Por Pedro Gandolfo
Sergio Ramírez logra captar el interés del lector sin necesidad de focalizar el relato en el progreso lineal de los acontecimientos, reivindicando la literatura de estampa, dando un respiro y esperanza al arte de narrar.
Por qué cantan lo pájaros y otros cuentos es una antología elaborada por el propio Sergio Ramírez y está compuesta de treinta y cinco cuentos distribuidos en siete libros publicados a lo largo de su trayectoria, desde 1969 hasta 2008, y algunos inéditos.
El talento de Ramírez impresiona como difícil de discutir. De entrada, los títulos («Del hedor de los cadáveres», «De la muerte civil», «Charles Atlas también muere», «Kalimán el magnífico» y «La pérfida Mesalina», «Shakira y la mosca», por nombrar algunos) de sus relatos, conjugados con los primeros fraseos y las hipótesis que sugieren, magnetizan al lector. Suelen ser fraseos cargados de suspenso, misteriosos, intrincados y muchas veces tan disparatados que atizan extrañamente la curiosidad: «Por su afición a las bestias de silla, a las partidas de caza y a las revistas militares en cabalgadura, S.E. fue adquiriendo poco a poco la costumbre de realizar todas sus tareas desde la montura y con el tiempo prefirió no bajar más ya del caballo». (de «La afición a las bestias de silla»), o «-¡Aquí ha orinado un hombre! -exclamó la niña asomándose por la balaustrada» (de «La viuda Carlota»).
Muchos de sus cuentos terminan, a su vez, aparentemente irresolutos, detalle que nos recuerda los extravagantes relatos de nuestro Enrique Araya. El virtuosismo de Ramírez logra que la anécdota pase a segundo plano, sublimándose la palabra por la palabra, el cómo se cuenta la historia, más que su qué. La imaginación no sólo fluye en la historia sino en el ingenio de la construcción fraseológica. Ingenio y humor son parientes cercanos; ya lo sentenciaba Bergson en su espléndido ensayo sobre la risa. Y en el caso de Ramírez, este ingenio, expresado en un finísimo humor negro, muchas veces puede pillar desprevenido y llevar al lector a caerse de la silla, desternillado. En «La puerta falsa», Amado Gavilán, boxeador fracasado y terminal es tumbado en la pelea contra el promisorio Arcadio Evangelista que lo saca de carrera y por poco lo mata de un aneurisma: «En los días siguientes se recibieron mensajes de aliento para el paciente, entre ellos uno del Presidente de México, Vicente Fox. A Rosendo le tocó responder la llamada del asistente presidencial. ‘De pronto mi padre existía’, dice Rosendo, ‘había salido del anonimato por aquella puerta falsa'».
Ramírez logra captar el interés del lector sin necesidad de focalizar el relato en el progreso lineal de los acontecimientos, reivindicando la literatura de estampa, dando un respiro y esperanza al arte de narrar. Se aprecia a las claras que escribe con alegría, con gusto y transmite ese entusiasmo al lector. De su antología dirá: «Ver juntos mis relatos en este libro me hace recordar que si yo nací para algo fue para contar historias a los demás, porque siempre sentí esa necesidad, urgente e imprescindible. Esto ha sido invariablemente para mí la literatura».
Respecto de la literatura, Ramírez es gran conocedor de autores esenciales y abiertamente tributario de nuestra literatura: del enciclopedismo erudito de Borges («De las propiedades del sueño I», evidentemente), de las pesadillas cortazarianas (en «Asedio», por ejemplo, o en el imperdible «Heilige Nikolaus»), del realismo mágico de Carpentier o García Márquez («De la muerte civil», «De los juegos de azar», «El día que habló la carpa», v.gr.), siendo éste quizás el más afín a sus formas. Absorbe de la literatura latinoamericana sus más exquisitos refinamientos, integrándola en una especie de sincretismo estilístico, que no hace sino potenciar su originalidad, contra lo que se pudiera inducir. En su obra reconstruye con aplomo valores que refuerzan y dan sentido a la identidad literaria de Latinoamérica. Su fijación por el esperpento, su imaginario de sesgo desopilante, lo lleva incluso más allá del realismo mágico, hacia una suerte de surrealismo mágico, particularmente en De tropeles y tropelías (1971), una serie de breves relatos hilarantemente mordaces, que fabulan sobre las fantasías de supuestos tiranos tercermundistas en sus republiquetas: muerta la madre, S.E. anuncia «que nunca sería sepultada, pues permanecería a su lado como siempre a toda hora, en las ceremonias, en las audiencias, en las recepciones… Al principio pareció sencillo a los ayudas de cámara vestir el cadáver para cada ocasión… En los banquetes las damas se tragaban el vómito por el terror de ofender al mandatario… Llegó el día en que las doncellas aplicaban directamente el carmín sobre los huesos de sus mejillas descarnadas…» («Del hedor de los cadáveres»).
Aunque unos pocos cuentos son insípidos o predecibles («Adán y Eva», «Un bosque oscuro», «La cueva del trono de la calavera», por ejemplo), no empañan la gran categoría y clase de la generalidad del resto. Aun aquellos preservan una prosa de gran calidad. Leer Por qué cantan los pájaros y otros cuentos, de Sergio Ramírez, es un disfrute de punta a cabo.
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Creo que lo disfrutaré, no me cabe duda considerando su origen y quien lo escribe. Cordialmente