En la que se comenta el agobio
de saberse extranjero en la tierra de origen.

“–Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
–¿Estás seguro?
Asentí.
–Entonces –dijo recogiendo las agujas– tendremos que vivir en este lado”

Julio Cortázar / Casa tomada (1946)

Por Jorge Lillo

No bien las casualidades
ocurren sin que lo esperes,
aparecen donde fueres
en diversas cantidades.
Por ejemplo, en las ciudades,
donde habita tanta gente,
debería ser frecuente
encontrarse algún hermano
que quizá creció cercano
en la vereda de enfrente.

Ayer tuve que ir al centro
y al doblar la vieja esquina
en Estado y Agustinas,
se produjo el gran encuentro.
Juro que quedé pa’dentro
porque chocamos de lleno;
pero me mostré sereno
ante tal lesividad,
por la gran felicidad
de encontrar a otro chileno.

Nos dimos el apretón
de manos correspondiente
diciéndonos mutuamente:
“usted disculpe, perdón”.
Quedamos en un rincón
en medio de la chacota,
rodeados de unas patotas
que aumentaban por momentos,
mientras nos daba contento
encontrar a un compatriota.

Pasé por la Plaza de Armas
cabizbajo y aturdido
en medio de un gran gentío
que, hablando a gritos, alarma.
En medio de tensa calma
me escabullí del asorde
que con brutales acordes
un rapero acometió.
El alcalde no salió
por temor a los “desbordes”.

Una riña comenzó
y endilgué por calle Puente,
encontrándome de frente
con los voceros de Dios.
Un compadre me abordó
sacándome del lugar:
“yo lo acompaño, chachay,
porque también soy chileno
y le ayudo en campo ajeno
a todo connacional.”

Hasta aquí dejo este cuento
pues no tengo pasaporte
y aunque no entré por el Norte,
hoy salí sin documentos.
La policía, al momento
me apresó en el subterráneo
pensando que soy foráneo
en esta nueva Babel,
me ha metido en un cuartel
sin testigos coterráneos.

JORGE LILLO / 15 DE MAYO DE 2025