Luego de más de cuarenta años dedicado a la geología, desempeñándose en compañías mineras y como académico en el norte de Chile, Sergio Espinoza emerge vigorosamente como escritor. Geólogo de profesión, doctorado en la Universidad de París, luego de jubilar de su carrera, ha volcado su tiempo y vocación en la creación literaria, con señeros logros en esta disciplina.

Alumno desde hace algunos años del Taller Literario La Trastienda, que imparte la escritora Alejandra Basualto, Sergio tiene a su haber la publicación digital de una novela de Ciencia Ficción (Editorial NLibros), un libro de cuentos y relatos ambientados en tierras nortinas (Editorial NLibros) y es coautor de la antología de cuentos “Reflejos” (Editorial La Trastienda).

Además, su literatura ha sido reconocida con varios galardones en concursos literarios: Líneas de Vida (2015) y Vitamayor, los años 2015 y 2017, en el presente año con el cuento “El zapato con alargue”.

Por estos días, Sergio Espinoza continúa participando del Taller La Trastienda, y tiene proyectos literarios a desarrollar en un futuro próximo.

A continuación, una crónica escrita por Sergio:

La lluvia del 91

Por Sergio T. Espinoza Reyes

Algunos días después de lo ocurrido la gente comentaba que aquella tarde las nubes parecían más oscuras que de costumbre y un viento cálido había soplado desde el noroeste. El pronóstico del tiempo había advertido de posibles chubascos en la zona norte, pero tratándose de lluvia, la vaga expresión “zona norte” podía entenderse a lo más hasta la latitud de Copiapó. Cuesta imaginar una lluvia en plena pampa salitrera. La última, unas pocas gotas extraviadas, había caído cuatro años atrás, en junio del 87.

Siendo aproximadamente la una de la madrugada, de aquel aciago 18 de junio, los primeros goterones comenzaron a oírse en los techos de Antofagasta. Transcurridos algunos minutos aquellas tímidas gotas, que aguzaron el oído de los insomnes, se transformaron en una lluvia copiosa. Las luces de las casas comenzaron a encenderse y pronto el tradicional ajetreo de mover muebles y poner tiestos bajo las goteras se advirtió en el vecindario. Algunas dueñas de casa regañaron a sus maridos por no haber arreglado el techo desde la última lluvia. Las mamparas de las casas comenzaron a abrirse y las gentes en pijama, barriendo el agua hacia fuera, de una vereda a otra, se saludaban gritándose alguna chanza. Es que en el desierto nadie construye pensando en la lluvia. Los techos son planos y están sólo preparados para atajar el sol. En el norte suele decirse que cuando llueve cae más agua dentro de la casa que afuera. Y no es un chiste.

Mas de algún sureño, nostálgico de las abundantes lluvias de su ciudad natal, se alegró pensando que al otro día freiría sopaipillas, sin saber que un sol radiante habría de salir al día siguiente como si nada hubiese pasado.

Las luces de la ciudad habían comenzado a apagarse por sectores, lo que no asombró a nadie, a veces había cortes hasta por una camanchaca.

Durante dos horas y media, 42 mm de agua se dejaron caer sobre la ciudad y luego una lluvia más tranquila continuó algún tiempo. Nadie pudo siquiera imaginar el drama que estaba a punto de ocurrir. Más de cien personas no vivieron para contarlo.

La ciudad de Antofagasta surgió al pié del flanco occidental de la Cordillera de la Costa, sobre una angosta franja de alrededor de 1 km de ancho. Ningún ser provisto de razón habría proyectado una ciudad de 250.000 habitantes en aquel lugar, tanto por la estrechez, como por ubicarse frente a las desembocaduras de grandes quebradas. Quienes observen otros lugares similares del litoral costino podrán ver que frente a las quebradas se encuentran enormes abanicos aluviales, por donde baja el material erosionado de las partes altas.

En el sur del país, donde siempre llueve, el agua se filtra rápidamente por los conductos habituales, pero los suelos del desierto están sellados por la sal.  El agua escurre por la superficie y va disolviendo las sales de las costras. Uno a uno, son liberados los granos de limo y cuando la mezcla está saturada puede fluir como líquido. Como esto ocurre al mismo tiempo en toda un área, una gran cantidad de agua con material en suspensión puede deslizarse por las quebradas como aluviones arrasando con todo lo que encuentran a su paso.      

Cuando ya amainaba la lluvia, alrededor de las cuatro de la mañana, un rumor sordo y creciente comenzó a bajar desde los cerros. Oscuras olas de barro se abalanzaron sobre los barrios ubicados frente a las desembocaduras de quebradas, penetrando en las casas. El torrente de agua y limo pronto sobrepasó la altura de las ventanas no dando tiempo para ninguna acción coordinada. Los automóviles que tenían sus ventanillas abiertas fueron rápidamente inundados y sepultados. Otros vehículos fueron levantados por la furiosa pulpa corriente y lanzados contra los muros, mientras que muebles y enseres fueron sacados de las casas por el agua y se perdían calle abajo a gran velocidad, por las empinadas vías del puerto.

El agua buscó sus senderos naturales de tiempos remotos, pero se encontró con que sus causes de antaño habían sido colonizados y obstruidos por la civilización, entonces irrumpió por donde pudo y a como diera lugar. De un golpe de ola, sin pedir permiso, ni decir “agua va”, embistió los muros de arsenales militares llevándose pertrechos y municiones. (Días después, mientras la gente buscaba cadáveres enterrados, patrullas armadas hurgaban en los escombros con gran preocupación).

Muchas personas desaparecieron intentando recuperar objetos de valor o tratando de salvar a alguien. La prensa relató después el caso de una niña de 11 años que alcanzó a meter a su hermanito de cinco, dentro de una lavadora eléctrica. El chico fue encontrado con vida al otro día varias cuadras más abajo. Fue el único sobreviviente de su familia.

Al día siguiente, bajo un esplendoroso sol, los alegres rostros de los que vivían lejos de las desembocaduras de quebradas comenzaron a ensombrecerse a medida que se iban percatando de lo ocurrido. Más de 400 viviendas habían desaparecido llevadas por el agua o se encontraban sepultadas. Entonces rápidamente cada uno fue a lo suyo. La gente nortina es solidaria y tiene una gran capacidad de organización. En minutos los alumnos de las universidades formaron grupos de ayuda para «tirar pala» removiendo el barro que ya se endurecía, pues una vez aquietada la corriente, la pulpa de limo y arena pierde agua y puede caminarse sobre ella.

Las operaciones de remoción de barro y escombros, que duraron varias semanas, dieron con los restos de 90 personas, pero se contaban más de cien desaparecidos. Miles de casas habían sido anegadas con barro. El polvo hizo luego presa de la ciudad.

El camino que comunica Antofagasta con la «Carretera Panamericana» o ruta cinco desapareció a lo largo de 20 kilómetros, en el tramo que corre por la quebrada La Negra. En su lugar, un río turbulento corrió durante algunos días, mientras en Antofagasta las aducciones de agua potable se cortaron manteniendo a la ciudad sin agua por más de dos semanas.

Algunos días después, al costado de la carretera, en plena pampa salitrera, se veía nieve, pero no era tal, sino sales blancas del desierto, blanca halita, albas nitratinas y tenarditas, que la lluvia había disuelto y ahora subían por capilaridad depositándose como diminutos cristales en la superficie de la pampa.

En el salar del Carmen, detrás de la Sierra del Ancla, se formó una laguna de un par de kilómetros de largo. Hoy, después de tantos años, aún permanece una hermosa costra poligonal de sal dejada por la evaporación del agua de esa laguna.

Cuesta creer que todo lo narrado haya ocurrido por el efecto de no más de cuatro horas de lluvia.

Sergio Tulio Espinoza Reyes, Lautaro 1940, es geólogo, doctorado en la Universidad de Paris. Ha trabajado por más de cuarenta años en el norte de Chile en compañías mineras y como académico. Es autor de una novela de Ciencia Ficción (ed. Nlibros), un libro de cuentos y relatos nortinos (ed. Nlibros), es coautor en la antología de cuentos Reflejos (ed. La Trastienda) y ha ganado premios en concursos de cuentos. (Concurso Líneas de vida 2015, Vitamayor 2015 y 2017).