Por Hugo Salas

 Londres, julio 23, 2101: Estoy escribiendo esto antes de sumarme a la muchedumbre y perderme para siempre”.

Londres agosto 14, 1935: “Los pacientes muestran tal mejoría, que las autoridades de la prisión de Beaumaris en Gales, incluido el riguroso Alcaide mr. Marcus Keenan, están dispuestos a liberar a algunos reos. Pero hay algo que no me gusta, no sé qué es. Afortunadamente la experiencia la he podido tener lejos de los centros importantes, poca gente conoce Beaumaris… por si acaso”.

The Guardian, diciembre 27, 1934

“El doctor Bach y su revolucionario sistema terapéutico basado en 38 esencias florales, tiene conmovida a la sociedad británica. Como toda idea innovadora, cuenta desde ya con serios detractores entre los médicos partidarios de la medicina tradicional, basada en curar las enfermedades, como todos sabemos. Pero Bach y sus seguidores consiguen grandes resultados y de cura permanente atacando las causas de las enfermedades y no los efectos de estas. A decir verdad, la “medicina tradicional” oriental ya conocía de esto quizás desde hace milenios: las enfermedades nacen en la cabeza de las personas con sus miedos, angustias, rabias, codicia, crueldad, egoísmo y tantas otras presiones en el alma humana, pero Bach le ha dado un ‘corpus scientificae’, adaptando estas bases a la modernidad”.

Londres septiembre 21, 1935: “El Alcaide Keenan quiere hacerme un homenaje público por el gran logro obtenido al tratar a los criminales como si fueran pacientes enfermos con mi nueva terapia floral en la Fase II, intensificada y permanente. Lobos convertidos en ovejas, criminales asesinos, violadores, delincuentes de alta peligrosidad condenados a la horca jugando con los niños en la plaza, ayudando a ancianas a cruzar la calle, viviendo saludablemente con sus familias, trabajando y luchando por surgir de nuevo ante el escepticismo generalizado de la ciudadanía, el nuevo tema a trabajar; la reinserción de verdad. Todo esto a cambio de un simple tratamiento con inyecciones -en lugar de gotas administradas por vía oral- de esta nueva línea que he logrado sintetizar. Ni siquiera yo me esperaba este resultado tan promisorio. La gente necesita creer y tener fe en algo más sólido, como la ciencia. En breve –esto de convivir con ex convictos- lo aceptarán en forma natural sin cuestionarse más nada. Pero yo sigo inquieto, nervioso; algo, algo no me gusta del todo”.

Gales, julio 23, 2072: “Encontré un viejo cuaderno de mi tatarabuelo escondido en la casa de Park Crescent en Londres. Fue sumamente extraño; iba a sacar unos documentos de la caja fuerte tras el cuadro, cuando deslicé por accidente la mano hasta más allá del fondo y este cedió. Tenía una división bien hecha en latón puesta a presión. Al retirarla con dificultad apareció un viejo cuaderno de notas personales, tal como los que escribo yo desde siempre. Quizás mi padre o mi abuelo lo dejaron escondido para que nadie lo encontrara. Es raro. No me explico por qué nunca supe de la existencia de este legado del viejo Edward. Lo estudiaré apenas pueda porque me come la curiosidad”.

Londres octubre 11, 1935: No acepté el homenaje. No me siento bien con el papel de ‘salvador’, ‘redentor’ y todas las tonteras que están publicando en los diarios locales en el norte de Gales. Afortunadamente, si este experimento local se sale de cauce, lo podré parar a tiempo.

Gales, julio 25, 2072: El cuaderno del tatarabuelo está muy deteriorado. Está podrido por atrás y carece de tapa. Es voluminoso, todos los Bach hemos tenido diarios personales. Curiosamente y por lo visto, solo anotamos nuestras cuitas profesionales y mundanas. Los de mi padre y los míos nunca mencionan a nuestras familias. ¿Dónde han ido quedando todos estos cuadernos de mis antepasados? Misterio, al parecer nos gusta escribir para hilar nuestras vidas. Algunos de los de mi finado dad los encontré en su despacho hace tiempo, pero todavía me queda mucho por leer; escribimos mucho en verdad. Debiera haber un Bach, un solo Bach escritor, ¿seré yo Maestro?

Londres diciembre 28, 1935: Mi intuición funcionó bien, por desgracia. Los ex presidiarios liberados fueron perdiendo los efectos a pesar que los controlé periódicamente y les inyectaba las esencias 30, 40, 41 y 43. Su peligrosidad aumentó de súbito a niveles mayores a los que tenían, se desbordó la presión de todo este tiempo de bonanza y reventó por fin, ese era mi temor. Estoy en descrédito frente a mis pares, nadie dice nada en esta sociedad con resabios victorianos; se respeta al caído ilustre. Me siento mal, muy mal: hace ya varios días una niña y su aya fueron asesinadas en el parque de Anglesey por uno de los primeros pacientes que liberamos. Afortunadamente ya capturaron al hombre, al criminal, a mi paciente,  ahora me siento como uno de ellos. Todo el proyecto fue detenido a tiempo y capturaron con rapidez a todos los liberados. Hoy los recibí en mi despacho de la Penitenciaría. Sus caras bonachonas y falsamente inocentes me enfurecieron. Sospecho que me siguieron el juego cuando conocieron los detalles de la terapia; simularon bien para escapar y seguir con su vida anterior. He fracasado.

Gales, agosto 17, 2072: El viejo Edward, muy metódico él, dejó bien explicadas las referencias a su trabajo. Todas ellas son muy conocidas en la actualidad y es así que la Terapia Floral, o simplemente ´Flores de Bach’, no ha sufrido cambio alguno en más de un siglo. Al final del texto legible aparece ratificada la idea central: Él dio al mundo 38 esencias que su Nora Weeks se encargaría de fiscalizar, pero habla de otras cinco más que hoy no se conocen y que fueron –al parecer- las responsables de su fracaso con los reos. Habla de una “Fase II”. ¿Qué quería lograr?, ¿por qué intentó esto? Bueno, el tatarabuelo era masón, buen ciudadano, amaba a los animales y la vida, la respuesta es evidente.

Edward Bach V vivía en la vieja casona que heredó de sus padres. Médico como gran parte de los Bach británicos, no había tenido brillo profesional alguno. Su abuelo, y luego su padre, fueron destacados miembros de la Real Sociedad Médica Británica, pero él solo era un buen médico rural, tan bueno como cualquiera. Cerca estuvo de ser veterinario debido a su afición por el campo, pero su padre se había encargado con firmeza que no se saliera de la tradición familiar. Edward era un tipo simpático, afable y estaba muy bien relacionado. Siendo más joven, bien podría haber sido uno de los tres miembros del Parlamento en la Cámara de los Comunes por el Partido de Gales, pero la tranquilidad del campo era lo suyo, Gales por sobre todos los lugares del reino.

Una idea fue creciendo y madurando en su cabeza: si su tatarabuelo había descubierto una etapa avanzada para su terapia floral de 38 esencias, él, Edward Bach V, la debería conocer, mejorar y aplicar; así cambiaría la pobre imagen que tenía de sí mismo. Conseguiría volver a colocar el apellido Bach –con CH y no con J como le debía informar continuamente a la gente- en el tapete social inglés y quizás conseguir así un puesto en el codiciado círculo monárquico, como uno de los médicos del Rey. El encuentro del cuaderno de apuntes personales de su ilustre antepasado le había quitado el sueño, pero la posibilidad de encontrar otras evidencias científicas escritas por él comenzó a obsesionarlo. Primero trajinó en las buhardillas, cajones y arcones de las cuatro casas relacionadas con la familia desde tiempos inmemoriales. Familiares directos o indirectos fueron visitados por Edward en breve tiempo, con la excusa que estaba creando un Museo consagrado a la memoria del célebre médico. Requisó verdaderas reliquias relacionadas con esa época, olvidadas al fondo de algún armario. Los ingleses, como sabemos, son muy dados a lo tradicional y a guardar recuerdos. Pasó meses revisando cientos de viejísimos libros encontrados en las bibliotecas, bodegas y sótanos, buscando alguna anotación en las páginas, algún papel intercalado acerca de la “Fase II” y nada. Encontró libros de contabilidad, registros de pacientes y libretas de notas con sus observaciones, material en buen estado o simplemente ilegible por el daño causado por la humedad y el tiempo, pero nada relacionado con las cinco esencias adicionales, nada acerca de su composición y efectos sobre los pacientes. Fue a la biblioteca de la Real Academia de Medicina, pero no encontró nada nuevo. Por fortuna para él, nadie lo esperaba en su casa del campo ni tampoco en la ciudad y podía darse el lujo de dedicar días enteros en esta búsqueda.

Como solterón empedernido habría hecho naufragar el apellido Bach si no fuera por su hermano George, quien por contrapartida ya tenía catorce hijos y medio, contando al que venía en camino. George no era médico. Luego de casi un año invertido en la minuciosa empresa, Edward decidió abandonar el intento. Solo tenía la evidencia del cuaderno podrido con la historia de la cárcel, pero nada más. Ninguna clave, ninguna referencia al trabajo sobre las cinco esencias misteriosas. Se volvió al campo desanimado y cansado; habría sido tan bueno un poco de brillo en su opaca vida rural de cincuentón aristocrático venido a menos. Por más que trató, no pudo olvidar el tema y se concentró en su propio trabajo, atendiendo a los pobladores con más dedicación, publicando nuevos artículos de divulgación científica en el magazine local, estudiando más sobre la Terapia Floral y aplicándola, pues curiosamente esto nunca lo había hecho antes. Verificó los excelentes resultados y se hizo un experto en el tema. Iba a cuanta reunión, recepción, seminario, inauguración, matrimonio, defunción o bautizo lo invitaran para intentar alejar al fantasma de su tatarabuelo, pero no lo consiguió. Imaginaba en sueños que su antepasado le pedía continuar buscando, que le había dejado las claves de la formulación en alguna parte. De la implementación del Museo se encargaría más adelante, porque se lo había prometido a sus familiares y él era hombre de palabra. Un día se le ocurrió lo obvio, lo más lógico, lo que tendría que haber pensado desde un comienzo. Fue durante el desayuno, con el Times en las manos. Fue tan rotunda la idea que se castigó con un fuerte palmazo en la frente; quedó un largo rato atónito frente a su ceguera: si ocurrió de verdad el hecho en la cárcel de Beaumaris, simplemente había que ir allá y revisar los archivos de la institución y los periódicos de la época, suponiendo desde ya que estos aún existían, pues la cárcel estaba en funciones. Decidió partir de inmediato. A su secretaria le encargó, como tantas veces, transferir sus pacientes a una colega, dejó dinero para los pagos de cuentas y salió en su auto a toda velocidad hacia el norte de Gales.

Se registró en un hotelucho maloliente, pero cercano a la pequeña y añosa cárcel, que estaba lejos del pueblo. Admitía clientes de mala catadura, visitantes de quienes estaban dentro de la cárcel. Quizás la mayoría de estos pasajeros debería estar en prisión, pensó maliciosamente cuando fue a cenar ocultando un mohín de disgusto. Consiguió entrevistarse con el Alcaide, quien se mostró de acuerdo en colaborar para el Museo a la memoria de Edward Bach, por haber servido mucho tiempo allí en la antigüedad. En realidad, el Alcaide era un tipo con muy escasa preparación, pero aun así relacionó el nombre e inscripción dedicada al doctor Bach, que permanecían en una borrosa placa de bronce a la entrada del pequeño hospital carcelario. Revisaron todo el material disponible, pero no abarcaba más de cincuenta años, debido a la última remodelación. “Maldito ignorante” pensó enrabiado Edward, “podría haberme dicho esto desde el principio”. Los archivos antiguos seguramente se perdieron o se borraron de los computadores durante los trabajos. Edward se quedó de una pieza, esta era su mejor carta, pero bueno, estamos hablando de mucho tiempo transcurrido. Se dirigió a la biblioteca pública y luego a los archivos de Scotland Yard, rehuyendo todavía ir al periódico local, que era su última alternativa. En la biblioteca no halló nada, pero el oficial a cargo de los archivos de la policía simpatizó con la causa de Edward y se mostró presto a colaborar. Estuvieron dos días revisando archivos –la mayoría microfilmados- desde 1900. Había muchos testimonios de lo ocurrido en 1935; el doctor Bach, el primero de la serie, había representado una gran esperanza de aligerar las pobladas cárceles con tanto lastre social mediante una terapia simple, poco costosa, sin castigo ni sufrimiento para el ‘paciente-reo’, sin el peso de la venganza justa de una sociedad sobre él, pero que finalmente no resultó y fue un rotundo fracaso. Un Alcaide de la época narraba en el libro de guardia la recaptura de todos los liberados y los detalles del caso. No había información posterior a esto y Edward dedujo que la noticia fue sepultada al más puro estilo inglés y que por ende no llegó nunca a los grandes círculos de la prensa. Verificó esto en los archivos del periódico, que no le aportaron nada más.

Edward se fue contento a su casa de campo, porque había confirmado la existencia de las cinco esencias “no oficiales”. Ya sabía que –al parecer- producían un profundo cambio de las conductas agresivas de las personas en extremo violentas, como los reos más peligrosos de su época, las que no diferían mucho de las conductas de los ciudadanos comunes en las grandes ciudades de hoy en día. El control de las calles era muy difícil desde hacía décadas y las autoridades no daban abasto en Inglaterra y en todo el mundo con las cárceles sobre pobladas. “Cuánto bien le haría a la humanidad disponer de este remedio si funcionara bien”, pensaba Edward. Sin embargo, se le habían acabado todas las posibilidades de investigar, no tenía ninguna fuente de información disponible para poder continuar con la veta de “la cura de todos los males y pecados de la humanidad”, como había titulado en forma divertida a este experimento de su tatarabuelo.

Pasó un tiempo absorto en su trabajo rural. Un día resolvió ordenar todos los papeles y objetos del futuro Museo de Edward Bach. Se topó con los cuadernos de su padre, a los cuales no había dado mayor importancia en un principio. Su padre fue, como se dijo, un respetable médico investigador en el área de la farmacología y al igual que el primer Bach de esta dinastía, trabajó arduamente en el campo de la Homeopatía. Con tanta actividad fue un padre distante y con la flema inglesa en la médula, no tuvo mayor ascendiente sobre George el mayor, pero sí sobre Edward, que al menos le siguió los pasos en medicina. Eran veintitantos cuadernos de tipo escolar escritos a mano, con letra endemoniada, pero Edward no tuvo dificultades para ordenarlos por fechas y leerlos con atención, quizás buscando una pizca de amor paternal, siquiera alguna mención hacia él y su hermano de entre las páginas de celulosa verde. Curiosamente, la mayoría de los cuadernos los había encontrado George -en una pausa de su actividad como semental- en una de las casas familiares, cerca de la antigua consulta del primer Bach en Park Crescent, conservada como memorial desde hacía un siglo, mientras ayudaba a Edward con lo del Museo. Cuando Edward iba en la lectura del cuaderno número trece, dio con algo inesperado:

Londres, abril 19, 2026: Descubrí por casualidad un cuaderno del bisabuelo Edward en mal estado en un viejo arcón en el entretecho. Mi sorpresa ha sido mayúscula al ver que, una vez que concluyó su tarea de las 38 esencias y habiéndole entregado el control de la producción y distribución a Nora Weeks, siguió inmediatamente preparando nuevos remedios, pero en secreto y con un objetivo muy diferente: tratar a los reos como pacientes en sí, para quitarles las tendencias violentas. Encontré allí estas frases dignas de un mármol:

 

-“El reo y en general cualquier persona, es inconsciente del daño que causa a los demás cuando hay una disociación entre lo que el espíritu señala y lo que la razón hace”.

-“El mal es un pecado contra la Unidad; si daño a alguien, daño a Dios”.

-“El espíritu es la chispa divina que portamos en el Templo del cuerpo, por lo tanto mi misión en esta vida es aliviar la enfermedad para ayudar a la humanidad a ser conscientes de que somos seres divinos y que, al modificar las actitudes perversas, ayudo a reencauzar a los delincuentes desviados del Plan del Supremo Arquitecto, de evolución hacia Él. Colaboro con devolvérselos”.

Mesiánico o pagado de sí mismo fue lo primero que pensé, pero seguí leyendo tratando de no juzgar a mi ilustre antepasado. Más adelante describe con detalle la forma de preparar estas esencias, diferentes a las 38 conocidas a base de brotes, hojas o cortezas de plantas: se hacen con las puntas de las raíces, donde se concentra todo el potencial curativo de las diferentes especies que escogió para esto. Nuevamente eligió Gales para seleccionar el material vegetal y en el norte se puso a experimentar con los reos más peligrosos. Voy a pasar en limpio luego las formulaciones. Algún error debe haber cometido porque al parecer, los reos le ‘tomaron el pelo’ al viejo Edward y ejecutaron un excelente cuadro teatral para que los soltaran simulando ser inocentes palomas. A pesar del tono de fracaso que leí, me anima a experimentar por mi cuenta para ver en qué falló y qué se puede hacer al respecto. El ideal de eliminar la delincuencia no es algo menor y en una de esas…”.

Edward Bach V literalmente se devoró el resto de los cuadernos de su padre, era un reencuentro con un ser lejano, pero querible al fin, y que ya no estaba en este mundo. “Habría sido tan bueno haber compartido estas cosas con el viejo, pero tal vez no me vio lo suficientemente ágil de mente como para esto. Con George tampoco contó, con lo haragán que siempre fue… ”. A pesar que la investigación de las cinco esencias se veía promisoria en los cuadernos del padre de Edward Bach V, en los últimos se apreciaba que no obtuvo mejorías respecto a las formulaciones empleadas por primera vez en mil novecientos treinta y tantos. No se motivó lo suficiente Bach IV cuando repitió las mismas experiencias –esta vez en la prisión de Birmingham– pero desde luego sin liberar a ningún reo. El efecto fue placebo aunque combinó todas las esencias y no solo cuatro, como describía el Edward inicial. Lapidariamente, aún ninguna publicación científica seria avalaba la terapia de las ‘Flores de Bach’ tras tantos años transcurridos. “Pero, si se sigue aplicando en todo el mundo, no puede ser casualidad o simple sugestión. Lo mismo se ha dicho de la acupuntura y tantas otras terapias que sí funcionan”, razonó Edward V mientras cerraba el cuaderno. Por fin, dueño de la técnica para preparar las cinco esencias mejorada en metodología por su padre, Edward se propuso elaborar una cantidad de cada una y solicitar los permisos necesarios en la misma pequeña cárcel de Beaumaris en el norte de Gales para seguir los pasos de su tatarabuelo, sin armar mucho revuelo. Para su sorpresa, no encontró grandes dificultades para conseguirlo y en dos meses estaba instalado en una pequeña salita aledaña al Consultorio del Penal, pasando ante la vista ajena como médico general. Esta vez arrendó una casa en las cercanías y contrató una sirvienta para que mantuviera el ambiente hogareño y sencillo que le agradaba. Una vez que llevó a cabo los experimentos que describió su padre en sus cuadernos y que se cercioró de la similitud de los resultados, se dio cuenta cabal del problema: el autocontrol, o mejor dicho, la “correcta ordenación” de la mente de alguien que ha llegado a delinquir, es más difícil porque el sujeto ya ha franqueado las puertas de la moral. En tal caso, se requiere el apoyo de sicofármacos de mayor potencia para fijar el efecto atenuador de las tendencias violentas y disociativas de la mente con la Fase II de las cinco esencias. Quizás se lograría, al menos, acercarlo un poco más al redil social de nuevo, mediante la aplicación de esta técnica. Conocía a una destacada siquiatra, docente en la Universidad de Aston en Birmingham, que sin preguntar demasiado le suministró todo lo necesario para complementar y potenciar el efecto de las esencias. La hipótesis de Edward fue que las 38 esencias y quizás las nuevas, funcionan con efectividad en pacientes que están “de la muralla hacia acá”, refiriéndose con esto a la Moral, pero que no funcionan “de la muralla hacia allá”, es decir en la gente que delinque como forma de vida. En este caso se requiere potenciar las cinco esencias que aunque son distintas y poderosas, les falta un “motor de arranque síquico”, anotó Edward en su cuaderno personal. Este motor lo proporcionaría una base de sicofármacos administrados metódicamente en paralelo.

Estuvo algún tiempo efectuando investigación clásica con grupos de test y control, determinando cada vez mejor las dosis adecuadas de los dos componentes principales; la base y las esencias para poder así elaborarlos en algún momento como un solo remedio y no un preparado en función de cada reo. Fue constante en su trabajo y paciente hasta lograrlo, pero todos los días, sobre todo cuando los resultados eran satisfactorios, soñaba con la gloria disfrazándola pudorosamente con la idea de ser el  “continuador” de los estudios de sus antepasados, pues creía por corazonada que el abuelo también anduvo inmiscuido en el tema. Su padre y su abuelo sí tuvieron una relación afectiva como Edward hubiera querido para sí.

Pasados unos años, el fármaco terminó siendo estable para todos los presos y sin efecto contraproducente alguno dado su estrato homeopático. Con Edward como residente fijo de Beaumaris y con su consulta anterior cerrada,  poco a poco comenzó a recibir los elogios de sus colegas médicos. Los medios destacaron las experiencias de la Cárcel de Beaumaris por todo el Reino. Muy pronto, los mismos medios, a través de sus comentaristas, indujeron en la opinión pública (como suele ser), la idea de aplicar este remedio natural anti violencia en todas las cárceles, tal como soñó el primer Edward Bach, adquiriendo mucha fuerza en la población, como era de esperar. El Ministerio de Salud emitió una solicitud para fabricar el remedio mediante laboratorios asociados al Gobierno y disponer de él a bajo costo, a sugerencia del mismo Edward, que no buscaba recompensa económica. Esto le valió una nota de agradecimiento del mismísimo Rey de Inglaterra, desvelando a Edward con la idea de convertirlo en Sir Edward en poco tiempo, dado que los acontecimientos habían explotado de súbito, pero al revés que a su tatarabuelo. El éxito coronaba el enorme esfuerzo de dos o tres generaciones de Bach investigadores. La autoestima de Edward pasaba por su mejor momento y su viejo complejo de inferioridad estaba superado. La ‘Terapia Floral en Fase II’ o TFF-II, como se le conocía ya en honor a su verdadero descubridor, funcionaba a la perfección en las prisiones, pues no existía un retorno a las tendencias violentas, como al principio. Las cárceles estaban operando como una suerte de corral de paso, donde los reos permanecían el tiempo suficiente para adquirir una nueva forma de conducta, acorde con una vida sana en comunidad. Con la ayuda del nuevo compuesto, los pacientes ya no quedaban con “cara de idiotas o de monaguillo recién masturbado” como al principio, había escrito jocosamente Edward en su cuaderno personal. No se denotaba nada especial en las conductas, excepto que las personas se convertían en “buenos ciudadanos” sin más, preocupados del bien común y actuaban por oposición a  todos los valores negativos posibles. Se ponían muy “aburridos” comentaba con ironía una joven y mordaz periodista en el DailyTelegraph de Londres. Nadie es “tan bueno” en forma natural y todo resulta muy predecible en su conducta, quizá se trate de nuevos robots o marionetas ramplonas, sugería ella. Sin embargo, estas críticas no prendieron en la opinión pública, pues los ex reos destacaban en sus medios como hombres y mujeres que aportaban al beneficio social, eran respetados, nunca recaían y se mostraban sinceramente arrepentidos de haber sido “malos” en su pasado.

Un grupo de investigadores de la Universidad de Oxford trabajó más tarde en el compuesto, para bajarle la potencia al remedio original y poder administrarlo a personas comunes, pero violentadas con el sistema. Cada vez que salían a las calles a protestar, destruían los bienes públicos y atacaban a la policía. Los delitos comunes se trataban con la TFF-II, pero a nadie antes se le había ocurrido la idea de rociar a los manifestantes con este producto, mezclado con el agua en los chorros de los cañones de los vehículos anti vandalismo. Sin preguntarle a nadie, un grupo de esos médicos y bioquímicos de Oxford en connivencia con Scotland Yard y en secreto desde luego (habría sido una estupidez comentarlo antes por los medios), diluyó una cantidad medida de TFF-II en las grandes cisternas que proveían a los camiones antidisturbios. Así se procedió con la siguiente manifestación: se roció el ambiente con una niebla del producto a la vez que se lanzaban los clásicos chorros incluyendo también una proporción. Como en Oxford se había logrado que las propiedades físico-químicas de la TFF-II diluíble (TFF-IIB) fueran semejantes a las del agua, nadie notó algo diferente en el accionar de la Policía. Quizás llamaba la atención a algunas personas el exceso de niebla que quedaba flotando, pero como suele ser parte habitual del paisaje histórico en Londres, donde primero se probó, nadie lo vislumbró como algo especial. Las personas más cercanas a los focos de violencia, donde se dirigía la acción de los camiones, comenzaron pronto a retroceder, soltar las piedras y palos, a entregar con sumisión las bombas molotov a los agentes de la policía y a deponer su actitud casi al unísono, pero solo en el área del frente de combate. Así, los funcionarios aprendieron rápidamente a manejar los pitones del agua para distribuir el producto de manera homogénea y pacificar a la gente en forma efectiva. A los transeúntes normales que no participaban, pero que recibían el influjo del producto con el viento y la niebla, los comenzaba a envolver un bienestar, una cierta euforia, más ganas de vivir y alegría, tal como al fumar marihuana natural. Esto pasó desapercibido para los medios de comunicación, que se concentraron en lo que ocurría en los puntos álgidos de los enfrentamientos, pero no fue así para los sociólogos y sicólogos sociales. Nadie objetó el procedimiento de la Policía, muy por el contrario. Los elogios a Edward, al grupo de Oxford y al accionar de la Policía fueron desmesurados. La paz llegaba con rapidez, la multitud se sometía. Ahora sería posible gobernar sin oposición, sin la presión de las ‘molestas y destructivas masas’ en la calle; no habría más daño público, policías heridos ni manifestantes inundando las cárceles. Una versión renovada de “Un mundo feliz”, pero verdadera… aunque faltaba más. En cuanto a Sir Edward, su propio descubrimiento lo había dejado solo, se había divorciado de él y había tomado un curso independiente. Algo semejante a un rápido de las montañas canadienses en pleno deshielo: era impredecible en un principio lo que iría a ocurrir, por dónde iba exactamente a viajar el cauce. Su reconocimiento social por parte del Rey, su excelente pensión,  el ser ahora un verdadero noble y no un merodeador de estirpe le había cambiado la vida pero, “algo anda mal, –anotaba en un cuaderno- algo me huele mal, esto me pone nervioso, ¿se me habrá escapado de las manos? Estuve tan concentrado en el logro del remedio que nunca pensé en las implicancias futuras, solo descansé en las lucubraciones originales de mi tatarabuelo y mi padre. Dios mío, ¿en qué irá a terminar esto? Los ‘buenos’ y los ‘malos’ (ambos términos son tan relativos) equilibran la sociedad creo yo, pero y si todos terminan siendo ‘buenos’, ¿qué ocurrirá finalmente?”

Edward comenzó a imaginar lo que pasaría. Ya se vivía una verdadera locura colectiva con los maravillosos efectos de la Terapia Floral en Fase IIB: adquirir un estado mental de felicidad en forma rápida, saltándose el esfuerzo que conlleva conquistarla, evitando el largo proceso de templado mental del que ha sufrido los embates de la vida. Esto cuadraba con la tendencia humana al mínimo esfuerzo y ‘él’ era quien lo había proporcionado. Su ánimo fue decayendo, era el actor jubilado que se para junto al proscenio para recordar cómo fue en una época, pero sin ya poder participar en la obra. Por esto, avizorando el futuro cual vigía, resolvió aislar su casa poniendo doble vidrio en las ventanas con un sistema de vacío entre los gruesos cristales, dos bandas de goma en las puertas y un equipo purificador de aire de doble etapa, junto a filtros de agua para el compuesto maldito en las llaves. Creó un antídoto para limpiar los alimentos frescos que enviara a comprar en el futuro, pues presagiaba algo terrible.Y no pasó mucho tiempo antes que ocurriera lo peor. Una falange de ultra derecha de Green Peace decidió fabricar TFF-IIB a gran escala con la ayuda de dos de los bioquímicos que participaron de la sintetización diluíble en Oxford. Eran viejos militantes. Enterraron estanques con el producto en diversos lugares y mediante electroválvulas controladas a distancia, fueron administrándolo poco a poco en la red de agua de las ciudades y difuminando la tenebrosa niebla las veinticuatro horas del día, convencidos en que el orden y la tranquilidad a ultranza era lo mejor para todos, incluso para ellos mismos. De ese modo permitieron el efecto perseverante del TFF-IIB y en poco tiempo, también se convirtieron en “buenos”, pero aún más, si esto fuese posible.

Edward ya lo había previsto y miraba azorado por la ventana; ya salía muy poco y a nadie le extrañaba, pues su edad le obligaba a descansar largos períodos. Dirigía su Museo como única actividad. Miraba las noticias con estupefacción: el remedio, trabajado por más de un siglo por los Bach salía a recorrer el mundo como producto de exportación británico para los anhelantes gobiernos del mundo; el reino se enriquecía y cobraba de nuevo un sitial perdido hacía mucho en la comunidad de naciones. Sir Edward se sorprendía de que en ninguna parte a nadie se le ocurriera protestar por esta acción. Todos la aceptaban, como que todo el mundo estaba agotado por una larguísima historia repleta de violencia delictiva, de simple amargura humana, guerras y dolores y todos querían un respiro y vivir lo que fue siempre la utopía más grande de la humanidad: vivir en paz y ser todos hermanos, lo que ahora era posible y sin esfuerzo alguno.

Ni las religiones, menos aún los pacifistas, se mostraron en contra de la TFF-IIB; muy por el contrario, todos encontraron la forma de justificarlo y apoyarlo: “el reino de Dios en la Tierra” para los cristianos, “el orden, el control, la tranquilidad y la disciplina” para las derechas, “La Hermandad efectiva de todos los seres humanos” para los budistas, masones y demás. Las izquierdas tampoco tenían la energía de antaño para oponerse a nada y quedaron como suspendidas.

Unos años más tarde, los periodistas del New Herald fueron a entrevistarlo para rescatar su olvidada imagen y volver a alzarlo como el gran científico que había logrado ni más ni menos que la Paz Mundial. Había declinado el Premio Nobel varias veces desde su encierro voluntario, tal como en otra época su antepasado había rechazado los honores que le prometía la pequeña comunidad de Beaumaris. No recibía a nadie, pues notarían de inmediato que el ambiente de su casa estaba incontaminado. Los doctos de Oxford determinaron la necesidad de mantener la niebla en forma constante, para evitar que alguien venido del Tercer Mundo inoculara nuevamente el Mal en la sociedad. Estos países, como siempre ha sido, no tuvieron acceso a esta tecnología, quizás para que se terminaran autodestruyendo y hubiera más recursos y espacio físico para que un día, en un futuro no muy lejano, fueran habitables por todos los buenos ciudadanos del mundo civilizado.

Fue tal la presión de los medios y las autoridades para entrar a verlo, que Edward no tuvo más remedio que abrirles la puerta, no sin antes registrar con pesadumbre en su diario lo siguiente:

Estoy escribiendo esto antes de sumarme a la muchedumbre y perderme para siempre”.

 

En Londres, julio 23, 2101

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Hugo Salas, 57 años, Santiago.

El cuento “Esencias Florales, fase II” obtuvo una Mención Honrosa en el “Quinto Concurso Nacional de Cuentos Teresa Hamel”, organizado por la Sociedad de Escritores de Chile, SECH, el 2014.

La acuarela fue creada por la artista Amanda Undurraga para ilustrarlo.