Por Ramiro Rivas

La meteórica y alucinante carrera literaria de David Foster Wallace (1962-2008) es sorprendente. Desde su primera novela, La escoba del sistema  (1987), despertó la atención de la crítica especializada de su país. Inmediatamente se le relacionó con el vanguardismo de Thomas Pynchon y Don DeLillo, debido al experimentalismo técnico y narrativo.

Pero con la publicación del libro de cuentos La niña del pelo raro (1989), un volumen de sólo diez relatos y cerca de 500 páginas, el aplauso fue unánime. En esta obra Foster Wallace exhibe toda su pirotecnia escritural, una aguda crítica a la sociedad norteamericana y a los iconos de la cultura pop. Una suerte de despiadada parodia a la industria del entretenimiento televisivo, a los concursos de conocimientos, a los líderes comunicacionales obsesionados con el rating, al bombardeo de información de la web, a las compañías de alimentación transnacionales, a la guerra de Vietnam y el escándalo Watergate, todo un cúmulo de temas y situaciones relacionados con la política estadounidense y que afectaron profundamente la personalidad de este escritor.

En efecto, Foster Wallace sufrió gran parte de su corta vida de una depresión congénita que lo impulsó en varias oportunidades a solicitar ayuda médica. El temor y la ansiedad de doblegarse ante el suicidio lo sobrellevó por más de veinte años. Aseguraba que el exceso de antidepresivos lo ayudaba a la creación. Pero debido a graves efectos secundarios, el año 2008, cuando finalizaba de escribir la primera parte de una novela que se publicó póstumamente con el título de El rey pálido (2011), se suicidó a los 46 años ahorcándose en el patio de su casa.

La pérdida de este brillante escritor dejó un vacío inmenso en las nuevas letras norteamericanas. Su novela futurista La broma infinita (1996), ambientada en el año 2025, es una sátira severa de nuestro tiempo y la soledad del individuo contemporáneo. En varias oportunidades confesó que “entre la gente de mi edad hay una sensación de malestar y tristeza”. Esta novela se transformó rápidamente en lectura de culto. Sin constituir una obra de fácil comprensión, a los pocos meses ya era super ventas. El texto posee más de mil páginas y centenares de notas. El empleo del metalenguaje, las extensas digresiones, la crítica acerba a una sociedad desesperanzada y vacía, la vulnerabilidad del ser, producen una profunda desazón. La búsqueda de parentescos literarios se multiplicó. Los elogios a su obra se extralimitaron, especialmente en el influyente Time que catalogó La broma infinita como una de las cien mejores novelas inglesas del último tiempo. También dejó discípulos, como el talentoso Jonathan Safran Foer y una pléyade de jóvenes escritores nacidos de sus talleres de creación literaria.

La niña del pelo raro es un libro notable. Posee un cuento de 190 páginas y varios que sobrepasan las cincuenta páginas. No obstante la desmesurada extensión, nunca dejan de funcionar como relatos. La hábil progresión narrativa, la intensidad y el buen manejo de los personajes, mantienen la armonía necesaria para atrapar al lector. El que da título al libro es un texto que trata de un grupo de adolescentes punkis que explotan a un ejecutivo joven que los admira y les solventa económicamente sus excesos de drogas, alcohol y sexo sin limitaciones. Las relaciones homosexuales y escenas de lesbianismo son expuestas con gran naturalidad, característica usual en este tipo de escritura postmoderna.

A pesar de la advertencia del autor que asegura que las figuras públicas que aparecen en algunos relatos son inventados o falseados, la presencia del ex Presidente norteamericano Lyndon Johnson como protagonista del cuento del mismo nombre, es una brutal parodia del ex mandatario. Cierra el texto con un desenlace carnavalesco, en donde relata los últimos días de Johnson agonizante junto a un travesti consumido por el sida. Foster Wallace zahiera con sutileza y brutalidad, escarbando en los meandros de los individuos tratados y exponiéndolos en todas sus flaquezas.

En el desmesurado relato Hacia el oeste, el avance del imperio continúa, el autor pone a prueba la paciencia del lector, extendiendo un acontecimiento aparentemente simple, en una serie de circunstancias anexas que prolongan el cuento hasta la desesperación. Se describe la reunión a realizarse en una ciudad de Illinois de miles de individuos que alguna vez sirvieron de extras en la publicidad del imperio de McDonald’s, encuentro presidido por el magnate de las hamburguesas y un hijo de pocas luces disfrazado de payaso. El relato se sustenta en dos personajes, una pareja de noveles escritores, que se ve envuelta en este trayecto accidentado que nunca llega a destino, parafraseando en cierta forma a El Castillo de Kafka. Wallace, consciente de la estratagema, ironiza a mediados de la interminable narración: “De nuevo hay que hacer notar que la generación anterior de escritores agobiantemente autoconscientes, obsesionados con su propia interpretación, llegado a este punto mencionarían, justo cuando parece que vamos a llegar a alguna parte, que esta historia no va a ningún sitio”.

Tomadura de pelo o no, David Foster Wallace es un escritor que todo narrador joven debe leer para apreciar las múltiples variaciones que la literatura moderna ofrece para innovar o renovar la literatura demasiado canónica de nuestros antepasados.

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(5-04-2014)