Por Enrique Cisternas Rossel
Universidad de las Américas
Valparaíso, puerto principal (20241) de Luis Correa-Díaz despliega en sus versos el recorrido geolocalizado impreso de un hombre con una nostalgia (del futuro) sin apuros; vuelvo hermoso, vuelvo tierno, amparándose en los versos de Patricio Manns, le dice al puerto que lo acogió como hijo putativo entre sus locales, calles y avenidas. Tampoco se olvida el poeta del mar y del cielo de Valparaíso que se transforman en un horizonte como amante espejo que hace que la ciudad-puerto sea una especie de sueño de ambos (Correa-Díaz 101). La nostalgia lenta y contestataria de la voz poética queda registrada como un volver de a poco, por temporadas o en episodios; la cual contrasta con la referencia a la casa extranjera del poeta en “Athens, a small city in GA”, que sería la vida ocupada en Norteamérica con esas “cosas que hacer siempre” que se menciona en el poema “Laberinto” (Correa-Díaz 70).
De cuando en vez, el poeta se deja caer en la doble realidad de las redes de Valparaíso, las de la vida/imaginería pesquera y las sociales, tanto cara a cara como virtuales: “para abrazar a una madre, / conversar con un hermano, / con unos/as amigos/as encontrar los momentos/ que nos hagan otra vez/ cercanos y bellos/ en el decir y el gesto” (Correa-Díaz 16). Así, los poemas parecieran funcionar como nudos o nodos de afectos anclados a la región: el puerto y sus cerros, el borde costero, Viña y sus locales que parecen resistir a duras penas las mutaciones que vive esta ciudad en parte patrimonial, y el mundo en general, al cual no se adapta y sus autoridades no la llevan por el camino de un futuro inevitable si se le quiere ver sobrevivir los hundimientos del tiempo. El poemario de Correa-Díaz no sólo encarna una nostalgia que es de muchos, también y sobre todo, se plantea y clama por una futuridad debida para Valparaíso, cosa que el poeta desarrolla sin mirar para abajo en un libro de pronta publicación por el mismo sello editorial, La Valparadisea.
En relación a esa imagen de las redes que tienden a atraparnos en sus afectos, quisiera destacar el trademark, o marca registrada si lo prefieren, del poeta Correa-Díaz: los códigos QR-s que cierran algunos de los poemas reunidos en este libro. En su mayoría son enlaces que conectan a YouTube; versiones digitales y declamadas de los poemas. Este gesto intermedial abre el poema a lo que Bolter llama la “indefinida extensibilidad” que busca llevar el poema hacia una dimensión más amplia que la página impresa. Lo que me llama la atención cada vez que vuelvo a los poemas de Correa-Díaz, entre otras cosas que habría que estudiar más en detalle, es que parecieran negarse a cerrar la experiencia poética; algo así como extender el afecto y el efecto más allá de las (re)vueltas que la propia experiencia vital le/nos permite2.
Por ejemplo, en “poeta minutero” (Correa-Díaz 20) se quiere fotografiar en versos, a imitación de Manuel López, el verdadero fotógrafo y minutero, mediante una app de notas de su iPhone y contribuir así al patrimonio de imágenes de Valparaíso. Siento que esto es lo que quiere lograr el poeta en este caso, pero no sólo retratar el instante, sino extender la experiencia incluso fuera de los propios márgenes del libro. Correa-Díaz no se conforma que un poema sea sólo un poema. ¿Y hacia dónde va esa poetización expandida? A través de palabras, emojis y códigos QR-s el poeta quiere lanzar sus anclas de afectos y efectos a lo más profundo de nuestro ser ultramoderno, habitantes del tecnoceno y la era del big-data y los algoritmos4.
Esta historia de sus dobles redes y enredos con Valparaíso –ese amor y malestar por el Valparaíso leído/visto/sentido a la distancias y una vez al año in real time– el poeta quiere dejarla grabada, incrustada como molusco, en nuestro historial local. No sólo que el poema sea leído pasajeramente y que quede guardado en los confines limitados de la memoria, sino que como marca/dato permanente –hasta que hagamos limpieza– de nuestro cuidado historial de búsquedas; ese algoritmo que no vemos pero que afinamos cada vez con más sujeción a través de nuestras propias preferencias que no son sino las del mercado.
Asumo, ahora mismo, que el poeta Correa-Díaz ha intervenido en mi algoritmo de búsquedas y no sé qué consecuencias tendrá en el presente o futuro para las siguientes sugerencias que me pueda hacer la plataforma; de hoy, y quizá para siempre –no lo sabré– sus poemas van dejar su huella digital expandiéndose en mi perfil-persona de internet. Correa-Díaz, como afirmaba Gainza, es un hacker (enamorado) de la poesía (gente) porteña, chilena, latinoamericana y global.
Obras citadas
Bolter, Jay. The Digital Plenitude. The Decline of Elite Culture and the Rise of New Media. Cambridge, MA: The MIT Press, 2019.
Cisterna Rosell, Enrique. “Poesía expandida y constelada en los clickable poem@s y metaverse de Luis Correa-Díaz”. AErea. Revista Hispanoamericana de Poesía 17 (2023): 67-72.
Correa-Díaz, Luis. Valparaíso, puerto principal. Viña del Mar: Altazor Ediciones, 2024.
Gainza, Carolina. “Literatura chilena en digital: Mapas, estéticas y conceptualizaciones.” Revista Chilena de Literatura 94 (2016): 233-256.
Guerrero Valenzuela, Claudio. “Pájaros eléctricos. Sobre Valparaíso, puerto principal de Luis Correa-Díaz.” Revista Café Montaigne (3/9/2024).
Poemas de Valparaíso, puerto principal (selección)
Fantasía oscura
anoche allá arriba
artificial se ilumina el Cerro
Mariposas ráfagas risas
y mocos de pena por la ocasión
luctuosa yo me paso solito
la fantasía grave noticia
de que es porque supieron
que se había muerto el poeta
Erick Pohlhammer que por eso
volaban balas y petardos
como si fueran en miniatura
sus helicópteros poéticos
pero no no no no no noooo
el angelito ya pasadito en años
era el Negro Sergio narco
cueca brava en loor de Nuestra
Sra Doña Misiá Santa Muerte
viva la poesía chilena viva o muerta
EL ESCUDO DE VALPARAÍSO
basado en el Escudo de Cartagena
(me refiero al de 1811, no hablo
del logo-poema visual
concretista, vitral in colorful motion),
no en el de la vecina de más al sur
en este litoral de poetas-marineros
de tierra que se perciben corsarios,
ni en el de la colombiana, o sea
la de Indias, cuando se volvió
Estado soberano antes que sus pares
allá en la Nueva Granada de mis amores,
o en la de otra, quizás la de un puerto-
precioso-diamante en algún exoplaneta
que nos mira desde su océana distancia,
ninguna sino la de España, sólo que luce
éste a diferencia una patrona —nada hay
de ella ni de sus elementos compositivos
en el de Santiago Wanderers, ni rastro
tampoco en el corazón caturro, obvio
que no, Decano local de una pasión
inglesa que conquistó ya todo el mundo—,
presentada por un águila, tan oscura
como la soledad y la noche cósmica,
la de la bandera española, sin retoques,
como la noche de San Juan, una especie
de carta de un tarot imperial en vías
de independencia pero aún anclada
a su pasado, como escribo este poema
un 21 de junio, día para conmemorar
a los pueblos originarios, la veo como tal,
en eso la acerco a la del de Cartagena,
también post-colonial, subalterno todavía
y hasta cuándo?, una changuita
(diminutivo de afecto transhistórico)
en lo que sería con los años Caleta
Abarca, recogiendo restos de falling
stars para su pelo terminado recién
el crepúsculo y pidiéndole a su niño
que salga del agua para volver al grupo;
dónde está el Escudo en esta ciudad
(fuera del que nadie mira al subir
las escaleras de la Municipalidad)
sino en una bandera fantasma
y enlutada que se toma en silencio
las calles durante las protestas, nuestros
nuevos carnavalitos, pero una vez
al año saben con su heráldico modo
que se relaja y se sueña caporala ella y él
caporal de pecho envuelto en su ritmo
mientras pasan los mil tambores danzando
PICHIDANGUI
llego una vez más a Valparaíso
en invierno y mi hermano
me arrastra afectuoso
a que lo acompañe a bucear
a Pichidangui con los Concha’e
Locos, es nuestro on the road
space-time para ponernos al día,
en la mañana del domingo
él parte a merodear el fondo
de estas aguas, yo me preparo
a caminar por la costa,
pero ya me ha llegado la música
y comprendo que en suerte
me tocó un San Pedro y carnavalitos
venidos de escuelas de Petorca
y alrededores, de entre las máscaras
la de un Arcángel Gabriel celeste
resplandece alado y caporal
con el silbato va dando ritmo
a las comparsas y luciéndose
de lo lindo, ahí me quedo
luego desde el Café El Galeón,
habiéndole avisado por WhatsApp
al amor español mío que su sirena
dorada sigue reinando en la caleta,
viendo cómo los curitas bajan
con la gente pescadora y no al santo
al mar para que dé su vueltecita
anual a la bahía y deje sus bendiciones
flotando como reflejos de otro mundo,
veo la superficie pixelada de exoplanetas
que se fragmentan al fervor de las lanchas
mientras espero como un niño sin padre
que todos regresen desde el horizonte
YO ESTUVE
en El Rincón de las Guitarras, claro
que no es la primera ni será la última,
gente feliz, pienso mientras la Lucy
Briceño con sus Los del Rincón
repasan verso a verso Valparaíso
de mi amor, justo cuando se cumple
en este mes un aniversario más
de la condición de patrimonio
—juego con la palabra antónima,
matrimonio, y me pregunto mudo
que por qué no ésta en vez de—
del puerto otrora principal, oí hoy
por la mañana que se espera
que a partir de octubre, temporada
nueva, recalarán alrededor de 52
cruceros 🛳️ que también pasarán
por San Antonio, mendigos del placer
de otros, buena noticia y ojalá dejen
algo y dure y se recupere el turismo,
no quita darse cuenta que sub-
alterno seguimos, haciéndole fiesta
al forastero, y por otro lado ahogados
de comercio callejero, el Congreso
ya está rodeado de una aureola
de ropa usada a 500 o mil pesos,
muchos de ellos inmigrantes, yo
mismo aunque no vendo nada,
pudiera estos poemas en papelitos
—un Papelucho de tercera edad—,
salen a bailar, entre ellos mi hermano
y Marianela, que se defienden gracias
a ella, contemplo con un contento
que me arrastra como una marejada
mar adentro de los dolores del vivo
y entiendo por qué aquí y no allá
en una disco de juventud, donde fui
el más triste, uno se siente en libertad
y en paz, gente con tiempo encima,
eso es, no hay otra ansia que vivir
no una rebeldía sin causa cualquiera
pero de marca, sino una canción más
NERUDA
a 50 años de su muerte —y de la demo-
cracia, dicen a voces y molotovs
muchos/as, aunque resucitó después,
a los 17 y de ahí padelante una cueca
más larga que un esqueleto resista
bailar—, Valparaíso ya no es ni será
el suyo, ni el de los poetas, narradores,
pintores, cantores, actores, peatones
(perdón, pescadores y artesanales),
e infantes, de volantín nunca droncito,
porteños, de ayer y hoy y mañana,
mal que pese, a mano tengo, por si
acaso, el libro reeditado (2015)
de Sara Vial, asiduo soy del café
del Restaurante O’Higgins en la calle
Victoria, aunque esté el Congreso
y el Mall Paseo Ross y uno de chinos
más allá, por eso yo, del légamo
oceánico adoptivo, desanclo
la nostalgia y me trago la carnada
con anzuelo y todo de la purísima
esperanza en pleno El Almendral
de este valle de Alimapu devenido,
ahora de verdad, puerto loco,
de locura mala, de esa que mata,
y aún así, señor Alcalde, sepa,
quien sea usted, que le declaro
mi amor a este Pancho Gancho,
sucio de olvido, sin trabajo de futuro,
violento y tierno como un beso
de despedida, poco o nada le queda
de poesía al que fuera la cuna nacional,
según D’Halmar, su ritmo es otro
a estas alturas, un (t)rap urbano,
fanfarrón, tal vez, descolorido
como una refalosa cariacontecida
en alguno de los bares naufragados,
La Sebastiana cruza el horizonte,
ya es un buque fantasma que nadie
sabe decir si se va o vuelve, un sputnik
que no llegó a perderse entre los planetas
1 Esta edición corresponde a la segunda y aumentada. La primera es del año 2022 (Viña del Mar: Ediciones Altazor). Una reseña, de Patricia Péndola Ramírez, de esta primera edición puede leerse aquí. También puede verse la reseña que Mario Molina Olivares hace de Valparaíso, puerto principal junto a otro libro de Correa-Díaz, El Escudo de Chile (2023) en Anales de Literatura Chilena 41 (2024): 499-502.
2 Ver mi artículo del 2023, “Poesía expandida y constelada en los clickable poem@s y metaverse de Luis Correa-Díaz”.
3 Juan Cameron, en un análisis de este poema en Pluma y Pincel (agosto 2024), afirma que “más que hacer una contribución fotográfica al patrimonio de Valparaíso, a lo Sergio Larraín, quien buscaba la sombra de alguna amada en el Pasaje Bavestrello, aquí el autor intenta descubrir esa aplicación (app) que en una cajita mágica (tal vez la de Pandora o la cámara oscura) rebele y revele un poema por cada instante de su próximo transcurrir en ese Valparaíso ausente.”
4 Véase la reseña de Claudio Guerrero Valenzuela para la ampliación de algunos aspectos relacionados, “Pájaros eléctricos…” (2024).
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.