Tú eres Babilonia…

Angelus Silesius

 

 

 1968

 

(Un solo recuerdo)

 

Y envejecimos todos y nada nos dijeron

del terrible crepúsculo y la falta

del seguir sentados en la puerta de la carnicería

del abuelo, de la abuela, de la madre

que no pudo, jamás, volver a ser feliz.

 

Y nada nos dijeron, nadie advirtió de la catástrofe

y aún sentados esperamos algún amanecer.

 

 

DOLOR

 

Y ese universo de muertos,

de fotografías en el desván del niño

donde tú nunca jugaste,

donde tú fuiste el verdugo.

 

Y ese universo de estatuas

de nada te dirán, porque a ti nada,

a ti el dolor de soledad sonora,

a ti la música callada de primaveras sordas.

 

Y en ese universo ajeno

donde no debes tocar ni el aire solo,

a ti, en el expolio, en el vacío entero

una carcajada de vivos y de muertos,

un portazo inmenso de dioses que no existen.

 

 

Espejo y Avenida

 

¿Adónde caminar por estas calles

si el ritmo de mi boca está despierto;

a dónde, solo, quieto, medio muerto,

mirando aquel espejo de Versalles?

 

Aquí, en el invierno, en este plato

abriéndome camino con los ojos,

sencillamente sordo, mudo, rojo

roncando sin salir de mis zapatos.

 

Tal vez alzando el brazo y olvidando

la bilis y la sangre detenida:

tal vez con la razón o equivocando,

 

mordiendo los metales, tiritando,

iré por el azul de la avenida,

por este azul de grito abandonado

 

SALA DE TORTURAS

(Habitación N. 1, Clínica XXX)

 

Aquí yace Andrés el bienquerido.

Andrés el malquerido.

 

Aquí yacen muchos sueños, la nostalgia,

la hermosa vida que no se presentó.

 

En esta sala de torturas mis muñones,

mi pleura, mis ojos encendidos.

 

Todo en pocos metros cúbicos, cuadrados.

 

Todo en ese orden que no entiendo

 

O no me entiende.

 

 

DOMICILIO

 

Números de piedra, malditos números de piedra:

 

Mi casa no tiene calle, no tiene techo, no rezuma a caldo.

 

Mi casa está asentada en el silencio

de un terreno yermo donde nunca florecen los niños,

donde la esperanza es sólo una palabra.

 

 

 

TRÁNSFUGO I

 

 

Tránsfugo en hablar, en pensar y en escribir,

como un mar que muere y se resiste

en pequeños charcos de miseria.

Tránsfugo de esta vida rara;

falsificada,

mentida, copiada,

sin cabeza.

Tránsfugo en el amor que pareciera existe

aunque solo es otro engaño.

 

Como el cielo que se asfixia en otro cielo

lleno de esferas blandas que pensamos son estrellas,

en estas palabras que no gritan

ni murmuran, que no lloran ni se ríen.

 

Tránsfugo en la muerte que quiere imaginar resurrecciones.

 

 

 

TRÁNSFUGO II

 

 

Tránsfugo de mi y de ti y de todos

igual que el sueño de Adán en donde el agua

nunca se queda en sus dedos.

 

Tránsfugo del verbo, del tiempo, del azar.

 

Tránsfugo e inconcluso, tránsfugo y estéril.

 

 

DOS POEMAS + 1 DEL ENCIERRO EN LA CLÍNICA PSIQUIÁTRICA

 

 

I

 

Otra vez entre estas rejas

sin ser aún un delincuente,

luchando con mi propio enemigo

bastardo, luchando con el yo,

el mí, ese nosotros.

Indefensos y lobos,

Con ese yo que se mira en el espejo

y no se reconoce un solo día.

 

 

 

II

 

No fumarás.

No beberás.

No fornicarás.

No podrás leer

(porque no puedes por las píldoras).

 

No serás feliz.

No serás feliz.

No serás feliz.

 

III.

 

EL PUENTE DE LOS LOCOS

 

He cruzado el puente en ambas direcciones.

He salido. He entrado de mí mismo.

Quise arrepentirme, volar en algún cielo.

 

Caminar sobre las aguas, desenterrar los muertos.

 

He subido a lo alto de este puente

maldito y aún estoy más ciego.

 

Regreso y recomienzo el viaje.

 

Busco en sus barandas un apoyo vago:

Lentamente avanzo sin destino.

 

 

IGUALA

 

(Estado de Guerrero, México, 2014)

 

 

Ocho mil novecientos cuarenta y cuatro huesos,

ingenuos, inseguros, nuevos, esquivos, insomnes,

ahumados y mudos en una larga sombra,

ocho mil novecientos cuarenta y cuatro huesos

que no están en la faz de la tierra,

sin ley de gravedad, ya sin deseo;

sin sueños, ciegos de romperse solos

en el pantano de los verdugos sin madre

sin cielo, sin un poco de mar entre las cejas.

 

Y cuento los fragmentos y recuento las heridas:

ocho mil por tres, por cinco, por cuarenta y tres,

por un desierto gélido, por mil millones de noches

que caerán, seguro, encima de todos nosotros.

 

 

 

LA PASIÓN DE LOS ADIOSES

(Balbuceo místico)

 

AQUELLA, MI HERMANA ME DECÍA:

 

Sigo sin tenerte, y más, aunque te tengo sólo es que te tomo en nada. Somos como este sol que en cautiverio, solos vivimos nosotros, los dos justísimos y solos. Yo, en el cáliz de ese sol. Tú, en cautiverio siempre, en cautiverio. Juana de la Cruz, mi Santa Juana, la querida de los muros de aquella Ávila mayor. ¡Ay, decían, todas “¿esa Santa?,” ¡Ay de mi Toledo y mi Castilla!

 

Ella sabe. Yo también. No son demonios ni preguntas. No. No hay respuestas. Algo que nos cruza todo el aire y entonces, así, se desmorona todo. Ese algo que se fue y  que nunca se nos va. (Así mi Dios pensado).

 

“Fuera los metódicos, los lógicos, los médicos, poetas, esos santos, aquellos locos del azul torturadores”. Teresa escribe y “todos temen siempre”. Teresa piensa y nadie contradice (Así mi Dios pensó).

 

 

“El mundo ya es esférico, la mula es solo un grito” y el capitán sin trance, agudo, ágil; siempre comandando, siempre (así mi Dios lo dice)  y avanzando… “La porquería es Dios y Dios la porquería”. “La distancia siempre es lejos”, capitán. “La distancia está muy cerca”, dice el brigadier.

 

Y entonces aparece, sin brazos, sin cabeza: solo aquellos ojos que irán a hablar a Dios y a “aquellas dolçes huestes desvaídas”: Nada pasará y será muerte. Avivo a Dios y  entonces hablo:”

 

Lo digo en penitencia. DIOS ME GUARDE.

 

(En homenaje a los 500 años de Santa Teresa de Jesús)

 

 

 

NOCTURNO DE SANTIAGO

 

El cielo cae a trozos en todas las ciudades,

el mismo cielo verde o gris, el mismo cielo

que cubre de temores rompiendo cerraduras,

espiando, derribando, muros  y ventanas,

abriendo cada puerta sin pudor, sin pausa.

 

El viento prevalece y quiebra geometrías

extrañamente ajeno a formas y figuras;

traspasa las esquinas, las nubes, cada plaza

sin cesar, insomne, en su sigilo plano.

 

Nadie está en las calles ni patios, ni en los parques,

nadie compadece al juicio de la noche.

 

Pero la noche irrita, perturba, ya domina

las grandes avenidas, los cruces, los paseos.

 

El cielo ha desnudado vergüenzas y placeres.

El viento no consuela, ni cura, no da tregua.

 

En todas las ciudades parece que la muerte

abrió su pozo negro de cólera y azufre

y poco queda entonces para la noche sola

dueña ya del mar, del monte, de los ríos:

 

hoja de cuchillo vibrante y afilada

en la memoria inquieta de la ciudad vacía.

Justo a medianoche se escuchan ruidos sordos

como si mil gusanos cruzaran el jardín

o todas esas ratas, heridas por el hambre

salieran de sus huecos helados de silencio.

 

No son las alimañas, ni búhos, no son cuervos:

parece que es el quieto temblor de parturientas

o el canto de mujeres que van al sacrificio,

o el rechinar de dientes de un niño en la batalla.

 

Es el habitante, el ciudadano, el hombre

que repta lentamente recuperando alientos

tras reinos y dominios perdidos o ya muertos.

 

Es el propietario, el amo, el inquilino,

el dueño de las formas, el hábil arquitecto,

el único que sabe cómo ahuyentar la noche,

cómo espantar al viento, al cielo, hasta los ángeles

que caen a millares sobre las sucias calles.

 

 

El orden se condensa, se alinea, ya se impone

y nada queda fuera del círculo perfecto.

 

El viento cesa lento hasta volverse negro.

 

Ha llegado el plano, el mapa de lo exacto

desentrañando selvas, distribuyendo el aire:

 

Ha regresado el índice que cruza tempestades

y guarda en su soberbia el miedo de los dioses.

 

Esta ciudad se alegra en su desgracia cierta,

esta ciudad se viste en medio del desierto,

esta ciudad se cubre los ojos y enmudece

cuando los pájaros emprenden su vuelo a la deriva.

 

Recrea carnavales, despierta a los difuntos,

describe dos mil saltos sobre las cordilleras.

 

Esta ciudad agónica de ritmos que no baila

y de frases aprendidas en una lengua muerta.   

 

¿Tendrá un final feliz, habrá de recordar

el tacto de los árboles, el fresco olor a noche?

 

Parece que se ha muerto esta ciudad alegre.

 

Parece que no existe esta ciudad ajena.

 

Parece que recuerda sus años más secretos

y cierra ya sus muros en una mueca insomne.

 

El campanario anuncia una mañana en ascuas

y una tarde lenta de lluvias de otro tiempo.

 

Monótonos en días, en horas, en minutos

los segundos muerden su pasado inquieto.

Aquí no pasa nada, ni el tiempo nos consume.

 

Aquí no existe Dios, ni el cielo lo presiente.

 

Aquí se hunde el sueño en una despedida

de voces y palabras que nunca dicen nada.

 

Santiago no recuerda su nombre ni sus pasos.

 

La atroz provincia duerme en una pesadilla

de torres que se tuercen y calles sin sentido.

 

La vil memoria escribe en la montaña sola:

 

Santiago ya no existe, Santiago no ha existido.

 

Esto que vivimos es otro sueño ajeno.

 

Y nada de invocar ese dolor de muertos,

de pálidos semblantes en esas fotos viejas.

Nada de rasgar las vestiduras propias

en señal de lutos ajenos que no acaban.

 

Santiago no ha llorado ni llora por su suerte,

esta ciudad se rinde al arquitecto infame

que habrá de derrumbar hasta sus cimientos.

 

Esta ciudad se rinde ante la voz de mando

que aún la desentraña, la humilla, la deshonra.

 

Nada de llorar o de entonar un canto

fúnebre y sereno,

como si todo fuese nada.

 

En medio de la plaza recuerdo a los que entonces

callaron ante el amo de todas las desgracias.

 

El cielo cae a trozos, es un decir, y cae:

 

El mismo cielo verde o gris, el mismo cielo

y la ciudad se esconde, escapa, se desangra

y la ciudad apaga sus luces y enmudece.

 

La cordillera cae sobre la ciudad dormida.

La cordillera toda entierra su delirio.

 

Las piedras atraviesan los cuerpos, las ventanas

y cada plaza estalla en un inmenso yermo.

 

Nadie se da cuenta de muerte tan callada,

nadie se arrepiente, ni llora, no blasfema.

 

La ciudad se hunde y cae en el vacío

del tiempo y los fantasmas, del odio y el olvido.

ANDRÉS MORALES nació en Santiago de Chile en 1962. Es Licenciado en Literatura por la Universidad de Chile y Doctor en Filosofía y Letras con mención en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona (España). Ha publicado veintiún libros de poesía: Por ínsulas extrañas (1982); Soliloquio de fuego (1984); Lázaro siempre llora (1985); No el azar/Hors du hasard (traducción al francés, París, Francia, 1987); Ejercicio del decir (1989); Verbo (1991); Vicio de belleza (1992); Visión del oráculo (1993); Romper los ojos (1995); El arte de la guerra (1995); Escenas del derrumbe de Occidente (primera edición, 1998); Réquiem (2001); Antología Personal (2001); Izabrane Pjesme/ Poesía Reunida (traducido al croata, Zagreb, Croacia, 2002); Memoria Muerta (2003); Demonio de la nada (2005); Los Cantos de la Sibila (2008), Ejercicio de escribir (Cubo Anatrópico, 2010); Poemas/Pjesme (traducido al croata, 2011); Antología breve (2011), Escrito (Santiago, 2013 y Madrid, 2014); Escenas del derrumbe de Occidente (2014, edición corregida y ampliada) y Poemas Escogidos/Poezii Alese (versión a la lengua rumana, Bucarest, Rumanía, 2014).

Su obra poética se encuentra parcialmente traducida a trece idiomas (inglés, francés, croata, portugués, chino, coreano, sueco, catalán, mapudungún, rumano, turco, noruego e italiano) y ha sido incluida en más de sesenta antologías chilenas y extranjeras y en un gran número de revistas literarias nacionales y del exterior (más de ochenta y cinco), siendo también distinguida con diferentes reconocimientos nacionales e internacionales entre los que destacan: Premio Manantial de la Universidad de Chile (1980), Premio Miguel Hernández al mejor poeta joven latinoamericano (Buenos Aires, Argentina, 1983), Beca Pablo Neruda (1988), Beca de Hispanista extranjero (como poeta y académico) del Ministerio de Asuntos Exteriores de España (Madrid, 1995), FONDART (Fondo Nacional de las Artes) de 1992 y de 1996, Premio Ciudad de San Felipe 1997, Beca de Creación Literaria 2001 de la Fundación Andes, Beca de Creación Literaria para escritores del Fondo del Libro del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile en los años 2001, 2004 y 2008. Premio Nacional de Poesía “Pablo Neruda” 2001, Primer Premio en el XII Concurso Internacional de Poesía “La Porte des Poètes” de París (Francia)2007, Premio Hispanoamericano “Andrés Bello” 2014 de Madrid, España (por el conjunto de su obra poética) y el Premio de Ensayo “Centro Cultural de España” en sus versiones 2002 y 2003. Desde el año 2007 pertenece como miembro de la Academia Chilena de la Lengua y desde el  año 2014 de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid, España. En el ámbito del ensayo y la crítica literaria destacan sus libros dedicados a la poesía chilena, hispanoamericana, española y europea, Antología Poética de Vicente Huidobro (1993 y 2011); Un ángulo del mundo. Muestra de poesía iberoamericana actual (1993); Poesía croata contemporánea (1997); Anguitología (1999); España reunida: Antología poética de la guerra civil española (1999); Altazor de puño y letra (1999); Antología de Poesía y Prosa de Miguel Arteche (2001); De palabra y Obra, ensayos (2003), Antología Poética de la Generación de los 80 (2010); A la sombra del poema, ensayos (2013) y Manual para un Taller de Poesía (inédito). Actualmente desarrolla su escritura poética conjuntamente con sus clases de Taller de Poesía, de Literatura Española Clásica y Contemporánea y de Poesía Chilena en la Universidad de Chile.