Poco a poco empezó a recobrar la conciencia. Era como si emergiera de un pozo nauseabundo. Con la sensación de haber perdido los dientes y la memoria. Al intentar girar, un intenso dolor en las costillas lo hizo enfetarse en las baldosas sucias del piso. Abrió los ojos con esfuerzo. Los párpados ardían sobre las órbitas.

Vio el mundo borroso y lejano. Lentamente, empezó a percibir  sombras, colores. En el fondo del cuarto, los dos individuos charlaban junto al escritorio. El más gordo, sentado en el borde de la silla, fumaba con el cuerpo inclinado hacia adelante. Tenía la frente perlada en gotitas de sudor y un mechón de pelo grasoso se le venía constantemente sobre los ojos. El otro, flaco pero musculoso, leía el diario de la tarde.

-¿Quieres un trago? –preguntó el gordo dejando la botella de cerveza en el piso y limpiándose la espuma con el dorso de la mano.

El flaco acercó el diario a la luz de la lámpara. Sus labios se movían a medida que recorría las líneas  del artículo.

-Sírveme un vaso. –dijo sin perder el hilo de  la lectura.

El gordo le alargó el vaso a su compañero.

-Está fría todavía. –comentó y chasqueó la lengua contra el paladar.

-¿Te das cuenta? –el flaco dejó de leer y se llevó el vaso a la boca. La espuma le dibujó un bigote blanco sobre el labio.

-¿Qué cosa? –respondió el gordo secándose el cuello con un pañuelo arrugado.

-Martín volvió a vencer en el primer round.

-¿A quién y dónde?

-Anoche, en el Chile, al ecuatoriano Cruz. Le arrebató la corona de los “Moscas”.

-Paquetes, compadre. Puros paquetes. Deberían traerle púgiles de verdad. Me gustaría verlo con el mexicano Canto o el japonés Gushiken. A ver hasta donde nos dura nuestro Martincito.

El flaco volvió a coger el periódico y leyó: “Nuestro campeón salió a liquidar el pleito desde el primer momento. Con rectos de derecha e izquierda arrinconó al ecuatoriano contra las cuerdas y el coliseo supo que el combate estaba terminado”. Este pendejo  tiene un fierro en cada mano.-concluyó el flaco.

-Ya te dije –insistió el gordo, haciendo argollitas de humo.- Paquetes, puros paquetes. Con uno de verdad se nos derrite el crédito nacional; así le pese  a nuestro  querido y venerado Comandante en Jefe.

-¿Cómo? –se sorprendió el flaco.- Nuestro Presidente también es hincha de Martín.

-Por supuesto. Si para el cumpleaños del osornino, le regaló un juego de lapiceras de oro. ¡Cómo si el muchacho escribiera tanto! –rió el gordo y, acto seguido, volvió a maldecir el calor de enero que se filtraba al sótano en oleadas sucesivas.

-Escucha esto –dijo el flaco, poniéndose el periódico casi pegado a los ojos: “A los diecisiete segundo del primer round, el público se puso de pie y ovacionó a nuestro campeón. Desde la época de Godoy que no se escuchaba un clamoreo tan grande en un recinto deportivo.

-Sabes lo que pasa, “Tigre” –dijo el gordo mirando de reojo el bulto que gemía en el piso.- hay periodistas pagados y, además, se necesita un ídolo, crear una imagen, desviar la atención de la gente hacia algo noble y puro como el boxeo. Pero aquí, entre nos, el único que le ha dado gloria al deporte en general y al boxeo en particular, ha sido el incomparable Godfrey Stevens.

-¡¿Godfrey Stevens?! –repitió el flaco abanicándose con el periódico. ¿Acaso usted lo conoció? ¿Lo vio pelear?

-No sólo yo, compadre. Todo Chile lo vio boxear, y todo Chile lo fue a esperar a Pudahuel cuando regresó de Japón después de pelear con Saiyo. Y conste, muchos ni siquiera lo habían visto sobre un ring. Así era de popular el “gringo”, Desde el aeropuerto al centro, millares de fanáticos coreaban su nombre como si hubiera ganado la corona.

-Algo recuerdo, ¿sabe?  Fue en el setenta ¿no? –dijo el flaco.

-Sí, señor. La gente se amaneció esperando el combate. Y sabe por qué, porque Stevens tenía clase, estilo, calidad y esas cosas no se compran en la farmacia. El gringo sabía moverse por el ring. Yo lo vi encender el Caupolicán cuando se sirvió  al peruanito Próspero Odar, al Cucusa Ramos, al brasileño De Jesús – el gordo suda en la silla, enciende un nuevo cigarrillo y maldice mirando al techo: ¡calor de mierda, compadre!

-Está bien. ¡Está bien! Ahora recuerdo. El tipo sabía moverse, pero tenía una pegadita de guagua. Por eso los pleitos duraban una eternidad. Martín, en cambio, tiene dinamita en las manos. El cabro pinta para campeón mundial.

El flaco deja caer el diario al piso cubierto de colillas de cigarro. Se levanta remolonamente de la silla. Se despereza estirando los brazos y bostezando. Se sobajea los muslos adormecidos y respira profundo, después baja la mirada y pregunta:

-¿Y a ti, te gusta el boxeo?

-¿A mí? –dice él con un hilillo de voz temblorosa.

-Sí, a ti. ¿O acaso ves a alguien más en esta habitación?  ¿Te gusta el boxeo?

-En realidad…yo…-le cuesta hablar. Siente como si tuviera vidrio molido en la garganta. –Yo…

-¡Vamos! No me digas que nunca viste una pelea, que nunca oíste hablar de nuestro Martín. No te vengas a hacer el tímido ahora, ¿eh?

-No, yo no…

-¡¿Y qué mierda has hecho estos años?! ¡¿No te habrás pasado la vida en reuniones?! –el flaco adelanta dos pasos y él ve la punta metálica de las botas, pegadas a sus costillas.

-Estos cabrones viven en las páginas de los libros. No saben nada de la vida y pretendían imponérsela a todo el país. –el gordo también se levanta, Aplasta la colilla con la bota y se empina el resto de la cerveza. Ya está tibia como meado de perro.

-No lo molestes, “León”. El muchachito es bueno y ahora nos va a decir quién le gusta más, ¿Stevens o Vargas?

-En realidad…yo no…- las palabras le rozan la garganta como piedras filudas y el dolor del costado aumenta a medida que recobra la lucidez.

-No seas tímido. No tienes por qué avergonzarte. El boxeo es un hermoso deporte. A nosotros nos gusta muchísimo ¿verdad, “León”?

-¡Muchísimo! –escupe el gordo, abrochándose la guerrera del uniforme.

-¿Ves? Sé buenito. Sólo dinos quién es tu favorito ¿Martín o Godfrey?  Tu opinión nos interesa, porque romperemos la paridad. A mi compañero le gusta Stevens y a mí Vargas. Tú romperás el empate. A ver. ¿Godfrey o Vargas?

-Yo no sé…-balbucea. Siente la punta de la bota rozando sus costillas rotas.

-Sí sabes. Sí sabes. A ver, dímelo al oído.-el flaco se inclina y le echa un aliento a tabaco y cerveza en las narices.- Dímelo calladito

Se produce un silencio duro y compacto como roca. A él le parece que vuelve a hundirse en el pozo nauseabundo. Los ojos se llenan de lágrimas.

-Godfrey –balbucea apenas.

-Bien. Muy bien. Muchacho. Eso era todo, ¿viste que era fácil?

El hombre flaco se dirigió a la puerta metálica. Hizo girar la llave  en la cerradura mohosa y una claridad repentina se filtró a la penumbra.

Desde el piso, él hizo un esfuerzo supremo  para mirar el rectángulo de luz. Las esposas incrustadas en la piel, hicieron sangrar sus manos. Dos individuos fornidos entraron junto con el flaco. De sus cuellos colgaban toallas mojadas como usan los boxeadores en los descansos.

-Bien, muchacho, quiero presentarte a estos amigos. He aquí al que tú admiras: Godfrey Etevens y acá el que no degusta: Martín Vargas. Así los llamamos en el Servicio. Ahora ellos se encargarán de ti. ¡Suerte, muchacho!