Por Reynaldo Lacámara

El arte, y la literatura en particular, es un espacio privilegiado para renovar la mirada sobre los seres y las cosas, sobre todo en épocas como la que nos toca vivir en que lo humano parece restringido solamente a la cosificación del sujeto y al deterioro de su protagonismo en las principales áreas de su quehacer cotidiano.

En este escenario existencial es donde la poesía debe alzar la bandera de lo posible, y lo soñado, como señal inequívoca de humanidad y belleza. Es tiempo, sin lugar a dudas, de devolverle a la vida y a sus paisajes la posibilidad cierta de reconstruir los tejidos sociales, destruidos por la antropofagia mercantilista que nos rodea y seduce desde sus atalayas consumistas y sus cantos de sirena deshumanizadores.

Este es el sendero que la poesía de Constantin Barbu (Rumania, 1954) nos ofrece para devolver el sentido de aventura a nuestra vida, a nuestros días, a nuestras equivocaciones y aciertos. En «Las diez elegías para acabar con la poesía», traducido al castellano por Carmen Bulzan, académica, escritora, traductora y gestora cultural rumana, el autor nos conduce con destreza y singular profundidad, por aquellos senderos que para muchos serán reconocibles y para otros motivo de vivificante sorpresa. Acompañan esta aventura poética imágenes ritmos y desarrollos textuales que denotan la experiencia vivencial y estética de un autor capaz de transformar su propuesta en lenguaje común y convocante.

Estamos no solo ante una obra fruto del oficio de un autor consecuente con su vocación, sino ante todo con el despliegue de una poesía diáfana transparente y profundamente humana, tal y como los tiempos que corren requieren y exigen de los creadores.

Es así como Constantin lo vive y lo declara cuando nos confiesa en su Cuarta Elegía: … «sigo estando vivo/ te beso la cara en el libro/ es el libro de la suprema/ cuando tú eres la suprema/ solitaria como una ventana real/… pero ¿quién más ve?»

La autoconciencia del poeta trasciende la estética particular para convertirse en cuestionamiento colectivo, para tocar aquellas fibras adormecidas del ciudadano común y corriente, cuya sombra adorna las paredes de tantas ciudades en el mundo. De este modo la belleza se vuelve insumisión frente a lo establecido, frente a la sordera cotidiana que nos impide escuchar el reclamo de nuestros propios pasos y el murmullo de la vida, colándose por los entresijos de las existencias sin horizontes ni senderos.

Es la vigencia de este tono poético, que tan bien refleja y recrea la obra de Constantin Barbu, la que extiende también la vigencia de lo humano como código y brújula de aquellos creadores que se alzan por sobre lo cotidiano para unir su mirada a la de aquellos que han permitido sostener la esperanza y la artesanía de un mundo nuevo y necesario. Así es como el poeta se transforma también en navegante, no solo de su propia travesía, sino también de aquella otra que nos hace reconocernos y abrazarnos en los demás.

El lector podrá encontrar en cada una de estas Elegías algo de su propia historia, pero no solamente como testimonio o crónica, sino como desafío para la reconstrucción de su propio ideario y bitácora cotidiana. Ese es el verdadero desafío que la poesía fecunda y vivencial de Barbu nos ofrece como rosa y tarea.

La poesía de Barbu desnuda, cuestiona, pero también bosqueja y anuncia paisajes y seres que reinstalan el rostro más claro de lo humano. Aquel rostro que nos invita a romper con nuestras propias seguridades, para aventurarnos en la tarea fascinante y urgente de buscar, asumir y disfrutar la belleza oculta entre los pliegues y matices de nuestros propios horizontes, de lo que aún nos falta por construir. Por lo mismo es una poesía para lectores inquietos, ávidos de encontrarse con la alquimia final de la palabra, es decir con aquella transformación profunda de nuestra mirada y nuestro modo de mirarnos al espejo cada mañana.

Así lo expresa el poeta en su Sexta Elegía: «pero de repente parece que/ un viejo grillo/ sienta en mi cabeza/ y entra en mi cerebro/ para buscar una canción»//…»lo que está en tu ojo/ es indescriptible/ los ángeles perecederos/ giran una rueda/ y en sus radios son todas las versiones en versos/ sin memorizarse/ porque el lenguaje sobrenatural/ ningún ángel lo conoce” …

Revitaliza nuestra mirada sobre la poesía una propuesta como la de Constantin Barbu en cada una de «Las diez elegías para acabar con la poesía». A través de estos textos podremos experimentar aquello tan propio de la poesía, es decir que nos adentraremos en un espacio de significado distinto de los seres, el tiempo y las cosas. En ese espacio es donde cada una de estas elegías opera a modo de guía y conductor, para todos aquellos que en medio de nuestro propio tránsito, aún buscamos veredas que nos conduzcan a la belleza y a la vida en plenitud.

Tarea impostergable y al mismo tiempo fascinante, cuando entendemos que nuestra vida y nuestros quehaceres, no solo nos identifican como transeúntes, sino también nos convocan al protagonismo de nuestras propias elegías y a la construcción de nuevos trayectos y destinos.

La trama propia de estos textos permite también vislumbrar en ellos una suerte de Arte Poética, es decir, aquella forma en que cada autor vive y ve la poesía. Queda claro, por lo mismo, que para Barbu la poesía es mucho más que un simple ejercicio de malabarismo lingüístico o virtuosismo literario. El poeta nos muestra que ante todo la poesía debe ser un instrumento de asombro y aproximación a los límites más profundos de la experiencia humana, para que desde ahí la palabra se constituya como camino, pero también como posada, para los transeúntes de una existencia aún por definir y para los artesanos de una humanidad digna y justa… en estas elegías vive la maravilla para todos aquellos que esperamos el alumbramiento generoso, fecundo y solidario de un mundo nuevo.