Lo invitamos a leer un interesante artículo sobre uno de los arquetipos heroicos inolvidables y eternos: Odiseo o Ulises, en quien siempre reconoceremos anhelos presentes en nuestras propias vidas.

ELOGIO DE LA TRADUCCIÓN: EL LARGO VIAJE DE ULISES

“Heureux qui comme Ulysse a fait un beau voyage”
Joachim du Bellay, Les regrets, 1558

“’T is not too late to seek a newer world”
Alfred Lord Tennyson, “Ulysses”, 1842

La práctica de la traducción tiene una larga y compleja historia en el ámbito de la comunicación en las áreas más variadas, como sabemos: desde la política y la diplomacia hasta las relaciones comerciales; desde la religión y la proclamación de la palabra en las grandes religiones hasta la antigua discusión sobre el “lenguaje sagrado” de los ritos religiosos. Conceptos como la ‘autenticidad’ y la relación de ‘sintonía’ entre las palabras traducidas y los textos originales han sido objeto de polémica y de reflexión teórica en los diversos ámbitos de las humanidades y de las ciencias sociales.

Pero hay un ámbito específico en el cual la traducción reina casi sin resistencia, y es el de la traducción literaria. Es cierto que podemos reflexionar y discutir sobre el subtexto ideológico de toda empresa traductora, pero en el ámbito de la cultura letrada, la traducción de las obras literarias se reconoce como un elemento esencial de la creación y de la ‘polinización’ incesante de tantas obras, y en particular de aquellas pertenecientes al ‘canon’ que, por comodidad, llamamos ‘occidental’.

Y en este ámbito quiero acercarme a una historia relatada una y otra vez: la de Ulises y su largo viaje de regreso a Ítaca. Desde los cantos homéricos al Dante, a du Bellay, a Goethe, a Tennyson, a Kavafis, a Giovanni Pascoli, a James Joyce, a Borges y a Kazantzakis y tantos otros. Las traducciones desde el griego de Homero y el toscano, el francés, el inglés, el alemán, el castellano, el italiano y el griego modernos han estado todas ellas al servicio de esta historia única: Ulises y su largo viaje de regreso a Ítaca. Existe una enorme bibliografía sobre este tema; sin embargo, para un acercamiento como el mío, basado casi exclusivamente en lecturas más o menos dispersas y en una admiración personal por los poetas que he elegido para esta presentación, creo que el trabajo de William Beddell Stanford con su estudio de 1968 sobre la recepción de Ulises, sigue siendo una fuente de información indispensable para acercarse a esta tradición literaria. Porque además de su conocimiento detallado de tantas obras y de tantos autores que se acercaron a la figura de Ulises, su acercamiento y su lenguaje son precisos y adecuados para una lectura como la mía.

Quisiera también dejar aquí planteada -solo de manera muy preliminar- la vigencia de un aforismo de Goethe con respecto a toda poesía, y que me parece especialmente pertinente cuando se trata de la tarea de creación y de la traducción literaria: «Alle Poesie [verkehrt] eigentlich in Anachronismen”. Entiendo que si toda poesía transita en el ámbito de los anacronismos, podríamos pensar que lo mismo sucede con la traducción como creación literaria; porque toda traducción asume necesariamente una distancia frente al ‘original’ y se constituye, en verdad, como un Anacronismo.

I. El regreso (de Ulises): La Odisea

Como lo ha planteado Barbara Cassin en su hermoso estudio sobre la Nostalgia (Ulises, Eneas, Arendt), Ulises no ha terminado nunca de regresar, nunca deja de volver (Cassin 30). Así leemos en la Odisea:

“Por entonces ya todos los demás que de la abrupta muerte habían escapado se hallaban en sus hogares puestos a salvo de la guerra y del mar. Y solo a él, ansioso del regreso y de su esposa, lo retenía una ninfa venerable, Calipso, divina entre las diosas, en sus cóncavas grutas, deseosa de que fuera su marido” (Odisea I, 11-15)

Y cuando Calipso acepta el juicio inapelable de Zeus, quien junto a los dioses medita y decide que es tiempo de que Ulises vuelva a Ítaca y a su mujer, Calipso va en su búsqueda:

“Lo encontró, pues, sentado en la orilla. Nunca estaban sus ojos secos de lágrimas y consumía su dulce vida añorando su regreso. Pasaba, sin embargo, las noches por necesidad en la cóncava gruta al lado de la que lo amaba sin amarla él. Pero durante los días, sentado en las rocas de la costa, desgarrando su ánimo con llantos, gemidos y pesares, escrutaba el mar estéril derramando lágrimas” (Odisea V, 151-158)

Y en ese mismo sentido, un poco más adelante, en el Canto IX, Ulises hará el elogio de Ítaca y de sus virtudes y de la vida en el hogar: “Porque nada hay más dulce que la patria y los padres, ni siquiera cuando uno habita en un hogar opulento bien lejos, en tierra extraña, alejado de su familia” (Odisea IX, 36-39)

En el relato homérico, como sabemos, ese regreso tan esperado queda de alguna manera ‘pendiente’, marcado tempranamente por los presagios de Tiresias en el Canto X. A su regreso a Ítaca, desconociendo la isla en un principio, y desconocido por todos, salvo por Argos, y más tarde por su hijo Telémaco y la nodriza. Ulises cumplirá luego con matar a los pretendientes y a las sirvientes infieles. Y después de regresar a su casa y de ser también reconocido por Penélope y habiendo dormido con ella en el antiguo lecho labrado por él mismo en un olivo, deberá partir de nuevo.

Recordando el presagio de Tiresias, nos preguntamos si Ulises navegará teniendo en sus manos un bieldo, hasta llegar hasta quienes no conocen el mar ni comen viandas sazonadas con sal, ni han visto las naves de mejillas purpúreas, ni remos de buen manejo, que son las alas de las naves. Y podemos preguntarnos si después de ofrecer sagradas hecatombes en honor de los dioses, su muerte será en verdad aquella que le predijo Tiresias, en el canto XI (100- 137): “a ti la muerte te llegará desde el mar, y será muy tranquila, pues estarás ya sometido a la suave vejez. En torno tus gentes serán prósperas”.

A partir de este presagio de Tiresias, me interesa detenerme en otros cuatro textos que poetizan el regreso de Ulises, tantas veces diferido y nunca completamente logrado. Porque ya desde antiguo los poetas se han preguntado cómo fue ese regreso y si murió en su tierra, en su Ítaca, junto a Penélope y a Telémaco o si murió en su viaje más allá de las columnas de Hércules.

II: El regreso de Ulises: Dante, Infierno XXVI

Para seguirlo en esta historia, debemos acercarnos al Infierno de Dante quien, recorriendo esos espacios junto a Virgilio, como sabemos, encontrará a Ulises en el círculo de los consejeros fraudulentos y de los engañadores, en el Infierno (Canto XXVI, 44-142). Si nos preguntamos por qué el autor encuentra a Ulises, quizás el héroe más humano de la épica antigua, en el círculo de los engañadores y falsos, se ha dicho que es porque el Dante nunca leyó directamente los textos homéricos y solo supo de Ulises lo que pudo leer en la Eneida, en el Libro VI. No pudo siquiera conocer las traducciones (o más bien adaptaciones) latinas de la Guerra de Troya, las que circularon después de su muerte. Y si bien en su Eneida Virgilio nunca describe directamente a Ulises como un mentiroso y un engañador, permite que sus personajes hablen de él en esos términos.

Y desde ahí, desde ese círculo del Infierno medieval, escuchamos a Ulises, quien le habla a Virgilio, no tampoco directamente al Dante, protagonista y narrador de este viaje ad ínferos.

Como sabemos, en el Canto XXVI (90-142) del Infierno, dirigiéndose entonces a Ulises y a Diómedes y al mismo Dante, Virgilio les recuerda los versos con los que cantó a Odiseo en la Eneida “¡Oh vosotros que sois dos dentro de un único fuego! Si cuando vivía parecía digno de vuestra consideración; si era digno de ella, poco o bastante, cuando en el mundo escribí versos sublimes, deteneos, y uno de vosotros que me diga dónde fue a morir” (Infierno, Canto XXVI, 79-84)

“A esta llamada contesta Odiseo lo siguiente, “Cuando me alejé de Circe que me había escondido más de un año allí cerca de Gaeta -aún antes de que Eneas la llamara de tal modo, ni la ternura hacia mi hijo ni el respeto hacia el padre anciano ni el amor que debía hacer dichosa a Penélope pudieron dentro de mí vencer el deseo que alimentaba de adquirir experiencia del mundo, y conocimiento de la virtud y de la maldad de los hombres. Por ello me lancé con una única nave al mar abierto, y con aquellos pocos compañeros que me habían quedado. Vi las dos orillas, a un lado de España, a otro de Marruecos, de Cerdeña, y del resto de las islas que baña el mar aquel. Yo y mis compañeros nos hicimos viejos y lentos, cuando llegamos a un lugar estrecho donde Hércules colocó sus señales para que ningún hombre osara ir más allá. Dejé detrás de mi Sevilla, a la derecha, y había llegado ya a Ceuta, a la izquierda. Vosotros, dije, ¡oh, hermanos! habéis alcanzado Hesperia en medio de diez mil peligros. No os neguéis, en lo poco de vida que os queda, a adquirir experiencia del mundo deshabitado siguiendo el camino del sol. Pensad en la semilla de la que habéis nacido. No estáis hechos para vivir como bestias, sino para buscar virtud y conocimiento. Con este breve discurso mío infundí tal valor a mis compañeros que con dificultad hubiera podido entonces hacerlos retroceder en su marcha”. (Infierno, Canto XXVI, 90-123)

Persuadidos por Odiseo entraron a través de los estrechos y cuando habían recorrido una gran extensión de mar, de improviso

“Apareció ante nuestros ojos una montaña confusamente, debido a su distancia, y me pareció de tal altura como nunca vi otra. Nos alegramos entonces, pero nuestra alegría se trocó al momento en lágrimas. Porque de la nueva tierra se levantó una tempestad que se lanzó contra la parte delantera del barco. Tres veces volteó al barco con todas las aguas. La cuarta vez levantó en alto la popa (según le pareció al Otro, es decir a uno de los dioses), hasta que de nuevo el mar se cerró sobre nosotros”. (Infierno, Canto XXVI, 133-142)

Ese relato va a ser clave para la tradición literaria posterior, sin duda. De ese viaje imaginado por el Dante se nutrirán muchos de los poetas que durante varios siglos han seguido recordando a Ulises y preguntándose por el destino de este viajero que parece representar los sueños de aventura y también las preguntas por el destino de tantos aventureros que lo han sucedido. Y una de las preguntas será, por cierto, como lo hemos ya mencionado, si Ulises quiere de verdad regresar a Ítaca, a su mujer, a su hijo y a ejercer de nuevo su reinado sobre esta isla pobre y sobre sus rudos habitantes; a esta isla que él mismo no reconoce cuando desembarca en ella. Y donde, una vez más, y durante varios días, Ulises fingirá no ser quien verdaderamente es.

III El regreso de Ulises: Joachim du Bellay

Un nuevo hito en este recorrido de las traducciones/reelaboraciones del viaje de Ulises es el soneto del poeta francés Joachim du Bellay (1522-1560) escrito probablemente durante su estadía en Roma. El poema que se inicia con un verso inolvidable “Heureux qui comme Ulysse a fait un beau voyage” (Feliz quien como Ulises ha hecho un bello viaje”), parece ser el menos ‘épico’ de los poemas presentes en esta tradición. Sin embargo, es posible leerlo también como el más cercano a una de las características (quizás contradictorias) del protagonista de la Odisea, del héroe y aventurero que suspiraba y derramaba lágrimas al no poder volver a su hogar, como lo hemos encontrado y mencionado en el Canto V de la Odisea (V, 151-158).

Este texto de du Bellay parece desconocer totalmente las preguntas que nos hemos planteado. El soneto forma parte de su poemario titulado Les regrets, (título que se podría traducir como “los lamentos”, “las nostalgias” o “los arrepentimientos”), publicado en 1558; du Bellay perteneció a una familia de la nobleza de la región de Anjou y nació en el castillo de la Turmelière, perteneciente a su familia. Desde su tierra natal viajó a diversos países y llegó a Roma en 1553, asistiendo allí a su pariente, el cardenal y diplomático Jean du Bellay, hasta el año 1557.

A partir de una alusión al bello viaje de Ulises y del regreso de Jasón (mencionado indirectamente) después de conquistar el Vellocino de oro, se nos propone en el soneto de du Bellay una visión de su regreso al hogar, cargado de experiencia y de razón, para vivir entre los suyos por el resto de su vida.

Cuándo veré yo de nuevo, ay! de mi aldea
el humo de la chimenea, y en qué estación
¿Veré yo de nuevo el recinto de mi humilde casa,
que es para mí una provincia, y mucho más aún?

Los siguientes versos del soneto, por otra parte, están referidos a la propia experiencia y a la añoranza por su aldea y su pobre casa y el humo de su chimenea, todo ello sometido a una idealización a la inversa, podríamos decir, de la casa noble en la que vivió el autor. Su casa, sus muros de pizarra, el pequeño río Liré y la “dulzura angevina” se comparan favorablemente con el mármol y las fachadas de las casas romanas, así como con el río Tíber y el monte Palatino.

Más me deleita la morada que construyeron mis abuelos
Que las audaces fachadas de los palacios romanos,
Y más que el mármol me place la pizarra afinada:

Más mi Loire de las Galias que el Tíber latino,
Más mi Liré que el monte Palatino,
Y más que el aire marino, la dulzura angevina (la traducción es mía).

Me parece legítimo proponer aquí que el aparentemente menos épico de los poemas que han “traducido” el viaje de Ulises durante tantos siglos de historia literaria es, quizás, uno de los más cercanos a una de las características del personaje poetizado por Homero: es que a pesar de todo su espíritu aventurero, Ulises está también sujeto a la nostalgia.

IV El regreso de Ulises: Alfred Lord Tennyson

La pregunta por el regreso de Ulises está respondida de manera muy diferente en el texto que tomamos como un tercer poema en este recorrido iniciado en el texto homérico.

Así lo podemos interpretar en nuestra lectura del poema “Ulysses”, de Alfred Lord Tennyson, publicado en 1842: “… toda experiencia es un arco a través del cual brilla ese mundo no recorrido cuya frontera se desvanece más y más cuando me muevo” (Tennyson, “Ulysses”: “Yet all experience is an arch wherethrough gleams that untravelled world, whose margin fades for ever and for ever when I move” (ll.19-20).

Desde los primeros versos se nos aparece la necesidad de una vida errante, sin descanso:

“I cannot rest from travel: I will drink
Life to the lees: …”

En el poema de Tennyson, el recuerdo de la vida que vale la pena ser vivida en plenitud, beberla hasta la última gota con un corazón hambriento de nuevas aventuras, está sin duda asociada al viaje y al conocimiento del mundo, pero también estará asociada a un nombre: Ulises, el que se había llamado a sí mismo “el sin nombre” en el episodio de su lucha con el Cíclope, y que luego de haberlo vencido proclama que él es “Odiseo, el asolador de ciudades, hijo de Laertes, que tiene su casa en Ítaca» (Odisea, Canto XXX ). Ya se ha convertido en un nombre para ser recordado (Odisea, Canto IX).

Y en el texto de Tennyson, asociado a ese nombre de Ulises, está el conocimiento de sí mismo, puesto que él mismo es parte de todo lo vivido: el honor, el ebrio placer de la batalla con sus pares allá lejos, en las sonoras llanuras de Troya (abierta) al viento. Y de nuevo, hay que recordar aquí los versos con los que culmina este reconocimiento de sí mismo y de su nombre: la experiencia es como un arco (¿un umbral?) desde el cual se vislumbra el destello de un mundo aún no recorrido, cuyos márgenes se alejan una y otra vez cuando [el viajero] que lo busca se mueve hacia él.

“…I am become a name;
For always roaming with a hungry heart
Much have I seen and known; cities of men
And manners, climates, councils, governments,
Myself not least, but honour’d of them all;
And drunk delight of battle with my peers,
Far on the ringing plains of windy Troy.
I am a part of all that I have met;
Yet all experience is an arch wherethro’
Gleams that untravell’d world whose margin fades
For ever and forever when I move. (…)”

Hacia el final, en la cuarta y última estrofa del poema de Tennyson nos espera la voz de Ulises iniciando su último viaje, junto a los compañeros, ancianos también como él, y con quienes ha compartido tantos trabajos, tantas tormentas y triunfos. Y aún les queda alguna hazaña por cumplir a estos “varones hermosos que caminaron junto a los dioses”. Aún queda el honor y las tareas por delante, a pesar de que la muerte a todo le pone fin. Antes de ese momento inevitable, es preciso navegar hasta donde se pone el sol y todas las estrellas se bañan en el occidente. Hay que navegar hasta morir. Puede ser que los sumerjan las corrientes, pero también puede ser que lleguen a las Islas Afortunadas y vean al gran Aquiles, al que conocieron. Y la entera conformidad con esta nueva y última etapa de la vida la podemos encontrar en los versos finales:

Tho’ much is taken, much abides; and though
We are not now that strength which in old days
Moved earth and heaven, that which we are, we are;
One equal temper of heroic hearts,
Made weak by time and fate, but strong in will
To strive, to seek and not to yield.

V El regreso de Ulises: Constantino Kavafis

Nuestro último hito en este recorrido es la obra de Constantino Kavafis, nacido en Alejandría en el año 1863 y muerto en la misma ciudad en 1933. Su poema “La Segunda Odisea”, escrito en 1894, fue descubierto recién en el año 1984, mientras que su bien conocido poema “Ítaca”, por otra parte, fue publicado en 1911 y compuesto durante el año anterior. Se sabe, y es relevante tenerlo en cuenta, que Kavafis conoció y citó el texto de Tennyson, que conservaba su obra en su biblioteca y que lo mencionó en el epígrafe de “La Segunda Odisea”, junto al Dante y su texto sobre Ulises en el Infierno.

En el poema “Ítaca” podemos reconocer, sin duda, algunos versos del “Ulysses” de Tennyson, y quizás también el “bello viaje” del soneto de Joachim du Bellay. Pero en Ítaca la perspectiva del viaje de regreso, tal como la asume la voz lírica es totalmente distinta, es una voz que parece querer enseñarnos cómo es el verdadero viaje. Por otra parte, el nombre de Ulises ni siquiera es mencionado: escuchamos la alabanza del viaje, de un viaje en el que se recuerda las aventuras con los Lestrigones y los Cíclopes, y la ira de Poseidón. Y se nos enseña que a ellos no hay que temerles, si no se los lleva en el alma. Y hay que regresar a Ítaca ya anciano y cargado de riquezas y de conocimiento. “Ítaca te ha dado el bello viaje. / Sin ella no habrías salido al camino./ Otras cosas no tiene ya que darte”…”Y si pobre la encuentras/ Ítaca no te habrá engañado./ Sabio así como llegaste a ser, con experiencia tanta/ Ya habrás comprendido las Ítacas qué es lo que significan”.

Pero antes de “Ítaca”, como lo plantea Alicia Morales Ortiz, es importante leer la “Segunda Odisea” y el ensayo titulado “El fin de Odiseo”, ambos escritos en 1894. En su trabajo, Morales quiere llamar la atención sobre ambos textos, que arrojan nueva luz sobre el quehacer poético de Kavafis en torno al tema homérico y resultan un complemento indispensable para el estudio de “Ítaca”, escrito posteriormente, como sabemos. El poema inédito, del que se conocía únicamente el título, fue también descubierto en 1984 entre los documentos del Archivo Kavafis y publicado por Savidis en 1897.

Presento aquí el poema “Segunda Odisea” en la traducción de Alicia Morales, cotejada con la traducción de Miguel Castillo Didier.

“Odisea segunda y grande acaso mayor que la primera. Pero ¡ay! sin Homero, sin hexámetros. Era pequeña su casa patria, era pequeña su ciudad patria, y toda su Ítaca era pequeña. El cariño de Telémaco, la fidelidad de Penélope, la vejez del padre, sus antiguos amigos, el amor de su entregado pueblo, el feliz reposo del hogar penetró como rayos de alegría en el corazón del surcador de mares. Y como rayos se hundieron. La sed de mar despertó en él. Odiaba el aire de tierra firme Por la noche perturbaban su sueño los fantasmas de Hesperia. Le atrapó la nostalgia de viajes, de llegadas de mañana a puertos donde, con qué alegría, entras por primera vez. El cariño de Telémaco, la fidelidad de Penélope, la vejez del padre sus antiguos amigos, el amor de su entregado pueblo y la paz y el reposo del hogar le aburrieron. Y se marchó. Mientras las costas de Ítaca se desvanecían poco a poco ante él, y navegaba a toda vela hacia el oeste, hacia Iberia, hacia las columnas de Hércules, lejos de todo mar aqueo, sintió que volvía a la vida, que abandonaba las pesadas cadenas de las cosas conocidas y familiares. Y su corazón aventurero se alegraba fríamente, vacío de amor”.

Esta “Segunda Odisea” me parece la poetización quizás más radical de Ulises como viajero, desde el relato del Infierno de Dante y del “Ulysses” de Tennyson, ambos en la línea interpretativa de un viaje sin un verdadero regreso posible. Nada de lo que lo espera en Ítaca lo puede satisfacer, solo le produce hastío. “Y su corazón aventurero se alegraba fríamente, vacío de amor”.

Este último verso es quizás uno de los más explícitos de la oposición insalvable entre el amor y el hogar, por una parte, y la necesidad de aventura, de riesgo, de nuevos conocimientos y nuevas tierras encarnados en esta poetización de Ulises. Porque si bien la primera parte, la alabanza de la pequeña casa y de la pequeña patria, pudiera recordarnos el soneto de du Bellay, esta “Segunda Odisea” de Kavafis no nos deja alternativa. La alegría del aventurero implica el abandono de su tierra y del amor, de todo amor.

En este sentido, este texto de Kavafis puede ser leído en oposición a las palabras de Ulises en el Canto IX de la Odisea (ll 19-36)

“Soy Odiseo, el hijo de Laertes, que entre todos los
humanos destaco por mis tretas, y mi fama alcanza
hasta el cielo. Habito la despejada Ítaca. Hay en ella
un monte elevado, el Nérito de sombrías arboledas.
En torno suyo están tendidas numerosas islas, muy
próximas entre sí: Duliquio, y Same y la boscosa Zacintos.
Ítaca se alarga llana en un extremo de la mar,
hacia occidente, y las otras a distancia hacia la aurora
y el oriente. Abrupta es, pero buena criadora de jóvenes.
Yo, al menos, no soy capaz de imaginar nada más
dulce que esa tierra.
“Antaño me retuvo junto a ella Calipso, divina entre
las diosas, en sus cóncavas grutas, anhelando
hacerme su esposo (…)
Pero jamás ninguna llegó
a convencer mi ánimo en mi pecho. Porque nada hay
más dulce que la patria y los padres, ni siquiera cuando
uno habita un hogar opulento bien lejos, en tierra
extraña, alejado de su familia.

Conclusiones

Para concluir, es necesario expresar que una de las alegrías que podemos experimentar con la lectura de estos textos tan ricos -y a veces contradictorios-, se debe a que cada uno de ellos nos permite, gracias a su propia ‘traducción’ de un relato relativamente “abierto” como el de Homero, explorar nuestras propias experiencias. En muchos casos, ese fenómeno de autoidentificación se produjo gracias a la ‘translatio’ que cada poema significó para sus autores; y creo que esa posible identificación se puede deber además, a que tanto en el texto del Dante, como en el poema “Ulysses” de Tennyson, escuchamos la voz del protagonista relatando su propia historia.

Y en ese proceso de “leer a Ulises” y de intentar acercarnos a algunas de sus sucesivas ‘encarnaciones’, logramos en algunos momentos reconocer nuestros propios deseos de aventura y de regreso gracias a esas “palabras ajenas”, las palabras de los poetas que llegamos a apropiarnos y a hacer nuestras[1].

BIBLIOGRAFÍA

Cassin, Barbara. La nostalgia. Ulises, Eneas, Arendt. Madrid: Alianza Editorial 2022 (2013)

Dante Alighieri. Divina Comedia. Abilio Echeverría, trad. Madrid: Alianza Editorial 2024 (1995).

du Bellay Joachim. « Heureux qui comme Ulysse  a fait un beau voyage ». Les regrets. Les antiquités de Rome. Défense et illustration de la Langue francaise. Paris : NRF Poésie/ Gallimard, 1967. p. 95.

Homero. Odisea. Edición y trad. Carlos García Gual. Madrid: Alianza Editorial 2005.
Odisea. p. 135-6

Kavafis íntegro. Miguel Castillo Didier, ed. y trad. Santiago: Tajamar Ediciones 2007 (1991).

Luzzi, Joseph. “The Rhetoric of Anachronism” Comparative Literature, Winter, 2009, Vol. 61, No. 1 (Winter, 2009), pp. 69-84.

Alicia Morales Ortiz. “Más allá de Ítaca: la Segunda Odisea de Kavafis” Estudios Románicos, Volumen 16-17, 2007-2008, pp. 747-763.

William Beddell Standford. The Ulysses Theme. A Study in the Adaptability of a Traditional Hero, Oxford, 1968.

Tennyson, Alfred Lord. The Works of Alfred Lord Tennyson, Poet Laureate. London: MacMillan and Co, 1911. “Ulysses”, p. 95-96.


[1] Se ha dicho, por ejemplo, que el Ulises de Goethe y de Tennyson representan en buena medida el impulso fáustico del hombre moderno. Görner, Rüdiger. “Goethe’s Ulysses: On the Meaning of a Project”. Publications of the English Goethe Society Volume 64, 1993 – Issue 1. Pages 21-37 (p.21)