Por R.C.

Este texto- como se decía antes- no es sobre Lemebel, Pedro, La Pedro, sino sobre sus amigos.

Los que estaban desde temprano cuando las pancartas del alcalde comunista estaban siendo impresas en algún local de gigantografías de Recoleta -quizás con qué honorable raspado de olla-  y que se quedaron bajo un sol de fin de mundo hasta que no había mas que irse al Quita Pena:- se la jugó el alcalde, toda la jota en pleno es un triunfo de Pedro. – Ese jotoso con la alita rota haciendo guardia de honor, también lo es. No sabes cuántos cabros se tenían que hacer los machitos para poder usar el amaranto.

Afuera de la iglesia se empieza a juntar gente que fuma y que llora, que sale cuando la angustia. Adentro todas las familias. – Pedro pidió que fuera aquí, y ¿por qué no? Los hermanos nos han recibido bien. -Vamos a cantarle, Los Gipsy Kings al Pet que alguien baile, dice M. con ánimo, pero sin reales ganas. -Lágrimas negras, ese bolero le encantaba. ¿O sería el Cigala? Digo media atragantada entre la risa y las lágrimas.  Cantamos un pedazo de La Internacional, no nos sabemos la letra completa. Alguien que no soy yo improvisa: arriba los pobres del mundo y abajo  los calzones populares.

 Era una iglesia abierta.  Esa que llaman de Fray Andresito, la iglesia de La Vega, de los vagabundos,  que ampara a los mercaderes pobres en su costado y que recibe a la turba colipata, rebelde y atea, a sus lectores,  a los deudos del prodigo prodigio, como a Pedro por su casa.  Algunos tienen rabia, porque el nacional se lo dio solo la calle, porque  el pueblo y la conciencia,   porque vendrán las oscuras golondrinas a robarle  su fulgor, los oportunistas, dicen, porque se fue y ahí la rabia se convierte en la pena:- no hay extensión mas grande que mi herida.  – Vi a tantos estudiantes salir detrás de una de sus esquinas para no tener más vergüenza -No conozco a nadie cuya literatura haya cambiado concretamente la vida de tantas  personas . – Ni la Marta Harnecker, pues, dice uno que al que le relucen las lágrimas como si fueran lentejuelas.

Escucho decir como en un bolero: “no hay nadie como él” y asentimos haciendo con el corazón la melodía de esta letra.  Los abrazos vienen largos y lentos, bailamos con pasión y seriedad el Only you de Pedro Lemebel, una lentitud que le regalamos y nos damos para darle espacio a tanto amor que se revela cuando sale  el arcano de la muerte. Nos agradecemos, nos queremos, nos reconocemos, nos emocionamos, tal y como cuando leíamos o escuchábamos sus crónicas. Somos sus personajes, en alguna parte pensamos que Chile y nosotros mismos morimos también, no hay nadie como tú.

Estamos con H al lado del cajón que  está primoroso de lindo,  porque antes muerta,  otra vez, que sencilla. Nos acercamos y me muestra certero a los jotosos más guapos, nos reímos con complicidad, adivinamos cuál le gustaría.  Me dice: pidámosle al Pedro que nos ayude con estos asuntos filoliterarios. Tocamos el féretro con la devoción que da el amor  a esta  devota de la Virgen de las agujas. Pienso,  mientras estén sus amigos capaces de obligarse al erotismo y  la risa,  Chile está a salvo.

Lo que pasó en la noche lo vi en fotos. Me fui a trabajar que es lo que hice cuando se murió mi padre. Vi bailes, cantos, las gloriosas críticas de los ochenta haciendo guardia de honor. Sus  primeras críticas. Y es que tuvo una lealtad inquebrantable con las mujeres, esas mujeres de fuego, mujeres de nieve: Peggy (  el barrio se ilumina cuando anda de buenas, me dijo), Carmen, Gilda, Gladys, Malú, de las que sé y conozco, pero tantas otras. Nunca un mal gesto o una violencia, siempre fue dulce conmigo digo entre sollozos. M. G. me dice “es que no era la más mala de todas”, para que me ría y me rio.  La más mala estará en sus críticos, digo, y luego pienso que debo arrepentirme porque es broma y porque aunque fuera cierto, que no lo es, hoy me darían ganas de darle el pésame y las gracias.  El primer milagro, dicen.

Salimos a la calle con dirección a la pérgola. Hay una multitud bajo el calor como si fuera “Comienza el desfile” de Arenas -esa loca que mató el sida y no la revolución-, dijo Pedro en su momento. Van los abrazos y los encuentros: “los de la jota, acá” ordena alguien con TOC y los trata de poner todos juntos como un solo cuerpo. Otro grita: “les guste o no, esta loca histérica es la que está organizando esto, así que no nos vamos a mover mientras la familia no llegue”. Hay una travesti que oficia de viuda, una genialidad, qué más decir. Un joven nos tira agua con una manguera, lo agradecemos, luego una lluvia de pétalos y flores toca el cajón donde va quien queremos, es el beso delicado y colorido del pueblo. Una banda toca la plegaria del labrador,  pienso que le gustaría, que una vez alguien le dijo que su manifiesto era la plegaria del maricón y que ese grotesco era honorable. Víctor, Andrés, Lemebel bordaron Chile de otra manera, para siempre.

En el cementerio el dandy más dandy intenta dar armonía a la desolación. J.P.   dice que todos tienen derecho a hablar, que ese es el Chile que necesitamos, que sobre todo , estamos despidiendo a un amigo y no deja que pifien a la ministra B., también amiga de Pedro. Organiza los turnos, calma las aguas, habla con voz bella. No lo alcanzo a ver, pero recuerdo su infinita valentía de escritor militante, comparte con Pedro esa integridad y coraje y siento que Pedro es también el cuerpo repartido, un ojo de loca, dejo en los lagos, y el corazón y su valor en  todos sus amigos. Hay un canto triste en mapudungun, muevo unas ramitas, hago el afafán y grito con el alma marichiweu, cuatro veces, para que llegue también al wallmapu del norte, de L.

El camino va entre el pueblo unido y como si fuera la noche la última vez. Muchas veces suena….compañero Pedro, presente, miles, es emocionante, tanto, que P.S dice: tanto compañero, compañero, compañero,  como si hubiera muerto en un enfrentamiento, nos reímos de su ingenio, de su mirada siempre im-pertinente y pertinaz y siento que ese esfuerzo por lo que Lemebel llamó “homosexualizar la vida” que es abrir la perspectiva más allá del heterosexismo esta vivo y coleando entre sus amigos. Descansamos un rato bajo un árbol, vienen las fotos, los registros, los comentarios estéticos sobre los discursos (los míos) como Gabriel en Los muertos.  Así somos, así seremos. Por ahí anda Che o V. inclaudicable en plumas aladas,  vi a Z y a otros escritores y escritoras llorar lágrimas negras, me encuentro de nuevo con H. y me dice, “su muerte fue una performance, luchó, donó sangre mestrual marica”. ¿En qué flores volverás a nuestra huerta? Te lloramos como desalentadas amapolas con o sin espinas, te esperaremos y cada uno de nosotros hará algo bello y tierno en tu memoria. Seguiremos por ti, riendo, luchando, poniendo el cuerpo. Porque tu voz, tu dulce voz,  tu voz existe, reside en el país que hemos soñado, inútil es decir que te he olvidado.