intimidadPor Miguel de Loyola

En Intimidad, el escritor Hanif Kureishi, de nacionalidad inglesa y origen pakistaní,  somete al lector a una difícil  prueba psicoanalista: oír al narrador sus cargos y descargos respecto a la inminente decisión de dejar a su esposa Susan, con quien lleva seis años de matrimonio.

La cuerda que sostiene el relato, está afinada sólo por este anuncio de ruptura inminente, entregado a partir de la primera página. «Esta es la noche más triste, porque me marcho y no volveré.» Un anuncio que repetirá de vez en cuando, sólo acaso para mantener en alerta roja al lector, y también para darle a la narración cierta estructura novelesca que toda obra narrativa necesita.

El narrador, a quien reconocemos como el clásico narrador de la novela  posmoderna, habla en primera persona, es protagonista de su historia, y conduce al lector al devaneo interior de la conciencia. La conciencia suya, por cierto, pero transferible al propio lector. Este juego de espejos, este traslado de la experiencia del protagonista endosada al lector, induce -al lector- a pensar, lo lleva muy bien al interior de sí mismo, al cuestionamiento también de su propia vida, de su propia experiencia frente a un tema indudablemente en permanente cuestión: el matrimonio, la vida en pareja, en tanto carga, responsabilidad o impedimento, frente al deseo de placer y felicidad permanente. Tópicos indiscutibles por estos días para el desarrollo de la personalidad, al decir de algunos, partiendo de Freud, claro, el maestro en materia de placer y displacer.

Jay, al parecer es un guionista de cierto éxito, pero ha perdido el amor por Susan, su esposa, y prefiere la compañía de alguna amante, o incluso de sus amigos. Pero en particular, de Nina, por quien no tiene más compromiso ni mayor necesidad que el deseo. Bien podríamos decir que por allí pasa lo medular de la novela, y lo medular también de la problemática. Pero en su trasfondo, contado y desglosado por este narrador entregado al ojo del lector-psicoanalista, contiene divagaciones profundas.  Está muy claro el intento de abordar la sexualidad, los roles de padre, esposo, amante, hasta hace unas décadas más claros y definidos que en la actualidad, pero hoy dispersos o confusos debido a los evidentes facilismos de la vida moderna y sus múltiples posibilidades de desprendimiento de todo aquello que pueda resultar una carga, un peso, una obligación.  Jay, desde luego, no sabe lo que quiere, y estará irresoluto hasta la última página frente a su decisión de marcharse o bien de quedarse, de permanecer en sus roles, de ser o no ser, resumiríamos, parafraseando el dilema de Hamlet. Jay, puede ver claramente los problemas que acarreará en sus hijos y en su esposa esa decisión de partir, puede anticipar sus nefastas consecuencias, pero la opción del placer frente al sacrificio de sí mismo vivido por las viejas generaciones, parece ser lo más importante, lo más atractivo e irrenunciable.

Bien podría ser esa una de las interpretaciones propuestas por el propio autor, porque es lo que está ocurriendo hoy en día en materia no sólo amorosa, sino en todos los ámbitos del quehacer humano, trabajo, amor, familia, amistad, política, etc. El mundo posmoderno está más dado al placer que al sacrificio, lo cual es natural y hasta loable, pero, y aquí parece estar la cuestión: ¿cómo se acallan después las voces interiores de la conciencia, tras los errores conscientemente cometidos? Jay, fuma marihuana, tiene cultivos en su propia casa, y los riega personalmente, también nos dice que ha sido drogo, que lo ha probado todo en sus distintas etapas, y que en parte lo sigue siendo toda vez que enfrenta algún problema. Es decir, se ha buscado la fórmula para silenciar su propia conciencia, podríamos concluir, a la manera del juez; esa conciencia que Hegel magistralmente definió como deseo, la conciencia es deseo y desea el deseo del otro. Y la que aquí vemos claramente expuesta y cuestionada a lo largo del relato. El deseo como motor y también como objetivo de la existencia es lo que Jay práctica, y acaso por allí se confunde y nos confunde en su devaneo. El deseo en tanto fin, y no cómo un medio para llegar al objetivo, como ocurría antes tras el enamoramiento, por ejemplo. 

Intimidad es más una pregunta que una respuesta, como toda buena literatura. Está en cuestión el matrimonio versus la relación amorosa basada en el sexo a secas. Está en cuestión el compromiso frente a la ligereza, la lealtad frente a la traición, el deseo frente a la razón. No dice qué es mejor o peor, mantiene en ese sentido una línea de parcialidad admirable, permitiendo la reflexión natural del lector. No estamos frente a un narrador delirante que viene a imponer ideas dogmáticas, esas frustraciones y resentimientos tan comunes y agobiantes de nuestra literatura,  sino frente a un narrador reflexivo y contundente que remece los paradigmas elementales de Occidente.

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – 17 de Enero del 2015