Los invitamos a conocer las minificciones de Claudia Bustos, que destaca por su gran sensibilidad social y su prosa cargada de emoción y finas imágenes que nos revelan mundos complejos en pocos trazos.

DESPERTAR

Me gusta vivir aquí, es seguro, no siento frío y siempre estoy acompañada. Algunas dicen que soy miedosa. Ellas sueñan con salir y conocer. Las más viejas nos cuentan que las que se van no vuelven. Quienes quedaron a medio camino solo recuerdan una luz al final de un túnel. Me exalto con un ruido en el techo de arena. Es la lluvia me dicen emocionadas mis amigas. Siento temor porque el sonido es constante y no para. Es un presagio. La humedad se cuela por todos lados. Mi cuerpo comienza a expandirse, no me duele pero estoy aterrada. Sigo creciendo hasta ver una luz que me enceguece, no puedo luchar, me entrego… abro los ojos y lo que veo me maravilla, ya no tengo miedo solo veo colores a mi alrededor, me siento hermosa en el desierto.

METAMORFOSIS MODERNA

Cada mañana se levanta con una energía desbordante. Su cuerpo atlético salta de la cama para iniciar un día lleno actividades. Repasa todo lo que hará, mientras camina con trancos largos por la avenida. Está tan ocupada que nunca logra descubrir a qué hora del día comienza la metamorfosis. En la noche no reconoce ese cuerpo amorfo que se arrastra hacia la cama.

SALIR A PASEAR

Ya se ha hecho costumbre. Me encierro en el dormitorio y en la tranquilidad de la noche respiro profundo. Me concentro. A veces demoro un poco pero lo logro. Veo mi cuerpo acostado y salgo a dar una vuelta. Al principio, cuando era niña paseaba por las habitaciones de la casa. Luego empecé a visitar a mis conocidos, el barrio, la ciudad. Cuando me sentí más segura empecé a alejarme para conocer lugares soñados. Ya no tengo límites.

¿Adónde puedo ir hoy? Cierro los ojos y me concentro. Esta vez es distinto. Estoy en mi pieza pero todo se ve diferente. Mi habitación tiene otros muebles. No reconozco a las personas que se mueven por la casa. Recorro los pasillos y veo el retrato de mi bisabuela. Intento abrir los ojos pero esta vez no hay retorno.

SOFÍA Y LA MARIPOSA

— ¿Me vas a poner algún nombre? —pregunta la mariposa.

—No lo sé —le responde Sofía y se queda pensativa.

Como todas las tardes la niña se acuesta en la alfombra al centro de su dormitorio y cierra los ojos para descansar y visitar lugares lejanos, soleados y de colores vivaces. Le producía paz estar allí, acompañada de sus pequeñas creaciones que hacía con plasticina, crayolas y papel. Ese día era distinto. Estaba contenta. Había logrado armar una mariposa de origami. Quedó un poco deforme y arrugada, pero ahí estaba, acompañándola a terminar la tarde.

Al día siguiente decide colgar la mariposa cerca de su ventana. No es perfecta, piensa, pero es la primera que armé, la conservaré hasta que fabrique una mejor. Cierra los ojos recostada y ve que la mariposa la mira con curiosidad.

— ¿Por qué no quieres nombrarme? ¿Acaso no te gusto? ¿Me quieres desechar?

—No, claro que no —le dice Sofía. Tú me sirves de modelo para fabricar otras mariposas más hermosas.

Luego de una semana, para su cumpleaños número nueve, sus papás le regalan una caja con hojas de colores y diseños, junto a un libro de origami. Sofía se pone ansiosa, sólo quiere subir a su habitación para comenzar a trabajar.

Esa noche casi no durmió fabricando hermosas mariposas rosadas, verdes, azules y amarillas, otras con diseños de lunares o rayas, algunas más grandes que la original, otras más pequeñas. Las fue colocando en distintos lugares de la pieza hasta que se quedó dormida.

La mariposa colgada en la ventana sabe que le queda poco tiempo.

Al día siguiente, Sofía salta de la cama y ve a la mariposa arrugada y desteñida en el suelo. La recoge, pero la figura ya no le habla. Decide ponerla en el velador, no tiene corazón para destruirla.

REGRESO A CASA

La tarde otoñal oscurece el regreso de Sofía a su casa. Sale del colegio y camina con pausa para sentir el crujido de las hojas. A una cuadra comienza a aparecer su sombra que la acompaña en todo el recorrido. Se entretiene con el aleteo de murciélago de las siluetas chinas que dibuja con las manos, pero a medida que avanza, su sombra se alarga y se pone por delante. Sofía se estremece y acelera el paso. No se siente segura. Mira para ambos lados y ve poca gente. Quiere llegar pronto. En el último tramo la sombra la dobla en tamaño igual que el miedo. Cuando abre el portón su corazón late fuerte. Siente que hasta la luna la persigue.

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Claudia Bustos Gallardo, nació en Santiago de Chile a fines de 1964. Vivió buena parte de su infancia y juventud en Quito Ecuador. Es Socióloga de la Universidad Católica del Ecuador y Magíster de Desarrollo Urbano y Territorial de la Universidad Católica de Chile. Se ha desempeñado profesionalmente en el sector público, en ONGs y Fundaciones, como consultora y como profesora invitada en la academia. Su vínculo con organizaciones sociales, comunidades, barrios y familias de campamentos ha sido la fuente fundamental de sus relatos más cercanos a la crónica y microficción.