Por Miguel de Loyola

 Los chilenos nos caracterizamos por algunas expresiones y modismos localistas de uso frecuente. Entre ellos hay uno que llama mucho la atención, porque es muy recurrente y ha pasado a ser – a mi juicio- síntoma de enfermedad, de enfermedad del alma inasible manifestada en la lengua concreta.

No se trata entonces sólo de un modismo, de una forma de expresión particular que se repite por inercia, tampoco es un cliché, una frase hecha; se trata de una expresión inherente a la esencia misma de nuestra contradictoria forma de ser. Me refiero al clásico sí, pero. A una afirmación rotunda, seguida inmediatamente por  una negación que termina echando por tierra cualquier afirmación positiva, pasando a la forma negativa, a la forma negativa-destructiva que busca imponer la voluntad de uno por sobre la del otro, . Sí, es bonita, pero… Sí, ese vestido te queda bien, pero… Sí, es cierto, pero… Sí, estoy de acuerdo, pero… Sí, es un buen proyecto, pero… Sí, escribe bien, pero… Sí, se ve joven, pero, pero, pero, pero…

Sería muy interesante indagar acerca del génesis de esta locución que pone al descubierto la más flagrante oscuridad de nuestro espíritu. Sí, me cae bien, pero… Sí, es inteligente, pero… Sí, es un buen profesional, pero… Sí, la amo, pero Un estudio sobre el tema tal vez podría conducirnos a la radiografía de nuestra personalidad.  Quizá a conocer las causas y motivos que terminaron por inocular esta expresión lingüística despreciativa. Un expresión nefasta, desde luego, por cuanto no nos permite apreciar admirativamente el hacer del otro, cualquiera sea ese otro, y cualquiera sea su hacer. Y, atención, una expresión todavía más propia del mundo masculino que del femenino. Más evidente en los machos que en las hembras, una locución verbal que encierra los deseos reprimidos de ser acaso más capaz que los otros, de dominar a los otros, como póstula Hegel en su brillante dialéctica del Amo y el esclavo.

Hay aquí, indudablemente, un germen malsano, una dosis letal de envidia implícita, de envidia y resentimiento, una pareja terrorífica que siempre van de la mano, premunida de aquel odio oculto y cegador del sentido más vital humano: el poder de admiración. Quien pierde la capacidad de admiración, se pierde también a sí mismo, se hunde en esa ciénaga que hoy llamamos depresión. Se deprime quien no es capaz de admirar la vida, el mundo y a los otros, y a todo le agrega un nocivo y letal: sí, pero…

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Mayo del 2014