Por Lilian Elphick

La mano calamar

Mucha agua ha corrido bajo los puentes de la minificción. Aunque esta manufactura brevísima se originó hace muchos años ya –sin el nombre de microcuento-, es quizás en la última década que ha proliferado en el mundo de Internet, en redes sociales, blogs, páginas, concursos on line que instan a escribir 80 o 100 palabras y convertirlas en una historia.

En Twitter, el reinado de los 140 caracteres, se erigen las brevedades como hongos en un bosque. Hiperbreves, seis palabras y aforismos van de aquí para allá en este mundo instantáneo, de imágenes rápidas y fugaces. Todos quieren llegar a la cima, todos quieren ser célebres, inolvidables, dar en el clavo. Pocos lo hacen; pocos saben que el microcuento debe ser un latigazo, jamás obvio. No se trata de ver de inmediato al Zorro en su corcel. El Zorro debe tener una máscara superpuesta a su máscara.

En este mundo de selfies, el buen microcuento no puede auto fotografiarse: es huraño, resbaladizo y puede arañarte. Es cierto que Internet ha democratizado la palabra, pero también, en este juego de espejos y brillos, la ha saturado. Es tanta la información que las narrativas terminan por destruirse o anularse. Todos quieren decir, pero nadie dice. Afloran las mini-banalidades, los mini-chistes y el eterno juego de la intertextualidad. Es cosa de ver las miles de reescrituras sobre el Dinosaurio, de Monterroso. Por suerte, en este libro no hay ninguna porque lo impide la mano calamar, la ilustración que aparece al final y que sintetiza el modo escritural de Denise Fresard.

La mano calamar se aprecia desde el mismo comienzo. Articulado en seis partes, cada una con una ilustración superrealista, El país que huye no huye de sí mismo, no se satura, no entra en juegos de espejos que llevan a lo ya leído, lo ya visto; no proporciona la sonrisa bobalicona, sino todo lo contrario: te hace avanzar en el intrincado paisaje de historias, algunas muy mágicas (“La razón de la hechicera”, “Jesús Fernández torero”, “La guitarrista de Tenaún”) y otras, crudas, silenciosas, como si el acto de escritura fuese un dolor, un aguijón o una tinta calamaresca que va desde la creación a los ojos del lector/a. Aquí incluyo los textos “La ciudad pareció desvanecerse en el soplo de tu aliento”, “Tu exilio”, “Regreso a Ítaca” y “Nueve de octubre de 1967”.

La mano pistola

En la última parte, titulada “Intrigas y castigos” y cuya ilustración nos muestra una mano-pistola o un indicador, los textos se articulan en diferentes realidades traumáticas, violentas, pasionales. Estas historias son veloces como una bala y calan hondo. Estas intrigas no tienen el aire melodramático y exacerbado de la serial de las tres, el CSI de las siete o el Kill Bill, de Tarantino. Van lentamente posicionándose de la materia narrativa, sin estridencias ni gritos pavorosos. Las cosas, simplemente suceden.

Leamos el microcuento “En el centro de la noche”:

Otra vez esa niña sube a un auto y vuelve a la misma esquina, más tarde, más borracha, más descompuesta, para seguir ofreciendo sus servicios hasta el amanecer.

La niña está atrapada en su propio vórtice de miseria, de un tiempo eterno, parejo, liso. En el texto que viene a continuación, “¿Por qué no lo chupai?”, la mujer (que puede ser joven) escapa a su destino diciendo: No es recomendable soltar las palabras como quien está comiendo maqui, para que no se le ponga al tiro la boca negra. Esta frase me parece clave para el libro y también para el género microcuento, porque éste no es el fast food de los géneros narrativos, como varios piensan y tampoco es un quark de la física de partículas. No tiene que tener necesariamente 80 o 100 palabras para ser microcuento y no otra cosa. Quizás sea un cuac, un graznido imperioso que reúne palabras, condensa y sintetiza ideas, imágenes, símbolos y todo el aparataje de la lengua.

No es recomendable soltar las palabras. Mejor es guardarlas, omitirlas, silenciarlas. En Intrigas y castigos, la violencia está silenciada, como un hacha insertada en el madero. Lean “Casi como un perro” o “Zapatos con paisaje de puerto”.

El país que huye

El libro no tiene ningún texto con el título El país que huye. La idea de la huida, muy propia de Kafka o de Cortázar, refleja la condición absurda de la existencia del ser humano inmerso en culturas narcisistas, posmodernistas, individualistas. Así, se generan personajes que van más allá de sí mismos, huidores, que desean ir más allá del tiempo vulgar y destructor (Cronos) y trascender hacia el Aión, el tiempo sagrado y eterno. Se trata de acceder a una realidad más vasta, de entrar en lo superreal. En El país que huye, y siempre guiados por la mano calamar, el lector accede a distintas realidades que superan los parámetros de lo lógico y de lo estandarizado. Tanto textos como ilustraciones son muy importantes a la hora de la lectura: nos someten a un trabajo de indagación y de rememoranza, nos hacen descubrir nuevos paisajes escriturales, muy bien diseñados, nos someten a la huida del mundo plano y nos obligan a repensar y a no olvidar.

El país que huye es un libro muy bien construido. Doy gracias a Denise por haberme invitado a presentarlo. La narrativa brevísima chilena tiene a una nueva autora que se ha posicionado con fuerza e imaginación del poder de las palabras.

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Texto de presentación al libro de minificciones El país que huye, de Denise Fresard. 26 de Septiembre de 2014.

 

El país que huye, de Denise Fresard.

Simplemente Editores, Santiago de Chile, 2014.