Por Diego Muñoz V.

Más allá del significativo aporte que Pedro Lastra ha realizado para el estudio y análisis de la literatura hispanoamericana –traducido en obras cuya relevancia es capital, así como diversos son sus ámbitos- su trabajo como poeta es menos conocido por el público lector, al margen de su valor intrínseco.

Seguramente no ha colaborado a la difusión de su trabajo poético su vocación por el trabajo investigativo y el silencio, ambas cualidades propias de los poetas mayores.

La poesía de Pedro Lastra se ha expresado en un solo libro que ha ido cambiando en el tiempo, ya sea de nombre, editorial, como en su contenido, agregando o restando poemas. “Al fin del día”, colección poética editada este año 2013 en España por Biblioteca Sibila, viene a ser la versión más reciente de este libro único y mutante. Sus antecesores son muchos, entre ellos: “Y éramos inmortales” (1969, 1974), “Noticias del extranjero” (1979, 1982, 1992, 1998), “Canción del pasajero” (2001) y las antologías “Carta de navegación” (2003), “Datos personales” (2005), “Leve canción” (2005), “Obras selectas”  (2008), “Diálogos del porvenir” (2010) y “Baladas de la memoria” (2010).

 La poesía de Pedro Lastra se caracteriza por una depurada concisión en la escritura, un ritmo expresivo suave e intenso al mismo tiempo, y una aparente sencillez que viene a ser el resultado de un trabajo exhaustivo y complejo. La voz propia se manifiesta en la mixtura de recursos muy diversos, tantos que podrían aparecer como excluyentes o contradictorios desde una mirada superficial o cargada de prejuicios. Ejemplo de lo anterior, es la presencia de una carga narrativa fuerte, como ocurre con el movimiento exteriorista que surgió en Centroamérica. Lo curioso es que los elementos narrativos no afectan el lirismo, sino que al revés, lo potencian. 

 En los poemas escogidos en la breve selección incluida más adelante, puede apreciarse esta presencia narrativa, manifestada en la evocación de dos personajes entrañables (que se le harán más entrañables con la lectura de los poemas que se les dedican): el gran maestro y estudioso de la literatura Ricardo Latcham, y el gran poeta salvadoreño Roque Dalton. Más allá del cuadro poético bello que Pedro Lastra hace de ambos personajes, la dimensión humana que la mejor literatura encarna surge aquí con energía: el sentimiento de la pérdida y la felicidad de la evocación.

Otras dimensiones notables de la poesía de Pedro Lastra que apreciará usted en esta pequeña muestra, son la profundidad, la cotidianidad y una cierta esencia lárica. La profundidad reflexiva, la capacidad de penetrar la coraza de las realidades aparentes para descubrir un mundo nuevo, no visto antes, lo emparenta con la poesía de Enrique Lihn. La presencia de lo cotidiano  -un universo reconocible y familiar- acerca al lector, pues empatiza con él. Y la nostalgia de lugares diversos donde el poeta ha puesto pie, manifestados a través de amigos y lugares, provee este tono lárico.

Poesía concisa, precisa, rítmica, cercana, narrativa, evocadora, humana. La poesía de Pedro Lastra emociona y sorprende por su belleza, gran depuración e intensa humanidad.

***

Datos personales

 

Mi patria es un país extranjero, en el Sur,

en el que vive una parte de mí

y sobrevive una imagen.

Hace tiempo, el país fue invadido

por fuerzas extrañas

que aún siento venir en las noches

a poblar otra vez mis pesadillas.

Yo vivo también en un país extranjero

en el cual me dedico

a inocentes e inútiles tareas,

y en el que seguramente moriré

a la hora señalada,

como suele ocurrirle a la gente

en lo que llaman su propio país

o su país ajeno, pues no hay sino distancias

mayores o menores de frontera a frontera,

con líneas divisorias que uno mismo dibuja.

A veces yo recuerdo el país en que nací

y veo como siempre

sucesivos fantasmas

entre los cuales fui uno más, por un tiempo

que me parece muy largo y muy rápido,

ahora reducido a simples años luz en la memoria

de una tarde en un parque,

una conversación en un bar o en la esquina

de una calle cualquiera

por la que pasan sombras de pájaros,

voces indescifrables.

 En tales ensoñaciones se van uno a uno mis días,

sin hacer nada que me encomiende a la posteridad.

 

 

Noticias de Roque Dalton

 

A Rigas Kappatos

 

Yo digo Roque, Roque,

y empieza esta función como en un cine continuado:

en el cuarto oscuro de la memoria

Roque va revelándose a sí mismo,

se despliega en una larga cinta,

cambia de traje, cambia

de maquillaje (yo creo que no lo necesita).

Roque actúa para sus amigos

en los numerosos teatros de los recuerdos que los constituyen

y en los que Roque se establece

en un escenario giratorio:

a cada cual su escena, su diálogo con Roque.

Y esto puede ocurrir en Santiago de Chile,

año cincuenta y nueve por ejemplo:

un recital con jóvenes poetas.

Yo aparezco por ahí, en un rincón

mirando en dirección a Roque.

Y luego será en Praga, la visita

al Cementerio Judío. Roque un guía

posesionado de su papel, que descifra

esas enmarañadas inscripciones y lee

para su amigo viajero,

de paso en la ciudad, lo que le dicta

la inspiración del momento.

Aquí Roque improvisa, esto es obvio,

como lo hará más tarde en la Sinagoga,

traduciendo un minucioso informe sobre el Golem

y el Gran Rabino Löew:

-Esta vaina no la entendí muy bien.

-¿Cómo dice, cómo dice, qué es eso de la vaina?

y la mujer te mira seriamente.

-Nada, nada, que me interesa mucho lo que hacía el Rabino.

Y era cierto que te interesaba,

pero cómo ibas a decirlo de otro modo,

Roque de Centroamérica.

Y entonces una escena en movimiento, en un bus

por la avenida Providencia abajo,

año setenta y dos,

con algunos papeles en la mano.

Y ese bus sigue y sigue, y se detiene

a la entrada de la Sinagoga.

Desde ahí nos desplazamos hacia el Cementerio Judío.

 

Yo trato de leer lo que leíamos,

ahora ya sin Roque y por lo mismo

sin entender absolutamente nada.

 

 

Noticias del maestro Ricardo Latcham, muerto en La Habana

 

«Esto no es un Poema es un ejemplo que pasó…»

EDUARDO ANGUITA

 

En estos meses en que yo me acerco

hasta casi tocar toda su edad,

pienso cuánto me hubiera gustado

ayer

o hace unas tardes

conversar con Ud. sobre nuestros asuntos,

sobre los raros libros

que encontró en sus andanzas:

Picón Salas hablaba

de su memoria oceánica, que sabía guardar

todos los pormenores,

de capítulo a página,

como hacen los amantes al relatar su historia

desdichada o feliz:

Ud., el enamorado de los libros,

el amigo, el protegido por ellos.

 

Vuelvo a un día invernal en su biblioteca,

en la que Ud. negaba con fervor y con fe

la existencia del calor y del frío,

y ahora entiendo que Ud. vivía en ella

realmente

su tierra prometida:

Alfonso Calderón y Óscar Hahn son testigos,

y no me dejarían mentir.

 

Pero su biblioteca desapareció

en el año de nuestra mala sombra,

y de esa lluvia ácida

no escapó ni el lugar en que Ud.la dejó.

Y nosotros, los encargados de conservarla

para quienes llegaran después,

nos dispersamos también como páginas arrancadas y rotas,

lo que fue igual a desaparecer.

 

Yo me sorprendo a veces repitiendo algún gesto,

alguna de sus frases:

-leído y anotado,

oigan esto:

y así leo y anoto,

y continúo oyendo sus historias,

viendo cómo levanta su torre de palabras

con fantasmas y todo,

y esas demoliciones instantáneas

de los que Ud. llamaba

«los hombres de la cáscara amarga».

Jorge Guzmán dijo una vez al salir de una clase

que Ud. podía arruinar la reputación de Pericles

si se proponía tal cosa,

y a Ud. le pareció una buena idea,

aunque algo exagerada, cuando se la contamos.

 

Nadie pensaba que Ud. se detendría,

con alguna brusquedad, al llegar a La Habana

en el verano del sesenta y cinco

(a Ud. no lo imaginábamos ni siquiera dormido),

pero eso ocurrió,

contrariando las leyes de su Itinerario de la inquietud.

Y recuerdo muy bien aquel día de enero

en que yo me sentí un poco huérfano,

y eso fue lo que dije

al despedirlo en nombre de sus viejos alumnos,

y lo que contradije en la línea siguiente

porque íbamos a recurrir a su memoria

para animarnos a vivir.

Lo hago aquí a mi manera

y ya sé que no va con su genio

porque me acerco a su edad

habiendo mirado el mundo mucho menos,

y escribiendo menos aún, y no lo que Ud. esperaba.

 

Todo es cuestión de tiempo, como se dice,

para encontrarlo a Ud., también como se dice,

a la vuelta de la esquina. Entonces

el discípulo y el maestro

seguirán dialogando:

yo igualaré su edad,

aunque no sus saberes de este mundo y del otro.

 

Pedro Lastra (Quillota, 1932), estudió en la Escuela Normal de Chillán y en la Universidad de Chile, donde se desempeñó como docente e investigador de literatura chilena entre 1960 y 1972. Desde ese año y hasta 1994 enseñó literatura hispanoamericana en la Universidad del Estado de Nueva York, Stony Brook, de la que fue designado Profesor Emérito en 1995.

Fundó y dirigió la magnífica colección Letras de América de la Editorial Universitaria (1966-1973). Fue editor de la sección de poesía hispanoamericana del Handbook of Latin American Studies que publica la Biblioteca del Congreso.

 Es autor de varios volúmenes críticos de muy alto valor sobre la literatura hispanoamericana, así como antologías de poesía. Como poeta ha escrito un solo libro, cuyas sucesivas y perfeccionadas ediciones desde 1969 en adelante,  toman el nombre de Al fin del día, editado en 2013 en España por Biblioteca Sibila.

En la actualidad es director de Anales de la Literatura Chilena de la Universidad Católica de Chile. En 2011 ingresó como miembro de número a la Academia Chilena de la Lengua.