Por Patricia Péndola Ramírez

De Luis Correa-Díaz
Viña del Mar: Altazor Ediciones, 2022

“No se puede vivir sin conocerlo”, declara Osvaldo Rodríguez en su canción “Valparaíso”. Pues, para descubrir esta ciudad-puerto, a la que tantos versos se le han dedicado, la recomendación es simple pero efectiva: caminarla, adentrarse en callejuelas y pasajes, subir y bajar escalas, tomar los inusuales transportes, el troley y los ascensores, para así contemplar el trazado urbano y el mar desde los miradores, sin olvidar que a la espalda se elevan sus cerros de los que desciende su gente para volver a ellos siempre. Valparaíso brinda distintos medios para que forasteros y habitantes puedan atisbar muchos de sus paradójicos misterios.

Tarea análoga nos ofrece el poemario Valparaíso, puerto principal de Luis Correa-Díaz, al cuidado editorial de Patricio González, editor de Altazor Ediciones, patrimonio vivo de la cultura literaria nacional, cuyo legado es inconmensurable y que este 2023 celebra 40 años de un trabajo ininterrumpido. La portada del libro, de Mario Guerrero N., constituye una invitación al lector a ingresar, por el ascensor Reina Victoria, al microuniverso que nace desde la óptica del poeta, enamorada del ajetreo existencial porteño. Los textos que se despliegan en sus páginas también ofrecen variadas formas de acceder a la ciudad-puerto, observada-o por las palabras, en modo pódcast, de un poeta que vive en el extranjero y que vuelve cada tanto a un origen adoptado.

El libro se trata, ya nos lo avisa el primer texto de título “faro viudo”, de un “libro documental que se encuentra en pleno desarrollo” (9). El hablante, que dice más en los escondrijos silenciosos de sus versos, va urdiendo un tejido propio con secretas hebras de otros textos; los versos de Correa-Díaz revelan los nudos traídos de otras voces y otros ritmos. Aparecen en los poemas letras en cursiva que revelan tesituras de diferente orden, vale decir, palabras extranjeras que se mezclan con registros coloquiales. Dicho trabajo intertextual no solo incorpora las expresiones señaladas, sino que además algunos de sus poemas incluyen un código QR que los enlazan a una poética audiovisual –de allí, en parte, eso de “libro documental”– y que permiten acceder a la experiencia desde nuestros otros sentidos.

El escritor, porteño por adopción: “no nací allí pero me arropo / cada vez que voy –porque no / me iré nunca más aunque / me vaya siempre”, escribe sobre el desgarramiento del ir y venir desde Georgia, Estados Unidos, a Valparaíso: “no sé desde dónde escribo” (13), le confiesa al lector con palabras que transmiten una cierta nostalgia asumida, es decir, un creativo dolor por el hogar que se extraña estando lejos. Cabe señalar que sus palabras no son las primeras y, por cierto, no serán las últimas que eleven su canto a Valparaíso. Muchos escritores expresan similares sentimientos por la ciudad-puerto. El poeta Correa-Díaz no solo es consciente de ello, sino que lo evidencia. Va entretejiendo sus versos con voces de diversos textos, canciones, otros poemas. Entre ellas, reconocemos la ya citada “Valparaíso” del “Gitano” Rodríguez, en el poema titulado “vuelvo hermoso, vuelvo tierno” que inaugura el poemario, cuyo título ya es la evocación de otro tema musical, de Patricio Manns, letra que nació de la experiencia del exilio, del arribar clandestino al Chile dictatorial, y que aquí se resignifica en lo que tiene de universal. El primer poema, entonces, enlaza a ambos poetas y revela este diálogo: “esta seudo-canción / gitana al final también” (13), para establecer también “que yo sin ti no viviría / puerto de mi amor […]” (15), en clara referencia al conocido vals “Joya del Pacífico” de Víctor Acosta y Lázaro Salgado y popularizada por el cantante Jorge Farías. El primer poema del libro, entonces, condensa los diversos temas presentes en los siguientes y anticipa las diversas emociones que embargan al hablante, sin olvidar la presencia de los poetas mayores del puerto: Eduardo Correa y Ennio Moltedo.

El dolor por el hogar, por el suelo patrio del que se está ausente, la añoranza por Valparaíso da la mano a otras nostalgias por otros puerto. Así leemos en el poema “Valparaíso, mi amor”, que revela varios guiños intertextuales. De nuevo desde el título, con el trabajo cinematográfico de Aldo Francia y su película homónima. Pero también con el tango “Mi Buenos Aires querido”, conocida en la voz de Gardel: “[…] ay cuándo, ay / cuando te vuelva a ver”. Sin embargo, el poema, en su formulación de acto de habla, se resuelve como una advertencia contra la destrucción/devastación a la que ha sido sometida la ciudad-puerto, más notoriamente desde los últimos meses del año 2019.

En otros textos el hablante insinúa su labor de pseudo-reportero en parodia de sí mismo y de una tendencia del periodismo actual. Por ejemplo, en una nota al pie del poema “pescadores de la ex Caleta Sudamericana”, se dice: “este es lcd desde orillas distantes, / para Noticias al instante eterno, gracias” (21). También aparece la crónica roja, en varios de sus poemas, como en “Ascensor Reina Victoria” o “crimen de odio se cree”, entre otros, que se alternan con versos que exaltan, por contraste con un presente tosco y entrópico, tiempos pasados. Tal es el caso del poema “Anayak”, restorán-café viñamarino al que el poeta va “para ver / a sus garzones ya de edad, / con esa elegancia / de otra época, un lejano / modo de vivir que jamás fue / mío” (28). O “victorias”, versos en los que el hablante reclama y pide a la Alcaldesa de turno “que vuelvan las Victorias de Viña / del Mar” (31). De tal forma, se hace posible proponer que la voz del poeta en este poemario muchas veces se levanta a modo de denuncia o protesta contra ese “futuro desperdiciado” –según formula Elvira Hernández en la contratapa– de la cultura patrimonial no solo de Valparaíso como ciudad-puerto, siempre al borde de perder ese estatus otorgado por la UNESCO, sino como espacio en toda su extensión regional.

No obstante, también leemos regocijo y celebración en los poemas de Correa-Díaz. Y esto no es simplemente un enunciado sino un llamado a una alegría que reconozca a Valparaíso como un “observatorio porteño”, como dice el poema homónimo, destinado a mirar las estrellas desde hace mucho. En tanto “crónica porteña”, como reza el subtítulo, el poema “carrete [nocturno]”, reseña y describe la noche de juerga del hablante y un amigo en uno de los cerros de Valparaíso: “pero el mosto ya se nos había / ido a la cabeza y reíamos / porque sí y porque Valparaíso existe” (20). Existe en su azul belleza y destino de “ritmos revueltos”, como se ve en el poema que tiene a un Rubén Darío transhistórico como dialogante.

El poeta, entonces, explora y recurre a múltiples herramientas para construir el poemario-“adelanto” dedicado a Valparaíso. Es una voz amante de la ciudad que lo acogió y de la que debe ausentarse de manera regular. Se trata de un amor exento de idealismo; un amor que conoce la ciudad amada, que sabe de las bellezas y los horrores del “puerto principal”. Por ello, quizás, por ejemplo, leamos sobre delincuencia, incendios reiterados (23-25), “trenes para Chile” (46), “funerales de alto riesgo” (48) y, muy sentidamente, de un “arte molotóvico y letal” (14) que deja “esos fragmentos / de un poema oscuro / y bárbaro en las paredes” (15), frente al que el poeta llora con un entendimiento que se parece al perdón.

En Valparaíso, puerto principal aparece una ciudad-puerto que se lee a través de los sentidos cinéticos de un tecno-avatar del poeta, un dron que sobrevuela la bahía. Prueba de ello es el mapa desplegable, escondido tras la conocida expresión “Pancho Gancho”, que cierra el libro. La aventura vital presentada en este poemario multimedial equivale a ascender y descender constantemente para ver desde el aire y desde dentro un mundo que vive ajetreado de sí mismo y en situación crónica/patológica de abandono; no solo las palabras escritas, sino que el sonido y la imagen a las que accede el lector mediante los códigos QR de estos poemas geolocalizados y geosonorizados compuestos por Luis Correa-Díaz, hacen de esta obra un acierto necesario y desafío para la crítica. El hablante, a veces lírico, las más épico, cronista, reportero y documentalista, busca transmitir un amor nada de romántico a unas ruinas vivientes e invitar a su lector/a a participar en una experiencia que sobrepasa la mera lectura tradicional.


Patricia Péndola Ramírez. Doctora en Literatura Hispanoamericana Contemporánea, UPLA. Magíster en Literatura Chilena e Hispanoamericana, Profesora de Estado con mención en Castellano, PUCV. Docente del Colegio Alemán de Valparaíso, Jefa del Departamento de Lenguaje de la misma institución. Áreas de investigación: auto-ficción, memoria, Estudios Poscoloniales, Literatura Comparada. Ha publicado artículos académicos en revistas tales como Revista de Letras da Unesp, Literatura y Lingüística y Moenia: Revista Lucense de Lingüística & Literatura.