Ediciones Laurel, 116 páginas.
Por Antonio Rojas Gómez
Andrés Kalawski tiene prestigio como dramaturgo y autor de libros para niños. Ahora incursiona en la literatura para lectores adultos con esta novela que se inscribe en la corriente experimental de la narrativa. Es un libro bien escrito, con un manejo adecuado del castellano que hablamos en Chile, con frases muy breves separadas por punto seguido. La acción transcurre en un mundo inexistente, en el cual hay lugares que tienen los mismos nombres de lugares de Chile, como Lo Espejo o Quilicura. Pero no se trata de Chile, ni del mundo que conocemos, ni menos aún de la gente con que solemos toparnos al doblar una esquina. La gente que vive en las páginas de este libro es inverosímil. Veamos un ejemplo de las primeras páginas:
“La gente se divide de varias formas. Los guardias. Los guardias andan de azul. No son tantos, pero sí suficientes para que siempre haya alguno mirando. Un poco más allá, nunca en la esquina. Siempre parece como si emergieran desde dentro de un grupo. Un guardia es un guardia si está vestido de azul, con gorra y tiene una pala. Las palas no son uniformes, cada uno aporta la suya. Incluso algunos tienen palas nuevas. Quizás rompieron la anterior. Cuando alguien alborota, un guardia le lanza una palada de tierra, en la espalda o en la cara. Si no hay tierra suelta pueden ser escombros, objetos chicos. Cuando recibe la tierra, en general la gente se calla, se sienta en el suelo o se va y no pasa nada más, pero si insisten el guardia les pega con la pala hasta atontar o hasta matar”.
Bueno, además de guardias, hay durmientes, que se pasan el día soñando, y escritores, que circulan entre los durmientes para tomar nota de las primeras palabras que pronuncian al despertar. Los escritores a veces intentan escribir sus propias palabras, pero el resultado no es el mismo.
En ese mundo vive Mario, cuya ambición es ser cocinero. Los cocineros gozan de un estatus especial, digamos casi como los políticos nuestros: se les permite todo. Mario conoce a Elena y junto a ella vive una aventura sorprendente, en la que terminan por matar a un guardia y deben huir al otro lado de un río, en donde existe el hielo y cae una terrible nevazón.
Todo esto no tiene explicación alguna. Las cosas simplemente suceden, con una especie de fatalidad que el autor no aclara a qué se debe, que Mario y Elena no la entienden y el lector puede devanarse los sesos durante y después de la lectura para descubrirle un sentido.
La literatura experimental no es nueva. Tuvo su boom en Francia, en 1952, cuando Alain Robbe Grillet publicó “Las gomas”, libro con el que inició el movimiento llamado “nouveau roman”, la nueva novela, que iba a encontrar eco en la cinematografía con la “nouvelle vague”, la nueva ola, de la que también participó activamente Robbe Grillet.
En Chile también muchos autores han buscado subvertir la literatura tradicional, y al que más se recuerda en este sentido es Juan Luis Martínez, autor de un libro titulado precisamente “La nueva novela”, de la que la página Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional, dice: “La nueva novela es, probablemente, uno de los libros más enigmáticos de la literatura chilena, permitiendo hasta el día de hoy las más diversas lecturas e interpretaciones. Considerado por muchos como el primer libro-objeto de nuestra poesía”. Porque sí, La nueva novela de Martínez es un libro de poesía.
Sin embargo, “Cuchillos”, de Andrés Kalawski, es claramente una novela, aunque cueste descubrir su sentido oculto.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…