Por Luis Alberto Tamayo                                                                       

Don Jorge era mi  vecino, y un vecino muy importante, era el dueño  de la única  botillería del barrio.  Eran otros tiempos, nadie asaltaba las botillerías, todavía la pasta base  no se apoderaba de tantas vidas para convertirlas  en zombis con navaja y escopeta.

Don Jorge no era un botillero químicamente puro, era un hombre con sorpresa. Amable, madrugador, conversador, un comerciante con una simpatía afinada,  que  a fin de cuentas  era su plus para moverse en ese negocio.  Él me contó una vez esta historia de miedo, de un miedo seco, lento, pero aterrador: el miedo a no ser querido, el miedo a no ser aceptado en el paraíso…  Yo no lo había  visto a don Jorge, es decir, no me había  fijado en él,  pero él sí  en mí. Él escuchaba y archivaba información, y le daba siempre mil vueltas  a los recuerdos.   Una vez me escuchó hablando por teléfono, debe haber sido por mil nueve ochenta, por  ahí, la cosa es que yo preguntaba cuantas páginas podía tener un cuento que me iban a publicar en una revista. Esperó a que yo terminara de hablar y me ofreció una Coca-Cola.   Él se destapó un agua mineral. ¿Así es que usted escribe? , me preguntó afirmando.  Un poco, le dije. Cuentos. Me miró y se echó hacia atrás para medirme mejor  con la mirada.  Yo también escribo,  me dijo- escribo canciones, la letra y la música. ¡Le apuesto a  que alguna vez  ha oído una canción mía…!   Don Jorge siempre estaba bien afeitado y con una elegancia sobria en su vestir, una elegancia serena, no evidente. Ya tenía sus años el hombre, se le notaban en el cuello, pero su cuerpo era ágil y tenía una risa juvenil.

Un día que tenga tiempo se viene para  acá y conversamos, -me dijo.  Pasó un par de años, calculo yo ahora,  y un día que fui a comprar me sintió hablar y le pidió a su esposa que me hiciera entrar a la casa.  Pasé tras el mostrador y avancé por un pasillo en penumbras que me llevó a  su dormitorio.  Los muros eran un museo;  don Jorge estaba en cama con su espalda apoyada en cojines  rodeado de galvanos, trofeos musicales, diplomas, fotos,  carátulas de discos de vinilo pegados en la  pared. Colgado de la muralla, tapado con un plástico transparente un traje de charro lleno de brillos y luces.  “A mí, muchacho, la música mexicana  me ha dado lo que no me dio la música chilena”-.  Se sentó en la  cama, se le iluminó el rostro y se puso a conversar.  Su esposa le sonrió de reojo y salió de la habitación. El velador estaba lleno de remedios y un inhalador.

Empecé a preguntarle por los galvanos. Así fui reconstruyendo su historia… Hijo ilustre de Punta Arenas, de Coihaique, disco de oro por ¡ciento setenta mil discos vendidos!  -Ofrenda,- me dijo-, mi mayor éxito.

No era un hombre fanfarroneando, era cierto, todo allí era verdad. Un álbum de recortes de prensa y  viejos cancioneros, fotos en que se veía un poco más delgado, pero con la misma  sonrisa y un mechón ondulado cayéndose por su frente.  Él además sabía meterse en el alma de su interlocutor, me había  dado un golpe bajo y disfrutaba mirando mi cara de curiosidad y asombro. Empecé  a meterme por un camino largo.   Su esposa entró a la pieza  y sin que él dijera  nada ella le pasó una hermosa guitarra muy bien cuidada, la acarició y estaba afinada,  de igual modo  le  apretó un par de clavijas.  “Yo partí como profesor de música”, me dijo- de un  colegio, pero aguanté poco,  me gustaba patiperrear. Me conozco Chile   de arriba  abajo.  Recortes, fotos con muchos artistas, con alcaldes. Vestido de chaqueta, de charro, de huaso con manta de Doñihue.  Testimonios, saludos escritos en servilletas de restaurantes.  Fotos borrosas  de diarios regionales.  Me fijé en las fechas,  años cuarenta, cincuenta, sesenta… Algunas fotos con autoridades regionales  de la dictadura. Un par de fotos con animadores top  del canal estatal, pero poca cosa.   Había que trabajar, -me dice a modo de disculpa.

Me hablaba  saltando de una  foto a otra, acariciando un  galvano , poniendo su dedo en un viejo mapa de Chile  evocando  cada ciudad , cada pueblo, cada  villorrio de nombre desconocido para mí, pero que él le sabía el nombre, y me  contaba  que  cerca de la plaza  había un galpón, un salón parroquial donde  se podían dar películas y realizar veladas con artistas visitantes y locales.

Me enteré de que, muy joven,  en Concepción,  trabajaba de guitarrista y presentador en clubes  sociales y quintas de recreo.  Al principio de la década del cuarenta. Presentador, recitador y letrista de algunas tonadas y boleros.  Profesor de música, buen lector de diarios y revistas. Buscando futuro y preocupado de lo que pasaba en el mundo se vino a Santiago. Algo malo pasaba en Europa. Aprendió en su guitarra algunas canciones que cantaban los que venían arrancando de la guerra civil española. Él tocaba lo que el publico quería escuchar, no era un gran cantante, le hubiera gustado tener un vozarrón que  pudiera competir con el ruido de los trenes. Ahí en los vagones  estaban los artistas populares, ellos le pedían que los acompañara en guitarra, en cada estación se subían niños, jóvenes,  familias enteras a  cantar y pedir monedas. Él sabía conversar con cualquiera, fuera dueño de fundo, inquilino o cura.  Se demoró en llegar a Santiago,  venía al norte y  luego  tomaba el otro tren y volvía  al sur.  Eran los años de Margot Loyola que recorría el campo buscando canciones  tradicionales,  los años de la niñita Violeta Parra  y  su hermana Hilda y  su hermano Roberto  con quien hizo dúo de guitarras una  vez en Valparaíso. Eran los años de las victrolas y Gardel y también de las películas mexicanas que peleaban el mercado con las producciones argentinas. Eran años de hacer cosas, mucha gente haciendo cosas, como si intuyeran que venía una gran mortandad que todos iban a estar en peligro.

 Llegar  a Santiago  y ver los letreros luminosos de Aluminios el Mono y Champan Subercaseaux , todo bello, pero era una ciudad dura salvo la Vega Central, el gran mercado de verduras  y frutas al por mayor, allí se juntaban todos los emigrantes del sur y del norte, allí había solidaridad de pobres , ahí no faltaba un trozo de tortilla o un huevo duro y la música. Dúos de guitarras de cuecas centrinas, tangos, boleros, tonadas y canciones mexicanas. Muchos corridos y huapangos, guitarreros, guitarreras y acordeonistas.  Las películas mexicanas se daban en cines rotativos y  todo era una gran fiesta.  Los colores vivos de los patios mexicanos vienen a  ser el opuesto a los colores de Chile donde hasta los pájaros  son cafecitos y grises, los colores de los vestidos, los brillos de las chaquetas y pantalones,  los gritos irreverentes  de los mariachis, los pistolones disparando al cielo.  Eran historias cantadas. México se iba transformando en leyenda y nadie  se  daba cuenta.   En 1938 llegan las primeras películas mexicanas, en 1940 llega el “Durango”, una  embajada deportivo cultural, un barco lleno de 400 mexicanos llegó a Valparaíso y de ahí sus pasajeros se vinieron a Santiago  y recorrieron Rancagua, subieron al campamento minero de Sewell,  llegaron a  Antofagasta, Talca y Concepción. Era un barco  lleno de bailarines,  charros, boxeadores, artesanos, violinistas, pintores. México se mostraba y los chilenos  se enamoraban de un paraíso de colores y notas llenas de sentimiento.   Era  rara esa afinidad de chilenos y mexicanos, pero ya  se había dado,  -me dice  don Jorge- en el siglo XIX, allá  en California,  buscadores de oro chilenos y mexicanos se unen para cantar y pelear contra los galgos.

Don Jorge se va haciendo conocido acompañando en guitarra a varios cantantes de folklore, y representando artistas; él es letrado,  lee con cuidado los contratos y recomienda si los deben firmar o no. Cada radio tenía un auditorio donde  se cantaba en directo, la radio en Chile  era ya un fenómeno. En 1946 llega Jorge Negrete desde Buenos Aires, llega en tren a la Estación Mapocho. La policía no da  abasto para controlar a la muchedumbre.  Jorge Negrete es casi desvestido por las fanáticas de sus canciones. Allí cerca, en una cocinería de la vega Central don Jorge  escucha la noticia por radio.  Pero entre la muchedumbre que  sí está tratando de  ver y tocar al ídolo, está  una  agraciada jovencita sureña, nacida   en Quihuiné, cerca de Chanco, se llama Esmeralda González Letelier y canta canciones mexicanas, tonadas y cuecas.  Tiene un vozarrón impresionante y ha aprendido a responder con ingenio las tallas de los galanes ocasionales. Canta, explica, arrulla, se mueve con gracia. 

En las fiestas el pueblo baila, el corrido es un baile alegre, sensual, desenfrenado,  la tierra, el aserrín se elevan al cielo. Los cuerpos prendados ejecutan la danza iniciática de una  nueva primavera, un nuevo invierno, una nueva  vida.   

Don Jorge no  recuerda muy bien  el instante en que vio por primera vez a Esmeralda, pero sabe  que se dio cuenta de inmediato que ahí había  algo interesante. Se acercó a ella venciendo la resistencia de los amigos cantores que la acompañaban y cuidaban. Entonces le aconsejó que  dejara las  cuecas y tonadas y que se aprendiera más canciones mexicanas. Él mismo iba  a los  cines una  y otra vez y gritaba ¡otra, otra! y chiflaba  junto la caseta del operador de la maquina proyectora para que retrocediera la cinta y volviera a poner a Antonio Aguilar  cantando ¡”Ay Jalisco no te rajes”! o  “la historia del hijo desobediente”-,  Iba sacando las letras y en casa encontraba las notas en la guitarra.  Después todo se profesionalizó y una modista amiga iba  al cine a copiar los vestidos, los, vuelos, los colores, los collares, los aros. Esmeralda  debía vestirse como verdadera mexicana. Entonces, don Jorge empezó a promoverla y la presentaba en las quintas de recreo como “Sandra la Mexicanita”.  Les  empezó a ir bien; don Jorge era buen  presentador, buen negociador de contratos, buen vendedor de espectáculos, buen publicista. Mandaba a  hacer fotos de sus artistas, mandaba a imprimir cancioneros con el repertorio. Él mismo componía décimas, cuartetas, hablaba del folklor, hacía sus clases también en el escenario. Se levantaba temprano y daba la vuelta por las radios del centro de la ciudad, luego iba  a los salones de té, a la Quinta Normal, llegaba al parque Rosedal allá en la Gran Avenida. Después una  siesta larga y a trabajar apenas se entraba el sol. Le  hacía guardia a los trenes, se juntaba  con sus  amigos de  Valparaíso,  de San Felipe, Talca, Curicó y Talcahuano. Empezó a organizar salidas y giras.  Un hombre orquesta que además componía  a la carrera. Le creció el número de sus artistas representados, llegó a tener  el ambiente en su mano. Lo buscaban, lo respetaban.

En el muro a un costado de su traje de charro, su manta  de Doñihue de huaso hacendado.

– Cambió el traje de huaso por el de charro. Le digo sin reproche.

– Me di cuenta que México era un paraíso en la imaginación de la gente. Bonitos caballos, bonitas casas, sentimientos a flor de piel. Se mostraba la tristeza  también. Entonces me  puse  a componer rancheras.

Al principio sin entender mucho el folklor ni la geografía. Lo primero fue ir a  la embajada y agenciarse un mapa de México.  Se empezó a  familiarizar con los nombres  de los lugares. Aguascalientes, Tijuana, Zacatecas, Morelia, Veracruz, Yucatán. Yo componía mirando el mapa, me dice,  sin  inmutarse-. Yo me imaginaba los lugares  más bonitos, las penas más lloradas, los amores más mal correspondidos, los actos de justicia más sentidos.

Y una noche, en compañía del guitarrista Meneses, les dio por ponerse a mirar a Esmeralda y le empezaron a poner nombres… es que Sandra no era nombre mexicano. Y por ahí entre vaso y vaso de vino tinto Cabernet Sauvignon empezaron a encontrarle cara de Inés, de Marina, de Juana, hasta que Meneses dijo que tenía que tener un nombre más mexicano que la Virgen de la Guadalupe y  don Jorge  se para como si le hubieran dando con un rebenque  y dice-.  ¡Claro pongámosle Guadalupe, pero del Carmen! Y así, en un bar de Recoleta juntaron esos  dos íconos: La virgen de la Guadalupe y la Virgen del Carmen, la patrona  de Chile  a quien Bernardo O’Higgins le rogara la Independencia antes de la batalla de Maipú y la más venerada virgen mexicana.  Y entre trago y trago siguieron armando el cuento y le inventaron la biografía. Guadalupe del Carmen había nacido en Chihuahua,  aprendió a cantar con su abuela y formó parte del coro de la iglesia de su pueblo.  Sus padres  se  separaron y ella viajó a Chile con su madre.  Entonces comienza  a cantar.  Mandaron imprimir la biografía  y la foto y varios días después  se la mostraron a Esmeralda, muertos de la risa. Ella no se rió y le gustó el juego y se lo tomó muy en serio. La fama vino, las grabaciones, la venta de discos, las giras por todo Chile,  de las salitreras del norte  a las haciendas de ovejeros en la Patagonia. Ella siempre siguió el juego, nunca  desmintió que fuera mexicana, se  sentía bien representando ese personaje, aprendió el acento en las películas,  aumentó su ropero con  vestidos cada vez más finos. Aceptó vestidos regalados por admiradoras que los traían de México, llegó a tener más de veinte.   Don Jorge  empezó a diferenciar el folklor del norte y del sur de México; los sombreros de charro y los sombreros chiquitos de los norteños, los guitarrones y las trompetas, los violines.  Pero en Chile  no había guitarrones mexicanos era mejor componer para guitarra y acordeón, después empezaron a armarse grupos de mariachis  y empezó  a florecer el negocio de las  serenatas.  El campo chileno se  mexicaniza, las mujeres empiezan a vestirse con vestidos  parecidos a los de Guadalupe del Carmen para las  fiestas del dieciocho de Septiembre. Ella marca tendencia. Nace el traje de china, la mujer del campo chileno que no tenía  vestimenta típica, que no era un chamal indígena  sino las faldas españolas  hechas de una percalita barata. En Santiago se comienzan a filmar películas también para mostrar el país  y a las mujeres de campo les ponen vestidos mexicanos. Guadalupe del Carmen canta en la inauguración de un estadio, en la trilla, en la fiesta tras la huelga larga de los mineros del cobre de El Teniente. Guadalupe  del Carmen tiene presentaciones  todo el año, la industria no para. Son tiempos abundancia. Viajan en tren, en bus, se quedan en buenos hoteles.  En el cine de  Talca, en la oscuridad, Guadalupe y su entorno privado ven la última película  llegada de México para extraer repertorio. Están solos,  los ojillos brillan, hablan en voz  baja y sueñan  con ese México que es de set de cine, con esos charros que acaban de aprender a montar a caballo. Las luces de México, los campos, la simpatía y lealtad de sus gentes. El corrido mexicano hecho en Chile “Ofrenda” vende 175 mil copias. Les darán el disco de oro, el mayor premio de la industria musical. Viven un sueño del que no quieren despertar.   Guadalupe se casa con un cantor de cuecas, tiene hijos y no hay problemas económicos, nunca se habla de dinero.  La fama llegará a buscarlos para lanzarlos más arriba. Les llega una invitación que trae el sello presidencial.  El Presidente de México  don Adolfo López Mateos y su esposa doña Eva Sámaro visitarán Chile y Guadalupe del Carmen y sus mariachis  deberán cantar para ellos  en un acto a realizarse en la Escuela México, ubicada en Vicuña Mackenna con Avenida Matta.  Guadalupe del Carmen cae en un activismo febril, que su pelo, que está  gorda, que sus zapatos. Se resfría. Canta , canta como nunca, canta mareada, canta presa de nervios incontenibles. Los niños del colegio se  saben todas sus canciones  y cantan con ella.  Los invitados la llaman  para  conocerla y ahí mismo, emocionada , doña Eva le cursa una invitación oficial para un mes  más,   “ para que te luzcas en el Auditorio Nacional y te des una vueltita por la plaza Garibaldi”.  Guadalupe del Carmen ve tintinear campanitas por todas partes. México, México, irá a México, conocerá  el mesmo paraíso de sus sueños.  Cumple  rigurosamente con su agenda, pasan los días. Tiene  los pasajes  en su poder para ella y sus músicos. Don Jorge se compra un terno de rayas.  Guadalupe  se enferma tres días antes de partir, se enferma grave, termina hospitalizada  y operada  de hernia.   No  se  vuelve  a hablar del asunto, siguen las giras, se  separa de su esposo. Guadalupe del Carmen  canta, canta y graba más discos y se quita el maquillaje  lentamente y las lágrimas  le ruedan por su cara.

 “Que digan que estoy dormida y que me traigan aquí, México lindo y querido  si muero lejos de ti” . Canta Guadalupe del Carmen y la gente  se emociona  y mencionan  a Chihuahua y ella dice, volveré a mi México. Y ella  miente dulcemente.  Su vida no va bien y las canciones mexicanas tienen llantos y balas. En un accidente  doméstico muere  su hijo Martín. Una  bala escapó de una pistola manipulada por su medio hermano. Tragedia. Martín tenía doce años.  Don Jorge inventa nuevas giras, le hacen sentir el cariño de la gente. Guadalupe canta, su voz  no ha  disminuido.  Vida agitada, el país  se convulsiona. 1972, gobierna el Presidente Salvador Allende,   es como si Pancho Villa  y Emiliano Zapata anduvieran sueltos por las calles de las ciudades del  norte y del sur. Viene  de visita el presidente de México  don Luis Echeverría Álvarez.  Guadalupe canta para él.  El presidente sabe que hay una deuda con  Guadalupe desde hace doce años y vuelve a extenderle pasajes: la gran artista y sus músicos,  invitados especiales del gobierno mexicano. Es una curiosidad de amor esta mujer que canta canciones de su patria. Guadalupe agradece. Sueña con los patios de colores vivos,  sueña paseando en  un caballo rojo, pero vuelve a enfermarse, un resfrío, neumonitis. Su cuerpo se niega a enfrentarse al paraíso.  No puede salta el barranco que separa su imaginario y la realidad, tiene miedo de que no la valoren, tiene miedo de que la traten de falsa, de intrusa. Tiembla, no soportaría silbidos ni que se rieran de su canto.  En la plaza Garibaldi hay mexicanas de verdad que deben cantar mejor que ella.  Miedo, terror.  La plaza Garibaldi se le imagina  un cadalso. 

Y nos quedamos otra vez  en la escalera del avión me dice  don Jorge.  Después  el golpe militar, el toque de queda, la muerte de la bohemia, las giras, el canto. 

“-Yo tomé mis ahorros y puse  esta botillería, Guadalupe  cantaba  muy de tarde en tarde. Algún programa de televisión la redescubrió por los ochenta”.

Ya no hubo más invitaciones a México, ese país era enemigo de Chile. No había embajador.   Guadalupe del Carmen se incorporó  al elenco de un circo. Allí cantaba entre mariachis y travestis.  Murió sin visitar México  en 1987.

Y  sabe, me dice  don Jorge-  ahora en su tierra le hacen un festival de rancheras, el “Festival de la canción Mexicana  Guadalupe del Carmen”, de Chanco. Ya todos saben que  no era mexicana. Vaya a darse una vuelta -me dice, es como estar en México.  Don Jorge murió el año 2005, la botillería la siguen atendiendo su esposa y sus hijos. 

 

Luis Alberto Tamayo  

Nace en san Fernando, Chile, el 23 de Febrero de 1960.

En 1978  gana  el   concurso de cuentos “Todo Hombre tiene Derecho a Ser Persona” organizado por el Arzobispado de Santiago con motivo del XXX aniversario de la Declaración de Derechos Humanos. Cuento: “Ya es hora”.

En 1985   finalista en el concurso de cuentos  Chile Francia, organizado por el Instituto Chileno-Francés de Cultura.

Cuento: “Perrito”.

En 1.987  obtiene el segundo premio en el Concurso del Colegio de  Profesores de Chile. Cuento “La Pichosa”.

En 1989 integra el taller Heinrich Böll que dirigió Antonio Skármeta en el Instituto Goethe,

En 1997 gana el concurso de cuento infantil convocado por COPEC y CORDAM. Cuento “Cipriano las Arañas y el Pulpo Tejedor”.

En 1992  gana el segundo premio en el Concurso del Diario Las Últimas Noticias.

En 1995 gana el concurso de narrativa juvenil de Editorial Don Bosco. EDB.  (Novela breve: “Caballo loco campeón del mundo”)

A la fecha se han lanzado 8 ediciones.

En el año 2.000 gana el concurso de cuentos convocado por el  Banco Santiago y Editorial Alfaguara. “Cuentos Contables” e Editorial Alfaguara)  Cuento: “Fotos de Familia”.

2003, gana el concurso de cuentos “A 30 Años Aún Creemos en los Sueños”  organizado por Le Monde Diplomatique, Letras de Chile y Feria del libro de Gijón para conmemorar los 30 años del gobierno del presidente Salvador Allende.   Cuento: “La cara de Juanano”.

2004  Viaja a Gijón,  España a participar en la VII versión del Salón del libro de Gijón Asturias.

2006  Julio.  Es beneficiado con la Beca de Creación literaria del  Fondo Nacional de la Cultura y las Artes

2007   Mayo: forma parte de una delegación de escritores y    académicos  invitada oficial a la feria  del Libro de Buenos  Aires. Participa  en lectura de cuentos y homenaje  a  Roberto Bolaño.

2012, Gana el Primer premio en el Concurso de Cuentos Breves  “Santiago en 100 palabras”, cuento “Soldado de Terracota”

2012,  Finalista en el Concurso de Cuentos Teresa Hamel de la Sociedad de Escritores de Chile. Cuento “Cuídate del Paraíso, Muchacha”.

PUBLICACIONES

1986 “Ya es Hora”, cuentos  (editorial  Sin Fronteras)

1998  “La Goleta Virginia”  novela  juvenil, (editorial EDB) A la fecha tres ediciones

1998 “Caballo Loco Campeón del Mundo” novela juvenil, a la fecha  ocho ediciones.

2002 “Pequeña Historia de la señorita X”. Testimonio de una adopción. Publicación de la Fundación Chilena de la Adopción.

Cuentos suyos han aparecido en una decena de antologías tanto en Chile como en el extranjero.