Por Diego Muñoz V.

Lo primero que debo decir sobre este primer libro de narrativa de nuestra autora –porque también lo es de un notable libro patrimonial dedicado a la obra fotográfica del genial Antonio Quintana- es que he sido un testigo privilegiado de su elaboración.

Esta es una condición poco usual que deriva del hecho que fue escrito en buena parte durante la perseverante participación de Denise en mi taller de narrativa. De ese modo vi cómo se iba alumbrando la cincuentena de breves piezas que lo integran: minificciones de una factura muy cuidada en cuanto a trama, estructura y lenguaje.

Me resulta imposible evitar salir una vez más –adecuadamente provisto de casco, yelmo y coraza- a la defensa del Pulgarcito de la narrativa hispanoamericana: el microcuento, minificción o microrrelato, por mencionar algunas de sus numerosas denominaciones. El microcuento es un género narrativo que debe considerarse junto y al mismo nivel de sus hermanos mayores (por edad y no por categoría): la novela, la nouvelle y el cuento. Esto ya ha sido reconocido en muchas de las universidades de mayor categoría que estudian la lengua española.

No obstante en Chile, el género narrativo brevísimo aún no cuenta con una aceptación contundente, más allá de la popularidad obtenida en los concursos masivos que convocan a escribir historias con pocas palabras. Esa popularidad es buena porque acerca al público a la lectura, porque convoca a decenas de miles –en pos de premios millonarios- a escribir cuentos breves. Esto quizás ha generado en algunas personas la equivocadísima convicción (por no decir aberrante) de que se trata de un género menor. La habilidad, el talento y la prolijidad que se requieren para escribir una buena pieza narrativa brevísima –hablo de belleza y profundidad- son cualidades que solo pueden lograrse a través de un ejercicio prolongado y laborioso de escritura.

Justamente quiero destacar en EL PAÍS QUE HUYE esa distinción fundamental: se trata de un conjunto de minificciones bien acabadas y concebidas: lenguaje cuidado y bello, intención estética, visión de mundo, juego intertextual, profunda reflexión sobre nuestra realidad. El título del libro acierta al poner de relieve un denominador común: el de un país que –de un lado- pretende olvidar su historia, borrarla de plano arrastrado por una visión economicista, y –de otra parte- el inevitable resurgimiento de esa misma historia, imponiéndose por sobre la pretensión de sepultarla.

La media centena de historias que constituyen este libro se encuentra organizada en seis secciones temáticas encabezadas por títulos sugerentes. Tal estructura debe tenerse en cuenta a la hora del análisis, pues define una característica muy importante en un libro de minificciones: ir más allá de una mera recopilación de textos narrativos breves de amplio espectro, dispuestos de cualquier forma y en cualquier orden.

En EL PAÍS QUE HUYE se advierte una intencionalidad global, un propósito nuclear que excede la aglomeración casual. Y si alguna característica relevante de un libro permite distinguir la categoría de un microcuentista de excelencia, más allá de la factura de cada pieza -algo fundamental porque revela el oficio del narrador- es la existencia de un núcleo temático y estilístico. Aquí reside el desafío fundamental de un escritor que asuma el desafío de publicar un libro de minificciones: asegurar la existencia de una columna vertebral.

La primera vez que escuché mencionar esta idea fue en Argentina a mediados del 2006, gracias a una invitación a participar el Primer Encuentro de Minificción en Buenos Aires. Allí tuve la oportunidad de conocer a autores y teóricos de primera línea del mundo hispanoamericano, entre ellos Fernando Valls, que en una mesa redonda expresó este desafío: ya no basta con publicar volúmenes de cuentos brevísimos; se agrega la necesidad de proporcionarle al lector una matriz donde integrarlos. Un hilo conductor, una intencionalidad global, un propósito que se vaya develando a través de la lectura. Este es un objetivo logrado a plenitud en el libro de Denise Fresard.

Si se examina bajo el cristal de esta rigurosa propuesta la producción chilena del género –abundante, variada, creciente y cada vez más notoria- la verdad es que pocos autores resisten tan rigurosa prueba de fuego.

Los temas que Denise Fresard aborda son caleidoscópicos, heterogéneos, polifónicos, no obstante se conecten a la columna vertebral antes descrita.

Amores y azares, la primera de las seis secciones nos sumerge en el enigmático campo de las relaciones amorosas.  Recorremos un territorio donde el amor se manifiesta como la última esperanza en un mundo donde predominan la soledad, el individualismo, la derrota y la presencia de la inevitable muerte. Apreciamos las diversas texturas de la emoción más importante: aquella que nos hace más humanos, la que nos estremece con los vientos álgidos del dolor o con las sensaciones más sublimes.

Identidades y alteridades implica una inmersión en la dimensión de la búsqueda personal más profunda. ¿Quiénes somos en realidad, cuál es nuestro propósito en esta azarosa aventura que denominamos vida? ¿Dónde se oculta la raíz más honda con la que debemos conectarnos para ser nosotros mismos? ¿Cuál es nuestra relación con los otros? ¿Seremos acaso el otro? Las historias de esta sección van abarcando tales cuestionamientos con agudeza e interés.

Lo inefable y lo prodigioso, aquí caben fantasías de hondo calado y reflexiones que se conectan con momentos claves de la existencia humana. Visitaremos un mundo post-apocalíptico, donde solo permanece la huella humana a través del residuo tecnológico. Nos despediremos de quien parte al exilio o de quien decide despedirse de la vida con un sino trágico.

Ídolos y máscaras constituye un viaje intertextual a mundos literarios que van desde malignos lobos ávidos por devorar tiernas caperucitas hasta míticos Quijotes que defienden el valor de la lectura como fuente de humanidad. Y nos acercamos a una notable galería de personajes reales: líderes, viajeros en pos de maravillosas aventuras, revolucionarios y héroes entrañables.

La muerte y la sustancia aborda una mirada múltiple al misterio de la vida –su origen y su término- tal vez el mayor enigma de la humanidad. La autodestrucción versus la destrucción del otro, el retorno a la eternidad de la inexistencia una vez cumplido el precario paréntesis de la vida, la pérdida del amor.

La última sección, Intrigas y castigos, visita mundos más oscuros: el crimen, la prostitución, el juego, la corrupción de menores, la aparición de un espectro en Halloween. La exploración del lado oscuro permite establecer un rudo y lúcido contraste que contribuye a ver la realidad de una forma más integral.

 Si de algo puedo sentirme orgulloso de mi labor como director de taller es por haber contribuido –y continúo convencido de la justeza y la valía de tal empeño- a formar nuevos escritores provistos de una visión, un alma y un estilo propios, autónomos, plenamente libres, conscientes de la seriedad de este oficio, que debe  enseñarse de forma parecida al método de aprendizaje de un alfarero o un carpintero.  Para el director de taller es preciso ejercer la contención de las propias preferencias y concentrarse en la entrega de herramientas prácticas, métodos, puntos de vista, trucos y estratagemas, más que en la transmisión de procedimientos rígidos o decálogos que marchen en pos de la generación de réplicas. Es más, creo que he procurado conscientemente disuadir a mis talleristas de cualquier tentación de seguir cualquiera de los extraviados caminos que yo he emprendido en mi larga senda de trabajo literario. Tengo, y espero mantenerla, la única certeza admisible en el campo literario: que todo está por aprenderse e intentarse; me anima la posibilidad de conseguir mañana o en unos años más un par de cuartillas perdurables. No he perdido esa esperanza. Y espero, eso creo, haber transmitido esa voluntad de búsqueda que solo puede lograrse del ejercicio de la disciplina creativa: escribir cada día, anotar las ideas, crear un espacio agrado para la literatura, leer de modo omnívoro, revisar y revisar y revisar. Comprobarán el cumplimiento de esta norma cuando lean EL PAÍS QUE HUYE.

En un solo terreno de mi actividad como director de talleres literarios me he mantenido insistente, invasivo y tenaz, por no decir majadero. Me refiero a la convicción de que la humanidad es la materia esencial de la literatura: la libertad, la solidaridad, el amor por los demás, el ansia de justicia y –por cierto- también sus opuestos. La historia de la humanidad es la historia de la literatura; así podría resumirse. En esta convicción continuaré perseverando. Denise Fresard pertenece a esta misma estirpe desde sus propios inicios como escritora. No es fácil acoger esta divisa en los tiempos que corren, donde la desesperanza y el individualismo se erigen en los emblemas de nuestra desigual sociedad. Nuestra autora hace su contribución en esta línea y solo cabe celebrarlo.

Hay que destacar la cuidada edición que hizo Simplemente Editores. Cada una de las seis secciones que conforman el libro, parte con una hermosa ilustración de Jacqueline Fresard, artista gráfica y hermana de la autora, creadora de la sugerente imagen de la portada. Como se aprecia, una mancomunidad de esfuerzos para lograr un bello objeto libro.

Deambulo por el jardín de los senderos que se bifurcan y por una puerta misteriosa, que por fortuna conozco, ingreso al primer laberinto. Allí encuentro a Denise, trasponiendo el umbral del primer libro de narrativa íntegramente propio. Realiza ahora, en este momento, su bautismo de fuego, la primera prueba de su personal odisea literaria; la primera noche de las mil y una que han de venir. La veo inquieta, nerviosa, feliz, expectante, despavorida, ilusionada, exultante, risueña, trémula, dichosa. Todas esas emociones conviven el día en que se lanza el primer libro. Lo sé por experiencia. Pero también sé que no hay un final para la misión que ha escogido. Tras la superación del primer laberinto, no existe escapatoria: solo vienen el segundo y el tercero y así…una sucesión perpetua de senderos que se bifurcan. Esto para construir la biblioteca infinita de Borges, esa donde cada volumen viene a ser una simple pieza –no por ello menos única y valiosa- del libro universal que todos escribimos, aquel que encierra todos los misterios que apenas logramos intuir desde las nebulosas de la razón humana. A la salida del primer laberinto le abrazo, la aplaudo y le deseo lo mejor para que prosigas la marcha.

Quiero convocarlos a leer EL PAÍS QUE HUYE con la delicada atención que merece un libro de minificciones con las características que he descrito, porque más allá de la intención estética de cada pieza, están los subterráneos de su significado, así como también la construcción de una visión integral de nuestro país y nuestra época. Eso es, ahora a leerlo y aplaudir a su autora.

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Texto de presentación al libro de minificciones El país que huye, de Denise Fresard. 26 de Septiembre de 2014

El país que huye,

Denise Fresard.

Simplemente Editores, Santiago de Chile, 2014.