P o r    R a m i r o    R i v a s

 Este año se han conmemorado dos fechas ilustres en la literatura mundial. Me refiero a los cincuenta años de la publicación de Rayuela, obra que revolucionó la narrativa hispanoamericana con su vanguardismo formal y temático, desordenando todos los conceptos establecidos sobre la novela tradicional. A los que garabateábamos nuestros primeros escritos, se nos abrió un mundo nuevo.

Algo similar ocurrió con los escritores franceses y europeos en general, con la edición del primer tomo de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Pero el francés no tuvo el privilegio del escritor argentino de ser publicado por un sello importante, puesto que el primer tomo de esta monumental obra (compuesta por siete novelas de más de tres mil páginas), Por el camino de Swann, fue rechazada por el poeta André Gide, en ese entonces asesor literario de la Nouvelle Revue Francaise. Más tarde, arrepentido, después del éxito de crítica de esta primera entrega, costeada del bolsillo del autor, confesaría que la descartó casi sin leerla, influenciado por el personaje, al que consideraba un esnob y un arribista social insoportable. Palabras que tuvo que tragarse y pedir disculpas públicas ante el éxito inmediato de la novela. El segundo tomo, A la sombra de las muchachas en flor, editado esta vez por Gide, obtuvo el prestigioso Premio Goncourt en 1919. Durante el período que va de los años 1913, año de publicación de la primera novela de la saga, Por el camino de Swann, hasta su muerte prematura en 1922, Proust se encerró en su hogar a escribir el resto de su obra.

          Resulta sorprendente que un individuo tan enfermizo, que padecía de un asma que lo hacía permanecer en cama por largos períodos, pudiese completar tamaña obra. Porque hay que señalar que Proust además escribía críticas de arte en los periódicos y mantenía una correspondencia exorbitante. Se habla de aproximadamente cien mil cartas, lo que nos parece un exceso, puesto que le habría faltado vida para realizar dicha hazaña, considerando que falleció a los cincuenta y un años. Gran parte de esa correspondencia se recopiló y fue publicada en veintiún tomos en 1933, para regocijo de los estudiosos.

          La admiración por su obra es universal. Escritores de diversas tendencias, ideologías políticas y religiosas se rinden ante su genio literario. El propio Neruda confidenció ser influenciado por su prosa. José Donoso llegó al extremo de exigir a la que sería su esposa, que antes leyera En busca del tiempo perdido completo para tener tema de conversación en la futura vida conyugal.

          Toda su obra es una interminable reflexión sobre el tiempo, el culto a la memoria, las disquisiciones sobre el arte, la filosofía y la literatura, la aristocracia y la sociedad de su época, temas que lo apasionaban. Las relaciones humanas, el sicologismo exacerbado, eran las fuentes a las que recurría Proust para articular sus novelas. Su prosa es un río con múltiples afluentes. Muchos cineastas modernos tomaron de Proust la técnica del flashback, empleando saltos temporales, la fragmentación sensorial que reaparece al menor recuerdo. Hechos imperceptibles para cualquier mortal resultan claves para Proust. Como el citado párrafo en que describe el sabor y el olor de una magdalena sumergida en té, que transporta al personaje al pasado, a la feliz época de su niñez familiar, a ese tiempo perdido irremediablemente.

          El subjetivismo en la escritura de Proust viene a ser su marca de fábrica. Todas las situaciones sociales, amorosas, hasta los chismes más nimios, pasan por la conciencia del narrador, transformados o simplemente elaborados según sus estados de ánimo. Su estilo tiene mucho del impresionismo imperante en su época. Sus oraciones interminables, de exquisito lenguaje, constantemente diversificadas con acotaciones, imágenes pasadas, recuerdos y asociaciones de ideas, caracolean sin prisa, como el tiempo, como los sueños pacíficos y profundos. Esta sensibilidad fuera de lo común, esta habilidad para captar los matices, las evocaciones, las modulaciones del lenguaje, los ocultamientos de las relaciones humanas, hacen de esta obra un monumento a la perfección.

          En busca del tiempo perdido abrió el camino a la novela moderna, a una comprensión diferente del tiempo y la memoria. Sobrepasó el realismo de Flaubert, al que Proust admiraba, esa suerte de objetivismo literario que privilegiaba la acción y los acontecimientos externos al subjetivismo obsesivo de Proust. Esta constante recuperación del tiempo perdido, fijan el relato, precisan el discurso, otorgando esa lejanía y moderada irrealidad en las historias. Los múltiples personajes son representados desde la conciencia del narrador personaje.  Los posibles enigmas o perversiones que nos presenta esta novela río, no son más que escenificaciones de diferentes existencias que rodean al protagonista. A este tipo de lector no le basta la literalidad del texto, sino que debe indagar y completar otros hechos posibles, una lectura abstracta que asigne a cada circunstancia un verdadero rol en la historia. Los mundos de Proust reúnen infinidad de significantes, sendas paralelas que trascienden las reflexiones del narrador. El desdoblamiento textual produce una nueva valorización en las lógicas del relato. Proust escribe para un lector comprometido, para un lector compañero en la ruta. Más que sucesos trascendentales, aventuras sorprendentes, este tipo de literatura se sustenta en sensaciones y vivencias íntimas, engendradoras de nuevas ideas. La realidad en la escritura de este escritor, se perfila siempre desde la conciencia del personaje narrador, por donde desfilan todos los acontecimientos que serán analizados, verbalizados y confrontados con la memoria y los recuerdos.

     (25-08-2013)