por Aníbal Ricci
Soy profesional, como dicen mis padres. Trabajé por años para grandes bancos que de verdad me hicieron sentir insignificante. Quería ganar dinero para alimentar a una familia que daba sus primeros pasos, pero todo tenía un costo que se hacía invisible tras la rutina. Debía primero ser carne de cañón. El ejecutivo recién egresado de la universidad que cobraba tasas usureras destinadas a alimentar gerentes que también trabajaban para los dueños de esos mismos bancos. Nunca me enorgulleció cobrar máximas convencionales a los clientes más pequeños. Pymes como se las conoce en los diarios. Pequeña y mediana empresa es un nombre rimbombante para clasificar no a los peces sino a los pescados. Aquellos que no tienen otro camino que morder el anzuelo del marketing financiero. Supe que no tenían opción cuando la única alternativa válida era renunciar yo mismo. Pero me compraron con tarjetas de crédito que al poco andar no podía pagar. Apenas ingresé al mundo financiero me convirtieron en una Pyme de un único empleado. Me ofrecieron cinco cuentas corrientes, una tentación sin tiempo claro de detonación. Tuve plena certeza de que la tasa de interés cobrada a mis clientes no tenía ninguna relación con el riesgo, sino más bien con la porción del ingreso que ellos estaban dispuestos a pagar por el dinero. La brecha entre el riesgo real y la tasa que aplicaba yo como ejecutivo era, lo que el agente y los gerentes del banco denominaban spread, un eufemismo de mal gusto para el empresario de primer orden. Ahora estoy más loco que antes y trabajo en una Pyme. Ya no soy el jamón del sándwich que fija tasas vociferadas desde la cúspide de la pirámide. Soy un pescador de ilusiones, el financista de una familia completa, más bien el que saca las cuentas. Les digo que busco las mejores condiciones del mercado, pero en realidad somos simples tomadores de precios fijados por un nuevo ejecutivo bancario. Al principio me compadecía de los problemas que debía sortear esta pequeña empresa, aunque ahora me doy cuenta que estos nuevos empresarios son un clon a escala de los de más arriba. Son los que antes laboraban para grandes compañías, a los que rara vez se les subía el sueldo. Se independizaron después de años de fe ciega y buscaron personal más barato. El trabajo era el mismo, pero siempre había alguien dispuesto a trabajar por menos, algún inmigrante peruano o boliviano al que no había que pagarle imposiciones y al que se podía comprar por menos del mínimo legal. Todavía mantenía las tarjetas bancarias del primer trabajo y mi nuevo jefe estaba en DICOM con su cuenta corriente cerrada. Los familiares se acercaban zalameramente diciendo que yo había salvado el negocio y este patrón me nombraba gerente de una empresa de ocho maestros que instalaban carteles en la vía pública. El nuevo director (cómo les gusta darse ínfulas) me aumentó el sueldo no porque lo hiciera mejor, sino para pagar salarios miserables y responder ante accidentes laborales. Le importaba un carajo que uno de los trabajadores perdiera un par de dedos en la sierra sin fin. Soy el que da la cara y por eso me paga unos pesos adicionales. Obtengo comisión por negocio realizado, gano más que antes, pero ahora utilizamos mis propias tarjetas. Las grandes compañías no se dignan a pagar facturas a los treinta días sino a noventa o más. El negocio es redondo. El dueño les cobra un ojo de la cara por hacer un trabajo estándar. Dice que los gerentes de esas compañías son unos tontos que aceptan cualquier precio porque no tienen otro que les haga el trabajo. Pero cuando no pagan a los noventa días, voy de una bomba de bencina en otra, recolectando dinero suficiente para pagar a los empleados. Al bombero le cancelo un cinco por ciento por combustible que jamás se carga en la camioneta. No es muy distinto de emitir facturas fraudulentas, con el agravante de que uno sabe que el bombero tiene una familia detrás. Con el tiempo ni siquiera se requiere llevar la camioneta, simplemente anotar patentes de otros miembros de la familia. Suena a mafia, pero es una operación menor, trabajo falso a baja escala que es la propina del bombero. Simplemente me dan efectivo por una operación que prometo pagar en cuotas a un plazo mayor de los noventa días. Lo bueno es que las tarjetas son mías y también los puntos acumulados. Ya he canjeado dos plasmas y un viaje a Miami con la bencina fantasma. Lo estúpido es que estoy feliz. Supuestamente venciendo al sistema y los puntos son una migaja del supuesto combustible gastado a lo largo del país. Es como creer que una persona de a pie paga menos impuestos que los dueños y gerentes de corporaciones con sus esposas haciendo filas en las cajas de supermercados. Eluden impuestos que el resto paga cada vez que compra el pan. Hasta el curadito que estaciona autos paga completo el impuesto al valor agregado al momento de comprar una botella de vino. Supongo que habrá gente que cree que el supermercado les da puntos, ese miserable uno por ciento que otorgan luego de encarecer el producto en diez por ciento. Con ese mayor precio, el supermercado financia los robos, mermas e incluso financia el cobro de Transbank por el uso del dinero plástico. Tuve suerte de que este dueño alcanzara a contratar a los tres maestros más antiguos. No quería, pero al final lo convencí. Justo antes de que uno de ellos perdiera la mano destrozada por una de las máquinas del taller. Tengo una sensación amarga en la boca y acidez en el estómago. Este jefe de segunda no se dignó en aparecer por el hospital de la Mutual de Seguridad. Creyó que tendría que correr con los gastos, pero le expliqué que los empleados ahora tenían contrato. Parece que la vida es convertible en dinero. Una fila de seres tasando el menor precio posible por el trabajo del otro. Yo fui a ver al amputado para quedar con la conciencia tranquila, sabiendo que el daño era para toda la vida. Me despido y bajo las escaleras para alejar cualquier tipo de culpa. Ese mismo director se escapó al sur para despejar su mente y dejó de lado los prototipos que pedían los clientes. Confesó que estaba estresado, pero el negocio se comió todo el capital de trabajo destinado a mano de obra y materiales. Mis tarjetas de crédito reventaron mientras este hijo de puta excursionaba por el parque Pumalín. Por eso respeto a los empresarios responsables que velan por la familia y las de sus trabajadores. Una persona con conciencia hace la diferencia. No siempre podrá tomar decisiones éticas, pero sabe que, si la empresa no cumple las entregas, simplemente no le pagarán las facturas y no habrá dinero para los sueldos. El equilibrio siempre será un precio justo por los servicios que financian a los trabajadores y dan sustento al dueño. No pasarse de la raya y pagar sueldos miserables para adjudicarse obras que no pueden proyectarse al futuro.
Mi siguiente trabajo fue en una empresa de software para colegios. Viajé por todo el país y observé distintas realidades. La educación pública resulta precaria, salvo en los casos de municipalidades de altos ingresos. La diferencia con los municipios pobres es evidente y la falta de oportunidades para alumnos de regiones, abismante. Estoy más contento, debido a que esta organización no se aprovecha de las Pymes y les cobra a los colegios un arriendo mensual muy bajo por administrar datos escolares. Facilitamos la labor de los profesores, aunque percibo que estos temen perder la pega a futuro. En el software pueden guardar el contenido de sus clases e ir perfeccionándolas a diario. Uno se da cuenta de que los maestros son la base de la movilidad social. Si hacen bien la pega, los alumnos podrán estudiar en la universidad y acceder a buenos empleos. El trabajo es necesario para cubrir las necesidades de la familia, pero la toma de decisiones de cada funcionario siempre contemplará una encrucijada donde la moral se interpondrá mediante el mecanismo de la culpa. Si el empresario o el trabajador no tienen escrúpulos irán pisoteando a sus pares a lo largo de la vida.
Un simple corredor de una carrera de cien metros que busca bienes materiales para aparentar delante de los apoderados de sus hijos. Pero a su vez existirá otro tipo de funcionarios que toma decisiones que implican conflictos, pero esta vez lo hará con convicción, sabiendo que ganará el respeto de sus hijos. Se convertirá en un corredor de fondo, tan diferente al oportunista de una carrera de corto alcance.
Run over stiles, across fields,
turn to look at who’s on your heels.
Way ahead of the field,
the line is getting nearer,
but do you want the glory that goes?
You reach the final stretch.
La vida es una larga travesía, la idea de que el largo aliento da sus frutos. Una familia, una invención o aporte a la ciencia, el bienestar de un grupo de trabajadores o aprender a pensar y llevar conclusiones a un escrito. Esperando que estas palabras tengan sentido y conmuevan a otro corredor de fondo.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.