por Amapola Islame

Entras a este elevador, a sentir el subidón instantáneo que nace en la entraña. Ascenso perpetuo, como cuando vas hacia un décimo octavo piso, esperando, esperando. Tiempo perdido, no te detienes a pensar con ese tiempo, pero esta obra te obliga a habitar la incertidumbre de la elevación.

¿Cuánto tiempo hacia el piso número dos?, ¿puedo calcular su valor? Inmediatamente se arrojan poemas que podrían ser florilegio de una elucubración breve, pero ya no sé lo que es breve después de esto:

lovesong vi

“ilusoria posesión y pertenencia en el salón de los espejos
incesante viaje al derretirme en tu pupila
de gato la pupila del ave que eres
quizás es amor. no. quizás es algo”.

La mirada en el espejo. Somos fantasmas insólitos en el ascensor: buscamos al otre, pero al igual que tú es etéreo y se empaña en el vidrio.

Inmersa entro en la obra. Me encuentro interpelada y puedo ser la elevadora como sujeta, otra hablante del poema. Ahora sí, subo al ascensor y parto al mundo psíquico que me muestra el espíritu, el fantasma, el alma en pena que son y no en esta afrenta. Los sentidos no te van a alcanzar, es tu imaginación es el onírico. ¿Acaso no es otro acercamiento con la realidad? Esta realidad dudosa de lo que es y no. Está fuera de la razón impuesta. Es como buscar la constancia en la materia… no es más que mutación líquida. Se impone y se declara otro sentido, así es. Así eligen los poemas estar en el mundo, luego de ascender en esta obra que me otorga otro sentido, el onírico; pero, y no obstante es real.

Viaje en espiral. Hay un tiempo perdido en las hojas que no responde a la cronología de la línea, donde el fantasma se convierte en niña, la niña encuentra al pájaro y el pájaro es fantasma en la caída. Aquí me detengo: decimos fantasmas del pasado, como certeza humana, como simple dicho, sin imaginar el presente que se sostiene en un tiempo en espiral. Misceláneo o sempiterno.

Aquí, los elevadores también son hablantes como sujetos: un pájaro que asciende, el fantasma en su parsimonia que no toca el suelo, la niña que no merodea entre los adultos acuerdos, el gato altanero que se encarama a tu ansiedad. Les imagino desapegades del entendimiento. La niña, el fantasma, no entienden de símbolos humanoides, y obligades tienen que inventar las palabras para habitar el mundo. Aprenden en esta historia una a una las extremidades de los cuerpos.

Elevadora esta escriba Kamelia, compone una música y muestra su mundo psíquico a través de la corporalidad desmembrada para presentar a la niña al fantasma al pájaro al gato. La niña en la imaginación de la sobrevivencia, el fantasma en el desconocimiento de la piel. Les es más fácil convertirse en los elevadores para luego raudos caer en su misma huida. La huida aquí percibo, única certeza.

Elevador en mantención. Mujeres muertas, penan en los edificios y murmuran coprolalias, rabias para los vivos, detrás de los poemas que conforman la tríada de la relax music good play. Inmediatamente, abrir el libro nos trae a la vivencia de un horror: tuve un amigo que cayó del piso 7 de un elevador en mantención, pero funcionando, otra contradicción, ¿qué música habrá oído? ¿Sus manos habrán tocado alguna melodía al asirse desesperadas a los cables viejos? Ahora pienso y lo miro vivo, pero fantasmal. Ahora me pregunto, cuando me hundo en esta creación que retrata hombros, ojos, mejillas, bocas. No había vidrios, solo partes de cuerpos. No pudo su yo mirarse en los espejos de ese salón.

Elevador hacia abajo, hacia un cielo o mundo al revés, donde los espíritus de pájaros se ríen de nosotres, porque no entendemos y con su sarcasmo interpelan en el poema this is hardcore, te dice, “otra vez tú, otra vez tú ¿qué sabes tú de romerías?” me bota de nuevo.

La autora desnuda una atmósfera rarífica de la dimensión donde las emociones salen en tropel, como una marcha de espíritus al estilo de Pompoko, pelicula de Miyazaki, la recomiendo. Las emociones salen en tropel, y a veces se quedan mudas a mitad de camino, buscan en la incertidumbre la certeza digo yo y cito el final del poema lovesong I “ojos adentro ensamble/ porque sabe ese gato es que tú sabes/ e intuyes la densidad de la piel del cuerpo que llevo/ su espesor/ poro a poro te inhalo/ en mis caderas el reino suyo porque”

Inconcluso pensamiento que nos deja impávidos.

El yo se escudriña hasta hacerse invisible en la metáfora, en la no puntuación, en la forma, en el óleo de la luna blanca y la negra. El despojo de la piel no es fácil, nos gritan las palabras, mas la música de fondo permite una melodía que desmembra su ojo frente al otre. Espejo y fantasma detrás tuyo. ¿Soy yo? dice la autora, fui yo esa.

Te hablan las líneas murmuran secretos que solo llevan encima los gatos. Acá hay llaves que buscan, puertas que tocan. Si pones atención y apoyas tu oreja en la contratapa, son gritos que saturaron la existencia, SOMOS FANTASMAS ME REPITEN. A media vida a media voz, buscan llaves, teniendo llaves para las puertas y las partes de los cuerpos que necesitamos.

Y retorno a los fantasmas. No puedo salir, soy una también. Estos fantasmas se desapegan y vuelven con sus miradas al acercamiento sensualista del mundo. El fantasma aquí es eso que nos inventamos para un algo, un no sé qué. Con su falta de certeza no complace a los humanos. Elige aparecer, y no pregunta, interpela con la presencia de la sorpresa. Te deja boquiabierta al mostrarte lo que no quieres ni esperas, como en relax music good play 2. Donde el fantasma de aquella joven me persigue y está encima de lo que devela el poema.

El reflejo del título me dice cuando cierro y abro la puerta de esta dimensión: no tengas miedo de quedar atrapada en el ascensor, contigo misma, con extraños, con las locas, con la poeta. Y aquí, cuando aparezco en la inmersión, la hablante se devela, cito: “tengo sueños recurrentes con fantasmas”. Es como tener la llave para el toc-toc de la puerta. En los sueños quizás buscamos llaves y a veces encontramos puertas.

A esta altura, el elevador ya tampoco es salón sino habitación íntima, donde el trazo de la ilustración se convierte en extremidades y te toca como sólo tú necesitas. Los dibujos merodean entre los poemas, sorpresivos, PAFF, acá hay uno y te empuja a mirarlo, luego de la simbolización por tus ojos de las palabras. Llega la imagen en sí misma a decirte que hables más alto, que le pongas título desde el sentido onírico que acabas de descubrir. Y aquí el sentido onírico cobra más su sentido cuando miro la portada y en el inicio y final me dice y cito el nombre de la ilustración “me proyecto, incluso, a través de mis límites”. El trazo se confunde con la ondulación del poema, con el fantasma sin vértebra.

Obsesiva, volverás al viaje, estoy segura. Pasearás los ojos por los números de los pisos que se pixelan, objeto de la locura de tu descenso. Y ahora que vuelves, quizás te imagines bajando desde el quinto… usa tus audífonos, elige una tonada breve que alcance su compás en el verso imperfecto, quizás una salsa para la animada, quizás Charly para la taciturna. La obra me hace anhelar haber conocido esos elevadores antiguos, que acompañaban con música el paseo, sin importar lo breve o lo ancho del mismo. Ahora la mayoría de los elevadores de la ciudad tienen espejos que nos devuelven el yo, al arreglarnos el pelo, limpiarnos la solapa. Después de esta lectura ya no será solo eso para ti, porque el elevador también puede ser el destino.

No temas a la muerte, ama me dice. Que llegue mientras escuchas una canción para adornar el salón del espejo. En este preludio, recomiendo elegir una canción para finalizar. Yo, en la necesidad, puse a andar el Nocturno 20 de Chopin.