Por Magdalena Becerra
«Malas costumbres», es esencialmente un texto de difícil clasificación; la mixtura de formatos, sistemas de entrecruces intergenéricos, variedad de recursos métricos, comporta la primera fachada de su estética; el trampantojo presente desde marcas paratextuales como encabezados, citas al pie de página, saltos tipográficos; nos hablan de una ocupación del espacio de naturaleza vanguardista.
El poeta Leonidas Rubio (1970), autor de obras como “Cuadernos de Emergencia” (Mosquito, 1994), “Murmullo frente a sillas vacías” (2001) y “Piedra negra” (Mosquito, 2009), presentó en el marco de la colección La estocada sorpresiva -dedicada a la poesía chilena-, su última producción “Malas costumbres”, mismo título de un conjunto de poemas que lo hizo acreedor del Premio Nacional de Poesía Eduardo Anguita en su octava versión, premio otorgado por la I. Municipalidad de Linares y la filial SECH de esa ciudad.
«Malas costumbres», es esencialmente un texto de difícil clasificación; la mixtura de formatos, sistemas de entrecruces intergenéricos, variedad de recursos métricos, comporta la primera fachada de su estética; el trampantojo presente desde marcas paratextuales como encabezados, citas al pie de página, saltos tipográficos; nos hablan de una ocupación del espacio de naturaleza vanguardista. Otra característica visible en una primera aproximación es su puesta en diálogo con diferentes tradiciones literarias -y filosóficas del conocimiento occidental-, de la cultura tanto clásica como moderna, que transitan desde el imaginario mitológico, ciertas poéticas latinoamericanas hasta el pensamiento ilustrado, que a la vez matizan modulaciones de alta erudición con expresiones del todo coloquiales. Este modo de enfrentarse a la palabra le lleva a cultivar un lenguaje críptico, expresado en el gusto por lo apócrifo, el plagio, la cita, versos en forma de sentencias o acertijos, el pastiche, el uso de idiolectos extranjeros, el remake de autores íconos de la tradición literaria con quienes se enfrenta a cobrar antiguas cuentas travestido en múltiples voces identitarias; lenguaje exigente, cifrado, que demanda en el lector una sobredecodificación de las claves culturales que no deja de desmitificar como constructos ideológicos totalizadores. Palabra bivocal para Bajtín, que “posee una doble orientación: como palabra normal, hacia el objeto del discurso; como otra palabra, hacia el discurso ajeno”, que pese a presentarse casi del todo carmínico, persigue en estos giros echar por tierra todo artilugio representativo dotando de aparente veracidad; puesta en escena de los recursos de una misma acción simuladora.
«Malas costumbres» es un texto visualista, plástico, en el que al bloquear las entradas de sentido racionales, apela a la intuición dejando -en un afirmarse en la cinestesia-, la única posibilidad de resistencia frente al detritus de la palabra, demandando en el lector una confianza en la discontinuidad y una aceptación del miedo que al liberar los signos, presenta una realidad forcluída; Leonidas establece: “Habrá que inventar nuevas palabras para recuperar los significados huérfanos” y parece hacerlo en la expresión pictórica, en la musicalidad fina de la estrofa, como en el laúd –también defensa de lo sexual, lo íntimo-, que refina los temblores en nódulos de sentido pestañeante, filtraciones o destellos hiáticos: «sobre los haces de luz pendientes de un hilo / batidos por párpados/que guardan el prisma tibio / de una gota negra». Otra es la recurrente remisión de la voz poética al imaginario de la infancia; el eterno niño en orfandad es una imagen que transversaliza el texto adquiriendo diferentes formas y sujetos de enunciación, «niño semejante a un arpa disoluta»; niño sin crecimiento en Neverland; niños adiestrados en los «cuentos para no dormir»; niño/muchacho más bello de la aldea; hijo tendido sobre hierbas peligrosas; tatuaje de un feto en el que el hijo se engendra a sí mismo; niño fauno; niño imbunche; niño que pregunta desdoblado en el imbunche; Mondragón niño, bisexual y drogadicto recluido por su madre; niños que rezan para no perecer. La «pavana» es la expresión suprema de retorno a lo materno, a lo umbilical, a la experiencia primitiva más próxima al no-lenguaje.
Del sueño, el delirio, la visión cabalística, la voracidad del sustantivo, se acoge a una de sus representaciones más arcaicas y regresivas, que en contraste con su utilización de intelectualismos, tensa la noción del lenguaje en la desconfianza de un ajuste natural entre las palabras y las cosas. Resalta la expresión antinatural del artificio representativo, indicando a los lectores evitar la trampa de ver el mundo directamente a través de las palabras, propuesta, por cierto, muy propia del discurso posmoderno.
Pero fuera de esta muy preliminar aproximación a la nueva producción poética de Leonidas Rubio, «Malas costumbres», queda una infinidad de sentidos por rescatar; la querella contra lo oprimente, la exaltación del cuerpo en sus más obscenas formas de representación, la dimensión servil de la naturaleza humana, lo débil y perecedero de la carne, los escozores de la conciencia, el placer, el asco, los vicios de toda ralea, la tentación a la reducción, las bajas pasiones, las malas intenciones, las fijación obsesiva en el objeto, todos los escorbutos que blasfema el alma entrampada en el más sordo de los instintos, el deseo, que en toda su sensualidad y liberado de su significante esencial, habla de las malas costumbres: «el placer sólo sirve para inspirar más placer/el deseo sólo sirve para inspirar más deseos / la poesía sólo sirve para inspirar más poesía / Pero el poder ah ese extraño maleficio / es la medida de la única libertad posible: / elegir cómo y cuándo someterse.
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Malas costumbres, de Leonidas Rubio
Mosquito Comunicaciones, Santiago de Chile, 2013
Es asombroso descubrir cómo se articulan las ideas y pasiones en torno a la poesía habiendo tanta distancia geográfica -nunca…