Por Miguel de Loyola

En Liberación, el destacado escritor húngaro Sándor Márai, lleva al lector a un escenario concreto de la Segunda Guerra. Esta vez a Budapest, capital de Hungría, durante el asedio por parte de las fuerzas rusas que vienen avanzando y venciendo a los alemanes que ocupan hasta ese momento dichos territorios, conocido como frente Este.

 A través de un personaje femenino, Erzsébet, nos ponemos al corriente de las vivencias padecidas por los sobrevivientes de los ataques aéreos y terrestres, mientras dura el asedio a la ciudad. Desde luego, impacta lo que ya sabemos, la ola de destrucción y muerte  arrastrada por la guerra, pero sobre todo el estupor y enajenación en que caen quienes no participan directamente de ella, y son, como el caso de los habitantes de Budapest, los principales afectados. Vemos así arrastrarse de sótano en sótano a los ciudadanos refugiados, quienes poco a poco, y en la medida que el tiempo avanza, irán cayendo al precipicio de la degradación propia en tales circunstancias, cuando cada uno debe velar para sobrevivir. El asedio es una realidad y sigue una especie de orden interno y externo. El asedio existe en la ciudad y en el refugio. Reconocer este hecho, esta realidad, es lo único que da consistencia a la vida. Porque lo que empieza siempre tiene un fin, y entonces todo habrá terminado; ahora el único deber es sobrevivir.

La situación en principio, para el imaginario de los recluidos en los refugios de la ciudad, se presenta sin salida, y ven la inminente llegada de los rusos a Budapest como el final de sus vidas. Sin embargo, poco a poco, tras el lento transcurrir del tiempo, los rusos pasarán a ser un posible camino de liberación. Es decir, y ésta es una de las reflexiones psicológicas importantes a las que nos lleva el texto, hay aquí una inversión repentina de la esperanza, que acusa claramente la presencia de aquel fondo vital existente en todo ser viviente, quien aún ante la inminencia de la muerte, no pierde la esperanza y el interés por la vida. Un instinto vital que constituye la esencia de la especie.

El tono literario de Márai, permite una aproximación a la realidad de los hechos acompañada por la reflexión intelectual, desbordando así la historia más allá de los ya clásicos lugares comunes a la que estamos habituados cuando se habla, se cuentan, o recrea episodios de la Segunda Guerra. “La generalización, ése es el gran problema, la causa de todo mal…” acota por ahí la voz del narrador, imponiendo una máxima que da cuenta del desatino de los hombres a la hora de juzgar los hechos, sin detenerse primero en los casos particulares que –contrariamente- suelen ser más determinantes que los generales y constituyen algo más que la excepción a la norma.

En Liberación no hay buenos ni malos, no hay vencedores ni vencidos, no hay víctimas ni victimarios, no se da esa caricaturización en el sentido que ya conocemos a la hora de novelar el tema. Sándor Márai se la ingenia para llevar al lector por los difíciles derroteros de la reflexión respecto a la falta de sentido y de razón de la guerra, concluyendo que ésta sería una de las tantas y posibles consecuencias de la degradación de los valores del espíritu en los que cae y perece inexplicablemente una cultura.  

Por cierto, no estamos aquí frente a una obra que busca cautivar la empatía del lector por lo que cuenta, por los hechos narrados, por los amigos o enemigos con quienes se identifica o aborrece, sino por lo que el texto nos lleva a pensar y a concluir sobre la guerra misma, como enfermedad del alma.  “La sociedad húngara carece de fuerza moral para librarse del Mal, acota la voz del narrador tras preguntarse por lo que están viviendo. Es decir, en esta obra  Márai vuelve a insistir, como en la mayoría de sus obras narrativas, en la importancia de la moral en la salud mental de una cultura, de una comunidad, de una nación. Sin valores éticos, el hombre se pierde en medio de la locura de sus instintos. ¿No fue acaso esa misma degradación la que puso fin a los más grandes imperios de la antigüedad?

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Enero del 2013