Por Eduardo Contreras V.

La primera vez que volé no había nadie. Solito disfruté de esa maravilla. Lo recuerdo como si fuera hoy, debo haber tenido unos trece años. ¿Que si fue en Santiago? No. Estábamos de vacaciones en el campo, en los faldeos de la cordillera. Iba caminando entre los coigües, siguiendo siempre los cables conductores de electricidad para no perderme en el bosque, cuando vi el nido de peucos colgando de uno de los postes. Salté sin pensar en alcanzarlo.

Ahí comenzó todo. Me di cuenta que el salto había durado más de lo normal, y fui invadido por una sensación de liviandad, como que me moviera dentro del agua, flotando en cámara lenta. Salté de nuevo y logré llegar un poco más alto, y tardé más en descender, supe que ése era el mecanismo, cada salto alivianaba mi cuerpo, y me llevaba un poco más arriba. Creo que al cuarto salto llegué a la altura del cable, y sabía que con el siguiente, luego de mi lento descenso, despegaría, a mi entera voluntad.

No, no me dio miedo, simplemente lo hice, no me preocupé de cómo podría bajar después. Si ustedes tuvieran la oportunidad harían lo mismo, el ser humano desde siempre quiso volar ¿no? Nadie dejaría pasar una ocasión como esa, así que salté de nuevo, no dudé un minuto.

Y fue como esperaba, pasé por al lado del cable, lentamente, tuve a mi alcance el nido de perdices, pero eso ya no me podía importar menos. Entonces  aprendí a dirigir mis movimientos en el aire, es parecido a nadar en estilo pecho. Sí, claro que con cada braceada se avanza mucho más que en el agua, de hecho con una sola se puede recorrer como una cuadra, y bastante más rápido que nadando, porque el aire opone menos resistencia, es lógico ¿verdad?

Entendí también que ésa era la forma de bajar, y de dirigirme a cualquier lugar que quisiera. Basta con apuntar la cabeza hacia donde se quiere ir y se bracea en esa dirección. El manejo de los pies ayuda, también hay que moverlos como en el nado, así como nadan las ranas.

Aquella vez volé harto rato sobre el bosque, se ve lindo desde arriba, a veces bajaba un poco y pasaba rozando las copas de los árboles. Lo único que temía era subir demasiado, me preocupaba que la atmósfera se enrareciera, que me afectara la falta de oxígeno. En realidad eso es algo que aún ahora no termino de aprender, he llegado a subir hasta unos cuatro mil metros, y me he sentido bien, pero no quiero ser imprudente.

Sí, a una persona le conté, a Dania Botero, mi amiga…bueno, éramos como novios, de esos noviazgos ingenuos, como los que uno tiene a esa edad. Nos dábamos besos con los puros labios. Bueno, pero eso no les interesa a ustedes, ya veo.

Ella no me creyó, y cuando traté de mostrarle que era capaz de volar, no pude hacerlo. Mis saltos eran de los normales, caía pesadamente al suelo, pensé que nunca podría  lograrlo de nuevo. Dania rió y dijo que había encontrado divertida la broma, y yo le seguí la corriente, porque de esa manera me sentí menos ridículo. Le dije que sí, que todo había sido una burla, y ella como que se quedó más tranquila.

Creo que por eso mismo fue que no le conté a nadie más, y yo mismo comencé a pensar que todo lo había soñado. Pasó el tiempo, volvimos a la capital, traté del olvidarme del tema, y a veces lo lograba por días. Me distraía mucho ese tremendo hoyo que estaban haciendo por debajo de la ciudad, decían que los trenes iban a transitar por ese pasadizo subterráneo, mamá dijo que desde nuestra casa, ubicada casi donde terminaba la excavación, íbamos a poder llegar muy rápido al centro. Todavía eso no ocurre, no sé si será cierto. Pero si yo podía volar ¿por qué la gente no iba a poder viajar por debajo de la tierra?

Así pasó el tiempo hasta que llegó el verano siguiente. Y otra vez partimos a esa cabañita que le prestaban a mi papá unos primos del campo. En el camino hacia la cordillera iba pensando en intentarlo de nuevo, quizás era algo que sólo se podía hacer en ese lugar. En cuanto llegamos dije que saldría a caminar, a estirar las piernas para reponerme del viaje. Me comentaron que les extrañaba que no partiera de inmediato a visitar a los Botero, a saludar a Dania.

En realidad yo tenía muchas ganas de verla, me seguía gustando harto, pero me daba susto que ella hubiera cambiado, que estuviera distante, a pesar de que durante todo ese año se mostró bastante afectuosa cada vez que  hablamos por teléfono…Sí, ya sé que eso no les interesa, no es necesario que me lo digan, me doy cuenta. Y sí, también es cierto que si no fui directamente a verla es porque estaba ansioso de comprobar si había soñado, o si efectivamente podía volar.

Y claro que remonté, y esa vez con el entusiasmo debo haber estado volando casi dos horas. Con más experiencia me atreví a volar más rápido, llegaba a sentir silbar el viento en mis oídos, me impulsaba hasta alcanzar harta velocidad y luego planeaba con los brazos extendidos, viendo mi sombra deslizarse sobre los labrantíos, sobre el follaje, y sobre los cerros. Cuando volví a casa estaban todos preocupados. Desde entonces y hasta que me fui del hogar de mis padres, los vuelos los tuve que hacer más cortos. Ese veraneo me di cuenta que únicamente estando solo me resultaba. Un día fui con Dania al lugar exacto de los primeros vuelos, salté y no pasó nada. También probé solo en sitios distintos, confirmando que despegaba siempre y cuando no hubiera nadie alrededor.

¿Una vez que ya estaba arriba? Sí ahí a veces sobrevolaba lugares en que había gente, creo que nunca nadie me vio. Las personas acostumbran a caminar cabizbajas, casi nadie mira hacia el cielo. Gracias a eso después, ya de vuelta en la capital, pude volar sin que nadie me viera. Tenía que encontrar sitios desolados, frecuentemente lo hacía en callejones, y por la noche cuando anda menos gente.

Es verdad que por esas fechas Dania se fue separando de mi, en los veraneos yo ya me lo pasaba volando todo el tiempo que podía. Ella me recriminó porque ya no paseábamos juntos. La echaba de menos, pero ya no podía dejar de volar. Todos se alejaron de mí, decían que mi comportamiento era extraño, que pasaba mucho tiempo solo, ellos creían que caminando. Después empezaron a pensar que consumía drogas, que por eso era mi aislamiento. Quizás en cierta forma tenían razón, ahora que lo pienso, volar era como narcotizarme.

En la capital era donde más problemas tenía, varias veces me asaltaron por andar de noche en sitios yermos. En esas ocasiones, al volver a casa, mi familia no me recibía bien. Me insistían en que no saliera más después que cayeran las sombras, volvían a mencionar lo de los estupefacientes, no se tragaban los pretextos que yo inventaba para salir. Así fue llegando el momento en que tuve que optar: mi familia o seguir volando. Ustedes habrían hecho lo mismo. Tomar todo lo que  pudieran y huir.

Así he estado desde entonces, pasando por muchas necesidades, pero libre para volar. De verdad que no me importa el hambre, el frío, los apedreos y golpes que a veces me propinan para corretearme de los rincones en los que me acomodo a vivir…todo eso lo compensan mis vuelos.

Por eso necesito que me dejen ir. Me gustaría ver a Dania de nuevo ¿qué será de ella? No, no es que esté disconforme. Yo les agradezco que me hayan cuidado aquí, llegué con pulmonía, y ahora estoy sano, y he recuperado peso. Pero necesito que me permitan marchar, ya saben, no es sólo por ella, es que estando acá con ustedes no podré volar de nuevo. Sé que para ustedes es difícil creerme, esta es la primera vez que lo cuento, tuve que hacerlo, es la única posibilidad que tengo para que me dejen salir, aún a riesgo de que piensen que estoy loco.

Sí, me gusta la comida que me dan, aunque la verdad es que las inyecciones me duelen harto, pero me quedaría a pesar de esos pinchazos, si no fuera porque sé que entre la gente no puedo despegar. Y lo necesito, creo que llevo más de un año con ustedes ¿no? Mucho tiempo sin mis vuelos, créanme,  añoro flotar sobre la ciudad, estirar los brazos y moverlos hacia atrás para impulsarme mientras siento la brisa en mi rostro. ¿No podrían dejarme salir aunque fuera por un día? Les prometo que vuelvo. Por favor…

***

Eduardo Contreras Villablanca, nació en 1964 en Chillán. Es Ingeniero Civil Industrial, MBA y Doctor. Académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile desde 1996.    

Miembro del Taller Literario de Poli Délano desde el año 2007.

 

Textos literarios publicados:

Cuento “Pet Staff” publicado en la edición de marzo de 2005 de la revista Pluma y Pincel.

Libro “Don´t Disturb: Crónica de un encuentro en Cartagena de Indias” publicado el 2005 por Mago Editores.

Cuento “La novela premiada” Publicado en la antología “Plaza Italia” de Mago Editores. 2006.

Cuento “En la mira” publicado en la Revista Digital “La Negra”  (2011).

Microcuentos del género negro publicados en la web de Letras de Chile .  (2011)

Microcuento “Imágenes” en la Antología “Basta! Más de 100 hombres contra la violencia de género” Editorial Asterion (2012).

Microcuento “Mariana” publicado en la Antología “Basta! Más de 100 contra el abuso infantil” Editorial Asterion (2012).

Cuento “El mate soñado” publicado en el libro Memoria, Participación, Democracia. INDH. Museo de la Memoria. (2013)

Microcuentos  “L’Alibi”, “Andrea” y “Fission Nucléarie”, traducidos al francés y publicados en el libro digital “Lectures du Chili” (2014) http://fr.calameo.com/read/0026177997fd2c84147d5

 Premios:

 Premio de la Municipalidad de Santiago “Juegos Literarios Gabriela Mistral”, año 2002, a la novela “Don´t Disturb: Crónica de un encuentro en Cartagena de Indias”

 Segundo lugar en la categoría Cuento del Concurso Arte y Derechos Humanos 2013. Cuento “El mate soñado”, otorgado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos y el Museo de la Memoria.