Por Edmundo Moure
Quisiéramos otorgar a las palabras su originario atributo creador, cuando ellas eran, a la vez, el concepto y la cosa. Es el propósito ideal de la poesía. Pero la realidad transforma este móvil en utopía.
Entonces, apelamos a la facultad admonitoria e imperativa del lenguaje, con su exhortación a la humana voluntad. No siempre –o pocas veces- se cumple nuestro propósito, ni en la vida cotidiana ni en ese intrincado encadenamiento de sucesos sociales que llamamos Historia.
Por boca de mi padre conocí dos expresiones que me parecieron atractivas y extraordinarias: ¡No pasarán!, la célebre frase que los madrileños de la República clamaron en las trincheras que defendían la asediada capital; ¡Nunca más!, el grito que desde el holocausto hebreo quisiera conjurar los horrores humanos; consignas que hemos repetido cada vez que una tiranía se desploma. Sin embargo, las tropas franquistas y moras franquearon las barreras y pasaron a cuchillo y metralla a los combatientes republicanos. Y las recurrentes atrocidades del homo sapiens vuelven a perpetrarse, una y otra vez, como fatalidad cíclica.
Hace más de treinta años conocí Chiloé, luego de dos viajes a Galicia. Una mañana de mayo, en la plácida ribera de Dalcahue, observé un grupo de hombres que calafateaban una embarcación blanquiazul, en cuya popa se leía Nueva Galicia. Los dirigía el orensano Demófilo Castro Pedreira Rumbo, sexagenario, a la sazón gerente de operaciones de una empresa conservera de capitales gallegos, asentada en la “tierra de dalcas” [1].
Nos hicimos amigos y, desde ese encuentro, falaríamos sempre en lingua galega, en fraterna y luminosa complicidad. Demófilo fue así bautizado por su padre, un maestro de escuela que creía en la advocación del lenguaje, para inducir a su hijo a vivir como heredero de la democracia, en espíritu de libertad. Y lo consiguió, aun cuando la circunstancia existencial conspirara a menudo por aplastar esa resolución en aquel muchacho inquieto y fogoso que recibiría, entre los guerrilleros gallegos a quienes asistió, como estudiante de medicina, el apodo de “Nene”.
En breve relato, Demófilo me narró su vida, desde aquel día en que concurriera, junto a su madre, a una forzosa entrevista ante el gobernador militar de A Coruña, para indagar noticias sobre la desaparición de su padre, a quien una patrulla de civiles armados, asesinos cruzados de Falange Española, le detuviera en casa, a media noche, para conducirle al “paseo”. Era a fines de agosto de 1936; Demófilo tenía trece años de edad, siendo el mayor de dos hermanos varones y de una hermana. Jamás olvidaría el discurso cuartelero del militar: -“Señora, dese por feliz y satisfecha, porque la hemos librado de un masón y comunista, enemigo de la patria. Ése que era su marido está bien muerto, a Dios gracias. Buenos días”. –Allí supe- dijo Demófilo, la dimensión abismal que puede alcanzar el odio.
A fines de 1942, Demófilo pudo embarcarse hacia Buenos Aires, a donde habían viajado su madre y hermanos, tres años antes, para cobijarse en casa de un tío emigrante. En la “ciudad luz” de Sudamérica, cursó estudios de ingeniería y se especializó en el rubro de pesca y conservería. A mediados de los 50’ casó con una madrileña, Elena Carratalá, con quien tuvieron dos hijos: Manuel y Rafael. Fueron veinticinco años de relativa paz familiar en la Argentina, hasta 1976, cuando se entroniza la feroz dictadura militar de Jorge Rafael Videla. Sus hijos, estudiantes de ingeniería y medicina en la Universidad de La Plata, participan activamente en las juventudes peronistas. Su hijo Rafael escapa a una redada de las fuerzas de seguridad. Desaparece para siempre y su rastro no deja más huellas que la de un guijarro lanzado en el estanque. Dos meses después, es secuestrada la joven esposa de su hijo Manuel.
Demófilo regresa a España en 1978, tres años después de la muerte del tirano Francisco Franco Bahamonde, nacido en Galicia para mayor ignominia nuestra. Hace intentos por encontrar trabajo en su especialidad, dentro de las empresas pesqueras en la zona de las Rías Bajas. Fracasa en su empeño, pero un conocido industrial le ofrece la gerencia de la filial de Dalcahue, Chiloé, Nueva Galicia, territorio extraviado en los mares del sur que Demófilo apenas conoce de nombre.
En el invierno austral de 1978, mientras su mujer ha decidido marchar a México con su hijo Manuel, Demófilo viaja a Chiloé, con el objeto de aquilatar, en dos meses, la posibilidad de establecerse allí en forma definitiva, como si los grandes dolores pudieran dejarse atrás como olvidada pesadilla.
-“Era a comienzos de julio. Me senté sobre mi enorme maleta a esperar por el barco que iba a trasladarme desde la ciudad de Puerto Montt, emplazada mil kilómetros al sur de Santiago de Chile, hasta Dalcahue. Una travesía de seis horas por el mar de los canales. Llovía torrencialmente, a la mejor usanza gallega. Sentí cómo el agua iba traspasando mi boina, mi abrigo y reptando por mi ropa interior. Fueron un par de interminables horas antes de abordar. El agua parecía recuperar en mi piel los hilos de la memoria. Entonces, algo se iluminó en mi conciencia, una voz más antigua que todos mis antepasados me susurró: -‘He aquí la tierra que buscabas, Demófilo’.”
Dos años más tarde se le reuniría Elena. Manuel Enrique iba a buscar otros derroteros y oportunidades. Durante los rigurosos inviernos chilotes, en la pesquera sólo se efectuaba trabajos de mantenimiento, lo que aprovechaban Demófilo y Elena para viajar a Galicia, pasando las vacaciones en la Terra Nai. Al cabo de un lustro, Demófilo suspendió aquellas travesías estivales. La Nueva Galicia se transformó en anhelado y entrañable tercer hogar, después de Orense y Buenos Aires. -Sí, amigo, la tierra nos escoge al igual que la amada, me diría en uno de nuestros inolvidables coloquios, junto a la apacible ría que mira hacia la ribera de Quinchao.
En febrero de 2003 viajamos a Dalcahue, Marisol, José María, Sol y este cronista, invitados por Demófilo a su acogedora casa ubicada en calle Rosalía Roa 77, Dalcahue. Estaba viudo y solo, aunque solía visitar a su hijo Manuel, ejecutivo de una importante pesquera, que moraba entonces en las colinas de Chonchi, cerca de Dalcahue. Una tarde compartimos con Manuel y su segunda esposa, un memorable asado a la argentina, esos donde la carne reposa durante horas en el asador… Pasamos dos gratísimas semanas en aquellas comarcas tan queridas. De vez en cuando, yo le telefoneaba desde Santiago. Una mañana primaveral del 2006 nos topamos en el Paseo Ahumada, en Santiago. Compartimos un café bien conversado. Esa noche, Demófilo cenó en nuestra casa. Se le veía algo estragado. –No estoy bien de salud- me dijo. Viajaré a México, donde vive mi única hermana. Es posible que me radique allá, ahora que también Elena me ha dicho adiós para siempre-.
No volvimos a vernos ni supe más de él. Llamé a su casa de Dalcahue, pero el teléfono ya no le pertenecía y los nuevos moradores ignoraban su paradero. Yo tenía anotadas, en alguna vieja libreta, las señas de su nieta –hija de Manuel Enrique- que fuera mi alumna en los cursos de Lingua e Cultura Galegas de la Universidad de Santiago de Chile. No encontré sus datos. Indagué en la web, ese espacio sideral donde sueles obtener impensados hallazgos. Nada.
Nada hasta anoche. Marisol encontró un enlace en Google, si no auspicioso, sí revelador. Se trata del testimonio de Manuel Enrique Pedreira Carratalá, hecho a un juez federal argentino, en 2007, que resumo y transcribo:
Juez: -¿Usted alguna vez declaró en algún proceso judicial, no?
Manuel: -No, yo viví hasta el mes de septiembre del año 2006 fuera del país.
Juez: -¿Su hermano fue secuestrado en enero de 1977 y después, en Mar del Plata, su propia esposa?
Manuel: -Mi primera esposa, Mabel María Conde.
Juez: -Parece que también sigue desaparecida, ¿no?
Manuel:- Así es.
Juez: –Hay elementos por los cuales se establece que su señora había sido vista en la Brigada de Robos y Hurtos de La Plata, en la calle 55, y también en La Cacha, lo cual le da jurisdicción a este Tribunal…También tenemos presente en que usted, en el año 1974, estaba detenido a disposición del Poder Ejecutivo aquí, en la Unidad 9…
Manuel: –Sí, yo fui detenido el 11 de noviembre de 1974.
Juez: -Y tuvo la fortuna de ser liberado a los quince días… Pero ahora vamos a ver su relato sobre las circunstancias de la desaparición de su hermano Rafael.
Manuel: -Sí, yo supe en enero de 1977, cuando en una de las pocas ocasiones en que pude hablar con mi madre, ellos habían perdido contacto con él en los primeros días de enero. La idea era tratar de sacar de Argentina a mi hermano, que había terminado la carrera de periodismo, pero tenía que hacer el Servicio Militar, y la verdad es que la situación de él era muy frágil, desde el punto de vista legal, porque era uno de los principales referentes de la Juventud Universitaria Peronista, en la Ciudad de La Plata y, de alguna manera, referente político para todo el conjunto de los estudiantes.
Juez: -Después de que su hermano escapó, antes de dársele por desaparecido, ¿tuvo algún contacto con él?
Manuel: –No he tenido posibilidades de conocer ninguna situación o alguna persona que de los distintos Centros de Detención en la Provincia de Buenos Aires hubiera tenido contacto con él. Yo estoy viviendo aquí apenas hace dos años, escarbando historias de hace más de dos décadas, lo que no es fácil para mí y menos para mis padres. Ellos son españoles, vivieron los horrores de la Guerra Civil y, mi padre, la desaparición de su progenitor, mi abuelo.
Juez: –Tenemos listas de varios Centros Clandestinos de detención y tortura, pero en ninguna de ellas figura el nombre de su hermano… ¿Y si él hubiese usado un apodo? Eso era común entonces…
Manuel: -Si, a él se le conocía por el sobrenombre de «Piraña», porque la verdad es que era muy bueno para comer y tenía un metabolismo muy catabólico; era flaco como un espárrago, pero comía como un elefante. Mi padre decía que era un “larpeiro”.
Juez: -Bueno, bueno, algunas anécdotas parecen aligerar la tragedia. Sigamos. Su madre es la que denuncia la desaparición. Manifiesta que no sabía en donde estaba, claro. Dijo que ingresó personal armado en el domicilio y él logró escapar, sin ropa ni documentos.
Manuel: – Bueno, la verdad es que yo estoy empezando a escarbar un poco ahora y ni siquiera están esos vecinos… La única referencia que hay, es la señora de un kiosco que estaba en la esquina, pero tampoco ha sido posible localizarla.
Juez: -Entiendo que el último contacto de su hermano Rafael fue con sus padres, por teléfono…
Manuel: -En concreto, con mi madre, que aseguraba que él estaba refugiado en un sitio de La Plata llamado City Bell. Pero ese dato confuso jamás pudo verificarse.
Juez: -Bueno, lo que le pido es que siga buscando. Nosotros tenemos tan pocos medios y una de las partes de los descubrimientos que se hacen viene de la misma aportación de los interesados…
Manuel: – Por supuesto. Lo que pasa es que uno se tiene que reponer de estas cosas… No es fácil, ni para mí ni para mi padre, hurgar en las heridas de hace veinte años… Y también está mi primera esposa…
Juez: -Claro, también está ella, entiendo que fue secuestrada en Mar del Plata…
Manuel: -Sí, vivía en la casa con los padres, aproximadamente un mes o mes y medio después que desaparece mi hermano… La van a buscar a casa de su padre, militar de la Armada, hoy fallecido. Se la llevaron prácticamente con el consentimiento de él, engañado por aquello del “código de honor militar”, quien trató de perseguir después, infructuosamente, a la gente que se la llevó. Pero tampoco sus padres pudieron saber nada de ella, nunca más.
El cronista, al igual que el interrogado, suspende aquí la angustia del diálogo. Como dato final de la infamia, consigno que Rafael Antonio Pedreira Carratalá fue el estudiante desaparecido número 499 de los 691 -¿asesinados, incinerados, arrojados al mar?- alumnos secuestrados de la Universidad Nacional de La Plata.
En todo caso, los argentinos nos superaron con creces, logrando juzgar y encarcelar a los principales jerarcas criminales de la dictadura castrense. En Chile, se fueron muriendo en cama, velados por los candidatos que hoy postula la derecha a la Presidencia de la República.
Al filo de la madrugada, encontré datos nuevos para mí del amigo gallego, que refuerzan mi afecto y admiración por él, y ensanchan mi gratitud por haberle conocido:
Demófilo Castro Pedreira Rumbo: Estudante de Medicina, natural de Cortegada (Ourense) politicamente moi activo, tal vez vinculado ao PCE (Partido Comunista Español). En 1942 estaba cursando estudos de Medicina. Facilitou nesa data a operación de apendicite do guerrilleiro Ángel Franco Evaristo, xa que Pedreira tiña parentes médicos na Coruña que posibilitaron a operación e a estancia do enfermo no sanatorio.
Nunca me lo contó, Demófilo. Hay cosas que escuecen al contarlas y otras que la memoria oculta o reverencia en el sagrario del absoluto silencio.
¿Aún vive Demófilo Castro Pedreira Rumbo, en algún lugar de México? No lo sé, pero mientras le recuerde, vivirá.
Ahora pienso, al igual que mi padre, en aquel remoto y crucial septiembre de 1973, que nuestro anhelado imperativo: ¡Nunca más! -¡Nunca máis!- se nos vuelve, en ocasiones, improbable y estéril interrogación desolada:
¿Nunca más?
[1] Dalca: Pequeña embarcación, construida con madera y cueros de foca por los Chono, primera etnia marinera de habitantes de Chilhué, lugar de gaviotas.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…