Por Miguel González T.

El reloj marcaba las 07:05 horas cuando Juana Fernández llegó a la Comisaría de Carabineros a interponer la denuncia. La noche anterior debió salir arrancando de su casa ya que su pareja, Miguel Lazcano, la golpeó y amenazó con matarla. Estuvo en el hospital cerca de cinco horas mientras le constataban las lesiones; después el carabinero de turno la derivó a la comisaría.

El funcionario a cargo le hizo las preguntas de rigor para estos casos mientras llenaba un formulario. Juana dijo que estaba siendo víctima de violencia de parte de su pareja, desde hacía ya un año y que no había denunciado antes por temor a que él quedara sin trabajo, y ella y las hijas de ambos sin dinero para comer y para pagar el arriendo. Pero no aguantó más. Su pareja llegó ebrio a casa y la obligó a tener relaciones. Como Juana se negó, él se enfureció y le gritó que era una maraca de mierda, una puta culiá y que tenía otro hombre, y agarrándola de los cabellos la abofeteó delante de las niñas. Avergonzada, reconoció al policía que debió acceder a los requerimientos sexuales; por temor-agregó- Relató además, que en cuanto su pareja se durmió, salió con sus hijas, las llevó a casa de su madre, y se fue al hospital, pues sangraba de la nariz y boca. Un golpe de puño le había roto un diente.

 ¿Y qué es lo que desea usted señora? -preguntó el carabinero.

 Bueno -contestó Juana- Yo no puedo seguir aguantando más las agresiones, quiero separarme, llevarme a mis hijas, y que él no me siga, ni me acose.

 Sí, claro, -contestó el carabinero- Pero no se olvide que ahora salió la ley de la tuición compartida, ahora los dos tienen los mismos derechos en relación al cuidado de los niños.

 Así será la nueva ley -replicó Juana- pero nadie me quita a mis hijas. Ellas están bien conmigo, en cambio al lado del padre sólo estarán expuestas a violencia y malos ejemplos; pues él se cura por lo menos unas tres veces en la semana y siempre hace escándalos y peleas.

 El asunto no es tan fácil señora, además usted no tiene otras denuncias anteriores. Esta sería la primera vez.

 Sí, es la primera vez que hago una denuncia, pero no la primera vez que sufro violencia -contestó, ya molesta- Yo quiero una prohibición de acercamiento hacia mi persona, para poder vivir tranquila con mis hijas.

 Claro, conforme, pero trate también de demandar por alimentos a favor de las niñas -sugirió el policía.

 Sabe, ya no me importa que me dé o no dinero, yo me haré cargo de los gastos de mis hijas, solo deseo vivir tranquila, separarme de una vez por todas. Mire -continuó- mi pareja es un hombre enfermo, muy celoso, no le gusta que nadie me mire, y si alguien lo hace, después me dice que soy una coqueta, una puta de mierda, me golpea y abusa de mí. Ya ni siquiera me dejaba dinero para comprar alimentos. Eso, para que yo no salga de la casa. A él le gusta encargarse de todo. Tampoco puedo ir a las reuniones del jardín donde están mis hijas. Dice que coqueteo con los profesores. Yo no aguanto más, quiero que me den una cautelar.

 Señora -la interrumpe el carabinero- no se olvide que puede asistir a mediación para lograr un acuerdo de alimentos y si ésta se frustra, interponer la demanda.

 Sabe -se apuró en contestar Juana- yo no soy casada, convivo con Miguel, nosotros siempre pensamos que no era necesario un contrato para vivir juntos.

Él era bueno, pero no sé qué pasó. Ya no podemos vivir juntos, por lo que tampoco asistiré a ninguna mediación. Tengo miedo que pueda matarme una de estas noches.

 ¿Entonces él tiene armas? -preguntó algo más serio el policía-

 No sé, no podría asegurarlo -dijo Juana, y agregó- pero tiene amigos delincuentes. ¡Ah… ya! -exclamó el carabinero- Ya señora, firme usted aquí.

 Éste es el parte denuncia que nosotros enviaremos al Juzgado de Familia. Ahí usted podrá solicitar la medida cautelar que desea.

 Juana abandonó apresuradamente la comisaría y mientras se dirigía a casa, intentaba recordar si había dado correctamente la dirección de su madre, donde ella se encontraba. ¡Ah!… ¡y el número de teléfono! pues el carabinero aseguró que la llamarán rápidamente. Sí -se responde a sí misma- estoy segura que proporcioné la dirección correcta.

Ha pasado más de una semana y como no ha recibido citación del Juzgado, ni la han llamado por teléfono, Juana decide ir a la comisaría para preguntar qué es lo que sucede. A lo mejor Miguel ya fue detenido, por eso no me llaman -pensó y siguió caminando- Cuando iba a cruzar la plaza, distante a tres cuadras de la unidad policial, un hombre se abalanzó sobre ella. Hubo un forcejeo y gritos desgarradores: Juana pidiendo auxilio y Miguel gritando a voz en cuello: ¡maraca, puta concha e’ tu madre! De pronto los dos cuerpos se desplomaron al pavimento produciendo un golpe seco. En pocos segundos comenzó a expandirse un charco de sangre debajo de los cuerpos.

 ¡Señora! ¡Señora!, -grita el carabinero- mientras ayuda a Juana a levantarse y le quita el cuchillo de sus manos. El cuerpo sin vida de Miguel yace a sus pies. Tiene los ojos abiertos, pero su mirada está vacía. Su camisa está empapada de la sangre que emana de su pecho.

Cuando Juana fue interrogada por el Fiscal en la comisaría, lo único que atinó a contestar fue: Como nunca me citaron, ni me llamaron del juzgado, yo venía a la comisaría a preguntar por mi denuncia, por la medida cautela, y para defenderme andaba siempre con un cuchillo.

 Como no ha podido demostrar que actuó en defensa propia, se le aplicó la “medida cautelar de prisión preventiva” mientras dura la investigación.