Por Eddie Morales Piña
Desde la portada esta novela del escritor chileno Rodrigo Atria (Santiago, 1952) llama la atención del lector/a. Esto es porque tiene un nombre sumamente sugerente. El título siempre es significativo. La connotación que puede tener como apertura del relato debe ser un acierto. Leía hace algún tiempo de qué manera la denominación de un texto puede ser decisivo para la circulación de la obra. En el caso de la novela de Atria creo que es motivador, lo que se aúna con la portada. El color azul intenso que deja transparentar un cetáceo en la cercanía de la superficie se entrelaza con el título donde podemos visualizar los núcleos semánticos: reina, mal, corazón y ballena. Quien acceda al libro podrá preguntarse el sentido de la aglutinación de estos vocablos, lo que será develado en el transcurso de la historia.
Esta es una novela sorprendente y atrapante desde sus primeras líneas. No me cabe duda de que es una de las mejores de la literatura chilena reciente que he podido leer. De Rodrigo Atria había conocido una novela de 1995 llamada La hija del mercader de Venecia y un texto de carácter histórico, Chile, la memoria prohibida de 1989). Este relato de 2023 de tan simbólico título nos demuestra que el autor es un escritor que sabe articular una trama novelesca con recursos retóricos donde se urden varios focos narrativos. La novela de por sí es atrayente por este cruce de espacios y tiempos diversos al interior del relato y por la intertextualidad que el lector/a podrá prever a medida que se sumerja entre sus páginas donde se despliega una aventura de un protagonista insoslayable -y digo sumergir porque el verbo no sólo tiene que ver con la inmersión de la obsesión de Ismael, el cetáceo, sino porque además es el ir al interior de una historia de quien relata. Lo que el lector/a conocerá es una novela que devino en ser lo que es, pero que partió como otro proyecto escriturario en la textualidad imaginaria. Un relato periodístico sobre ballenas y balleneras como oficio de chilenos en el contexto de una serie de libros documentales en la época de la editorial Quimantú a principios de la década de los setenta que se llamaba Nosotros los chilenos.
El referente extratextual de la novela de Atria es el propio autor. En una entrevista deja entrever que la estructura de la obra se articula sobre la base de varios elementos de su intrahistoria. Efectivamente, así suele ocurrir -basta recordar en nuestro país a Manuel Rojas, quien sostenía que gran parte de su narrativa estaba hecha sobre la base de sus vivencias. Sólo que en la tematización de la historia sucede el fenómeno del elemento añadido, esto es, el recurso retórico que trasmuta la vivencia histórica y la convierte en ficción. Lo imaginario que le da al relato la consistencia de que estamos frente a la literatura plena. Aquel referente dice relación con un encargo que un joven Atria recibió del escritor Alfonso Alcalde para centrarse en una investigación con el fin de transformarla en un libro para la colección de Quimantú nombrada. Una investigación periodística acerca de las ballenas, balleneros y caletas donde iban a dar los cetáceos para ser transformados en materia para diversos fines. La novela de Atria conjuga de este modo ese referente histórico con otras modulaciones escriturarias. De este modo, la novela está abierta a un constante diálogo con la novela de aprendizaje -Bildungsroman-, de misterios, de aventuras, o como una muestra de novela ecológica o de resonancias históricas, pues trae al presente episodios de la historia reciente en que los protagonistas se ven envueltos. La intertextualidad con otros relatos de cetáceos de la literatura universal es un acierto escriturario.
La estructura de la novela de Rodrigo Atria está constituida por diversos espacios y tiempos -el cronotopo de Mijail Bajtin- donde la figura de Ismael y de Jonás Linderos son los soportes narrativos. Linderos es una figura omnipresente en el desarrollo de la trama. Es para Ismael un ente que se corporiza al principio -aunque todo queda en la memoria del narrador como un hecho entre la realidad y la irrealidad- en la Biblioteca Nacional y se convierte en un ser ominoso. Probablemente, la encarnación del mal. Este es un motivo principal. Si en el relato de Melville, Moby Dick es el mal -un leviatán- en el océano, en el de Atria el mal forma parte de la humanidad. La narración está desplegada a través de la escritura de Ismael, quien cuarenta años después de los sucesos que desarrollan su periplo en la búsqueda de la ruta de las ballenas y cetáceos incentivado por Alfonso Alcalde va en un ir y venir memorístico entre el pasado y el presente. Los saltos temporales y espaciales son recurrentes, lo que enriquece el quehacer escriturario. Cuarenta años después, Ismael rememora tratando de cumplir lo que le fuera encargado por aquel escritor de Quimantú in illo tempore, ahora transformado el reportaje en una novela, donde Herman Melville, Edgar A. Poe y su novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym en una edición de Quimantú prologada por Luis Domínguez con quien Ismael dialoga en sus aventuras oceánicas, el relato Mocha Dick de J. N. Reynolds, islas misteriosas en mapamundis antiquísimos y desaparecidas, leyendas tradicionales sobre ballenas, cetáceos y leviatanes, son elementos articuladores de la historia, en conjunto con la presencia de Jonás Linderos. Me da la impresión de que hay aspectos borgeanos en toda esta mixtura escrituraria donde el lector/a se ve envuelto como en una red de pescador. Así, Ismael se ve atrapado en las redes del amor con una figura femenina entrañable para él, Pola, la estudiante del Pedagógico con las que tiene escarceos amorosos y sexuales en medio de las traducciones del inglés de textos que Ismael recibe del enigmático Linderos. Pola es la heroína de otra obsesión: la actividad política cuando Chile estaba ad portas del estropicio, y a la que Ismael no lograba conectar profundamente por su propia obsesión nacida en el instante que Alfonso Alcalde le preguntó si había leído Moby Dick de Melville y él se sintió un ignorante mayúsculo. Cuarenta años después, Ismael escribe sobre aquel petitorio de Alcalde cuando no sólo ha leído a Melville sino que ha seguido la huella escrituraria de las aventuras de viajeros en mares ignotos con encuentros de cetáceos y otras vicisitudes como corresponsal de guerra donde el mal se ha hecho presente porque está en el corazón del hombre al igual que el bien, y no en el corazón de la ballena. El desenlace de la historia la sabremos por otra voz narrativa, una mujer llamada Silvia. Un final insospechado que sorprenderá al lector. En definitiva, la novela de Rodrigo Atria captura a quien abre sus páginas, pues se trata de una narración envolvente donde la solvencia escrituraria del autor lo posiciona como uno de los mejores narradores de la literatura chilena reciente.
(Rodrigo Atria. No reina el mal en el corazón de la ballena. Santiago: Zuramerica Ediciones & Publicaciones, 2023, 292 pág.)
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.