alejandra basualto comentarioPor Josefina Muñoz Valenzuela

Alejandra es una conocida y reconocida escritora que tiene numerosas publicaciones en el ámbito de la poesía y la narración. Mantiene desde hace muchos años su taller de literatura, La trastienda, por el cual han pasado innumerables personas que continúan escribiendo, y a quienes entrega su quehacer con generosidad, desplegando una experiencia que no se impone, sino que abre puertas para el propio descubrimiento y para ejercer la libertad de escribir y crear según los propios talentos.

En esta ocasión me referiré solamente a su poesía, que se inicia el año 70 con la publicación “Los ecos del sol”; luego vendrán “El agua que me cerca” (1984), “Las malamadas” (1993), “Altovalsol” (1996), “Casa de citas” (2000); “Antología personal 1970-2010” (2010), “Cuchillos” (2017). Figura en muchísimas antologías y ha sido traducida al inglés, francés, italiano y danés, entre otros idiomas.

En primer lugar, quiero destacar algunos fundamentos de su escritura poética que creo se han mantenido presentes de manera estable, como es el anclaje en mundos contextualizados en los que suceden fenómenos personales y sociales sobre los cuales pone su mirada y sus palabras, entrelazando tramas en las que participan muchos otros, con los que se identifica desde diferentes roles que van transformando sus palabras a medida que ascienden por una espiral en la que van adquiriendo nuevos significados.

Por otra parte, su manejo del lenguaje le permite condensarlo de esa particular manera que requiere la poesía, ocultando en apariencia, pero al mismo tiempo entregando claves para descubrir esos sentidos que cada lector puede ir desentrañando, porque interpelan aspectos propios, a menudo ignorados, que requerían ser despertados por otras voces y por la magia de esas palabras que se oyen como nuevas.

Finalmente, el diseño ocupa un lugar importante en su obra poética, ya que hay un “dibujo” pensado previamente para disponer cada poema en la página, que tiene un rol fundamental para lograr una lectura realmente comprensiva y la deseada identificación de quien lee con ese fluir de significados y sentidos que detonan asociaciones sorprendentes, descubrimientos inesperados, que continúan resonando en la memoria después de las palabras, y que también permitirán hacer relecturas de acontecimientos de la vida personal.

En Invitación, texto introductorio del libro “Casa de citas”, recuerda a sus padres y dice “de ambos procedo, existiendo a medias entre la seguridad y el desamparo”, frase esta última que se transforma en una especie de arte poética. El terreno de la creación, siempre en un movimiento oscilante, se configura aquí explícitamente como una zona que se construye desde la seguridad y el desamparo. Y, sin duda, la humanidad se ha desarrollado y continuará haciéndolo entre estas dos percepciones, cara y sello de un péndulo que marca el discurrir de las vidas humanas y las vidas literarias.

En este libro refiere también a muchas de sus lecturas, aquellas que forman parte de la historia de toda persona interesada en la literatura y, con mayor razón, de la de quienes llegarán a hacer de la escritura una parte central de sus vidas. Porque la escritura propia se va construyendo en un largo camino de conocimiento de lo que otros escriben, ya sea por la admiración, la identificación, el rechazo, la diferencia, los temas y tópicos, así como ese contexto cotidiano en el que se van alimentando los intereses personales, las emociones, el pensamiento crítico… La voz propia se alimenta de todas esas voces que vamos descubriendo y a partir de las cuales es posible generar algo realmente nuevo, algo que es ni más ni menos que la invención antojadiza de nuevas cercanías entre palabras, capaces de desatar descubrimientos, asombros, maravillas, estupefacciones, deslumbramientos, esperanzas…

“Las palabras son lo único que tenemos” escribió Samuel Beckett hace muchas décadas, reconociendo algo que pareciera ser de Perogrullo en el mundo literario. Alejandra se refiere en el libro citado a su propia historia con las palabras de una manera luminosa y magistral: “Palabras, en fin, llenas de magia que me tiritaban en los huesos y tronaban mis coyunturas; palabras como cadenas de plata para armar caminos y laberintos. Fragmentos, hechizos, movimientos, todo lo constituyeron las palabras… Por eso me dedico a reunirlas y mezclarlas, ajenas y propias, las palabras nos pertenecen”.

Esa oscilación existencial entre ‘seguridad y desamparo’ no se manifiesta solo en las palabras, sino en la disposición de ellas y la figura que construyen en la página. Por ejemplo, en el Poema III de su libro “Altovalsol” las palabras dibujan una casa:

Mi

casa

de viento

mis raíces

pugnan    todavía

Su vientre descubierto

en desamparo el cielo

  des     mar     per

                                                                             nu      chi      di

                                                                             do       to      do

la casa del tiempo de infancia la casa del tiempo sellado

 

¡Qué podría representar mejor la seguridad que esa casa que alguna vez todos dibujamos de niños!  Pero allí está el ineludible desamparo, en lo profundo; y los tres pilotes que parecen sostener la casa, son palabras propias del desamparo, quebradas además en sus sílabas: desnudo, marchito, perdido.

La muerte, su cercanía casi familiar, es una temática presente en la poesía de Alejandra, especialmente en su libro “Casa de citas”, en que su sombra está detrás de muchos de los poemas. En La dama, de “Casa de citas”, leemos:

“Envuelta en su capa de noche

por la avenida difunta avanza la dama

con su vestido de nieve

y su cabellera tiznada.

Pero nada evita que me estremezca:

su belleza

no alcanza a cubrir la calavera”.

 

Y en Un solo pie:

(…) A mis espaldas despiertan cuatro ríos funerarios,

no cesan de fluir;

arrastran algas inexactas.

Mis clavos han perdido resistencia,

y nuestra puerta no sostiene picaporte:

las palabras nada restituyen”.

 

Quiero detenerme en uno de sus libros más recientes, “Cuchillos”, dedicado ‘A mis muertos amados’, tema que a estas alturas de la vida nos toca muy directamente. En este conjunto de poemas, cada palabra pesa como un conjuro mágico para invocar el regreso de aquellos a quienes hemos perdido. Por otra parte, los versos han adoptado la forma de cuchillos, como esa filosa muerte que aguarda en un recodo, inesperada y esperada, silenciosa e inexorable.

 

La poesía de Alejandra ha ido siempre por un camino de creciente profundidad y gran condensación poética; de ahí su capacidad de desatar múltiples lecturas y asociaciones, en tanto toca temas centrales de nuestras vidas. Termino con un poema que muestra con gran belleza ese sentimiento de pérdida que tratamos de entender (y sobrellevar), haciéndonos preguntas para las cuales no esperamos respuestas, pero sí palabras que sean capaces de resignificar los acontecimientos felices o devastadores o inquietantes que han ido dando sentido a las vidas personales y sociales. Una vez más, para vivir y describir cualquier acontecimiento o sentimiento humano, ¡las palabras son lo único que tenemos!   

 

Fuego

 

el fuego

cascabelea

entre espejismos

de oro

y azogue

(como cuando el mar)

 

mis labios cierran

puertas

voces

 

y tu cuerpo sin fondo

sin bolsillos

ya

sin miedo

 

quién

toca

hoy

tus manos

 

quién

te besa

hoy

cuando hay silencio

 

dónde estás