Por Miguel de Loyola

¿Acaso a nadie impresiona ya la sobreabundancia de estos tiempos? Países como el nuestro, paupérrimos hasta los años setenta, donde la mitad de la población andaba poco menos que a pata pelada, hoy día están atiborrados de bienes utilitarios. Y de zapatillas, que son el símbolo de los nuevos tiempos.

Las zapatillas deportivas se usan ahora hasta en los campos, porque enterraron a las ojotas de goma de neumático que constituían la prenda más característica del campesino chileno.

Hoy día entras a un supermercado y tampoco te sorprendes ante la cantidad de productos alimenticios posibles, productos provenientes de todos los rincones imaginables del planeta. Quesos, fiambres. conservas, pescados, carnes, vinos, bebidas…  En las tiendas de vestir las prendas desbordan los estantes y se agrupan en pilastras. Zapatos,  pantalones, blusas, camisas, calzoncillos, calcetines por doquier. Y  todo en oferta, según versan los anuncios comerciales, porque vivimos una ola constante de ofertas que nadie se quiere perder, y para eso están las tarjetas de plástico. Vas por materiales de construcción y no escasea ningún producto. Allí se alinean en rumas las puertas, ventanas, techumbres, ladrillos, cemento, pegamentos, clavos, tornillos,  etc. Lo mismo ocurre con el mercado de las herramientas, ayer consideradas la gran herencia del padre al hijo, porque tenía que morirse el viejo para heredar un martillo, una garlopa, un serrucho, por ejemplo.  Lo mismo ocurre con el menaje, la loza y los utensilios de cocina por los que peleaban las abuelas con sus hijas y las suegras con las nueras en una rueda de movimiento continuo de culpas y reculpas frente a una quebrazón de platos.

Cabe preguntarse, ¿cómo y cuándo  cambió todo esto? NI hablar de electrodomésticos y artículos de computación, audio, video, etc. Los teléfonos, ayer considerados artículos de lujo, hoy día andan botados en los tarros de basura. Muebles, refrigeradores, lavadoras, televisores se pueden hallar tirados en las calles, como los había en los Estados Unidos y Europa hace cincuenta años atrás, y a uno, cuando se lo contaban, no lo podía creer, nadie podía creer que hubiera países tan ricos y nosotros tan pobres.  

 No sabemos, por cierto, si esta sobreabundancia perdurará en el tiempo. Si se transformará en basura y volvamos a los tiempos de pobreza. Lo que si sabemos es que en muchos aspectos ha mejorado la calidad de vida de las masas. La aflicción por la pérdida de una cucharilla de té, o la quebrazón de los platos, las manchas en la ropa, en el mantel,  ha ido desapareciendo del inconsciente colectivo, y a los niños ya no se les da un coscorrón cuando quiebran un vaso.

El hombre masa quiere cosas, y entonces hay que darle cosas. Y en eso estamos, en eso está el mundo entero. Métale cosas para llenar el vacío de las almas de nuestro tiempo. De momento, no cabe hacer otra cosa.

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Enero 2014.