el certificado isaac bashevis singerPor Miguel de Loyola

En El certificado, Isaac Bashevis Singer (1902-1991), conecta al lector con un mundo narrativo que impresiona y entusiasma desde sus primeras páginas, gracias a un estilo desenvuelto y convincente. La anécdota podemos resumirla como la historia de un joven judío que llega a Varsovia procedente de la provincia sin un céntimo en el bolsillo, buscando una oportunidad. 

Pero constatamos que no se trata de un simple joven provinciano, sino de alguien instruido que ha leído a Spinoza, Kant, Nietzsche, que habla polaco, hebreo y yiddish. Sus lecturas lo han llevado a soñar con la idea de convertirse en escritor, de hecho ha escrito ya un ensayo sobre Spinoza y algunos cuentos que lleva consigo en su morral, y aunque su timidez le impide revelarse ante el mundo como tal, poco a poco irá adquiriendo seguridad para asumir sus sueños. Bien podríamos decir que en tal sentido se trata de una de una obra de iniciación, pero la profundidad y solvencia con que desborda hacia otros temas, hacen del El certificado una obra de mayor relieve argumental.

La historia está contada en primera persona, y posee un dinamismo narrativo sorprendente, comparable a las mejores novelas de aventuras. Sin duda, hay mucho también de los grandes autores rusos en la pluma de Singer, sobre todo en esa capacidad  para penetrar los intersticios del alma humana, tocando los grandes temas que preocupan a la humanidad. Así, sus personajes, aunque claramente estereotipados, se vuelven inmediatamente universales, y este joven David Bendiger, protagonista y narrador, de sólo apenas dieciocho años de edad, encarna el prototipo del joven escritor de todos los tiempos, que busca hacerse paso en el mundo, aun cuando se nos presente singularizado por sus creencias religiosas. En tal sentido, hay un afán persistente por hacer notar las características del pueblo judío, rasgo muy común en la narrativa de Singer, y viene a enseñar al mundo occidental claves y misterios desconocidos por los gentiles. Muchos conceptos propios de la religión judía saltan a los ojos del lector, y explican conductas y pensamientos de quienes la profesan. Tampoco la novela está exenta de ironía, aun cuando el tono narrativo se plantea con el lenguaje de la veridicción, del decir verdadero. Algunos pasajes en que se describe el patetismo religioso de  los judíos más ortodoxos, concretamente el del propio  padre del protagonista, quien “no mira a las mujeres”, como advierte el hijo,  destilan la ironía del autor que conlleva a formular preguntas acerca del anacronismo de las costumbres religiosas, en medio de un mundo que claramente se encuentra en las puertas de la modernidad, donde los valores comienzan a ser remecidos y desgranados por las nuevas ideologías que propulsan, aunque soterradamente, la cultura del placer y del nihilismo que estallará años más tarde, revolución o involución que fuera previamente prenunciada por Nietzsche.  

Sin embargo, si bien la novela recrea en un primer nivel y magistralmente las peripecias sufridas por el protagonista David Bendiger tras su llegada a Varsovia, sus recorridos por las heladas calles de la ciudad, sus conversaciones y encuentros amorosos, en un segundo plano va enseñando y cuestionando un segmento importante de historia polaca. Se trata del período posterior a la Primera guerra mundial, pasando por la Revolución Rusa,  hasta cerca las postrimerías de la Segunda Guerra, donde ya es posible advertir aquel rechazo y persecución del pueblo judío por parte de los propios polacos, y, por cierto, del imperialismo inglés que ha terminado por imponerles restricciones para retornar a Palestina. Hay aquí, desde luego, una denuncia al sistema imperialista que se atribuye derechos para intervenir la libertad de culto de los ciudadanos, y, particularmente, los de los judíos, quienes se sienten sometidos y estigmatizados por su raza y religión. El certificado es la prueba más contundente, aquel certificado de emigración que se le ofrece al joven Beringer para salir de Polonia y entrar en Palestina, siempre y cuando arrastre consigo a una mujer en calidad de falsa esposa, quien puede costear los gastos del viaje y del dichoso certificado. He ahí otro motivo que viene a patentar la denuncia al sistema, al poderío del imperialismo. La falsedad como mecanismo de inserción en el mundo establecido, pasando por alto todas las reglas y prescripciones religiosas.

Otro aspecto notable y sorprendente en la novela, lo constituye sin duda alguna el desenfado de las mujeres y su abierta relación con los hombres. Ya hemos visto este mismo desenfado en la literatura rusa del siglo XIX, mucho antes del liberalismo femenino despertado en occidente décadas más tarde. En El certificado somos testigos de relaciones dialogantes que anticipan dicho cambio radical en las costumbres. David sostiene diálogos íntimos no sólo con una de sus amigas, sino con todas, y ellas se muestran tan desinhibidas como las mujeres de nuestro tiempo. Minna, su falsa esposa, abomina del judaísmo, y está decidida a abandonar por completo las costumbres religiosas de sus padres, a quienes desprecia por causa de las mismas. Edusha, la joven liberal, abraza el comunismo, y está dispuesta a ser amante del primero que se presente en su camino portando ideales semejantes a los suyos. Sonia, quien pertenece a un estrato sociocultural más bajo, todavía se resiste a la idea de no llegar virgen al matrimonio, y sólo aspira encontrar un esposo para escapar de la situación laboral que la aflige. Las tres son capaces de verbalizar claramente sus ideas e intereses en un diálogo abierto con David, quien en definitiva parece el más tímido y provinciano, todavía sujeto a las leyes de su religión. En este sentido, la religión aparece aquí como una camisa de fuerza impuesta para frenar los instintos, como un freno que no deja avanzar a las nuevas generaciones hacia el placer, y de ahí que abominen de ella. Aunque por otra parte, Singer está señalando el precipicio que se abre cuando el hombre se aparta de ella. Tal es el caso de Minna, a quien vemos optar por un camino que está lejos de la moral de sus padres, al punto que éstos llegarán a renegar de ella. David también se rebela a las fuerzas del destino, y terminará por huir de Varsovia con un dinero destinado para otros fines, contraviniendo su religión. Lo mismo ocurre con Edusha, quien se entregará a las manos de la revolución. Sólo Sonia dudará frente a las posibilidades que le ofrece el destino, mostrando la clásica falta de resolución que caracteriza a la gente de su condición, todavía insegura en una moralidad en crisis.

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – mayo del 2012.