Por Marcelo Balbontín

¿Tú has viajado alguna vez? A cualquier lugar. Obvio, todos hemos viajado a alguna parte, incluso en sueños, sueños despiertos, o de los otros.

¿Has leído El amor de los caracoles? ¿Te han hablado de esa novela? ¿Tú sabes que los caracoles no tienen cerebro? ¿Qué carecen de mente?

Por eso esta historia nunca la podrás comprender con la razón. Pero eso no es impedimento para que no la leas.

Solo que tendrás que ser valiente.

Porque cuando partas en este camino, en esta huella, en estas letras, en las líneas de este libro, jamás volverás.

En la novela “El amor de los Ccracoles” de Juan Mihovilovich Hernández, uno se retrae a la infancia sin querer. Se da solo, sin mayor intención. Es como un si un viento te llevara por las nubes encima de los montes y los ríos, de esos paisajes olvidados que aparecen en estas páginas, tan sutilmente expuestas por el novelista. El olor del polvo de los caminos cenicientos, con hierbas salvajes y zarza en sus orillas, que te hacen sentir con fuerza las velas del barco “Oriflama”, que viene del otro mundo en la playa la Trinchera, y remueve a quienes viven aquí, en esta vida, estando más muertos que vivos.

Personajes al borde del abismo, del abismo de sí mismos. Con rencores nunca olvidados y culpas jamás contadas. Por pérdidas de hijos, padres, madres, esposas y hermanos, que desgarran el alma. Muertes que rememoran a la historia de Caín y Abel. De capillas malditas cientos de años atrás. Unidas al hoy por la sangre, la espada y la cruz, donde las sombras se ocultan de la luz, para no ser disueltas por quienes las portan: los marineros del barco fantasma que brilla con la luna llena.

Ese barco equivale a uno más de los fascinantes personajes de esta mágica novela, que va al encuentro de otra realidad, que nos lleva al mundo de la intuición, de los sueños, de vidas pasadas, de saldos para el futuro.

Y uno de estos actores parte rumbo a lo desconocido una fría mañana en un viejo autobús de campo por viejos caminos ripiados. Solo lleva su soledad y valentía. También la imprudencia, tan común en la historia humana. Solo llega, solo se va. Exclusivamente lo espera la oscuridad. Únicamente lo salva la luz de Laurita, esa niña entrañable que nos mira con calmos ojos de otra dimensión.

Lugares que quedan impregnados por el dolor, el rencor, el miedo y el odio. Donde “Lautarito” hoy, Lautaro antaño, se arrepintió de volver para hacer la paz. Las sombras intentan atacar, solo el valor inocente es capaz de enfrentarlas y la fidelidad sin límites capaz de rescatarlo. Es solo una batalla más. Recuerda: hay muchas que quedan pendientes.
Es apenas una historia, una novela, que se lee lentamente, como una tarde de verano bajo un verde álamo.

El escritor no pretende llamar la atención. Ni de la crítica ni de las modas imperantes. No es necesario. Porque ya, simplemente, no hay tiempo. Recuerda que, para poder amar, solo lo puedes lograr sin mente. Y eso significa que tendrás que dejar de ser tú. Enfrentarte al falso dilema del yo.

La lucha eterna entre la capilla maldita y el barco de la luz. Entre el deseo y el olvido. Entre la cobardía y el altruismo. Entre quitar la vida y darla por otros. Donde los infantes dejan de ser niños y solo son guiados por los caracoles en este mundo de laberintos humanos, donde hay escasas antorchas y muchos precipicios.

Es una novela con imágenes surrealistas, es una narración con relatos existencialistas, es una historia como las leyendas antiguas que se contaban a la vera de los caminos. Donde los difuntos tienen más vitalidad que los esqueletos vivientes. Este es un lugar en la tierra y en las letras a donde casi nadie quiere ir y donde muy pocos llegan. Un lugar perdido en el corazón terrestre.

Juan Mihovilovich ha recorrido ya un largo trecho en la escritura y en la vida. Cómo no recordar su afamada y genial novela biográfica “Camus Obispo”, cuando en la década de los ochenta manejaba una Citroneta, al ritmo de la historia de Chile. Hoy, más sabio y tranquilo, observa las estrellas en busca de las señales a seguir.

Es un libro que queda en la retina, en la piel y la memoria, como aquellas obras que en el siglo veinte, siendo apenas un adolescente, leía sin cesar para lograr vivir. Como esos textos que hasta hoy persisten en emocionarnos, a la manera de El Principito de Saint Exupéry, de El castillo de Kafka o La montaña mágica de Thomas Mann.

Letras que dejan huella.

Como las que se encuentran en esta maravillosa novela llamada “El amor de los caracoles”.

EL AMOR DE LOS CARACOLES
Autor: Juan Mihovilovich

Novela
Simplemente Editores, 208 páginas, 2024