Por Poli Délano F.

El humor negro me deleita y lo celebro cuando viene potente. He sido por muchos años lector de Bierce “el amargo” y he disfrutado tanto de sus cuentos como de las definiciones que da en su Diccionario del Diablo.

Es chistoso que defina al crítico como “una persona que se enorgullece de lo difícil que resulta complacerla,  en circunstancia que nadie  pretende complacerla”. Pero, pienso que cuando  alguien  quiere  sorprender al lector con este recurso  y se queda en el intento,  el resultado es  patético, el humor negro se convierte en algo grotesco y operático, pierde toda negritud. Al crítico Matías Rivas le sugirió su maestro Germán Marín que creara un asilo para escritores, de precio bajo para que fuera rentable, donde pudieran terminar sus días los autores de bolsillos vacíos. También alguien le sugirió tratar con el Hogar de Cristo para crear un pabellón que rescatara a escritores extraviados en la inopia. El pabellón podría llamarse Claudio Giaconi, haciendo honor a un escritor que murió en “la pobreza más aterradora”. Concuerdo en que Chile no suele reconocer a sus talentos, y que le han faltado en su desarrollo socio cultural  políticas efectivas de  estímulo a la creación literaria, como sí existen en otros países cercanos. Pero, ojo, tampoco los escritores  conforman un sórdido escuadrón de la corte de los milagros, como Marín y Rivas quieren hacer creer. Podría emprender una larga lista de creadores literarios que si bien tuvieron que realizar buenos esfuerzos para llevar adelante su obra, vivieron una vida digna y respetable, lejos del basurero o las cloacas donde Marín- Rivas pretenden situarlos. Manuel Rojas fue hasta el final  funcionario de la Universidad de Chile; Francisco Coloane trabajó en el  Servicio Nacional de la Salud, Juvencio Valle, funcionario de la Biblioteca Nacional, y podemos seguir: Nicomedes Guzmán, Rubén Azócar, Luis Oyarzún, Gonzalo Drago… y un largo etcétera. Ninguno de ellos se pareció nunca al paria miserable que presenta Rivas. Es verdad que muchos escritores no logran parar la olla con la venta de sus libros en un país  de población pequeña, donde se lee poco, se vende menos y las ediciones son mezquinas, y donde para  autoempujarse hacia el fin de mes, deben ofrecer un taller para principiantes, escribir algún artículo, ser jurado de un concurso, competir por un premio.  Sin embargo, quiero recordar que Donoso, Lihn y Millán llevaron cada uno una vida perfectamente digna. ¿Cómo murieron, según Rivas?…  Y que Giaconi recibía una jubilación en dólares por los años en que  trabajó con una agencia de prensa en Nueva York. Los ejemplos de Rivas son poco convincentes. Hay otros  casos que le servirían más  como base para su original proposición.  Si le interesa, yo le podría pasar unos cuantos nombres.

Dice el cronista que los escritores se prostituyen políticamente y se humillan, traicionan a sus contemporáneos, por lograr prebendas menores. Si apoyara sus ideas con ejemplos, me parecería más verosímil su texto. Se pelean con vileza (los escritores) por los pocos premios que se dan.  A veces ocurre. A propósito:  cuando el Premio Nacional de Literatura 2014 le fue adjudicado a Antonio Skármeta, cierto escritor declaró en una mini entrevista que los jurados  habían logrado  revivir un cadáver literario.  Ese otro escritor  también era postulante  al Premio.

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