Por Josefina Muñoz Valenzuela

La autora, Carmen Gloria Baeza (1965, Huiscapi, La Araucanía) ha publicado su primer libro de poesía en Editorial La Trastienda, 2023, siempre con una tradición de ediciones muy cuidadas. Su título condensa una concepción de la vida como hebras que tienen la capacidad de exhibir en ellas los sucesos que (nos) van ocurriendo en el tiempo, como ropa tendida. Sucesos que pueden ser “expuestos” para que sean conocidos por otros, pero también para un sí mismo que, quizás, anhela volver sobre sus pasos y profundizar lo vivido desde una cierta ajenidad, en tanto observador y no como protagonista. Y aquí juega un rol importante el “silencio” como requisito para la reflexión, para atender a ese pensamiento que no cesa y que requiere del silencio sonoro para ser ‘escuchado’.

La estructura del libro es muy interesante y, desde mi lectura, es parte de sus contenidos y de las interpretaciones posibles. La primera parte tiene once poemas, precedidos de una “cita” modificada del poema inicial de igual nombre, firmada y a modo de dedicatoria-resumen: “Estos son mis silencios/ aquí los dejo/ colgando de esta hebra/ meciéndose en el aire/ como prendas de ropa recién lavada”. La segunda parte, “Un huevo nacarado en una jaula vacía”, -una bellísima imagen que nos hace pensar en si algo saldrá de él alguna vez y desear que sea así- tiene diecinueve poemas y una cita de la gran poeta argentina Alejandra Pizarnik, para quien el tema de la muerte ocupó un lugar muy central en su escritura. La tercera parte contiene quince poemas y se titula “Cuánto tiempo falta para que también los hombres”, esta vez con una cita de Octavio Paz que habla del silencio.

Es un mundo de poesía silenciosa y, a la vez, abre un mundo resonante, con la presencia constante de la hebra de la desaparición, lo efímero, la muerte. En palabras de su autora “y que también les dejo colgando de esta hebra/ en la que todo cabe/ incluso la muerte” (p. 17).

Una tarea propia de lo humano y, sin duda, de la literatura, es descubrir nuevos sentidos y significados tanto para la vida propia como para la de seres cercanos, presentes o ausentes. Y son las palabras, propias y ajenas, las que construyen y reconstruyen aquello que percibimos como realidad, que fue y ha dejado de ser, así como también eso que hubiéramos querido vivir.

La continuidad de la vida, inseparable de la muerte, tiene un espacio importante en la literatura. Las palabras, leídas, escritas, habladas, escuchadas… parecieran establecer siempre una relación nueva con quien las usa y, desde allí, interpretar lo que esa voz desea comunicar de la manera más acertada y precisa para alguien que rara vez conocerán.

Silencio y sus variables es una palabra de alta frecuencia en este poemario, y salta a la vista desde los títulos de los poemas como de sus versos; en ocasiones está también unida a la palabra ‘muerte’, explícita o implícitamente.

La imagen de la vida está ligada a un tejido que no solo tejemos los seres humanos, sino los seres vivos, una araña, por ejemplo: “Les entrego el silencio de una araña/ que hila en su rueca entre las plantas de mi balcón/ tejiendo en verde algún verso secreto para abrigar el futuro…” (p. 16.) En el poema “Regalo”, no tiene nada para darle a un Martín Pescador que cada tarde le lleva un pescado de regalo: “Yo no tengo nada para darle/ pero me hace feliz saber que me quiere/ y le ofrezco mi silencio” (p. 33).

En “El vuelo”, leemos: “Qué ocurriría si la delicada hebra/ que sostiene los silencios/ se rompiera me pregunto” (p. 92). Por otra parte, la muerte no es tampoco el desaparecimiento o un final absoluto: “Me levanto de entre los muertos en vigilia/ y subo a paso lento/ hasta la cumbre del San Cristóbal” (p. 93).

Vida, silencio, muerte están estrechamente amalgamados. En el poema “Canto de silencio en la montaña”, leemos: “Todo es vida en esta cuenca del Maipo/ todo silencio/” … (p. 101); “Se suicida la muerte a cada paso acá arriba/ y la vida se crece toda ella” … (p. 103); “tú y yo hemos callado solo para oír/ el canto vivo/ mudo canto del silencio” (p. 104).

Invitamos a leer este primer libro, al que imaginamos seguirán otros, porque nos deja pensando en ese mundo que se condensa en sus páginas y esboza otros a partir de esa escritura, característica propia de una lengua que nos comunica desde la escritura y la oralidad aquello que necesitamos -o descubrimos que ahora sí necesitamos- pero revestido de la imaginación y las sorprendentes relaciones propias de la creación literaria.