Por Pedro Gandolfo
El libro -editado por Beatriz García-Huidobro y Andrea Jeftanovic con la asesoría de un comité editorial, de cuyos integrantes, además, se incluyen breves e interesantes ensayos interpretativos sobre las distintas secciones- contiene una antología suficientemente representativa del estado de la narrativa chilena respecto del género cuento.
El grueso volumen se articula en torno a la noción y la experiencia de la «frontera», piedra de toque que algunos autores interpretan literalmente -a veces demasiado, forzando las situaciones y los desarrollos- y otros sólo la entienden como impreciso punto de partida para sus relatos. Entre estos se encuentran los puntos más altos de la selección.
El conjunto de los 45 textos en bastante variado en cuanto al origen geográfico de los autores, su género, modos de escritura, trayectoria literaria y estilos, lo cual enriquece la antología, pero, simultáneamente, hace sumamente arriesgado plantear generalizaciones. Con todo, como lo indican con acierto algunos de los comentaristas, uno de los rasgos predominantes es cierto tipo de realismo que impera en la mayoría de ellos. La imaginación literaria en estas narraciones se empeña en apegarse a los hechos exteriores o psicológicos con tanta minuciosidad y detalle que en algunos autores da lugar a relatos signados más por un «naturalismo», básico y seco, que por un realismo más flexible y sugerente. Esta fijación por dar cuenta ficcionada de la realidad próxima y familiar se traduce narrativamente en una ansiedad por alcanzar ante los ojos del lector la máxima verosimilitud, empleando argumentos, personajes y lugares fácilmente reconocibles, usando un lenguaje coloquial y, sobre todo, optando por una descripción que se focaliza en objetos, cosas, marcas significativas sobre las cuales giran los elementos principales de la narración. La prosa, en los relatos más sumidos en la corriente naturalista, se acerca a la crónica periodística, de la cual, sin duda, toma prestado importantes técnicas de escritura. Este «neorrealismo» parece provenir de una urgencia testimonial, de la necesidad de dejar registro escrito de lo ocurrido y es por ello que numerosos cuentos se refieren al acontecer nacional de las últimas décadas. Otro rasgo que predomina en la gran mayoría de estas narraciones es el abandono que se advierte en muchas de ellas del ritmo veloz y la tensión fuerte que caracteriza usualmente a los relatos breves. La dinámica, al contrario, es en muchos casos excesivamente morosa en el planteamiento, sin cambios ni giros de temporalidad que agiten la percepción lectora y con una desorientación en los desenlaces camuflada en alguna medida a través de finales «abiertos».
Entre los relatos más sobresalientes -jerarquización, por cierto, de la que no están ausentes criterios personales de gusto- cabe citar, entre otros, «El 34», de Alejandro Zambra, «Cachipún», de Alejandra Costamagna, «La casa Nueva», de Natalia Berbelagua, «Los conspiradores», de Daniel Hidalgo, «El cristal con que se mira», de Darío Oses, «Fatiga de Material», de Beatriz García-Huidobro, «Función de teatro», de Juan Mihovilovich, «Guardia Malo», de Carlos Tromben, «Lee cada palabra que escribo por encima de mi hombro derecho», de María José Viera-Gallo, «Mi noche junto a una cala negra», de Cynthia Rimsky, «El ojo de Watanabe», de Andrea Jeftanovic, «Se busca muchacho», de José Leandro Urbina, «Space invanders», de Nona Fernández y el excelente «Tajo abierto», de Sergio Missana. Hay otros relatos en que la apuesta por formas nuevas de narrar -el caso de los cuentos de Carlos Labbé y Lilian Elphick- es más arriesgada y los resultados más bien deben ser juzgados dentro del itinerario propio de cada autor, pero que, sin duda, merecen ser destacados puesto que se desmarcan nítidamente de esa narración lineal y uniformemente imitativa de los hechos que se indicaba antes.
Entre esa docena de textos figuran, desde luego, los nombres de algunos narradores con una trayectoria críticamente asentada. En ellos se advierte, ante todo, una prosa más rica y prolija que en los restantes. El exceso de «naturalismo en el lenguaje», en cambio, achata las narraciones y empobrece las experiencias construidas. La focalización, la búsqueda del ángulo inusual y la fidelidad al mismo, el cuidado por la estructura, destacan en cuentos como «El 34», «Los conspiradores», «Lee cada palabra que escribo por encima de hombro derecho» o «Tajo abierto». El humor, muy escaso en la antología, sobresale, con su ligera pero eficaz crítica social, en «Cachipún», «El cristal con que se mira» o «Se busca muchacho», y el sutil ficcionar de la propia vida aparece de manera admirable en «Mi noche junto a una cala negra» y en el estupendo «El ojo de Watanabe».
En resumen, .Cl es una valiosa selección de cuentos que amplía el muestrario de autores y tendencias, es una señal visible de la vitalidad del género y una buena oportunidad para repasar, desde la literatura, nuestras intrincadas fronteras interiores y exteriores.
***
.cl Textos de frontera. Beatriz García-Huidobro y Andrea Jeftanovic (eds.). Editorial Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2012. 516 páginas.
Autores incluidos: Claudia Apablaza, Natalia Berbelagua, Álvaro Bisama, Roberto Brodsky, Elicura Chihuailaf, Alejandra Costamagna, Marco Antonio de la Parra, Rodrigo Díaz Cortez, Francisco Díaz Klassen, Lilian Elphick, Nona Fernández, Beatriz García-Huidobro, Daniel Hidalgo, Patricio Jara, Andrea Jeftanovic; Carlos Labbé; Luis López-Aliaga; Andrea Maturana; Marcelo Mellado, Isabel Mellado, Juan Pablo Meneses, Juan Mihovilovich, Sergio Missana, María José Navia, Darío Oses, Yuri Pérez, Nicolás Poblete, Eugenia Prado Bassi, Kato Ramone, Cynthia Rimsky, Daniel Rojas Pachas, Guadalupe Santa Cruz, Luis Seguel Vorpahl, Fátima Sime, Marcelo Simonetti, Simón Soto, Juan Pablo Sutherland, Pablo Torche, Pablo Toro Olivos, Carlos Tromben, José Leandro Urbina, María José Viera-Gallo, Mike Wilson, Alejandro Zambra y Diego Zúñiga.
En:
Creo que lo disfrutaré, no me cabe duda considerando su origen y quien lo escribe. Cordialmente