A la memoria de Hugo Villela quien, hace ya cinco décadas me
ayudó a sistematizar las dudas para el ejercicio dialéctico de una
autocrítica valiente, y me introdujo en el conocimiento de Gramsci y
Georgy Lukács, portadores de nuevos horizontes para el socialismo.

Por José Miguel Neira Cisternas

Para comenzar deberíamos, me parece, intentar una primera definición conceptual de ideología, es decir, una síntesis de la que, ulteriormente, puedan extraerse ejemplos que enriquezcan su comprensión y aplicación. Así, básicamente, podemos sostener que reconocemos con esa denominación al conjunto de ideas o propósitos fundamentales que orientan y caracterizan el pensamiento y comportamiento de una persona, de una colectividad o comunidad, e incluso, modos e ideas predominantes de toda una época.

En este último caso, la ideología caracteriza los discursos, modos, acciones y creaciones mayoritarios de un conglomerado humano en un espacio y tiempo histórico determinado, lo que podría comprender entonces, todo el quehacer de movimientos sociales, políticos, religiosos, tendencias artísticas o transformaciones económicas. Así, la ideología es el conjunto de ideas complementarias que marcan tendencia, otorgándole a dichas acciones un importante nivel de identidad y coherencia.

Esas características principales, mayoritarias o más visibles en un momento y en una sociedad ¿serán por ello las únicas? La respuesta es, por cierto, negativa. La sociedad, como expresión de una asociación de seres desiguales, pero sometidos funcionalmente al poder y control de un sector hegemónico dueño de la ley y de la fuerza, queda sometida al estatus de ese imperio que impone y difunde las ideas favorables a ese dominio, ideas que, lógicamente, estarán en contradicción con las ideas antagónicas de los insatisfechos que deben soportar aquel poder. En conclusión: las ideas dominantes serán -en cada época- las de las clases dominantes.

Lo anterior, observable a lo largo de milenios civilizatorios, no se convierte sin embargo en un concepto sino hasta finales del siglo XVIII. Será la ilustración, como un movimiento científico con base racionalista, la causante de una revolución en todos los campos del quehacer humano, la que abriendo las mentes al pensamiento lógico y al entendimiento, dará origen a nuevos campos de investigación. Así es como esta nueva ideología, identificada simbólicamente con la luz (por eso también llamada filosofía del iluminismo), dará origen al concepto del que tratamos y que etimológicamente significa conocimiento (logos) de las ideas.

Este estudio comparado de los diferentes cuerpos de ideas emana de variadas fuentes. Ya en el siglo XVII, el gran racionalista y empirista inglés Francis Bacon, inductor del método científico, había sostenido desde un punto de vista materialista, que los sentidos suministran al hombre todos los conocimientos, idea a la cual, tras el análisis de las sensaciones llegara en el siglo siguiente también Condillac, para concluir finalmente en las reflexiones filosóficas de Destutt de Tracy, que acuña y difunde el término ideología a partir de 1796. Ellos, al igual que Pedro Juan Cabanis, académico en el estudio comparado de las ciencias, consideran a la gnoseología o Teoría del Conocimiento, como el proceder que permite descomponer las ideas en sus elementos originales, pudiendo presentar sus derivaciones de una manera coherente.

Retornando a la caracterización que hicimos acerca del concepto de sociedad, como una asociación forzosa de grupos humanos desiguales, sometidos estructuralmente para asegurar su funcionalidad complementaria mediante el imperio de la ley, cabe preguntarse si aquello que a lo largo de los siglos caracteriza a las diferentes sociedades o modos de producción es la desigualdad, ¿puede garantizarse una satisfacción tal, que todos sus integrantes piensen igual y deseen lo mismo?

Definitivamente, si en toda sociedad destaca una ideología hegemónica, sustento de esa superestructura jurídico-político-ideológica que llamamos Estado, la que da forma y funcionalidad a distintos modos de producción, fácil de comprender es que esta ideología dominante subordina o combate a las ideologías que imaginen algo distinto a lo imperante; porque imaginar es desear algo que no está, algo distinto, alternativo o radicalmente contrario a lo predominante. Así, la lucha de clases, la gran partera de los cambios históricos, se manifiesta de diferentes formas en el combate ideológico entre los poderosos y las ideologías redentoras de los sometidos e insatisfechos a lo largo de los siglos.

¿Qué es lo que activa las ideas e imágenes de un mundo alternativo al existente? Esta fuerza impulsora de los cambios deseables es la conciencia, es decir el conocimiento al que intencionalmente llega un ser humano respecto de su propia existencia, estado al que acceden los miembros de una sociedad a partir tanto de su satisfacción o bienestar, como de su insatisfacción o malestar. No se piensa igual desde un palacio que desde una choza, afirmó con precisión sintética Ludwig Feuerbach, enfrentando desde un punto de vista materialista al secular predominio de aquella filosofía clásica e idealista que, en lo esencial, defendía la idea de que la conciencia es autónoma y correspondía al conocimiento de esencias eternas e inmutables, anteriores a las cosas. En el polo opuesto, la idea de Feuerbach animó el desarrollo crítico del rol que habían ejercido a lo largo de esos mismos siglos las religiones, que explicaban también como naturales, es decir de origen divino, a sociedades caracterizadas por el absolutismo y la exclusión de las mayorías.

Al contrario de los idealistas, que creen que la idea es eterna y primera, asociándola a la fuerza creadora de lo divino como una revelación, considerando a la materia como algo inferior, cambiante y resultante de la voluntad de lo anterior, el materialismo histórico, de la mano del avance científico, afirma que las ideas todas no son otra cosa que un producto más de lo existente y, por tanto, resultados de lo observable, de modo que es la realidad material la que, como contexto, produce una conciencia que puede ser tan cambiante como la realidad misma.

Conocida es la sentencia de Karl Marx expresada en su Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, en la que expresa que “no es la conciencia la que determina al ser social, sino el ser social quien determina a la conciencia”.

Como complemento de la idea anterior, agreguemos que, si la religión afirma que Dios creó al Hombre, la antropología, como ciencia social específica dedicada al estudio de la evolución, sostiene que el Hombre creó a los dioses como un primer intento de explicación a los fenómenos que lo afectaban, quedando luego prisionero de su propia y primera creación idealista.

En una paráfrasis gramsciana, agreguemos que la innovación fundamental que el marxismo aporta a la ciencia política y por tanto a una nueva visión de la historia, es que el concepto idealista – y por tanto religioso – de la naturaleza humana como algo abstracto, espiritual e inmutable resulta falso, afirmando, en sentido opuesto, que la naturaleza humana es un hecho histórico, es decir cambiante, observable y por tanto verificable dentro de contextos limitados. Así, la ciencia política en su contenido concreto es un cuerpo analítico en constante adaptación y evolución, diferente al ámbito de la moral y de la religión.

Insistamos en que la conciencia es el modo de percibir la realidad que nos circunda. Somos lo que hacemos, actuando y haciendo según como procesamos e ideamos, condicionados por esta realidad determinante tanto de lo que entendemos como de lo que deseamos. De modo que las necesidades insatisfechas y los obstáculos que se oponen a su realización son la base de todo programa político.

Por cierto, los satisfechos no tienen que desesperar ni sufrir agotamiento mental en la elaboración de ideologías transformadoras, su tarea más bien práctica, consiste en aplicarse en demonizar todo proyecto de cambio que pueda alterar, así sea mínimamente, su bienestar, descalificándolo en su viabilidad, calificándolo de populista o ideologizado, como si ellos no tuvieran una ideología y todo lo que administran lucrativamente les hubiera caído desde el alto cielo, y no fuera, como es en realidad, el resultado de un despojo abusivo hacia los que carecen de la posibilidad de legítima defensa. Atribuyen exceso de ideologismo a sus antagonistas como si ellos, carentes de una ideología que en los hechos esconden, actuaran simplemente improvisando.

Nosotros, los que deseamos transformar la realidad existente, entendemos ideología como lo que falta por hacer, y al programa político como la hoja de ruta para esa navegación, con sus etapas y el puerto final, remate de nuestros esfuerzos. La ausencia de ideología, por el contrario, equivale al inmovilismo, a quedarse donde mismo reforzando el beneficio hegemónico de las derechas que, recibiendo este calificativo desde la inauguración de la etapa constitucional de la Revolución Francesa en 1791, se identifican a su vez con los sectores conservadores, contrarios a todo cambio y por ello mismo reaccionarios pues, en la política, al carecer de propuestas, actúan como una reacción a las propuestas de cambios intentadas por otros.

A esta altura del texto, podrá comprenderse cómo el lucro y la colusión, como vehículo de la usura, acompañan a la corrupción del sistema político y judicial de un Chile marcado por una desigualdad multiplicadora de abusos e injusticias, constituyéndose en el país con la peor distribución del ingreso de toda América Latina y con el agregado político de tener una derecha retardataria que se ubica a la derecha de las derechas del mundo.

Ante este panorama cabe preguntarse ¿hay algún sector social o político que carezca de ideología? En Chile los bribones, esos delincuentes de cuello y corbata, se presentan como desideologizados; ofrecen soluciones técnicas y no politizadas, pero defienden la libertad del mercado; niegan poner fin al secreto bancario, mas, cuando son descubiertos practicando coimas, cohechos, colusión, tráfico de influencias, fraude al fisco o el financiamiento ilegal de la política, que es comprarse por anticipado a los futuros legisladores asumiendo el alto costo publicitario de sus campañas, son castigados con multas que pagan sin grave perjuicio a su abundante peculio, con arrestos domiciliarios que burlan fácilmente, o con clases de ética ¿Es posible después de estos hechos recurrentes, creer en la ”igualdad ante la ley” que proclaman nuestras constituciones?

La ideología debemos entenderla como algo que no siendo físico sino teórico, aspira a transformarse en una realidad observable y perfectible para cambiar la vida de las personas. En el caso del socialismo, ideas que sustenten un programa que modifique las actuales condiciones materiales, para que sea posible pasar de la mera sobrevivencia a la existencia; es decir, de una vida expropiada y sin sentido a una vida con sentido. Una vida en que el trabajo creativo libere al ser humano de la alienación, de la explotación y de la esclavitud del salario.

Las ideologías que han caracterizado a las izquierdas desde la revolución francesa en adelante -y el socialismo es una de ellas- no son un pasatiempo de holgazanes ni un hobby para intelectuales clásicos, una pura fantasía imaginaria de idealistas o creyentes. Todo lo contrario, las ideas socialistas han actuado como instrumento para la comprensión de los orígenes de la desigualdad y para la organización consciente de los propios trabajadores; tanto para resistir, como para luchar y transformar democráticamente a las sociedades, las que no habrían experimentado ninguna legislación social favorable, de no ser por la organización misma de los necesitados de esas reformas. Sin las luchas conscientes de los trabajadores, orientados por sus propias ideologías y demandas, el capitalismo se mantendría aún más salvaje y despiadado que como se manifiesta aún en muchas regiones del mundo.

El socialismo es un cuerpo teórico, un instrumento filosófico crítico y propositivo al servicio de un cambio radical de la realidad imperante, con el que los trabajadores, reconociéndose como protagonistas de su propia historia, se apartan de la pasividad o de la resignación, logrando transformarse en sujetos activos para ese cambio necesario, alcanzando la educación y opinión que los explotadores les niegan.

El socialismo, libera a los seres humanos de la mediocridad que, esencialmente, consiste en la ausencia de ideales. Como ideología al servicio de la transformación revolucionaria de la sociedad, libera a la humanidad de ser empleada por los grandes capitalistas como energía básica, un simple combustible, un recurso barato al servicio del enriquecimiento ilícito y siempre inmoral de unos pocos y que trata a los pensionados como restos, unas basuritas descartables. El socialismo, como expresión activa de las aspiraciones más sentidas de los trabajadores a lo largo de un siglo y medio, ha presionado para hacer posibles aquellas transformaciones que, como dijo Charles Chaplin, a la humanidad alguna vez le parecieron “sueños imposibles”.

El socialismo, como instrumento ideológico de los trabajadores, reunió primero a los indefensos y creó las primeras cooperativas, los falansterios para el auto sustento; las mutuales, las asociaciones gremiales de artesanos, los sindicatos y federaciones obreras para resistir a los abusos y solucionar solidaria y organizadamente necesidades comunes; desde el acceso a los alimentos, hasta conquistar como un derecho el acceso a la vivienda, al descanso dominical; a la jubilación por años de servicio, a la ley que protege e indemniza por accidentes del trabajo; al fuero maternal pre y post natal. Así, el socialismo y el anarquismo a pesar de sus legítimas diferencias respecto del destino final de la lucha política, conquistaron unidos en una fuerza creciente, derechos que antes parecían utopías: es decir, sueños inalcanzables que hoy son entendidos como patrimonio civilizatorio de la humanidad a nivel planetario. Nos declaramos internacionalistas no porque no amemos a nuestros países de origen, sino porque deseamos el bienestar de todo el género humano, sin fronteras.

Si la necesidad crea el organismo, fue de esta manera como surgieron las diversas organizaciones y los partidos destinados a representar las aspiraciones más sentidas de los pobres del campo y la ciudad. Estos instrumentos fueron, con el apoyo creciente de la movilización social, expresando la voz de los sin voz para exigir y, paulatinamente, conquistar representación legislativa, exponiendo sus demandas más sentidas hasta iniciar una legislación laboral hasta entonces inexistente y hacer del acceso a la educación un derecho respaldado por la ley, lo que a su vez multiplicó el número de ciudadanos y su base de apoyo electoral, haciendo posible la democratización de muchas de las repúblicas oligárquicas que predominaron hasta las primeras dos décadas del siglo XX. Así fue como, mediante la presión social consciente ejercida desde los sectores populares en apoyo a los partidos de clase que les representaban, en Chile, tras la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria de 1920 que establecía tres años iniciales de educación primaria, se avanzó paulatinamente hasta reconocer ocho años de educación General Básica a partir de 1967.

La igualdad de trato hacia hombres y mujeres, por tanto los fundamentos del feminismo y el derecho a sufragio para ellas, así como el respeto hacia las diferentes identidades sexuales; la igualdad ante la ley; las luchas anticolonialistas por la abolición de la esclavitud, el antirracismo y el reconocimiento jurídico a los pueblos originarios; la lucha por la paz y el antimilitarismo, así como la defensa ecológica del medio ambiente destruido por una explotación voraz e irracional de un empresariado insaciable, son, también, banderas históricas del socialismo, por tanto, conquistas de una ideología humanista contraria a la explotación del hombre por el hombre, destinada a superar aquello que Hobbes -gran filósofo defensor del absolutismo- en el siglo XVII y en pleno ascenso del pensamiento materialista, caracterizó como “el hombre, lobo del hombre”.

A riesgo de parecer excesivamente redundante para quienes conocen el itinerario histórico de la lucha contra las desigualdades, pienso que podría resultar pedagógico para quien se inicia en el estudio reflexivo de estos temas, recalcar que todas aquellas banderas de lucha que han caracterizado a los ideales del socialismo en el decurso de casi dos siglos (1) se encuentran contenidas en la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas desde 1948, cuerpo de orientación jurídica internacional que, a su vez, recoge como legado lo esencial de la doctrina política proclamada por el naciente liberalismo al iniciarse la gloriosa revolución inglesa de 1688; un conjunto de principios que serán reproducidos por instituciones secretas, defensoras y promotoras del libre pensamiento como la masonería, fundada en 1717, y con mayor precisión y alcances un siglo después, en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, postulado valórico esencial de la Revolución Francesa. Este párrafo, no tiene otra intención que la de hacer relevante que, si bien estos principios inauguran la lucha de las burguesías contra los sistemas absolutistas en el inicio de lo que identificamos como Edad Contemporánea, luego fueron relegados a un segundo lugar por esta misma clase social, una vez que, como sector relevante, logró el espacio político que necesitaba, abandonando el carácter universal con que en su momento estos principios fueron declarados. Fue el socialismo entonces quien los recogió y continúa enarbolándolos, no para el uso excluyente de una minoría sino para redención de todo el género humano, sin distinción de razas, banderas o clases sociales.

En toda época observamos la defensa omnipotente o desesperada de privilegios por parte de minorías poderosas. En algunos momentos, el debate con quienes los denuncian se mantiene a nivel de enfrentamiento discursivo o de competencia electoral, mientras en otros la violencia material reemplaza a los discursos, imponiéndose la ley del más fuerte como ocurrió en nuestro país en 1973, cuando una Dictadura Militar Empresarial falsamente nacionalista, instaló un modelo que carecía de originalidad nacional, y que, ideológicamente, se ponía al servicio de la reconcentración de la riqueza y de la inversión extranjera; un modelo de sociedad importado de los sectores más conservadores de la derecha norteamericana, instalada desde hacía casi dos décadas en la Universidad de Chicago.

La génesis de este capítulo de nuestra historia tiene como antecedente el escenario de la guerra fría; un enfrentamiento sin tregua en todos los ámbitos del quehacer humano y que adquiere el sentido de una guerra ideológica entre dos concepciones antagónicas acerca de lo que debe ser el mundo. Su aspecto más reduccionista y menos revolucionario, es que subordinaba el desarrollo consciente de fuerzas democratizadoras favorables a un cambio social profundo, a la lógica de los equilibrios militares y por tanto a una carrera armamentista, en que dos coaliciones militares de post guerra la OTAN (1949) y luego el Pacto de Varsovia (1953) emplearon y legaron también a nuestro presente el chantaje nuclear.

La parcelación del mundo en áreas estratégicas o de influencia hegemónica al término de la Segunda Guerra Mundial, dio anticipadamente sus frutos en nuestro continente, al crearse el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca TIAR en 1947. Luego, en 1949 –todo bajo el diseño de Estados Unidos- se crea la Organización de Estados Americanos OEA (un verdadero Ministerio de colonias) y, para que la coordinación política tenga efectividad en el campo de la seguridad nacional contra el enemigo interno, se procedió a garantizar esa hegemonía mediante la firma de los Pactos Bilaterales de Asistencia Militar en 1952. Todo ello, casi al unísono, pudo implementarse también en Chile gracias a la actitud cómplice de Gabriel González Videla -el primer gran traidor de la izquierda chilena- tras su viaje a los Estados Unidos, para entrevistarse con el Presidente Harry Truman. Así, una vez que impuso la Ley de Defensa de la Democracia o Ley Maldita, en 1948, colocó al Partido Comunista -la principal fuerza política de apoyo a su campaña presidencial- fuera de la legalidad y, entre otras medidas represivas extensivas a los trabajadores organizados, condenó con la pérdida del empleo a quienes incitaran o apoyaran huelgas.

Este nuevo escenario favoreció que en los comienzos de la década de 1950, comenzaran a viajar como becados hasta el distante país del norte, destacados estudiantes de economía provenientes de la Pontificia Universidad Católica de Chile: Sergio de Castro, Pablo Barahona, Fernando Léniz, Jorge Cauas, Carlos Massad entre otros; todos, destacados Ministros de Hacienda o de Economía de la posterior dictadura militar pinochetista y luego influyentes y vigilantes continuadores de aquel legado neoliberal durante las primera décadas de una transición inconclusa hacia la democracia ¿Podrían estos personajes alegar independencia intelectual, ausencia ideológica o un alto sentido patriótico y nacionalista? Indudablemente, la respuesta es negativa, sin embargo, sus discípulos, calificados por Piñera como “cómplices pasivos”, porque al igual que él, fingiendo ignorar todas las violaciones a los Derechos Humanos y al Estado de Derecho perpetradas por la dictadura, se beneficiaron del enriquecimiento ilícito y de una libertad absoluta que les confería el poder de facto y la Constitución Política que lo asegura hasta el presente.

La ideología de libre mercado, que los Chicago boys impusieron para convertir al país en laboratorio del experimento neoliberal, enseña que la libertad solo es posible en una sociedad de mercado desregulado, es decir donde el Estado no intervenga, dejando al mercado a expensas del libre juego de la oferta y la demanda: la sociedad libre es la del mercado libre y del Estado reducido al mínimo. Empleando ese fundamento ideológico, hicieron de Mercado y Estado conceptos opuestos, aplicándose a reducir el tamaño, capacidades y responsabilidades del Estado, debilitando su soporte económico tras dejarlo desprovisto de todas sus empresas, las que con la bendición de Milton Friedman, sumo pontífice de la Escuela de Chicago, pasaron -mediante privatizaciones- a manos de empresarios privados, mientras el cerebro del experimento, catequizaba por varios meses a los incautos, mediante un programa de Televisión Nacional que tenía por nombre “Libertad de elegir”.

Hoy, mientras sectores del centro político y de una izquierda bastante desperfilada -y por ello mismo oscilante- se atreven a cuestionar tibiamente el capitalismo salvaje instalado por la dictadura militar, buscando mejorar las pensiones miserables que entregan las Administradoras de Fondos de Pensiones AFP, enriquecidas mediante el aporte forzoso de los trabajadores por más de cuarenta años, la ideología neoliberal defendida por la derecha unida, permitiría incrementar la cotización en un 6% adicional -a pagar por los empleadores que dejaron de financiarlo desde que nacieron las AFP- siempre que vaya en su totalidad al ahorro individual de quienes podrían jubilar en mejores condiciones a partir de las próximas cuatro décadas, negándose a mejorar con urgencia a los actuales jubilados que, forzadamente, mantuvieron con sus aportes este sistema individualista y contrario a la solidaridad intergeneracional. Así, quienes hablan acerca de que la familia “debe ser protegida porque es el pilar fundamental de la sociedad”, (2) se oponen a que un nieto que comienza a trabajar y cotizar pueda contribuir a mejorar las pensiones de sus padres o de sus abuelos, demostrando una vez más la falsedad de aquello que proclaman como sus convicciones o ideales, estos católicos integristas. (3)

A propósito de la idea anterior, debe tenerse presente que el OPUS DEI, la congregación más conservadora, integrista y reaccionaria del catolicismo, controla al principal partido político nacido al amparo del pinochetismo: la Unión Demócrata Independiente UDI, que no tiene nada de demócrata y menos de independiente, dado que depende del financiamiento de los grandes consorcios empresariales de Chile: la Sociedad de Fomento Fabril SOFOFA; la Sociedad Nacional de Agricultura SNA; y la Cámara Chilena de la Construcción, unidas en la Confederación de la Producción y del Comercio, CPC.

Dejemos por un momento los ejemplos locales de cinismo de la derecha chilena para volver a nuestra justificación del concepto ideología, afirmando que, como sostuvo René Descartes entre otros grandes racionalistas del siglo XVII, la idea es el principio del conocer, para luego ser. Su famoso aserto latino lo sintetiza todo: cogito, ergo sum; “conozco, luego soy”, lo que en su alcance comprensivo asocia el ser con la existencia, es decir la vida en plenitud; la existencia como una orientación personal o un sentido deseado, por un individuo que orienta su vida a partir del conocimiento de sus posibilidades. Así es como, más allá de la traducción literal, hemos aprendido a entender la sentencia de Descartes como “pienso, luego existo”. Esta famosa conclusión moderna del iniciador de la duda metodológica enfatiza que la facultad mayor que diferencia al ser humano de los demás animales y entre sus pares, es la de poder reflexionar a partir de lo que es capaz de conocer, superando actos puramente instintivos.

Así, la ideología, aunque sea equívoca o malintencionadamente presentada como una simple ilusión, o confundida con algo demasiado idealizado o utópico, propio de una corriente filosófica que se conoce como idealismo, en un plano general y para un uso práctico debería entenderse como el conjunto de ideas esenciales, es decir el soporte básico de nuestro itinerario; hoja de ruta sin la cual nos perderíamos en simples improvisaciones o meros correctivos, insuficientes frente a la realidad que nos aplasta. Si, como sostiene un dicho muy popular, la experiencia es la madre de la ciencia, ello quiere decir que toda ideología se prueba y corrige en la práctica, es decir en la evaluación de los hechos a que –como un plan- esta ideología pueda conducirnos, lo cual incluye, ciertamente, el descubrimiento de errores, dado que no hay teorías perfectas, pero sí perfectibles y también coincidentes con otros esfuerzos intelectuales semejantes.

En idéntico sentido, desde el ámbito de lo artístico, el gran surrealista chileno Roberto Matta, en un Manifiesto a intelectuales y artistas reunidos en Torún (Polonia) durante los años de la dictadura, expresaba que “Una sola religión no sirve para este asunto…hay que sacarse la mierda, volver a la inteligencia, iluminar nuestro verbo, reoxigenar la vida porque mañana es hoy día mismo…y estamos muy atrasados. Hay que alegrar esta tierra, construir nuevas justicias y el cuesco de este problema es que estamos todos solos…”.

Digamos a propósito de la queja final del exordio de Matta, que no estamos tan solos. Somos muchos pero -es una gran verdad- la derecha trabaja ideológicamente y de un modo persistente aunque sin reconocerlo, para dividirnos, para hacernos desconfiar o dudar a fin de paralizarnos y debilitarnos, empleando efectivamente poderosas armas como la deformación noticiosa y la corrupción, dado que no tienen nada nuevo que ofrecernos, pues la sociedad actual es la que les beneficia. Así, presentándose como prácticos y desideologizados, atacan toda alternativa transformadora con el propósito de descalificarla, empleando de manera peyorativa el calificativo de ideologizado, contra cualquier proyecto que asuma un objetivo transformador; calificando una ideología como un agregado defectuoso o perverso, como si hubiera alguna propuesta sin una idea anterior que le diera origen y forma. Todo ello tiene, como única explicación, el hecho de querernos sometidos colaborando con su sistema, y cuando, en algunos casos, consiguen esa colaboración, llaman a esos corruptos, personas razonables, verdaderos ejemplos de amistad cívica.

Nosotros, aunque indóciles, estamos muy lejos de ser irracionales o mártires buscando un enfrentamiento desigual pero, ciertamente, no renunciaremos a fortalecer entre los abusados la conciencia de que el cambio profundo de las estructuras es un propósito necesario, y que esta tarea histórica solo puede quedar en manos de los trabajadores, hombres y mujeres, de los estudiantes, de los pobres del campo y la ciudad, de los pueblos originarios, los defensores del medio ambiente, los artistas comprometidos, de los intelectuales orgánicos. (4)

Si las ideas no fueran el resultado de metódicas reflexiones a partir de la realidad inmediata y solo fueran expresión de sentimientos y necesidades apremiantes, aun así, será la vida quien explique la conciencia y no lo contrario, porque la conciencia no es algo autónomo ni un don innato; la conciencia se adquiere y, bien o mal, se modifica en el transcurrir de la vida social.

Cuando Marx en La ideología alemana sostiene que: hasta el presente todos “los filósofos se han limitado a interpretar de diversos modos el mundo, de lo que se trata ahora es de transformarlo. Esto no debe entenderse como un rechazo al acto de filosofar, sino como la intención de incorporar al debate una nueva concepción del mundo, una ideología históricamente orgánica y por tanto necesaria, entendida como una práctica política; un cuerpo teórico destinado a la acción transformadora, una filosofía de la praxis (5) que desecha al idealismo filosófico como una concepción puesta al revés del mundo, porque subordina las necesidades a las ideas de lo permanente y absoluto, en circunstancias de que las ideas surgen de las necesidades que presenta la vida real; es decir, de lo material u observable. El idealismo filosófico mortifica y vuelve al ser humano un prisionero de concepciones generadas en un pasado remoto, un tiempo en que todo fenómeno se explicaba únicamente a partir de la ira o bondad de los dioses.

La unicidad entre teoría y práctica equivale, según Gramsci, a la unidad entre filosofía e historia. El gran intelectual italiano, pese a su reclusión y la censura policíaca que sobre él ejerce el régimen fascista de Mussolini, agravada por la interrupción de un intercambio de ideas con dirigentes locales e internacionales, sin acceso a algunos textos fundamentales del marxismo que estaban en proceso de traducción –incluidos los de contemporáneos como propio Lenin, Trotsky o Stalin sobre la situación internacional y un proceso soviético en gestación-, además de los que elaboraba el colectivo que hoy conocemos como la Escuela de Frankfurt, logra, sin la información que el asunto requería, anticipar como posibles riesgos aquellos que el reduccionismo estalinista introducía en la historia del socialismo: prácticas aberrantes inherentes al ejercicio burocrático y vertical del culto a la personalidad, incluido aquello que se conoce como el sustituismo, en que el Secretario General del Partido Único, sustituye el debate democrático al interior del partido que representa al pueblo, y luego al Comité Central que representa al partido. Gramsci advierte de este peligro cuando se interroga acerca de si “¿La filosofía de la praxis, es decir la concepción materialista de la historia no arriesga también de asumir las características negativas típicas de la ideología (vulgar) de perder su carga crítica y de transformarse así en un sistema dogmático de verdades absolutas y eternas? Es necesario, por lo tanto, marcar a fuego lo que es la ideología y cuál la función de la sobreestructura ideológica en el proceso histórico (de transformación) de la humanidad”. (6)

Cabe destacar la distinción que hace Gramsci entre ideologías históricamente orgánicas, es decir necesarias al funcionamiento de un modo de producción entendido como una totalidad social, e ideologías arbitrarias o puramente racionalistas. Las primeras tienen validez psicológica pues generan conciencia y organizan una estructura social hacia fines claros, constituyéndose en un hecho de dominio político, mientras las ideologías arbitrarias no reportan sino movimientos discursivos y polémicas inconducentes; puro alboroto.

El marxismo ya en sus inicios, de la mano de Friedrich Engels, estableció la diferencia conceptual entre socialismo utópico (o idealizado) y socialismo científico, para indicar que este último estaba al servicio de la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista. El socialismo científico o marxismo, se declaraba además radical, por abordar la comprensión fenomenológica de los problemas desde su raíz originaria. Debemos admitir, sin embargo, que el socialismo basado en el materialismo histórico y filosófico, debido a su carácter dialéctico admite variadas interpretaciones o -como señaló Gramsci- traducciones, por lo que no puede ser entendido como un cuerpo dogmático, irreductible y ortodoxo. Así, en 1929, a casi ocho décadas de sus inicios, Karl Manheim, exponente de la filosofía del conocimiento, otorgó a los conceptos de ideología y de utopía, significados que permiten identificarlos como etapas de un mismo proceso. Desde su punto de vista, ideología representaría una disensión o discrepancia con una realidad social que no se alcanza a cambiar, mientras que utopía sería una postura revolucionaria con mirada de futuro. Ante esta diferencia que justifica el actual empleo de utopía como la esperanza en un mundo deseable, Eduardo Galeano, citando a Fernando Birri nos dice, que la utopía “está en el horizonte”; uno se acerca dos pasos y ella se aleja dos pasos “camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”. Así podríamos concluir que, tanto ideología socialista o utopía socialista no surgen de la nada, sino a partir de una insatisfacción y, por tanto, de una crítica radical al capitalismo en cualquiera de sus formas.

Al respecto, recuerdo haber leído en un acto político en el Teatro Caupolicán hace cincuenta y cuatro años, un cartel que enarbolaba una delegación del Movimiento de Acción Popular Unitaria MAPU, lo siguiente: “Como dijo Camilo Torres, cristianos y marxistas tal vez no podamos ponernos de acuerdo respecto de la existencia de Dios, pero disparamos desde una misma trinchera contra las injusticias del capitalismo”. Eso es avanzar en el conocimiento y comprensión desprejuiciada de otra ideología para encontrar coincidencias opuestas a una tercera más dañina.

Dom Elder Cámara, obispo de Recife, una de las zonas más pobres del Brasil; Ernesto Cardenal, sacerdote poeta y primer Ministro de Cultura del primer gobierno sandinista de Nicaragua; Monseñor Enrique Alvear, Mariano Puga, los hermanos Aldunate, Joan Alsina, André Jarlan y Pierre Dubois, curas obreros chilenos y franceses, instalados en barrios populares de la periferia santiaguina para asistir a quienes resistían a la dictadura militar; Alfonso Baeza, desde la Vicaría de la Pastoral Obrera; el inolvidable Clotario Blest, fundador de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales ANEF y de la Central Única de Trabajadores CUT; Helmut Frenz o Camilo Torres, el cura guerrillero de Colombia; Gabriela Mistral, primer Premio Nobel de Literatura otorgado a una voz doliente, amante de los pueblos originarios y de los oprimidos como de la infancia desvalida de nuestra América, o la religiosa Ita Ford, ejerciendo trabajo social y evangelista en la sierra boliviana, otros siete años en sectores populares de la zona sur de Santiago de Chile y asesinada en El Salvador por paramilitares de derecha junto a otras dos religiosas y una joven trabajadora social, por el desacato de prestar ayuda al prójimo en la persona de campesinos de zonas asoladas por esas bandas criminales, que luego de asesinarlos cobraban recompensas tras presentarlos como guerrilleros (7), son personas que asumiendo una ideología cristiana y por ello más vinculadas a una creencia idealista fueron, durante la segunda mitad del siglo pasado, capaces de abandonar comodidades sociales de origen y leer de otra forma el lenguaje de Cristo, colocándose del lado de los oprimidos.

Tengamos siempre presente que las palabras, en sus diferentes usos, no son otra cosa que diversas expresiones de una ideología. Cada palabra, en su metamórfica y o metafórica evolución, adquiere formas, significados y resignificaciones que enriquecen sus posibilidades expresivas desde su raíz etimológica hasta su uso en épocas, lugares y contextos distintos. Pensamos con palabras, por ello, obtendremos una comprensión y una expresión más clara de todo mientras mayor sea nuestro léxico, llegando a ser cada vez más autónomos en el acto de pensar.

El arte, como vehículo expresivo de ideas, no es ajeno a esta cuestión de buscar o crear palabras que sean cada vez más abarcadoras. Así, un poeta, metafóricamente dirá mucho más con menos palabras. En este ámbito creativo una palabra adquiere una fuerza que derriba fronteras, ayuda a denunciar y derrotar injusticias pudiéndose emplear como una profecía, como una herramienta o como un arma. Por ejemplo, solidaridad puede ser sinónimo de un esfuerzo comunitario y alegre asumido entre muchos. Cecilia Vicuña, gran artista chilena, durante su productivo exilio, diseñó como ejemplo de esta idea gran número de afiches en contra de la dictadura pinochetista a partir del uso creativo de varias palabrarmas.

Todo ser humano, cualquiera sea su actividad, desde el más simple oficio a la ciencia más elevada, necesita pensar, para resolver cualquier desafío. De modo que si nadie está exento de actividad intelectual, enseñar o ayudar a pensar es una tarea revolucionaria de primer orden que restituye a todos los seres humanos su calidad de seres intelectuales, logrando así, que este concepto deje de tener el contenido exclusivista que aún mantiene.

El ejercicio de pensar para poder confrontar adecuadamente a otra filosofía implica necesariamente filosofar. Si esta acción consciente es asumida colectivamente de manera orgánica, conducirá a hacer intelectualmente independientes a los dominados. En sentido contrario, las ideologías que no combaten al sistema de dominación imperante, son solo creaciones inorgánicas y estériles debido a que, por su carácter contradictorio, se adaptan al statu quo imperante, ayudando a conciliar intereses opuestos.

La filosofía de la praxis (práctica) dice Gramsci, nace como expresión libertaria de las clases subalternas que, necesitadas de educarse en el arte de gobernar, deben interesarse “en conocer todas las verdades, aún las más desagradables y en evitar los engaños de la clase superior y tanto más de sí mismas”, (8) de allí el rescate y traducción positiva e historicista que Antonio Gramsci hace del aporte de Niccolò Macchiavelli al nacimiento de la Ciencia Política. El secretario y embajador de la restaurada república florentina tras la expulsión de los Médici, (9) a partir del estudio de la historia y de sus propias experiencias como hombre de Estado, nos enseña que la política no se rige por la virtud sino por las bajas pasiones humanas y los intereses concretos. De allí que, en su libro más famoso, El Príncipe, entregue ejemplos históricos acerca de cómo se ha conquistado el poder y cómo ha de conservarse. El propio Macchiavelli, a propósito de la tergiversación de sus intenciones y el rechazo que el Tratado de El Príncipe despertó en los grupos dirigentes de su época – y ni qué decir en los siglos que le sucedieron– dijo más o menos lo siguiente: “Yo no he inventado a estos monstruos, más bien los he descrito para que vosotros aprendáis a reconocerlos”. Por ello es que en la traducción interpretativa que hace Gramsci de dicha obra, reemplaza al Príncipe, entendido como el arquetipo de un individuo o un concepto de lo que debería hacer un político sabio, por un colectivo orgánico que es el Partido.

Cada una de las tareas históricas emancipadoras deben ser cumplidas como resultado de una toma de conciencia y de manera colectiva, actuando sobre el presente; y dado que no es posible prever el porvenir de la sociedad y se conoce solo aquello que ha ocurrido -o lo que aún es-, lo que será es un no existente, y por definición, incognoscible. Pensar que el comunismo sea el resultado inevitable de la lucha entre burgueses y proletarios es un grosero error. Se puede prever científicamente solamente la lucha, no su forma y su resultado.

Concluyamos agregando que, para Antonio Gramsci, la diferencia entre ideología y filosofía es una cuestión de grado, al pasar del patrimonio de una clase a ser patrimonio de la humanidad entera, para agregar que “la filosofía es la crítica y la superación de la religión y del sentido común, y siendo así, coincide con “el buen sentido” que es lo opuesto al sentido común”. (10)

Agradezco en toda su valía, por la acuciosa revisión de este trabajo a Jorge Lillo Valenzuela. Sin sus categóricas observaciones al estilo, la coherencia y la ortografía, este trabajo resultaría impresentable.

Notas

(1) Menciono esa cantidad de años, a partir de la publicación del Manifiesto Comunista en 1848, cuerpo teórico no inicial del materialismo histórico, pero sí el documento político de su entrada a la historia de la transformación revolucionaria.

(2) Así puede leerse en las primeras líneas de la Constitución Política de Chile de 1980, vergonzosamente vigente.

(3) No es inútil recordar que aquel a quien hoy llaman San Alberto Hurtado fue, hasta unos treinta años atrás, objeto del odio de los sectores más conservadores y reaccionarios de la derecha chilena, por haber escrito un pequeño opúsculo que, al describir los abusos de que eran objeto los pobres, llevaba un título que interrogaba ¿Es Chile un país católico?

(4) Concepto incorporado por Antonio Gramsci (1891-1937), para referirse al hombre de ideas vinculado al movimiento social y político que busca la transformación revolucionaria de la sociedad, en oposición al concepto del intelectual clásico que, sin tomar partido observa el conflicto desde las alturas para ganar una admiración transversal.

(5) Así califica al marxismo Antonio Gramsci.

(6) Antonio Santucci, “Gramsci”. Estudio introductorio de Jaime Massardo. Bravo y Allende Editores. Santiago de Chile, marzo de 2001, pág.115. Los dos paréntesis intercalados en la cita de Santucci son del autor de este escrito.

(7) Un 3 de diciembre de 1980, tras regresar de una Convención desde Nicaragua junto a otras dos monjas: Maura Clarke de la Orden Ursulinas y Dorothy Kazel perteneciente, al igual que Ita Ford, a la Orden de Maryknoll, junto a una joven trabajadora social, Jean Donovan, todas de nacionalidad estadounidense.

(8) “Gramsci”. Antonio Santucci. Estudio introductorio de Jaime Massardo. Bravo y Allende Editores. Pág.116. Todas las citas del pensador italiano aquí expuestas corresponden a ideas contenidas en los Quaderni del carcere, es decir, al conjunto de reflexiones hechas durante su prisión desde 1926 a 1937, año en que salió de dicho confinamiento para morir a los pocos días tras su hospitalización.

(9) Niccolò Macchiavelli (1469-1527), ingresó como secretario de la Segunda Cancillería de la Señoría de Florencia, gobierno colegiado correspondiente a la Restauración Republicana, que se produjo tras el breve gobierno y expulsión de Pedro, hijo de Lorenzo de Médici apodado El Magnífico. Entre 1499 y 1512, Macchiavelli desempeñó misiones diplomáticas que, tras el retorno de los Médici, la acaudalada familia de tiranos, le significaron prisión y después destierro. Las reflexiones sobre hechos y personajes históricos contenidas en El Príncipe fueron ofrecidas al nuevo Jefe de Estado, llamado también Lorenzo como su abuelo, en un intento de Macchiavelli de obtener, mediante ese obsequio, el perdón que le permitiera regresar a morir en su amada Florencia.

(10) Santucci. Op. cit. Pág.116.