Editorial Signo, 171 páginas
Por Antonio Rojas Gómez
Este es el primer libro que leo sobre los cincuenta años del golpe de Estado que derribó el gobierno de Salvador Allende e instauró la dictadura. Vendrán otros, seguramente. Sé de convocatorias a escribir sobre el tema, tanto a narradores como a poetas. Los escritores no necesitan de tales convocatorias. Deben escribir sobre lo que cada uno quiera, y ese querer lo va mandando la vida. Son las experiencias que vive el autor las que emergerán de su pluma. Y claro, las experiencias que dejó la dictadura y el quiebre democrático son profundas y traumáticas. Y quienes vivimos aquellos años hemos escrito ya acerca de ellos.
Hay una literatura copiosa sobre el quiebre constitucional de 1973, con algunos libros notables. Hay que mencionar Casa de Campo, de José Donoso; En este lugar sagrado, de Poli Délano; El himno nacional y Un día con Su Excelencia, de Fernando Jerez; Morir en Berlín y Una casa vacía, de Carlos Cerda, por nombrar solo a algunos. Pero ahora que se cumplen cincuenta años, el golpe aparece como cosa nueva y el libro que acabo de leer, el de Reinaldo Marchant, resulta novedoso.
Su novedad reside en que el autor era un niño en aquel tiempo. Tenía diez años cuando Allende fue elegido presidente de la República, y trece cuando lo defenestraron. Y su visión de niño, partidario acérrimo de la UP, que creció en la pobreza en la comuna de San Miguel, resulta interesante y distinta de tantos testimonios de adultos que conocemos.
Reinaldo Marchant es un escritor maduro; tiene trayectoria. Emergió muy joven en la literatura chilena, cuando ganó el codiciado Premio Andrés Bello de novela, con El abuelo, en 1988. Cosechó infinidad de elogios con ese libro, entre ellos los míos, que entonces escribía en Las Últimas Noticias. Es, fundamentalmente, un novelista, con una capacidad de crear historias y personajes verosímiles. Pero lo que escribe sobre Allende no es una novela. Son crónicas, narraciones breves acerca de sus experiencias infantiles. Y en este tipo de literatura, a diferencia de la novelística, no se puede inventar. Hay que ceñirse a los hechos.
Por fortuna, lo que le tocó vivir a Marchant fue interesante. Por ejemplo, él fue encargado de repartir el medio litro de leche a los alumnos de su escuela; y lo cuenta con orgullo. El lector siente cómo el pequeño internaliza la importancia de su tarea, sin que gaste adjetivos para loar la medida del presidente Allende. Incluye, también, las primeras cuarenta medidas del régimen, de las que dice: “Son ideas extraordinarias que todavía mantienen vigencia”. Y enseguida: “Numerosas injusticias que vivimos en el presente no existirían si se hubiera puesto en práctica este maravilloso plan”.
Cuando el mandatario ya no estuvo y en su lugar se estableció la junta militar, decidió luchar contra ella, pese a su corta edad. No hay hazañas. No se atribuye ninguna proeza en la lucha contra la dictadura. Pero recuerda episodios significativos, como la muerte del sacerdote francés André Jarlan y las actuaciones de Tilusa en la Casa Kamarundi.
Las novelas de Reinaldo Marchant se caracterizan por presentar una prosa muy cuidada, sometida a múltiples revisiones. Eso no se advierte en estas crónicas, que resultan, en cambio, veloces, como si el tiempo persiguiera al autor y lo conminara a terminar pronto su trabajo para ofrecerlo al público antes de que llegara septiembre.
El resultado, en todo caso, es satisfactorio. La visión del niño Reinaldo Marchant sobre el gobierno de Allende y la dictadura que lo siguió ofrece a los lectores una perspectiva distinta de ese episodio de la vida nacional.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…