Por Ramiro Rivas
Guillermo Saccomanno (1948) es un autor de larga trayectoria. Sus novelas han sido galardonadas en numerosos concursos y varias de ellas llevadas al cine y traducidas a diversos idiomas.
Su trilogía sobre la violencia política en su país, compuesta por La lengua del malón (2003), El amor argentino y “77” (2008), terminó por consagrarlo como uno de los grandes de la narrativa argentina.
El oficinista (Premio Biblioteca Breve 2010, Seix Barral) es una novela sobrecogedora, tanto por su temática pesadillesca, ominosa, que se desplaza por las fronteras de lo onírico y lo verosímil, como por la destreza para guiarnos por una senda en donde no se sabe a ciencia cierta qué es real en los acontecimientos narrados y qué es ficción imaginativa en el personaje protagónico. El epígrafe de Franz Kafka determina, en cierta medida, la atmósfera enrarecida con que nos encontraremos a continuación: “Una experiencia que, por su exceso de soledad, sólo puede llamarse rusa”.
En efecto, la soledad y la tristeza del personaje de esta extraña historia, refleja esa influencia muy perceptible de vislumbrar en la ya canónica escritura kafkiana. La acción se desarrolla en una época indeterminada y en una ciudad sin nombre, sucesos y situaciones que pudieron haber ocurrido ayer o ahora mismo. Vidas aparentemente normales y rutinarias en un ambiente alterado y ambiguo, en continuo estado de ebullición y peligro. Nada es explícito en esta novela. Los hechos inusitados sólo acontecen. El oficinista acude a diario a su trabajo, realiza su labor más allá del horario establecido, no comparte con sus colegas y sobrevive en una constante incertidumbre e inseguridad laboral, bajo el yugo de un jefe dictatorial. Los empleados recelan entre ellos imaginando ocultas delaciones.
El mundo exterior es aún más aterrorizante. Se multiplican los atentados terroristas en las poblaciones periféricas, los que son repelidos por helicópteros artillados y rematados con bombas de napalm. Se asesinan ancianos en los geriátricos. Jóvenes drogadictos y simples rateros son exterminados por la policía. Hordas de hambrientos recorren por las noches las calles céntricas de la ciudad. Los pordioseros y los alcohólicos se apiñan cerca de las vitrinas de comercio buscando un poco de calor. Niños y adolescentes asesinos invaden las arterias, entre perros clonados y nubes de murciélagos que caen destrozados por las aspas de los helicópteros. Una persistente lluvia ácida cae sobre la ciudad.
Ajeno a este entorno de pesadilla, el oficinista desarrolla su existencia solitaria sin sobresaltos. Sólo lo altera la presencia de una compañera de oficina, amante del jefe, a la que pretende, a pesar de los riesgos. Relación correspondida a medias, lo que lleva al personaje a idear la aniquilación de su propia familia, gobernada por una mujer violenta y dominante que lo golpea y mancilla ante sus hijos, rebajándolo a una condición miserable de simple proveedor del hogar. En medio de esta vida degradada, planifica un robo en la oficina y así huir con su amada.
Guillermo Saccomanno narra con una parquedad que sorprende. Su prosa se maneja con gran soltura, mediante frases cortas, precisas, descarnadas. Su adjetivación es mínima y efectiva. Indiscutiblemente que hay mucho de Kafka en su escritura, en especial en el hábil uso de la ambigüedad, en los mundos oníricos e imaginativos. Todo en esta trama resulta agobiante y perturbador. Realidad y ensueño parecieran entremezclarse constantemente.
No obstante, la atmósfera expuesta funciona en un ámbito creíble, realista, a pesar de determinados hechos y circunstancias irreales o simplemente extraordinarios y fuera de la razón sociológica o política, como el exterminio indiscriminado de una marginalidad rebelde. Fenómenos de un estado social no verificables en el plano de la ciencia real, que acentúan las claves de una ambivalencia narrativa que se desenvuelve sin interferencias. Estos mundos paralelos que el autor articula a través de una trama aparentemente simple, finaliza por engrandecer un texto que en un ambiente natural habría naufragado en la trivialidad.
Saccomanno nos ha transportado a un mundo no tan lejano, arrasado por políticas que han ido destruyendo y denigrando al ser humano corriente, a los desvalidos, a los explotados por una elite voraz y despiadada. Hombres y mujeres batallando por cuidar un empleo, un sueldo mísero.
Esta novela retrata una sociedad escalofriante, una antiutopía, una suerte de realidad dostoievskiana. Los humillados y los ofendidos de siempre. No faltará quien afirme que esta obra es de un pesimismo desolador. Pero lamentablemente nuestra realidad urbana en la grandes ciudades, sean estas Buenos Aires, Santiago o Sao Paulo, no distan tanto de este alegórico retrato. En un mundo degradado como el expuesto en esta historia, la esperanza es una quimera inaceptable. Saccamanno no da respuestas, pero nos escenifica un espectáculo que no siempre deseamos ver y, menos, aceptar.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…