Por Miguel de Loyola
Rojo y negro, de Stendhal (seudónimo de Henri Beyle), es una obra clásica de la literatura francesa del siglo XIX. Un libro imperdible para los amantes del género novelesco.
La novela recrea morosamente la vida de Julián Sorel. Personaje singular, de ascendencia modesta, hijo de un aserrador, pero dotado de prodigiosas facultades mentales para retener y repetir capítulos completos de la biblia o de cualquier otro libro de importancia. Esta singularidad -genial ironía por parte del autor- le permite a Julián Sorel ascender por la escala social de la Francia de su época, comenzando en calidad de preceptor de los hijos del alcalde de la pequeña ciudad de Verrieres, en el Franco Condado, gracias a su amistad con el cura Chelán, párroco de la localidad.
La novela recrea y cuestiona la composición social de la época descrita, registrando un valioso repertorio de posiciones morales, políticas, religiosas y amorosas de una nación todavía en pleno esplendor y desarrollo, afianzada en el poder de la llamada diosa razón. El contrapunto, serán las sorprendentes conquistas amorosas alcanzadas por Julián Sorel desde su modesta condición de preceptor, donde no será la razón, precisamente, el vehículo para alcanzarlas, sino lo contrario, el poderío de los instintos, capaz de imponerse –en esos tiempos y en cualquier otro- en las almas jóvenes muy por encima de la cordura, las cadenas morales y religiosas.
Hay en la obra una abierta manipulación del personaje por parte del autor, para examinar y cuestionar a través suyo la Francia inmediatamente posterior a la caída de Napoleón, donde –parece decirnos entrelíneas el autor- nada ha cambiado respecto a las ideas monárquicas combatidas a cuchillo durante la revolución. Sigue predominando en el Imperio el privilegio de clases, el nepotismo ayer castigado con la guillotina, el insaciable afán de poder y de títulos nobiliarios por parte de la nobleza. Persiste todavía la pleitesía al soberano, recuérdese la visita del rey a Verrieres, la recreación acabada y minuciosa de los preparativos ante la inminencia de su llegada, las intrigas y envidias por participar en dicho acontecimiento.
El perfil del protagonista, Julián Sorel, si bien por momentos resulta contradictorio, dada su extremada indiferencia frente a ciertos asuntos amorosos, termina por acotar claramente el espíritu de una época, marcada por la lucha entre la cordura y la locura desatada por los instintos. Julián Sorel, la señora de Renal y la joven Matilde, sucumbirán a la pasión, echando por tierra todos los preceptos que el sentido común de su época impone a las personas pertenecientes a su clase, y que tan bien representan los personajes de su entorno. A la señora de Renal de nada le servirán sus plegarias y creencias religiosas, a Matilde tampoco la salvará el orgullo de clase que le impedía reconocer sus sentimientos ante un hombre de baja alcurnia, y Julián Sorel terminará también arrepentido por haber ocultado la verdadera fuerza de su espíritu en los momentos más importantes.
La historia, que en principio busca recrear las virtudes mentales y espirituales del protagonista, termina en una novela de amor alambicada y dramática de trágicas consecuencias, ilustrando una vez más el mayor conflicto humano, social y político: la lucha interna entre la razón y los instintos. De esta manera, Rojo y negro se abre paso en la búsqueda y reconocimiento del inconsciente, anticipando lo que Freud desarrollará algunas décadas más adelante, enseñando y recreando las grandes contradicciones que habitan en el alma humana.
Las conexiones que se pueden establecer a partir de esta obra con otras de la literatura universal son muchas. Sin embargo, cabe detenerse en El extranjero de Albert Camus, cuyo final en muchos aspectos resulta sorprendentemente semejante. Un hombre que pierde la razón a fuerza de ser razonable y se pierde en aquel laberinto racional que desemboca inevitablemente en la locura. Julian Sorel pierde la noción de realidad lo mismo que el protagonista de El extranjero, y rechaza las imposiciones morales impuestas por el llamado inconsciente colectivo. Normas que vienen a ordenar el caos natural y propio de los instintos, y las cuales constituirán las bases más sólidas del creciente imperio Francés. Indudablemente, en Chile la novela es comparable con nuestro Martín Rivas, del célebre escritor chileno Alberto Blest Gana, un paralelo con dicha obra, merece capítulo aparte. Están allí claramente marcados los estereotipos y sus semejanzas.
Otro aspecto notable en esta obra es la mirada crítica del autor a los asuntos de la Iglesia Católica. Julián Sorel estará siempre apadrinado por prelados eclesiásticos, partiendo por el párroco Chélan, su gran amigo y confesor de la infancia y juventud. La facultad de recitar pasajes completos de la Biblia en latín, le otorga empatía absoluta ante los representantes de la iglesia, quienes verán dichas facultades como arma inmejorable para servir a la Iglesia. De hecho, la primera intención del protagonista será hacerse cura, pasando por el prestigioso Seminario donde conocerá al abate Pinard, quien terminará siendo un apoyo fundamental en su ascenso social..
La obra cuestiona la posición de la iglesia, su poder económico y sus influencias sociales que permiten a los eclesiásticos alcanzar una posición sólida y confortable. Se da a entender muy claramente que se trata entonces de una carrera que lejos de constituirse en una cuestión espiritual, termina siendo un camino para enriquecerse y establecerse socialmente, pasando a formar parte de la clase alta, de acuerdo, se entiende, del rango alcanzado dentro de los escalones militares de la iglesia.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Sin fecha.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…