Por Ricardo Sumalavia

Hace poco descubrí que tenía estas notas sobre el microrrelato dispersas en blogs o libretas y que ya había usado algunas de ellas en textos más amplios –prólogos o presentaciones- o, simplemente, las había abandonado a su suerte.

Hoy las recupero y las ordeno tal como consignan sus fechas de escritura en los manuscritos (entre 2005 y 2009). No pretenden ser un decálogo, su número es puro mérito del azar. Pero, ya sabemos, el azar encierra muchos misterios y algún nuevo orden nos puede proponer.

I

Todos los textos son movibles y en determinada circunstancia (libro, recital, conferencia, iglesia, etc.) pueden ser leídos como microrrelatos, poemas, sentencias, aforismos o, si viene en gana, textos sagrados. Es cuestión de actitud. La lectura la damos nosotros, los lectores, y el goce es compartido con usted, el creador.

II

La actitud del lector es sumamente importante y decisiva en la reactualización del microrrelato. De acuerdo con esto, él estará dispuesto a aceptar tanto las reglas de juego que le propongan, como sus excepciones. Esta disposición, como es sabido, no es exclusividad de la literatura, sino de todas las expresiones artísticas. Imagínense a un sujeto que asiste a una sala de cine y pide a gritos que no le apaguen las luces. O que luego, como no le hicieron caso y lo dejaron a oscuras, considere a todos los demás espectadores unos idiotas por no darse cuenta de que quien está en la pantalla no es Hannibal Lecter sino un hombre llamado Anthony Hopkins. Claro que también se puede ir al otro extremo: que ya no se esté dispuesto al retorno de la ficción. Habrá alguno que viendo al actor inglés caminando por unas calles de Florencia, corra a refugiarse por el temor de que le arranque la nariz de un mordisco.

En el caso del microrrelato, éste es uno de los géneros que se permite quebrar sus reglas con mayor asiduidad, lo mismo que la novela. Pues debe conseguir que en unas pocas palabras se condensen, se alberguen y se potencien, el resto de elementos que suelen aparecer en el cuento convencional (digamos, arbitrariamente, el de más de dos carillas). Es lógico, entonces, que el lector deba exigirse todavía más y aceptar el nuevo juego del texto.

Si ya en el cuento convencional se asume que la magia está entrelíneas, en el espacio en blanco que aloja a las palabras; en el microrrelato la dependencia de este espacio, de este vacío, es mayor. Y claro, debe ser sospechoso, y hasta absurdo, para el lector común tener que sostenerse del vacío.

III

Cuando uno escribe un microrrelato, siempre tiene la tentación de darle un final sorpresivo. Es lo que está más a la mano. Sin embargo, creo yo, hay que evitar caer en este recurso o tener bien en claro para qué lo usamos. Es común hallar cuentos en los que su desenlace, con un supuesto quiebre genial, se resuelve con un personaje que ha venido soñando todo lo anterior y su madre lo despierta para que vaya a la escuela o al trabajo, o que la gran batalla resultó ser la final de un campeonato local de fútbol, o que el ajusticiamiento o decapitación en realidad se trataba de una cebolla rebanada. Esto demuestra, obviamente, poco oficio o menos ingenio o simple pereza en su autor.

El final sorpresivo no debe verse como el recurso decisivo para el buen funcionamiento del cuento, y en especial del breve; ya que su lectura se reduciría terriblemente a un banal efectismo. Este final debe ser un elemento más en el texto. Su efecto debe residir en ser un falso final; que el lector crea, por un momento, que todo se decide en sus últimas palabras. Pero no es así. El lector más avisado sospechará que hay algo más tras ese desenlace. Quizás no sepa finalmente de qué se trata, pero esa ignorancia será placentera.

IV

Al oír hablar de la perfección del cuento, de su unidad, conviene ampliar una sonrisa.

En Oriente, mientras observamos al más experto de los calígrafos trazar algunos ideogramas sobre el papel de arroz, notamos que algunas gotas de tinta se esparcen aparentemente ajenas al motivo del trazado. ¿Un error? ¿Burdas manchas que quiebran la armonía, la unidad? No es así. Esas gotas dan muestra del impulso creativo del artista por alcanzar, rozar, la perfección. Inalcanzable perfección. En ese intento se halla la nueva belleza. Lo que nosotros podríamos ver como imperfección, finalmente representa una noción y estética distintas de la armonía.

El microcuentista también puede ser un calígrafo.

V

El estilo del microcuentista obedece a distintos factores. Éste se construye con el asiduo ejercicio, con la lectura, con el imaginario del escritor que busca su concreción en la palabra escrita. Pero también el estilo se amolda y potencia ante las circunstancias más anodinas. En su etapa de formación, reiteradas veces el escritor se lamenta de las largas convalecencias, encierros, de la vida en el campo o la ciudad, de las urgencias y obligaciones familiares o laborales, de la ansiedad o la molicie, que van condicionando sus primeros escritos. Sin embargo, llega el momento en el que esos posibles impedimentos son domesticados y aprovechados por el autor. Cuando hay conciencia de ello, el escritor domina sus recursos narrativos y reconoce su estilo.

VI

Una buena microficción ofrece una buena historia, una anécdota, una sucesión de hechos cautivantes. No obstante, la buena microficción puede también dejar de ofrecer una buena historia, una anécdota relevante, etc. Pues hay un elemento agregado inexpresable en el argumento mismo, pero que procura de él para revelarse o ser intuido.

Ese elemento agregado afecta vivamente en el lector.

VII

El austríaco Ludwig Wittgenstein decía: “los límites de mi lenguaje implican los límites de mi mundo”. El entorno lo percibimos, asimilamos y revertimos a través de nuestras palabras, en cálida proporción. En el microrrelato, paradójicamente, la brevedad, la tendencia hacia lo mínimo expresable por nuestro lenguaje, el ilusorio silencio, dilata y supera al propio mundo.

VIII

En un terrible afán, propio de estos tiempos, muchos escritores de microficción se suman a la competencia. El objetivo: quién escribe el microrrelato más corto (se entiende que ingenioso, bueno, perfecto, la suma y resta de todos los escritos anteriormente). Competencia y meta absurdas, sin lugar a dudas. Debería de quedarnos bien en claro que nadie puede ser más pequeño que un dinosaurio ni más grande que Monterroso.

IX

Lo que cualquiera descubre mientras escribe un microcuento es la imposibilidad de aplicar todas las reglas y recomendaciones que se ha recibido previamente. Si alguien lo intentara, correría el riesgo de dar forma a un perfecto cuadrado de palabras cruzadas.

X

Si para el escritor Julio Cortázar el cuento ganaba por knock-out, la ficción breve no gana, sólo es un contradictorio y placentero golpe sostenido.

 

* Ricardo Sumalavia (Lima, 1968) ofrece talleres de narrativa desde 1990. Actualmente reside en Burdeos, ciudad en la que creó El Taller Virtual La Cueva hace cuatro años. Ha publicado los libros de cuentos Habitaciones (1993), Retratos familiares (2001) y Enciclopedia mínima (2004); algunas de cuyas piezas han sido recogidas en diversas antologías. Su primera novela, Que la tierra te sea leve, apareció en Bruguera, y pronto aparecerá su nuevo libro de microrrelatos, Enciclopedia plástica.

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En: La Nave de los Locos, blog de Fernando Valls.