor. Fue el abuelo. No lo recuerda; no lo recordamos. El hecho. ¿Cuál de todos? Enigma, pensamiento, euforia. Nos desviamos del camino si olvidamos. La memoria es una buena compañera, una sana compañía; nos esposa. Por eso hay que cultivarla, como a los huertos. La buena idea hay que sentirla de memoria y de corazón: sin ambos pálpitos no llegamos muy lejos. Memorias… las de ayer y de la mañana. También me refiero a la de mañana. Hay que prevenir, siempre. Qué. El desborde. Es el sentido de la idea; de una que sea buena y el de una mala luz. Vuelva al árbol, a su abuelo, a la poesía. Sin poetas no hay historia; tampoco historias que heredar. No. No es un desvío del núcleo de esta clase. Son las iluminaciones. ¿Las causas y sus efectos? Es una posibilidad, como pétalos hay en el árbol de la vida. Sin el fulgor de un poema no habría humanidad. Es salirse de la idea, ese postulado. Sí. Acuérdese. Es un medio, no un fin. Qué. Lo que lo habrá iluminado en esa antigüedad. De nuevo el mito. Así terminó su laberinto de los jardines que se bifurcan, nuestro Homero. La idea es un fin; no es lo ideal. Hay que saber remar por ellas. Un medio. No un fin. En fin, llegamos al final de la historia. No ha sido escrita. Lo será en su momento, si hubiese tiempo después del estallido. Antes de ello, piense en el árbol solitario y véase enfrentado al blanco de esos átomos. El árbol es más frondoso, su abuelo más sabio que hace poco. Como verá, el camino recto no es el más cercano. Habrá regreso al cosmos primitivo. Era su ‘idea’, ¿no?

Coda final: Toda ‘idea’ tiene otro origen – distante tal vez – por más excelsa que sea.

 

Una tarde de ensueño

Si la tuvo, fílmela. ¿Vio al zorro rojo color ocre cruzar a la velocidad del relámpago ante su vista y saltar experto el arroyo de unos siete o más metros de ancho? ¿Lo vio o no lo vio? Estaba adentro de su vista, de su visión o del ensueño que le daba el calor de la tarde. Fue así, ¿no? Pues de-construya el hecho paso a paso si es que puede salir de la admiración que le produjo el hecho; de ese modo se hará parte viva del relato y no será un escriba pasivo. Recuerde que sin emoción – tensión – no funcionamos; póngale algo de pasión, tal vez suspenso a su recuerdo y verá que tendrá a mano una historia creíble. Si no es así, será puro cuento y la vida no es así, aunque se trate de elaborar una ficción. Un hecho fortuito no conduce a nada. Hay que elaborar, como un artesano moldea el madero, la piedra, la greda, la vasija: les dá vida con sus manos, con su aliento, con el entendimiento. O como una madre acomoda al niño a su seno, el amasijo a sus manos y la abuela el horno de tierra al fuego. Ellos nos dan energía vital para seguir caminando por la existencia. Se fija que nos salimos del asunto; pero no se incomode. Una cosa lleva a la otra; no le tema al asombro. Entienda que lo lineal a veces es más distante; no le tema a la curva, recuerde que el tiempo del universo no es rectilíneo. La línea es una sucesión de puntos que a la vez son convexos. Lo que hay que hacer, en todo caso, para que su recuerdo tenga verosimilitud – plausible diríamos – no debe apartarse ‘un punto de la verdad’. Nunca. Volvamos a la velocidad del zorro rojo que atravesó de súbito su paradigma. No siempre se es testigo de un milagro de ese tipo en la vida; más si se es de ciudad. En las ciudades no se viven esos milagros a no ser que una bella, o bello, de ensueño se le cruce en el camino y lo deje sin habla. Claro que iba paso a paso pensando en esa posibilidad antes de tenderse a reposar en el prado del parque. Y de repente – no de detrás de un árbol, como en el tango – sino del espesor del bosque pasó volando una flecha roja. El rojo ocre de las cuevas; lo recuerda, ¿no? Es lo que pensó en el sueño de la tarde; ¿pero fue así? Piense antes de describir el hecho que los dejó perplejos de alegría a usted y a su amada que feliz iba a su lado. A lo mejor su memoria lo recuerda de otra manera. Era invierno; el verde estaba cubierto del blanco de la nieve y a través del blancor – de su sueño o la nieve – vio a la cola del zorro relumbrar en el resplandor de ese rayo que volaba apenas a ras de tierra y del aire. Piénselo bien, y después describa el suceso o la evolución del acto de volar de su imaginación o del bellísimo zorro que su cruzó en su paseo: Tal vez en el del sueño; tal vez, en la realidad de ambos. ¿Ve que puede ser distinto el relato de ese ayer? En todo caso, vuelva al presente y cuéntelo como mejor le quede; no se salga del punto de su mira, a no ser que le sea imprescindible para no desviarse de la senda, y se pierda en los senderos que se bifurcan. Qué es lo que le dejó la belleza del salto asombroso – que no era al vacío – que le quedó grabado en los sextantes de su filmadora, en la película que está viendo muchos años después. Fue la extensión de su cuerpo, la velocidad de la luz que iba en su impulso, o el ser testigo de un hecho imprevisto que después de años aún lo mantiene meditando en la belleza de ese pequeño sol rojo que le dio una alegría a su ensueño mientras caminaba al lado de su enamorada/o.

Coda final: La vida es realidad y sueño; el uno lleva a lo otro, como el infinito nos lleva a un fin que no sabemos ni vislumbramos.